El
hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Con gran decisión nos apresuramos a decir que
siempre cometemos los mismos errores. Pero, ¿cuántas veces nos hemos preguntado
de qué forma somos capaces de aprender? Consideramos que cualquier ocasión es
buena y que de todo se puede sacar algo pero quizá nos cueste darnos cuenta de
los mecanismos por los cuales aprendemos.
Desde que nacemos estamos aprendiendo.
Cuando somos bebés y lloramos acude alguien para ver qué nos pasa. Lo que al
principio es mecanismo de supervivencia, inconsciente, se convierte en una
respuesta voluntaria que utilizamos como reclamo para llamar la atención de
nuestros cuidadores. Acabamos estableciendo una asociación: “si lloramos acudirá
alguien”. Parece que siendo tan pequeños no podemos aprender porque no somos
conscientes de lo que hacemos. Por ese mismo razonamiento los peces de una
pecera tampoco se acercarían a la superficie del agua cuando ven a la persona
que les trae comida habitualmente.
Otro mecanismo del que nos valemos para
resolver cuestiones un poco más complejas es lo que llamamos ensayo-error. Así es como conseguimos
hacer y terminar los rompecabezas. Vamos probando cómo encajan las piezas y qué
lugar les corresponde. A veces nos equivocamos y tenemos que volver a empezar o
deshacer una buena parte. Ante problemas cuya solución desconocemos no tenemos
más remedio que probar alternativas para ir acercándonos a la solución más
aceptable. Así, también, es como aprendemos a hablar.
¿Cómo aprendemos a atarnos los cordones
de los zapatos, a montar en bicicleta o a nadar? Pasamos de tenerlo todo hecho
a tener que terminar nosotros la lazada y, finalmente, a arreglárnoslas solos
cuando se nos desataban los cordones en el colegio. Recordemos cómo nuestra
bicicleta volaba mientras nos
agarraban el sillín y cómo empezaba a tambalearse hasta caernos (o casi) cuando
nos soltaban. De repente, un día fuimos capaces de recorrer solos un buen
trecho sin caernos y, al día siguiente, ya no necesitábamos a nadie para
subirnos, arrancar, y volar con
nuestra bicicleta.
Una forma muy sencilla pero que a veces
se nos resiste son las instrucciones. Cuando queremos cocinar un plato especial
normalmente cogemos el libro de recetas o la chuleta con la receta que nos ha
pasado un amigo o nuestra madre o abuela. Al principio, es posible que no nos
quede muy bien porque el hecho de seguir instrucciones parece que se nos
resiste un poco. Bien por impaciencia o bien por despiste nos saltamos un paso,
confundimos cantidades o mezclamos lo que no es. Pero, al cabo de unas cuantas
veces, ya no necesitamos mirar la chuleta
y nos sale sabrosísima sin tener que consultar la receta. Si este ejemplo no
nos sirve pensemos en las ocasiones que tenemos que montar un mueble. Cuando
aprendemos a conducir ocurre lo mismo; pasamos de estar pendientes de cada paso
a ir automatizando cada movimiento hasta que logramos hacer un montón de
movimientos a la vez sin darnos cuenta.
Del que nos olvidamos la mayoría de las
veces es de la imitación. Digo que nos olvidamos porque muchas veces no somos
ni siquiera conscientes de que alguien se fija en nosotros y nos toma como
ejemplo. Es por eso que nos escandalizamos cuando oímos decir una palabra
malsonante o soez a un niño que apenas sabe hablar. Inmediatamente alguien dice
la consabida frase “¡a quién se lo habrá
oído decir!”. Por lo general, solemos imitar o tomar como ejemplo a alguien
que consideramos importante pero en cualquier momento podemos imitar
determinado gesto, expresión, forma de actuar, etc. que nos parece interesante.
Incluso, viendo a otros, podemos darnos cuenta de lo que no debemos hacer. De
ahí la importancia de controlar lo que ven los niños en la televisión ya que no
siempre ofrecen buenos comportamientos a seguir. Aunque nosotros sepamos
discernir entre lo que se debe o no hacer, un niño no siempre comprende lo que
está bien y lo que no.
Sin embargo, para que todos estos
mecanismos se consoliden necesitan un paso más. Para que distingamos qué es lo
correcto o bien, para que repitamos y consolidemos lo aprendido es necesario
que percibamos unas consecuencias. Si obtenemos un beneficio, es decir, existe
una consecuencia positiva para nosotros, repetiremos el mismo comportamiento en
futuras ocasiones. En cambio, si salimos perjudicados u obtenemos unas
consecuencias que consideramos negativas no volveremos a repetir lo mismo en lo
sucesivo.
Después de ver las múltiples
oportunidades y formas que tenemos para aprender sí cabe preguntarse:
¿Cómo
es posible que el hombre sea el único animal que tropieza dos veces con la
misma piedra?
Hola Bea, aunque ultimamente apenas entro en internet que sepas que sigo leyendo tus articulos y publicaciones. Me parecen muy interesantes. Te añado a mis blogs para seguirte sin necesidad de redes sociales, un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu apoyo, Oso de Cromañón.
ResponderEliminar¡Un abrazo para ti también!