Al escuchar dejamos de ser lo que éramos.
¡Qué tontería! Si cuando escucho algo sigo siendo la misma persona, no me he
convertido en nada raro. ¿De verdad seguimos siendo el mismo que escasos
segundos antes? ¿Acaso no reflexionamos sobre lo que acabamos de escuchar? ¿Ni
siquiera nos planteamos si es verdad o mentira? Aquello que no conocemos no nos
duele ni nos crea ninguna opinión. En cambio, lo que conocemos nos enriquece y
nos complementa, ya sea para contárselo a nuestros amigos como una mera
anécdota ya sea para llevarnos un desengaño y perder la ingenuidad.
Javier Marías
dijo de una forma bonita que las palabras hacen que nuestras conexiones
neuronales se modifiquen. Pero no sólo al escuchar, también cuando hablamos,
miramos, tocamos o, en una palabra, sentimos. Y es la interacción con nosotros
mismos y con el mundo que nos rodea la causante de los cambios que sufrimos. Digo sufrimos de manera
intencionada porque ¿quién no sufre con los cambios? A todos nos cuestan y
perturban en mayor o menor grado; ya sea al principio, durante o al final del
proceso. La manera en que nos afectan tiene que ver con nuestra propia
percepción y, ésta, determina nuestra historia personal. La interpretación que
hacemos nos ayuda a que el resultado sea satisfactorio o nos tenga dando
vueltas alrededor del mismo tema y alargando esa experiencia de cambio. Curiosamente,
quienes menos toleran los cambios son aquellos que más alargan este proceso. Ése
es uno de los motivos por los que las situaciones de transición se vuelven tan
desagradables para las personas. Alargar una experiencia desagradable hace que
se convierta en más desagradable aún. A su vez, esto hace que la próxima vez
que nos tengamos que enfrentar a una situación parecida la percibamos también
como algo negativo. Como consecuencia, la tendencia en el futuro será evitar
todo lo que nos pueda perturbar. El resultado final de esta actitud es el
estancamiento y el empobrecimiento personal.
Por el
contrario, aquellas personas a las que les gustan los cambios están
constantemente buscando ocasiones para hacer cosas nuevas. Las expectativas son
totalmente distintas y se adaptan en seguida a las nuevas condiciones. No
quiere decir que no les suponga un coste pero a la larga este coste se ve más
que compensado.
Es cierto que
un cambio supone dejar de ser como somos puesto que para adaptarnos a algo
nuevo necesitamos dejar de lado otras cosas. Con el tiempo, nos vamos cargando
de recuerdos y acontecimientos que pesan en la memoria y, sobre todo, en el alma.
El material que vamos acumulando puede convertirse en un lastre que nos impide
avanzar o, por el contrario, puede transformarse en la energía que nos ayude a
seguir nuestro camino en la vida. La decisión es nuestra.
Los seres
humanos somos como un puzzle. La gran ventaja que tenemos es que nuestras
piezas son flexibles y moldeables. Constantemente estamos construyendo nuestra
figura particular. Como es normal, las piezas se van gastando y se van
deformando por el uso y el paso del tiempo. Por eso, para seguir encajando
todas las piezas que nos llegan lo que hacemos es arreglar y pulir las que aún
son recuperables y sustituir las que ya son irreconocibles. ¿Por qué resulta
tan obvio de esta forma y en nuestra vida cotidiana no nos damos cuenta? La
respuesta es muy sencilla. Porque también intercambiamos piezas con los demás.
Sin querer vamos acoplando nuestros fragmentos de la manera que nos han
enseñado o hemos aprendido. Si en un determinado momento cambiamos nuestro
diseño original corremos el riesgo de que quien está a nuestro alrededor no nos
reconozca o, incluso, ¡ni nosotros mismos! No tiene por qué llegar a ocurrir
realmente sino que sólo con imaginarlo ya nos entran escalofríos. La
inseguridad nos juega malas pasadas. Somos tan dependientes de nuestro
alrededor que tenemos miedo de perder lo que tanto nos ha costado conseguir:
la aceptación de los otros. De repente, creemos que todo el esfuerzo no sirve
de nada y mejor hubiera sido quedarnos como estábamos. ¿No será que son los
demás quienes no valoran nuestro esfuerzo o se sienten amenazados o temen
perdernos a nosotros pero preferimos pensar que es culpa nuestra? Esto es uno
de los mayores frenos de todo ser humano, la necesidad de aceptación y el miedo
a perder el cariño de los que nos rodean. No nos damos cuenta de que quienes están
a nuestro lado cambian con nosotros. Lo aceptamos porque, queramos o no, es
inevitable y nadie nos va a preguntar si estamos de acuerdo. ¿Acaso podemos
estar de acuerdo con el envejecimiento de la piel o con la aparición de las
arrugas? Pues con las neuronas ocurre lo mismo. El tiempo nos va cambiando y
moldeando por dentro y por fuera. Lo que vivimos hace mella en nuestra persona.
Afortunadamente, gracias a la experiencia y a los cambios que la acompañan
aprendemos a vivir mejor y más felices.
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