“Vivo solo y soy feliz”. “He elegido
no tener pareja ni compromisos a largo plazo”. “Soy independiente y me
considero un espíritu libre”. Estas serían algunas de las descripciones que harían de sí mismos los singles o solos (y solas).
Defienden la independencia en su vida por encima de todo y por eso no quieren ningún tipo de ataduras. Muchos singles
han tenido pareja e incluso han llegado a formalizar sus relaciones de
manera oficial (matrimonio, pareja de hecho, etc.) y posteriormente las
han concluido. También son jóvenes que han decidido, por convicción o
por experiencias negativas, que su vida será mejor si la viven
individualmente. Normalmente, tenemos la idea de que un single
es todo lo contrario que aquella persona que siempre necesita tener una
pareja o un punto de apoyo de quien depender afectivamente. Podrían ser
los extremos de un continuo y, como se suele decir, “los extremos se tocan”.
Nuestra personalidad y las habilidades
emocionales que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida nos llevan a
tener unos hábitos que a veces no son compatibles con la convivencia.
Creamos un estilo de vida basado en nuestros intereses y valores y
tratamos de cumplir nuestras metas y deseos más soñados. Es aquí el
punto en el que los caminos se dividen. Por un lado, aparecen los
dependientes emocionales que viven su vida a través de la de los demás,
sin plantearse más meta que la de que nunca les falte alguien a su lado.
Por el otro, están los singles que están acostumbrados a hacer planes en cualquier momento sin contar con nadie en concreto, sólo con quien se apunte.
“Cuando estoy solo, todo lo que veo son parejas felices. Cuando estoy saliendo con alguien, todo lo que veo son solteros felices.” |
Los singles tienen su trabajo y
su grupo de amigos y, constantemente, están organizando o buscando
planes para hacer cosas. Es esta necesidad de vivir experiencias nuevas
la que les impide crear lazos afectivos intensos con alguien y que estos
duren en el tiempo. Suelen tener sus prioridades tan claras que no hay
lugar para plantearse las necesidades de otros. No están acostumbrados
y/o no han aprendido.
Para muchos, vivir con alguien o tener
una pareja estable es visto como un lastre que no les deja vivir
plenamente. Tener que ponerse de acuerdo con otra persona, esperar o
ceder, en muchas ocasiones, conlleva renunciar a la satisfacción
inmediata de los propios deseos. Esto puede llegar a ser percibido como
una pérdida de tiempo. Por eso llegan a la conclusión de que a veces “es mejor estar solo que mal acompañado”. Puede que lo hayan intentado pero sus prioridades acaban por inclinar la balanza hacia el lado de la independencia.
Los dependientes emocionales, por el
contrario no saben organizar su vida si no hay alguien a su lado que les
aliente o que les dé su consentimiento. No se atreven a iniciar
proyectos por su falta de seguridad y por el miedo a que nadie les
apoye. En consecuencia, se han olvidado de sus deseos y necesidades
relegándolas a una única: la dependencia. Acaban asumiendo los gustos y
preferencias de los demás como suyos propios y, a medida, que van
cambiando de grupo de amistades sus ideas e, incluso, su personalidad
también va cambiando.
Pero, tanto singles como dependientes emocionales huyen de la soledad. Los singles
buscan contactos esporádicos y personas con quienes compartir
actividades y momentos muy concretos. Buscan grupos y asociaciones que
les permitan encontrar un punto de encuentro hecho a medida para ellos,
normalmente otros singles. Mientras tanto, los dependientes se
adaptan a las actividades que se les ofrecen y a lo que les aporte la
satisfacción de su constante necesidad de aceptación.
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