Llegan
estas fechas de encuentros con la familia, sonrisas, buenas caras,
felicidad, alegría y buen humor. La Navidad es una época en la que
parece que nos volvemos mejores personas pero no sabemos por qué. Parece
que aún seguimos creyendo que los Reyes Magos nos van a dejar un regalo
en el zapato si somos buenos o una piedra de carbón si nos portamos
mal.
Desde
pequeños nuestra familia y los adultos que estaban a nuestro alrededor
nos inculcaron esto mismo, que en Navidad hay que ser buenos porque
alguien nos está vigilando. En realidad, era todo el año pero como se
nos olvidaba procurábamos hacer un esfuerzo en los días de Navidad.
Además,
la sociedad se encarga de sensibilizarnos con su publicidad apelando a
la solidaridad y tentándonos para hacernos socios de aquí o de allí. Y
todo, porque entendemos que estas fechas son para estar en familia.
Nuestra cultura aún tiene unas raíces profundas en la tradición
cristiana y es esa cultura la que nos insta a juntarnos con los
nuestros, tanto si los queremos como si los odiamos.
Las
familias que se llevan bien no necesitan ninguna excusa para juntarse
puesto que cualquier día es bueno. Quienes viven en la distancia
aprovechan estas fechas por comodidad. Y quienes mantienen las
distancias, aun viviendo en la misma área geográfica son los que se ven
forzados un año tras otro a mantener reuniones obligadamente cordiales
que no siempre acaban bien.
Y
es que la predisposición negativa en este último caso es la que nos
lleva a mantener una actitud defensiva antes, incluso, de ver a nadie.
Llevamos pensando durante días o semanas que llega el momento ineludible
de juntarse con la familia otra Navidad más. Pensamos que no nos
apetece, que tenemos que aguantar a tal o cual persona y en nuestra
mente ya visualizamos todos aquellos detalles que nos sacan de quicio.
Así que poco a poco nos creamos un estado de alarma que puede saltar con
sólo oír la respiración del “enemigo”.
Pero
no sólo es la predisposición con la que acudimos a la reunión familiar.
Esto lo llevamos con nosotros pero, además, buscamos un remedio para
que nos haga más soportable el encuentro. ¿Y qué es lo que más nos gusta
y más a mano tenemos en estas fechas? El alcohol.
La
Navidad es comúnmente una fecha de excesos en todos los sentidos y,
queramos o no, nos encontramos mucho más sensibles por el estrés de los
preparativos por la anticipación de las reuniones con la familia, los
regalos, etc. Así que cuando llega el momento decidimos disfrutar de lo
bueno que tenemos en la mesa. Y tanto disfrutamos que nos pasamos.
Cuanto más comemos más necesitamos beber y si nos gustan las bebidas con
graduación tampoco nos cuesta mucho vaciar las copas.
A
medida que nos sentimos más achispados más se nos suelta la lengua
hasta que nos pasamos con las gracias o reventamos porque ya no podemos
soportar las de los demás. De pronto surge el momento de la discusión,
con lo que ya podemos decir aquello de: “Otra vez igual, todos los años lo mismo”, “El año que viene no contéis conmigo”.
Todo
se puede evitar reflexionando si de verdad nos apetece celebrar la
Navidad con nuestra Familia. No existe ninguna ley que lo diga y nadie
nos va a castigar si no lo hacemos. Es mejor evitar determinados
encuentros que pagar las consecuencias durante semanas o meses.
Si
aún así no podemos evitar estas celebraciones lo mejor será que vayamos
con una predisposición neutra si no puede ser positiva. Cambiaremos el
interpretar cada comentario como si fuera una ofensa hacia nuestra
persona por una actitud más activa e intentaremos mantener
conversaciones neutras o con puntos positivos en común. Existen otros
temas de conversación además de la política y el fútbol. Si alguien no
sabe perder a las cartas quizá haya que cambiar de juego o de actividad.
Y por supuesto, intentaremos controlar la ingesta de alcohol en grandes
dosis.
Tratemos
de buscar el lado positivo a pasar la Navidad en familia, porque seguro
que lo tiene por pequeño que sea. Todo esto, con una pequeña dosis
extra de paciencia nos ayudará a llevar mejor estas fechas.
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