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miércoles, 22 de octubre de 2014

Insight: Entender lo que nos pasa

Cuando nuestros pensamientos están revueltos y tenemos un lío enorme en nuestra cabeza es que no hemos llegado al insight.
En ocasiones, nos encontramos a disgusto, sin entender lo que nos pasa. No sabemos lo que nos ocurre pero sí tenemos una sensación de malestar en nuestro cuerpo que abarca también nuestra mente y nos hace sentir perdidos y fuera de lugar.
Aunque no le ponemos nombre, sentimos incertidumbre, vacío y tristeza pero no sabemos a qué se debe. Nos encontramos irritables, de un humor pésimo y sin paciencia para nada. Echamos la vista atrás y sentimos que nuestra vida ha sido un camino de fracaso tras fracaso y que no hemos hecho nada memorable. Miramos hacia adelante y las expectativas de lo que nos espera nos sugieren que se va a repetir nuestro pasado de la misma manera.

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Tenemos pensamientos y emocionones confusas antes de llegar al insight

La negatividad, la frustración y el enfado por la imposibilidad de mejorar nos impiden ver con claridad y razonar objetivamente de forma que nuestra mente se concentra en recopilar todo lo malo que nos ha ocurrido en todo el tiempo que podemos recordar. Así, la sensación de tristeza y negatividad se acentúa sin encontrar un motivo concreto para nuestro estado de ánimo.
En estos momentos, nuestra mente está concentrada en un tipo de información únicamente y hemos establecido un filtro que impide ver otro tipo de información más positiva. Incluso aquello que es neutro adquiere un significado negativo por nuestra interpretación.
Aún así, seguimos sin entender qué nos ocurre; por qué estamos tan cabreados y por qué nos sentimos tan abatidos si, realmente, no nos ha pasado nada para que nuestro ánimo sea tan bajo.
A la vez que nuestros pensamientos están tan embarullados, nuestro comportamiento también se ve afectado por este hecho. Actuamos de manera extraña como dando tumbos, tomando decisiones erróneas y equivocándonos en cosas que normalmente hacemos de forma automática.
Nuestras relaciones con los demás se pueden volver conflictivas puesto que, a veces, no nos mostramos amigables e, incluso, puede que rehuyamos a nuestros amigos y familia para no dar explicaciones. Explicaciones que ni siquiera sabemos.
Este estado de confusión puede durar horas, días, semanas o, incluso meses. Es un periodo de tiempo en el que luchamos por saber lo que nos pasa y recuperarnos pero también es un periodo de tiempo en el que vamos dando palos de ciego porque no sabemos contra lo que luchamos. El momento en el que nos damos cuenta de lo que nos ocurre es el insight.
El insight es un término inglés que en psicología se emplea para definir el momento en el que tomamos conciencia de algo, de nuestros problemas, de nuestro estado de ánimo, de nuestras emociones, de nuestros pensamientos, etc. Es como el Eureka de la psicología.
Podemos pasar por una serie de estados de ánimo sin saberlo, sólo experimentando sensaciones de malestar o bienestar pero sin tener muy claro cómo nos sentimos. El momento en el que somos capaces de comprender esas emociones o lo que nos ha llevado a sentirnos como lo hacemos en ese momento es cuando podemos identificarlo  y poner nombres.


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El insight es el eureka de la psicologia, es el descubrir que lo que nos pasa tiene un nombre y podemos hacer algo al respecto.

Llegar al insight nos permite adquirir una sensación de control que nos facilita mucho la vida. No es lo mismo sentirnos mal que sentirnos tristes y sin ganas de hacer nada. Lo primero, sentirnos mal, es difuso y no ofrece mucha información mientras que lo segundo puede tener unas causas y unas consecuencias que se pueden “investigar” para poner solución.
La sensación de control que nos da el insight es una explicación adecuada a nuestro problema. Además, nos produce alivio y nos orienta a buscar una solución y abre la puerta a la esperanza para salir del bache en el que nos encontramos.

domingo, 7 de octubre de 2012

Me siento feo, inútil y antipático.



Todos alguna vez nos levantamos con el pie izquierdo. A todos se nos cruza algún día desde que despegamos la cara de la almohada. Nos miramos al espejo y parece que quien se refleja es la cara de la Medusa. Estamos tan feos que no nos imaginamos salir a la calle y sonreírle a alguien porque se espantaría a la primera de cambio. Creemos que es mejor dejar nuestra cara de patata y enfilar la calle sin mirar a nadie “por lo que pueda pasar”. Y lo que pasa, realmente, es que vamos encerrados en nuestra propia burbuja desde la que lo vemos todo negro. Fuera todo sigue igual, si hay sol sigue brillando, si llueve siguen cayendo las gotas, la vida sigue su curso.
Poco a poco, cada una de las cosas que hacemos por rutina nos va minando y nos molesta hasta que nos hablen. Durante todo el día nos sentimos tan cansados, o más, que la noche anterior cuando nos íbamos a la cama. Alguien en nuestra cabeza parece que nos da martillazos y la garganta o el estómago se nos cierran en un nudo imposible de deshacer. Y no, no tenemos resaca.
Como no somos capaces de dejar de pensar en que nos encontramos mal nuestra mente empieza a enturbiarse como si la niebla nos cubriera por completo. Al ser una sensación tan difusa y molesta sólo queremos que se pase pronto el día para que desaparezca ese estado tan agobiante. Lejos de conseguir un alivio, lo único que conseguimos es que el tiempo pase mucho más despacio y concentrarnos mucho más en nuestras incómodas sensaciones físicas. Si por algún descuido nos olvidamos y pensamos en otra cosa, de repente, nos damos cuenta de que parece que el malestar se ha ido. Por eso, para asegurarnos, hacemos un autoexamen concienzudo que nos confirme que era un despiste y que ese malestar sigue ahí. “Si hoy tengo el día cruzado lo mejor es terminarlo igual y ¡cuanto más pronto mejor! Porque las cosas que empiezan mal terminan igual o peor.
Ante una mente tan obcecada lo único que no vamos a conseguir es ver ni un solo punto de claridad, más bien todo lo contrario. Puestos a pensar en nuestro nefasto día, ¿por qué no cambiar la dirección de nuestro pensamiento? Si ya hemos comprobado que pensar que tenemos un mal día y que no nos sentimos bien no nos aporta nada, quizá, sea el momento de pararnos a reflexionar. Echemos un vistazo a los últimos días o incluso en las dos últimas semanas. Al repasar lo que hemos hecho o nos ha ocurrido es posible que encontremos el por qué de nuestro día. Esto no significa que tiene que haber un suceso lógico y objetivo. Más bien, es posible que estemos atravesando una época de mucho estrés o que nuestros proyectos o deseos no lleven el camino que quisiéramos. Puede que nos demos cuenta de que tenemos tantas cosas pendientes que sin querer, nos hayamos atascado. No todo se puede hacer a la vez.
Por otro lado, es posible que si nos sentimos agobiados nos encontremos más susceptibles y, en seguida, nos afecten los roces que tengamos con otras personas. Como el discutir también nos revuelve por dentro nos hará sentir que no somos muy agradables y que siempre estamos de mal humor. Así pues, centrándonos en los sucesos negativos lo que conseguiremos es confirmar que todo lo hacemos mal. Esta tarea es inútil porque no nos lleva a nada más que a empeorar la situación.
Si ya sabemos qué nos ocurre, o tenemos una ligera idea, ya habremos abierto un poco nuestro campo de visión. Ahora, podemos empezar a pensar, seriamente, en todo lo que hemos hecho. Veremos que también hacemos cosas que nos aportan sentimientos positivos. Lo más probable es que no hayamos sido desagradables todo el tiempo y, que no hayamos hecho algo bien, no significa que todo esté mal.
Cuando estamos tan cerrados en nosotros mismos lo mejor es recordar todas las cosas que hemos hecho durante el día y valorar cuánto nos cuesta llevarlas a cabo. Intentando ser objetivos, veremos que al estar tan acostumbrados a determinadas tareas, la mayoría de las veces, pasan desapercibidas para nosotros mismos. Por eso, valorar nuestros esfuerzos diarios, a veces, es una tarea obligada.