Mostrando entradas con la etiqueta Novedad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Novedad. Mostrar todas las entradas

martes, 15 de enero de 2013

¿Por qué nos gustan tanto las rebajas?



Se vaticina que con la crisis las rebajas no van a tener tanto éxito y que el consumo va a descender. Pero como cada año por estas fechas, las tiendas (especialmente de ropa) se encuentran llenas de gente por todos lados y para comprar algo hay que esperar una cola inmensa. Es posible que se note un descenso en los ingresos de los comercios pero lo que no es posible es que dejemos de consumir y mucho menos en rebajas. Y es que queramos o no las rebajas nos atraen y no sólo a las mujeres.
Puede que el consumo no sea tan grande en cifras y que muchas personas sólo acudan a las tiendas a mirar a ver qué tipo de chollos pueden cazar y que cuiden mucho más la salud de su cartera. Y puede, también, que las grandes colas antes fueran para comprar un gran número de artículos y ahora sólo nos llevemos uno o dos. Pero la realidad es que si entramos en alguna tienda, aunque sólo sea por curiosidad, antes o después acabaremos llevándonos algo a casa justificando que lo necesitábamos o que llevábamos mucho tiempo buscándolo.
¿Por qué ocurre esto? Lo primero, porque nos encanta tener cosas nuevas, la novedad es algo que atrae inevitablemente al ser humano. Además, cuando se acerca la época normalmente aplazamos las compras diciéndonos: “a estas alturas ya espero hasta las rebajas”. Con ello entramos en un periodo de espera que nos hace ilusionarnos y divagar sobre esa cosa nueva que aún no tenemos. Aunque no tengamos claro lo que queremos el simple hecho de imaginarlo ya nos crea expectativas agradables. Y si tenemos que esperar por algo que queremos cuando llegue el momento lo vamos a disfrutar mucho más.
Lo siguiente, el precio. Suponemos que en rebajas los precios son más bajos y, por lo tanto, creemos que podemos comprar más cosas con la misma cantidad de dinero. Y mejor que estrenar una sola cosa es poder estrenar dos, tres o más. Esto se ve reforzado por las intensas campañas publicitarias con que nos bombardean ofreciendo lo imposible, lo mejor de lo mejor al precio más bajo.
La decepción llega cuando los precios no son tan buenos como esperábamos. Pero seguimos teniendo esa idea formada en el fondo de nuestra mente y creemos firmemente que se pueden encontrar gangas, así que las buscamos. En la lucha contra la decepción por los precios se activa nuestro espíritu de detective y se desencadena una especie de competición con nosotros mismos por encontrar ese típico chollo del que luego podemos presumir delante de nuestros amigos. Puede que no consigamos lo que queríamos en un principio pero a fuerza de buscar encontramos otros artículos que nos parecen aceptables.
Por otro lado, el sólo efecto de comprar ya es una actividad placentera en sí misma. Sea o no tiempo de rebajas, el hecho de entrar en una tienda repleta de cosas nuevas entre las que poder elegir ya nos resulta agradable. Imaginamos que en las tiendas hay objetos para todos, así que suponemos que encontraremos algo que parece que está hecho pensando en nosotros. Y así nos sentimos integrados en la normalidad del mundo, contamos dentro de la sociedad. En realidad, lo que ocurre es que somos nosotros los que nos adaptamos a la variedad que ofrece el mercado y aunque no nos convenza del todo nos termina por gustar porque son las opciones que tenemos.
Mientras buscamos eso que está hecho para nosotros se va creando una tensión en nuestro interior fruto de esa búsqueda. Miramos, tocamos, probamos, nos imaginamos poseedores de ello y cada vez tenemos más ganas de llevarnos lo que hemos elegido. Si tenemos que esperar la cola aparece, otra vez, ese momento de espera que nos impide conseguir el objeto preciado, con lo que se acumula la tensión.
Y finalmente, llega el momento del intercambio: el dinero por el objeto (que nos ha) elegido. Estamos ante la persona que nos cobra, casi siempre, muy amable y atenta y, como somos seres sociales que somos, nos encanta que nos dediquen una sonrisa. La tensión se diluye en la sonrisa del dependiente y por fin nos quedamos con la recompensa que supone el nuevo artículo que hemos adquirido.
Y por si esto no fuera suficiente para tentarnos a acercarnos a las rebajas aún tenemos la guinda del pastel. ¿Cuántas veces hemos tenido la misma conversación acerca de lo que nos hemos comprado en las rebajas? ¿A quién no le han preguntado si ha ido ya o si va a ir? Por no hablar de que para muchos es una actividad de ocio, social o familiar, el “ir de rebajas”.

martes, 6 de diciembre de 2011

Deseamos lo que no tenemos


Algunas veces, sentimos un impulso irresistible de poseer aquello de lo que nos encaprichamos, lo cual no es tan raro porque desde que nacemos deseamos lo que no tenemos. Pero, si lo que deseamos está lejos o es algo prohibido, nuestras ganas se exacerban aún más.
El inconformismo es importante porque nos hace esforzarnos y luchar por aquello que nos interesa. Es una gran herramienta para avanzar. Pero, también, nos puede llevar a la autodestrucción. La obcecación que, a veces, nos invade cuando hemos decidido lo que queremos nos puede llevar a realizar conductas arriesgadas que pueden poner en peligro nuestra salud física y/o mental. Por ejemplo, el querer ir a la moda en todo momento o tener lo último en tecnología puede acabar convirtiéndose en una adicción a las compras. Un fanático de los deportes de riesgo puede llegar a poner en peligro su propia vida. Y no sólo esto, la obsesión de querer más poder o más prestigio puede hacer que “perdamos el norte” y quedarnos solos después de haber causado mucho daño a nuestro alrededor.
A menudo pensamos que lo ajeno a nosotros es lo bueno y no valoramos lo nuestro… hasta que lo perdemos. Cuando ya no forma parte del entorno que controlamos y en el que nos sentimos seguros es cuando nos arrepentimos y comenzamos a ver todo lo bueno que no vimos antes. Lo mismo nos ocurre cuando por fin poseemos aquello que tanto deseábamos. En seguida pierde todo su atractivo y comienza a no ser tan maravilloso como nos parecía antes.
La novedad es lo que nos oculta esa parte negativa que después aparece ante nosotros con toda claridad. Al igual que los niños que juegan con su pelota y se encaprichan del balón con el que juega su amigo, a los adultos nos ocurre con la ropa, la tecnología, los muebles, los coches … o las personas. La novedad junto con el capricho y la ilusión son la fórmula mágica que nos lleva a ese “egoísmo posesivo”.
La ilusión se acrecienta porque fantaseamos con el hecho de hacernos con nuestro objeto de deseo, con lo que su consecución parece más probable o, incluso, más lícita. En consecuencia, sólo somos capaces de regodearnos en todas las ventajas y, en el momento en que un pensamiento negativo se asoma a nuestra mente, lo eliminamos como si de un mosquito se tratara. Buscamos y planeamos la manera de conseguir nuestro objetivo y si, por casualidad, vemos que éste peligra entonces, intensificamos increíblemente los esfuerzos. ¿Para qué?
En esta vida no hay ganancias sin pérdidas. Muchas veces, conseguir lo que ansiamos nos supone perder una cantidad de recursos materiales o inmateriales que ni nos imaginamos pero que después anhelaremos. La perfección y las excelentes cualidades duran lo que tardan en aparecer los primeros inconvenientes. Esos pequeños detalles que no esperábamos porque tratamos de acallarlos, ahora nos incomodan en ese mundo de perfección que nos hemos creado. Eso significa que ya nos estamos cansando porque nos hemos saciado y comenzamos a compararlo con aquello por lo que lo cambiamos o lo que perdimos en nuestra lucha irracional. Por supuesto, siempre vamos a anhelar lo que perdimos.
El reto personal es lo que nos proporciona realmente la fuerza necesaria mientras que nosotros creemos que es el interés o lo mucho que nos gusta lo que ansiamos poseer. Por eso, una vez conseguido, se pierde toda la magia o la ilusión. Puede que lo disfrutemos durante un tiempo pero, en seguida, ya no resultará novedoso y buscaremos (o ya nos habremos planteado) nuevos retos.
Pero lo que subyace no es sólo ese reto personal de lograr todo aquello que no es para nosotros o la sensación de poder que nos invade al conseguir lo deseado. También está la necesidad de silenciar la inseguridad que nos provoca la rutina. Ver que no nos conformamos con lo primero que se nos pone delante y confirmar que seguimos teniendo un buen criterio y elegimos lo mejor en su momento. Saber que tenemos fuerza de voluntad suficiente para ponernos en marcha en cualquier momento. En definitiva, sentirnos seguros a través de nuestros logros y conquistas aunque ya no lo necesitemos. Así, poniéndonos a prueba, es como nos reafirmamos en nosotros mismos.
Lo malo no es el inconformismo que como tal es lo que nos hace avanzar y crecer. El problema es el no saber distinguir lo que realmente queremos o necesitamos de lo que es un capricho sin fundamento que a la primera de cambio vamos a dejar tirado. Porque los objetos se reparan o se recuperan pero las personas no.