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jueves, 11 de abril de 2013

¿Qué son los procesos cognitivos del cerebro?



Desde que nacemos empezamos a aprender. Lo que vivimos va pasando a ser parte de nuestra historia y esa historia es lo que va determinando las decisiones y nuestro comportamiento en el futuro.
La historia se crea a través de nuestra memoria. La memoria son recuerdos y los recuerdos se elaboran con las sensaciones que entran por nuestros cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Las sensaciones son corrientes nerviosas que llegan a nuestro cerebro y éste las percibe y las interpreta. Así, podemos distinguir imágenes, sonidos, olores, sabores y texturas, y, además, podemos determinar si nos gustan o no mediante las experiencias, y las emociones que nos evocan.
Los recuerdos no son algo exacto sino que son pequeños fragmentos de lo que ocurrió que se acumulan en nuestro cerebro. Somos nosotros mismos los que nos encargamos de reconstruir la vivencia para darle un sentido completo a esos pequeños fragmentos que conservamos. Esa es la razón por la que cuando nos juntamos con amigos o familiares y recordamos anécdotas siempre hay puntos de desacuerdo. Los hay que no recuerdan nada, los que exageran, los que quitan importancia, los que creen recordarlo perfectamente, etc… Según cómo nos afectara emocionalmente así se fijó en nuestra memoria y construimos el recuerdo con esa importancia que tuvo para nosotros.
La manera en que construimos los recuerdos es mediante el lenguaje, los convertimos en historias. La palabra es una de las principales formas de comunicarnos, aunque no la que más utilizamos. Nos relacionamos con los demás a través de dos mecanismos: la comunicación verbal y la no verbal. La comunicación verbal es la que realizamos mediante palabras y la no verbal son los mensajes que emitimos y captamos mediante otros elementos como la postura de nuestro cuerpo, los gestos, la mirada, el aspecto físico, nuestro tono de voz e, incluso, los silencios. Se dice que, aproximadamente, la comunicación no verbal ocupa un 10% de la comunicación y la no verbal el 90%. Pero, a pesar de utilizar las palabras en un porcentaje tan pequeño son indispensables para nosotros. Apenas podríamos decir nada a otra persona si no fuésemos capaces de elaborar un mensaje con sentido lógico y pensando bien el objetivo que queremos lograr con nuestra comunicación. Si utilizamos las palabras equivocadas, aunque nuestro lenguaje corporal sea el correcto, lo que conseguiremos será contradecirnos y no nos haremos entender.
Por eso, debemos pensar antes lo que queremos transmitir. El pensamiento es lo que pasa por nuestra mente. La mayoría de la información  que pasa lo hace en forma de imágenes, sonidos y/o palabras. En nuestro pensamiento tendríamos algo así como un traductor de sensaciones, emociones, deseos, impulsos, etc. Lo que nos pasa, por dentro y por fuera, llega al pensamiento y se traduce en palabras para que lo podamos entender. ¿Cuántas veces sentimos algo y no sabemos lo que nos pasa hasta que no conseguimos describirlo? Una vez que podemos ponerle palabras, definirlo, somos capaces de entenderlo, explicárselo a los demás y actuar en consecuencia, es decir, conseguimos razonarlo. Hasta entonces parece que la intranquilidad crece dentro de nosotros. Ese traductor es el razonamiento y también modula la intensidad de todo eso que nos pasa para que no nos afecte de una forma desmesurada y lo sepamos afrontar y comunicar correctamente.
Todas estas funciones: la sensación y atención, la percepción, la memoria, el lenguaje, el pensamiento y el razonamiento es lo que denominamos los procesos cognitivos del cerebro. Es decir, son las principales funciones que desempeña nuestra mente. A simple vista parece que es algo bastante sencillo porque, a diario, realizamos con éxito estas tareas de manera automática. Pero, en realidad, cada una de ellas se compone de subprocesos que a su vez se dividen en muchos otros procesos más pequeños hasta que llegamos lo más básico de nuestra anatomía cerebral, la neurona. ¡Y ella también hace varias tareas! Pero eso es otro tema…

domingo, 6 de noviembre de 2011

Pensamiento crítico


¿Dónde quedaron aquellas clases donde las frases se representaban con letras y símbolos? Según el significado de aquellos símbolos podíamos llegar a la conclusión de si era verdad o mentira lo que analizábamos. La lógica que tan inútil nos parecía no sólo sirve para saber si Aristóteles, como todo humano, era mortal o no. Resulta que acostumbrarse a pensar de una manera lógica nos puede ayudar a ser más seguros e independientes.
Llevar a cabo un razonamiento lógico puede convertirse en algo arduo y tedioso. Pero eso sólo ocurre las primeras 5 ó 10 veces, luego sólo es difícil y, después, sale solo. El problema es precisamente éste, que es difícil de llevar a cabo porque exige mucha atención. Normalmente, no estamos tan interesados en todo lo que leemos o escuchamos como para hacer un análisis pormenorizado. Escuchamos o leemos por encima y nos hacemos una idea vaga. Así, nuestro cerebro va perdiendo práctica y cada vez da más pereza fijarse bien en lo que nos cuentan. Como al final lo que buscamos es la comodidad, esperamos que otros lo hagan por nosotros o depositamos nuestra confianza en los demás por razones más sentimentales o culturales que objetivas.
Normalmente, según nuestras preferencias o valores nos posicionamos en un lado o en otro: todo o nada, blanco o negro, izquierda o derecha, norte o sur, etc. Para infinidad de cuestiones tenemos nuestras ideas ya formadas. Pero, por un ahorro de tiempo o de esfuerzo, la mayoría de las veces nos fiamos de lo que nos dicen aquellos que consideramos afines a nosotros. Suponemos que van a defender lo que nosotros creemos y resulta que acabamos creyendo lo que ellos dicen. Es lo que nos pierde porque en esta parte entran en juego las emociones. Nos implicamos emocionalmente con lo que nos gusta (precisamente por eso nos gusta, porque nos suscita sensaciones y emociones).
Junto con la comodidad, la afectividad, es la otra gran barrera que nos impide pensar muchas veces de forma objetiva. Como nuestros sentimientos son parte de nosotros no nos pueden traicionar, con lo que podemos confiar en lo que hemos elegido. Pero en esta vida no hay nada perfecto y todo es susceptible de cambio. Paradójicamente, los seres humanos nos resistimos asombrosamente a los cambios y nos cuesta bastante esfuerzo adaptarnos.
Así, lo que nos gusta también tendrá aspectos que no nos agradan tanto y lo que no nos gusta es posible que tenga algún aspecto positivo. Esto es bastante obvio y lo reconocemos aunque nos pese. Lo que no es tan obvio es cómo nos explican a nosotros los aspectos positivos y negativos de lo que se nos ofrece.
Lo primero de todo es que no hay aspectos negativos. Criticar lo que nos gusta nos puede ayudar a mejorar. Plantear alternativas o buscar lo que nos demuestre que no tenemos razón sirve para persistir en nuestra búsqueda de lo que realmente es válido para nosotros. Tendremos la seguridad de que lo es porque al indagar y comparar llegaremos a nuestras propias conclusiones. Si nos conformamos con lo primero que aparece nuestra seguridad será mucho menor.
Lo siguiente es que los adjetivos calificativos son las palabras que ocupan la mayor parte del discurso. Para aquello que defendemos serán adjetivos extremadamente agradables y positivos mientras que aquello que rechazamos recibirá adjetivos que reflejen desprecio y lo desvaloricen.
La guinda del pastel llega con las frases circulares como esto es bueno porque es bueno. A veces no se nota porque se emplean frases muy largas en las que la atención se pierde y son imposibles de seguir. Se convierten en una sucesión de palabras encadenadas, y adornadas de adjetivos, que no llevan a ningún lado aunque parezca que sí. Al final, encontramos una retahíla de afirmaciones sin ninguna explicación verdadera y que en la forma se parecen a una serie de argumentos.
En un principio, ponernos a pensar de una manera reflexiva sobre cualquier cosa puede dar pereza pero la práctica hace todo mucho más fácil y rápido. El esfuerzo del principio se ve recompensado cuando nos sentimos capaces de pensar por nosotros mismos. No consiste en ser desconfiado sino en aprender a entresacar las ideas con las que construir nuestro verdadero sistema de valores personales. Esto es lo que nos da independencia a cada uno. Saber que lo hemos elegido y construido libremente nos aporta la seguridad que necesitamos para llevarlo a la práctica en nuestras vidas.