domingo, 9 de octubre de 2011

La necesidad del cambio


Al escuchar dejamos de ser lo que éramos. ¡Qué tontería! Si cuando escucho algo sigo siendo la misma persona, no me he convertido en nada raro. ¿De verdad seguimos siendo el mismo que escasos segundos antes? ¿Acaso no reflexionamos sobre lo que acabamos de escuchar? ¿Ni siquiera nos planteamos si es verdad o mentira? Aquello que no conocemos no nos duele ni nos crea ninguna opinión. En cambio, lo que conocemos nos enriquece y nos complementa, ya sea para contárselo a nuestros amigos como una mera anécdota ya sea para llevarnos un desengaño y perder la ingenuidad.
Javier Marías dijo de una forma bonita que las palabras hacen que nuestras conexiones neuronales se modifiquen. Pero no sólo al escuchar, también cuando hablamos, miramos, tocamos o, en una palabra, sentimos. Y es la interacción con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea la causante de los cambios que sufrimos. Digo sufrimos de manera intencionada porque ¿quién no sufre con los cambios? A todos nos cuestan y perturban en mayor o menor grado; ya sea al principio, durante o al final del proceso. La manera en que nos afectan tiene que ver con nuestra propia percepción y, ésta, determina nuestra historia personal. La interpretación que hacemos nos ayuda a que el resultado sea satisfactorio o nos tenga dando vueltas alrededor del mismo tema y alargando esa experiencia de cambio. Curiosamente, quienes menos toleran los cambios son aquellos que más alargan este proceso. Ése es uno de los motivos por los que las situaciones de transición se vuelven tan desagradables para las personas. Alargar una experiencia desagradable hace que se convierta en más desagradable aún. A su vez, esto hace que la próxima vez que nos tengamos que enfrentar a una situación parecida la percibamos también como algo negativo. Como consecuencia, la tendencia en el futuro será evitar todo lo que nos pueda perturbar. El resultado final de esta actitud es el estancamiento y el empobrecimiento personal.
Por el contrario, aquellas personas a las que les gustan los cambios están constantemente buscando ocasiones para hacer cosas nuevas. Las expectativas son totalmente distintas y se adaptan en seguida a las nuevas condiciones. No quiere decir que no les suponga un coste pero a la larga este coste se ve más que compensado.
Es cierto que un cambio supone dejar de ser como somos puesto que para adaptarnos a algo nuevo necesitamos dejar de lado otras cosas. Con el tiempo, nos vamos cargando de recuerdos y acontecimientos que pesan en la memoria y, sobre todo, en el alma. El material que vamos acumulando puede convertirse en un lastre que nos impide avanzar o, por el contrario, puede transformarse en la energía que nos ayude a seguir nuestro camino en la vida. La decisión es nuestra.
Los seres humanos somos como un puzzle. La gran ventaja que tenemos es que nuestras piezas son flexibles y moldeables. Constantemente estamos construyendo nuestra figura particular. Como es normal, las piezas se van gastando y se van deformando por el uso y el paso del tiempo. Por eso, para seguir encajando todas las piezas que nos llegan lo que hacemos es arreglar y pulir las que aún son recuperables y sustituir las que ya son irreconocibles. ¿Por qué resulta tan obvio de esta forma y en nuestra vida cotidiana no nos damos cuenta? La respuesta es muy sencilla. Porque también intercambiamos piezas con los demás. Sin querer vamos acoplando nuestros fragmentos de la manera que nos han enseñado o hemos aprendido. Si en un determinado momento cambiamos nuestro diseño original corremos el riesgo de que quien está a nuestro alrededor no nos reconozca o, incluso, ¡ni nosotros mismos! No tiene por qué llegar a ocurrir realmente sino que sólo con imaginarlo ya nos entran escalofríos. La inseguridad nos juega malas pasadas. Somos tan dependientes de nuestro alrededor que tenemos miedo de perder lo que tanto nos ha costado conseguir: la aceptación de los otros. De repente, creemos que todo el esfuerzo no sirve de nada y mejor hubiera sido quedarnos como estábamos. ¿No será que son los demás quienes no valoran nuestro esfuerzo o se sienten amenazados o temen perdernos a nosotros pero preferimos pensar que es culpa nuestra? Esto es uno de los mayores frenos de todo ser humano, la necesidad de aceptación y el miedo a perder el cariño de los que nos rodean. No nos damos cuenta de que quienes están a nuestro lado cambian con nosotros. Lo aceptamos porque, queramos o no, es inevitable y nadie nos va a preguntar si estamos de acuerdo. ¿Acaso podemos estar de acuerdo con el envejecimiento de la piel o con la aparición de las arrugas? Pues con las neuronas ocurre lo mismo. El tiempo nos va cambiando y moldeando por dentro y por fuera. Lo que vivimos hace mella en nuestra persona. Afortunadamente, gracias a la experiencia y a los cambios que la acompañan aprendemos a vivir mejor y más felices.

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