Mostrando entradas con la etiqueta Locus de control. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Locus de control. Mostrar todas las entradas

jueves, 17 de octubre de 2013

Religión como consuelo y guía

Este fin de semana vi una película en el cine que me hizo reflexionar. La película en cuestión se titula Prisioneros pero no voy a hablar del argumento sino de lo que subyace en el fondo: la religión.
La religión es un invento humano para tratar de explicar lo inexplicable. Es un sistema de creencias y valores con una base filosófica acerca de la vida. Todos tenemos una filosofía de vida y unos valores por los que nos guiamos a la hora de comportarnos y tomar decisiones. Y, también, tenemos multitud de dudas sobre cuestiones existenciales como las ya clásicas “quién soy”, “de donde vengo”, “hacia donde voy”, etc. Así es que cuando se crean las religiones se trata de dar respuesta a todas esas dudas. Es un intento de consuelo o de proporcionar una falsa ilusión de control sobre el azar o el destino, que viene a ser lo mismo.
religion
El creer en una religión (especialmente con fervor) ayuda a sentirse seguro cuando las cosas van bien. Refuerza la teoría del mundo justo en la que todos reciben lo que dan y son castigados por sus malas acciones. Es decir, si uno se porta bien no le va a pasar nada malo; no tiene de qué preocuparse. De esta manera, nos sentimos seguros y tranquilos. Cuando aparecen dudas y problemas apelamos a la ayuda de ese dios porque de una forma u otra, gracias a él, vendrá la solución.
Pero tiene un doble filo. Cuando las cosas no ocurren como debería se tambalea nuestro sistema de valores. El mundo ya no es tan justo y no sabemos por qué. Se crea la indefensión en la persona porque piensa que no puede hacer nada y que sólo ese dios en el que cree puede solucionar los problemas. Esto genera una sensación de ausencia total de control que impide que la persona tome las riendas de su vida y se ponga en marcha porque “lo que tenga que ser será”.
Cuando, finalmente, las cosas nos salen como esperaban uno se pregunta qué es lo que ha hecho mal para ser castigado e, incluso, puede echarle la culpa a su dios por no haber tomado cartas en el asunto. Ese sentimiento de culpabilidad que aparece ante la posibilidad de haber hecho algo malo, sin saber muy bien el qué, hace que la persona se censure continuamente y que piense que es una persona deplorable y que, por tanto, no merece ser respetado por nadie.
Por otro lado, cuando las cosas salen bien, no va a ser gracias a uno mismo. Será gracias a quien tiene en sus manos nuestro destino. Como consecuencia, nunca vamos a creer que somos suficientemente fuertes o válidos para enfrentarnos a la adversidad. No dejamos que se desarrolle nuestra autoestima ni nuestra autoeficacia porque todo se debe a ese ser supremo.
Además, esa sensación de tener que rendir cuentas a alguien que todo lo ve hace que vivamos en una situación de evaluación permanente. No podemos desviarnos de la norma establecida aunque no haya ninguna razón para seguirla o a pesar de que apartarnos sea más saludable. Los remordimientos y el miedo al rechazo harán que dudemos de la validez de ese cuestionamiento que nos hacemos y decidamos abandonarlo.
Cada uno de nosotros es libre de tener o acogerse a un sistema de valores que le defina y que le ayude en su vida pero lo que no es aconsejable es la rigidez y el inmovilismo que puede llegar a causar. Adaptarnos a las circunstancias, tomar el control de nuestra vida y aceptar la responsabilidad sobre nuestros propios actos hace que vivamos una vida mucho más plena y que nos desarrollemos como personas. Buscar nuestro bienestar respetando a quienes nos rodean puede ser una buena base para asentar este sistema de valores.

martes, 26 de julio de 2011

Necesito mi amuleto de la suerte.


Se denomina efecto placebo al fenómeno por el cual los síntomas de un paciente pueden mejorar mediante un tratamiento con una sustancia inocua. Generalmente, esto se asocia siempre a las investigaciones científicas. Para comprobar si una sustancia es realmente eficaz se debe comparar con otra que no produce ningún efecto como el agua, el agua con colorante, las pastillas de azúcar, etc.
En la vida cotidiana, todos nos administramos placebos de una u otra forma pero en este caso lo llamamos sugestión. Por ejemplo, la famosa pulsera que hace milagros. Al principio ayudaba a mantener el equilibrio, ahora, también mejora la resistencia, la flexibilidad, el rendimiento, la concentración, el estado de ánimo y la salud. Otro ejemplo, es el agua imantada. Respecto a esto, la primera pregunta que se me ocurre es: ¿cómo se imanta el agua si sólo está compuesta de hidrógeno y oxígeno? La gente que prueba este tipo de remedios dice que nota mejoría. Pero mejoría, ¿en qué? ¿Es que antes no se encontraban bien?
El creer que tenemos en nuestra mano un objeto que puede cambiar nuestra suerte o hacernos sentir bien hace que generemos unas expectativas positivas. Como tenemos una idea difusa sobre lo que ocurrirá, nos basta con que se produzca un pequeño cambio. Da igual lo que sea porque si nosotros notamos algo distinto ya podremos justificar que es eficaz.
El resultado real se podría atribuir a nuestras habilidades mentales. Con frecuencia, no tenemos en cuenta la capacidad de nuestro cerebro pero, en estos casos, sí que podríamos decir que tenemos poderes mentales. Cuando creemos ciegamente que va a ocurrir algo y, realmente ocurre, es que nosotros lo hemos provocado. Mediante nuestros pensamientos podemos mejorar nuestras habilidades como el rendimiento físico o la concentración. Sólo nos hace falta convencernos de que va a suceder así y lo podremos conseguir. El problema es que nos falta confianza en nosotros mismos. Si creemos que somos capaces y lo vamos a lograr, en seguida, pensamos que no podremos porque, en otras ocasiones, tampoco lo hemos conseguido. No analizamos la situación y tiramos la toalla. Además, si lo intentamos será para confirmar nuestra idea pesimista. En cambio, introduciendo un nuevo instrumento al cual responsabilizar de nuestra conducta, las cosas cambian. Seguimos sin analizar la situación pero actuamos con decisión, dejando atrás la inseguridad y el temor.
¿Qué es lo que ocurre entonces? Si nos autoconvencemos de que somos capaces podemos fallar y sentirnos muy mal ante la derrota. En cambio, si tenemos algún objeto (una piedra, una pulsera, un alfiler, etc.) al cual echar la culpa nos podemos arriesgar sin miedo al fracaso. Si erramos no pasará nada porque ya lo sabíamos y no somos nosotros los responsables. Si tenemos éxito será, por supuesto, que nuestras capacidades mejoran gracias a ese instrumento que llevamos con nosotros. Es el mismo razonamiento que llevar un amuleto a un examen o a una prueba importante. Si no nos hemos preparado lo suficiente es bastante improbable que nos salga bien. Y, en el caso de que así fuera, se debería al azar y sería muy difícil que volviese a ocurrir algo semejante en un futuro.
Los amuletos o talismanes funcionan por sugestión y sirven para que nuestras expectativas de logro aumenten. Así nos esforzamos más y logramos éxitos que no nos atrevemos a intentar en condiciones normales. En este sentido, es una buena ayuda pero no es la adecuada. Podemos hacernos tan dependientes de estos utensilios que si, por casualidad, los perdiéramos también se iría con ellos nuestra autoconfianza.
Siendo realistas nos daremos cuenta de que lo único que nos ayuda a conseguir lo que nos proponemos es nuestra capacidad de motivación y la seguridad en nosotros mismos. Todo lo demás sobra porque nos hace sentir más vulnerables y dependientes de los factores externos.