martes, 27 de septiembre de 2011

De qué manera aprendemos


El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Con gran decisión nos apresuramos a decir que siempre cometemos los mismos errores. Pero, ¿cuántas veces nos hemos preguntado de qué forma somos capaces de aprender? Consideramos que cualquier ocasión es buena y que de todo se puede sacar algo pero quizá nos cueste darnos cuenta de los mecanismos por los cuales aprendemos.
Desde que nacemos estamos aprendiendo. Cuando somos bebés y lloramos acude alguien para ver qué nos pasa. Lo que al principio es mecanismo de supervivencia, inconsciente, se convierte en una respuesta voluntaria que utilizamos como reclamo para llamar la atención de nuestros cuidadores. Acabamos estableciendo una asociación: “si lloramos acudirá alguien”. Parece que siendo tan pequeños no podemos aprender porque no somos conscientes de lo que hacemos. Por ese mismo razonamiento los peces de una pecera tampoco se acercarían a la superficie del agua cuando ven a la persona que les trae comida habitualmente.
Otro mecanismo del que nos valemos para resolver cuestiones un poco más complejas es lo que llamamos ensayo-error. Así es como conseguimos hacer y terminar los rompecabezas. Vamos probando cómo encajan las piezas y qué lugar les corresponde. A veces nos equivocamos y tenemos que volver a empezar o deshacer una buena parte. Ante problemas cuya solución desconocemos no tenemos más remedio que probar alternativas para ir acercándonos a la solución más aceptable. Así, también, es como aprendemos a hablar.
¿Cómo aprendemos a atarnos los cordones de los zapatos, a montar en bicicleta o a nadar? Pasamos de tenerlo todo hecho a tener que terminar nosotros la lazada y, finalmente, a arreglárnoslas solos cuando se nos desataban los cordones en el colegio. Recordemos cómo nuestra bicicleta volaba mientras nos agarraban el sillín y cómo empezaba a tambalearse hasta caernos (o casi) cuando nos soltaban. De repente, un día fuimos capaces de recorrer solos un buen trecho sin caernos y, al día siguiente, ya no necesitábamos a nadie para subirnos, arrancar, y volar con nuestra bicicleta.
Una forma muy sencilla pero que a veces se nos resiste son las instrucciones. Cuando queremos cocinar un plato especial normalmente cogemos el libro de recetas o la chuleta con la receta que nos ha pasado un amigo o nuestra madre o abuela. Al principio, es posible que no nos quede muy bien porque el hecho de seguir instrucciones parece que se nos resiste un poco. Bien por impaciencia o bien por despiste nos saltamos un paso, confundimos cantidades o mezclamos lo que no es. Pero, al cabo de unas cuantas veces, ya no necesitamos mirar la chuleta y nos sale sabrosísima sin tener que consultar la receta. Si este ejemplo no nos sirve pensemos en las ocasiones que tenemos que montar un mueble. Cuando aprendemos a conducir ocurre lo mismo; pasamos de estar pendientes de cada paso a ir automatizando cada movimiento hasta que logramos hacer un montón de movimientos a la vez sin darnos cuenta.
Del que nos olvidamos la mayoría de las veces es de la imitación. Digo que nos olvidamos porque muchas veces no somos ni siquiera conscientes de que alguien se fija en nosotros y nos toma como ejemplo. Es por eso que nos escandalizamos cuando oímos decir una palabra malsonante o soez a un niño que apenas sabe hablar. Inmediatamente alguien dice la consabida frase “¡a quién se lo habrá oído decir!”. Por lo general, solemos imitar o tomar como ejemplo a alguien que consideramos importante pero en cualquier momento podemos imitar determinado gesto, expresión, forma de actuar, etc. que nos parece interesante. Incluso, viendo a otros, podemos darnos cuenta de lo que no debemos hacer. De ahí la importancia de controlar lo que ven los niños en la televisión ya que no siempre ofrecen buenos comportamientos a seguir. Aunque nosotros sepamos discernir entre lo que se debe o no hacer, un niño no siempre comprende lo que está bien y lo que no.
Sin embargo, para que todos estos mecanismos se consoliden necesitan un paso más. Para que distingamos qué es lo correcto o bien, para que repitamos y consolidemos lo aprendido es necesario que percibamos unas consecuencias. Si obtenemos un beneficio, es decir, existe una consecuencia positiva para nosotros, repetiremos el mismo comportamiento en futuras ocasiones. En cambio, si salimos perjudicados u obtenemos unas consecuencias que consideramos negativas no volveremos a repetir lo mismo en lo sucesivo.
Después de ver las múltiples oportunidades y formas que tenemos para aprender sí cabe preguntarse:
¿Cómo es posible que el hombre sea el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra?

2 comentarios:

  1. Hola Bea, aunque ultimamente apenas entro en internet que sepas que sigo leyendo tus articulos y publicaciones. Me parecen muy interesantes. Te añado a mis blogs para seguirte sin necesidad de redes sociales, un abrazo!

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  2. Muchas gracias por tu apoyo, Oso de Cromañón.
    ¡Un abrazo para ti también!

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