miércoles, 25 de diciembre de 2013

Balance de fin de año

balance de fin de año, revisar metas, establecer objetivos
Al llegar el fin de año echamos la vista atrás para valorar nuestros últimos 365 días.
Nos encontramos en fin de año e, inevitablemente, nuestra memoria viaja a otros días que parecen lejanos pero que no lo son en absoluto. Muchos de nosotros diremos eso de que parece que fue ayer cuando estábamos brindando con nuestra familia, comiendo las uvas e intentando no atragantarnos a partir de la sexta o séptima.
Ya sea por las campañas publicitarias que buscan tocar nuestro lado más sensible o bien por nosotros mismos, es cierto, que cuando llegan estos días todos echamos un vistazo a lo que ha sido nuestra vida a lo largo de los últimos trescientos sesenta y cinco días escasos. Valoramos si hemos cumplido todo lo que nos propusimos y nos reímos de muchas de esas promesas que hicimos y no cumplimos como el hacer más deporte o el dejar de fumar. Nos fijamos si hemos cambiado mucho físicamente y si los acontecimientos nos han dejado muchas huellas en el corazón, ya sean heridas o preciosas adquisiciones que no tienen por qué ser materiales.
Los seres humanos medimos el tiempo en tramos. Tenemos las unidades de media del tiempo objetivas y organizamos los días, las semanas, los meses y los años. Pero también existen otras etapas más amplias como la adolescencia, la edad, adulta o la vejez. Así, cada cierto tiempo nos paramos y echamos la vista atrás para ver lo que ha sido de nuestra vida.
Al llegar el fin de año, sin darnos cuenta, algún pensamiento del tipo: “¿Qué estaba haciendo yo hace un año?” o “Y pensar que hace un año estaba así...”. Sin duda, es una evaluación importante aunque no le veamos más sentido que la simple curiosidad.
A través de lo que nos propusimos y vivimos nos evaluamos y determinamos si ha merecido la pena el último año y si nuestra vida a sido satisfactoria de verdad. Así calificamos nuestra autoimagen y reforzamos nuestra autoestima, o no.
Si hemos salido airosos de nuestra evaluación entonces nos sentiremos a gusto con nuestra persona, nos marcaremos nuevas metas, crearemos proyectos y mantendremos vivas nuestras ilusiones. Si, por el contrario, decidimos que, más o menos, hemos perdido el tiempo entonces tendremos muy pocos momentos reseñables de este último período y nuestra autoestima se verá comprometida. Tal es así que podemos llegar a sentirnos deprimidos.
Pero, ¿qué hacer si creemos que el último año no hemos hecho nada que nos satisfaga? Lo primero de todo es analizar en profundidad qué es lo que menos nos ha gustado o cuál es la actitud que más nos reprochamos. Reflexionaremos si realmente nos hemos dejado llevar por la pereza, por las circunstancias o porque nos hemos fijamos unas metas poco reales o que no nos interesaban.
Saber lo que queremos no siempre es fácil pero no debemos tirar la toalla por ello. Buscaremos en ese mismo año las cosas que hicimos y no habíamos previsto o los momentos que nos hicieron felices. A veces serán acontecimientos que no podemos repetir o que surgen de la casualidad pero en otras ocasiones quizá nosotros tuvimos un papel relevante en los hechos. Ése es el momento con el que nos tenemos que quedar. Analizarlo y ver qué fue lo que pasó y cómo lo supimos afrontar o cómo gestionamos nuestras capacidades para sacar lo mejor de nosotros mismos.
Puede que esto nos dé una idea para el futuro de lo que podemos alcanzar si nos lo proponemos. Integrando nuestras mejores capacidades con aquello con lo que disfrutamos es mucho más fácil imaginar otras oportunidades parecidas. De esta forma nuestra autoestima no se verá tan castigada como si lo único que vemos del último año es negatividad.
Además, podemos hacer un repaso a los que creemos que fueron los errores más grandes que cometimos y tratar de buscar una solución a próximas situaciones parecidas que se nos presenten. Existe pocos problemas que no tienen una solución definitiva y, aún así, podemos tomar decisiones para tratar de afrontarlos de una manera más positiva sin necesidad de castigarnos por ellos.
De esta manera podremos afrontar los próximos trescientos sesenta y cinco días con una buena autoestima que nos dará ilusión y fuerzas suficientes para sobreponernos a las posibles barreras que encontremos.
¡Feliz año nuevo 2014!

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Navidad y familia, una mezcla peligrosa.

Llegan estas fechas de encuentros con la familia, sonrisas, buenas caras, felicidad, alegría y buen humor. La Navidad es una época en la que parece que nos volvemos mejores personas pero no sabemos por qué. Parece que aún seguimos creyendo que los Reyes Magos nos van a dejar un regalo en el zapato si somos buenos o una piedra de carbón si nos portamos mal.
Desde pequeños nuestra familia y los adultos que estaban a nuestro alrededor nos inculcaron esto mismo, que en Navidad hay que ser buenos porque alguien nos está vigilando. En realidad, era todo el año pero como se nos olvidaba procurábamos hacer un esfuerzo en los días de Navidad.
Además, la sociedad se encarga de sensibilizarnos con su publicidad apelando a la solidaridad y tentándonos para hacernos socios de aquí o de allí. Y todo, porque entendemos que estas fechas son para estar en familia. Nuestra cultura aún tiene unas raíces profundas en la tradición cristiana y es esa cultura la que nos insta a juntarnos con los nuestros, tanto si los queremos como si los odiamos.
navidad, familia, jeff christensen
En Navidad es cuando la familia se reúne pero no siempre reina la armonía.
Las familias que se llevan bien no necesitan ninguna excusa para juntarse puesto que cualquier día es bueno. Quienes viven en la distancia aprovechan estas fechas por comodidad. Y quienes mantienen las distancias, aun viviendo en la misma área geográfica son los que se ven forzados un año tras otro a mantener reuniones obligadamente cordiales que no siempre acaban bien.
Y es que la predisposición negativa en este último caso es la que nos lleva a mantener una actitud defensiva antes, incluso, de ver a nadie. Llevamos pensando durante días o semanas que llega el momento ineludible de juntarse con la familia otra Navidad más. Pensamos que no nos apetece, que tenemos que aguantar a tal o cual persona y en nuestra mente ya visualizamos todos aquellos detalles que nos sacan de quicio. Así que poco a poco nos creamos un estado de alarma que puede saltar con sólo oír la respiración del “enemigo”.
Pero no sólo es la predisposición con la que acudimos a la reunión familiar. Esto lo llevamos con nosotros pero, además, buscamos un remedio para que nos haga más soportable el encuentro. ¿Y qué es lo que más nos gusta y más a mano tenemos en estas fechas? El alcohol.
La Navidad es comúnmente una fecha de excesos en todos los sentidos y, queramos o no, nos encontramos mucho más sensibles por el estrés de los preparativos por la anticipación de las reuniones con la familia, los regalos, etc. Así que cuando llega el momento decidimos disfrutar de lo bueno que tenemos en la mesa. Y tanto disfrutamos que nos pasamos. Cuanto más comemos más necesitamos beber y si nos gustan las bebidas con graduación tampoco nos cuesta mucho vaciar las copas.
A medida que nos sentimos más achispados más se nos suelta la lengua hasta que nos pasamos con las gracias o reventamos porque ya no podemos soportar las de los demás. De pronto surge el momento de la discusión, con lo que ya podemos decir aquello de: “Otra vez igual, todos los años lo mismo”, “El año que viene no contéis conmigo”.
Todo se puede evitar reflexionando si de verdad nos apetece celebrar la Navidad con nuestra Familia. No existe ninguna ley que lo diga y nadie nos va a castigar si no lo hacemos. Es mejor evitar determinados encuentros que pagar las consecuencias durante semanas o meses.
Si aún así no podemos evitar estas celebraciones lo mejor será que vayamos con una predisposición neutra si no puede ser positiva. Cambiaremos el interpretar cada comentario como si fuera una ofensa hacia nuestra persona por una actitud más activa e intentaremos mantener conversaciones neutras o con puntos positivos en común. Existen otros temas de conversación además de la política y el fútbol. Si alguien no sabe perder a las cartas quizá haya que cambiar de juego o de actividad. Y por supuesto, intentaremos controlar la ingesta de alcohol en grandes dosis.
Tratemos de buscar el lado positivo a pasar la Navidad en familia, porque seguro que lo tiene por pequeño que sea. Todo esto, con una pequeña dosis extra de paciencia nos ayudará a llevar mejor estas fechas.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Malas noticias para niños, ingenuos pero no ignorantes.

Ante la ocurrencia de malas noticias en una familia donde hay niños pequeños siempre se abre una duda. ¿Se lo contamos? ¿Cómo se lo contamos? ¿Lo entenderán? ¿Serán muy pequeños aún para saber esto? ¿Será mejor ahorrarles el sufrimiento?
Hay una diferencia entre mantener la ingenuidad y condenar a la ignorancia y a la incertidumbre. Sólo es cuestión de tratar a los niños como personas que son y asentar las bases para que crezcan mentalmente sanos y felices.
Cuando los adultos tienen malas noticias, problemas o dificultades por las que pasan normalmente intentan que los niños no se den cuenta. Procuran que no se enteren de lo que se habla para no preocuparlos. Acordémonos del famoso “hay ropa tendida”; esta expresión se utilizaba no hace tantos años, en especial, cuando los adultos trataban temas que no debían oír los más pequeños de la familia.
malas noticias y niños
Es bueno que los niños sepan lo que ocurre a su alrededor aunque debemos cuidar la manera de comunicar determinadas noticias.
En realidad, los menores captan perfectamente la preocupación y las emociones de los adultos. Más aún, si se trata de las personas con las que conviven a diario. Por eso, no debemos dejar que crezcan ignorantes ante la vida sino que debemos esforzarnos en que la conozcan según su nivel de comprensión. Es mejor explicar qué y por qué ocurre algo adaptándolo a su mente infantil. Para ello, se pueden utilizar metáforas y cuentos que les ayuden a entender, según el nivel de complejidad de lo que queramos explicar. Por ejemplo, no es lo mismo comprender que tiene que dejar a todos sus amigos porque se va a vivir a otra ciudad que entender la muerte de un familiar.

El silencio, en cambio, fomenta su preocupación, al igual que ocurre con los adultos. Pensemos en cómo nos sentimos cuando sabemos que nos ocultan algo. Es más, pensemos en cuando éramos pequeños y nadie nos quería contar qué estaba ocurriendo. Nos sentíamos inseguros y temerosos porque percibíamos que algo malo estaba sucediendo.
A veces, nos esforzamos por explicar otras cosas complejas que creemos que deben saber y, quizá, no sean tan importantes para ellos. Ofreciendo unas sencillas explicaciones damos la oportunidad de pensar y recapacitar para que asimilen a su manera los acontecimientos y puedan madurar. Aunque lo que tengamos que contarles sean malas noticias, no hay que asustarles pero sí darles instrumentos para enfrentarse a la vida.
También hemos de tener en cuenta la manera en la que vamos a comunicar esas malas noticias ya que la cruda realidad no es para ellos. Pensemos primero en cómo se sentirán viendo lo negativo, sin más, y cómo se sentirán si perciben que aún hay solución o algún aspecto positivo por muy difícil que parezca. Aprenderán mucho mejor con cariño y contribuiremos a mantener un buen estado de ánimo. Es una forma de conservar la ilusión y es ésta la que mueve a las personas.
Con el tiempo, comprenderán mucho mejor la información objetiva y sin adornos y sabrán afrontarla. Saber que los problemas existen y que el mundo no siempre es justo es mejor que encontrar el muro infranqueable de la ignorancia. Cuando nos obligan a romperlo y atravesarlo porque ya somos mayores, y nuestro deber es entender, puede ocurrir que nos encontremos desnudos ante el temporal porque nadie nos dijo que hacía frío.
¿Realmente es así? ¿Los adultos lo entendemos todo? Parece un poco cruel que primero nos quiten las armas y luego nos obliguen a luchar sin ellas. Si condenamos a la ignorancia a los niños y no les contamos la realidad creerán que no existen esos aspectos negativos de la vida que les ocultamos. Si son conscientes de que existen cosas buenas y malas cuando se encuentren en determinadas situaciones no tendrán miedo porque ya sabrán que puede ocurrir y sabrán hacerles frente y defenderse, incluso desde su ingenuidad.
En definitiva, no debemos confundir la ingenuidad con la ignorancia. Los niños lo saben distinguir perfectamente y, muchas veces, deberíamos aprender de ellos porque dan lecciones de la vida mucho más importantes de lo que nosotros, los adultos, imaginamos.