martes, 12 de junio de 2012

La ansiedad


La ansiedad es una reacción emocional que aparece ante situaciones percibidas como peligrosas o amenazantes. Nuestro cuerpo se activa y permanece alerta a la espera de lo que pueda ocurrir. Cumple una función adaptativa y es universal para toda la especie humana.
Existen diferentes niveles de ansiedad según la intensidad o el grado de agitación que sintamos. El grado más bajo sería el de reposo que es cuando estamos tranquilos, relajados. En este punto no experimentamos ansiedad. Para ponernos en marcha necesitamos activarnos, dirigir el foco de nuestra atención y estar mínimamente concentrados. Por eso, es necesario que la activación aumente un poco para que el organismo esté preparado. Algunas veces, si nuestra labor es muy compleja o requiere un gran esfuerzo, el nivel de activación preciso será mayor.
El rendimiento que nosotros conseguimos depende, en gran medida, del estado de excitación en el que nos encontremos. Si nuestro nerviosismo supera el punto óptimo que necesitamos el rendimiento bajará porque la ansiedad nos impedirá concentrarnos y dedicar el esfuerzo a nuestra tarea. Estaremos más preocupados en luchar contra nuestra ansiedad y en poder concentrarnos que en lo que realmente tenemos que hacer. Esto se debe a que se estrecha el foco de atención, lo que impide pensar de forma resolutiva. Por el contrario, también, ocurre que si no estamos suficientemente activados tampoco llegaremos a un rendimiento adecuado porque no nos estamos esforzando lo suficiente.
Estar demasiado nerviosos, además de ser improductivo, puede resultar peligroso. Una vez concluido un periodo de mucho esfuerzo, lo normal es volver a un estado de calma y tranquilidad. A veces, el nivel elevado de ansiedad se mantiene durante mucho tiempo aunque se haya terminado nuestro cometido. Esto ocurre, sobre todo, en épocas de mucho estrés como, por ejemplo, en períodos de exámenes o de mucho trabajo, mudanzas, etc. Cuando el organismo debe volver a un estado de reposo, porque ya no necesita estar activado, sigue experimentando la misma ansiedad. No es capaz de relajarse porque ha pasado a identificar como su estado normal el de la activación elevada. Es decir, nuestro cerebro cree que está relajado cuando en realidad nuestro cuerpo está alterado. Así, cuando nuestro organismo necesita volver a realizar una acción o vuelve a pasar por una época de estrés aumenta, aún más, los niveles de ansiedad. La excitación que siente la persona es muy superior a la que necesita para realizar sus actividades de forma eficaz.
Como todo tiene un límite, forzar demasiado el organismo puede hacer que se rompa por algún lado. El cuerpo está preparado constantemente para hacer frente a cualquier amenaza, aunque no exista, y por eso se va fatigando. En el momento en que ocurre algo y tiene que responder forzando un poco más, está demasiado saturado y no puede afrontar una nueva exigencia. Las consecuencias que conlleva pueden ser tanto psicológicas como físicas. Trastornos afectivos como la depresión, ansiedad generalizada; úlceras y otros daños en el aparato digestivo y circulatorio, trastornos del sueño, alteraciones del sistema endocrino e inmunológico, etc. son algunos ejemplos de lo que nos puede llegar a suceder.
Tener un sistema inmunológico débil es como abrir la puerta a las enfermedades. El organismo no es capaz de defendernos de todas las agresiones externas que sufrimos diariamente. Se va debilitando, cada vez más, hasta que estas agresiones comienzan a tener una gravedad importante. Es, entonces, cuando no nos sentimos bien y damos la voz de alarma porque tenemos más resfriados, más dolores, estamos más cansados y de peor humor. Si la situación se vuelve mucho más extrema, incluso puede que lleguemos a simular, o lo que es peor, a desarrollar enfermedades degenerativas.
Es importante ser consciente de los riesgos que tiene para nuestra salud el mantener durante mucho tiempo niveles elevados de ansiedad. Con sólo reservar un pequeño espacio de tiempo cada día para relajarnos nos encontraremos mucho mejor. Nuestro cuerpo nos agradecerá que dediquemos diez o quince minutos al final de la jornada a olvidar el estrés de todo el día. Aprender a respirar correctamente, de manera pausada y con largos ciclos de inspiración-espiración es un buen comienzo para tomarse la vida con más calma y disfrutarla.