¿Realmente
somos quienes decimos? Nuestra identidad virtual no tiene por qué ser
la misma que nuestra identidad en la vida real. El mundo virtual tiene
unas características completamente distintas a las del mundo físico.
En
el mundo físico nos relacionamos con personas que están presentes en el
mismo lugar que nosotros pero en el mundo virtual podemos contactar con
cualquier persona del mundo que tenga internet.
Cada
uno de nosotros tiene una personalidad que le distingue y le hace
único. Esta personalidad es un conjunto de rasgos que nos llevan a
comportarnos y a pensar de una determinada manera. Podríamos decir que
nuestra personalidad es cómo somos.
Además,
nuestra historia de vida, nuestras ocupaciones diarias y quienes nos
rodean son parte importante a la hora de definirnos. Todo esto, en su
conjunto, nos da un concepto de cómo y quiénes somos que es nuestra
identidad.
Sin
embargo, la identidad virtual es mucho más concreta. Se basa en
momentos particulares que son aquellos en los que estamos conectados a
la red. Así, podemos crearnos una identidad virtual que no tiene nada
que ver con nuestra personalidad ni con nuestra identidad en el mundo
físico. Esto es posible por el anonimato que da internet. Desde esta
posición podemos hacer multitud de cosas buenas y malas que no nos
atreveríamos a hacer delante de un público que puede criticarnos o que
puede enfrentarse a nosotros.
En
internet esto es distinto. Nadie tiene por qué contactar con nosotros
físicamente y podemos decir o hacer todo lo que queramos sin miedo a ser
criticados, censurados, o rechazados. Si a alguien no le gustamos es
muy posible que ni siquiera nos demos cuenta porque no se tomará la
molestia de decírnoslo y, tampoco, veremos su actitud hacia nosotros. La
vergüenza es menor pero, también, puede ser menor la moralidad.
Otro
aspecto es la disponibilidad y la cercanía de oportunidades. Podemos
utilizar internet y nuestra identidad virtual para todo lo que queramos
porque se nos ofrecen todas las posibilidades a un solo clic. Por eso,
están tan de moda las redes sociales como Linkedin, Twitter, Google+, Facebook, Badoo,
etc. Estas plataformas se utilizan, especialmente, para hacer contactos
profesionales, buscar nuevos amigos, encontrar una pareja o tener sexo
gratis (o, al menos, intentarlo).
Las
identidades virtuales tienen su origen en las comunidades online de
juegos en red o de chats y en los juegos de avatares como los Sims
en los que podíamos dotar de personalidad y de vida propia a un
personaje. Esta vida acaba siendo una expresión de cómo nos gustaría ser
y el tipo de vida que querríamos tener sin los inconvenientes que nos
encontramos en la vida real. Es el espacio donde podemos expresarnos sin
miedo y sin obstáculos.
Construirse
una identidad virtual, bien utilizada, sirve para crearnos una
reputación en la red. Esto nos sirve para dar a conocer nuestras
capacidades y promocionar lo que mejor sabemos hacer. Aunque parece
paradójico, el anonimato nos da seguridad al mostrar esta nueva
identidad virtual. Si ganamos popularidad podemos llegar a tener una
cierta relevancia en internet que, bien aprovechada, nos puede aportar
muchos beneficios.
Sobre
todo, en el ámbito laboral, lo ideal sería trasladar esta identidad y
esta reputación hacia el mundo físico. Tratar de relacionarnos de una
manera más cercana con esos contactos que hemos creado y tratar de
demostrar lo que realmente valemos.
El
riesgo que tienen las identidades virtuales es que podemos terminar por
confundir nuestra verdadera identidad y dejar de lado nuestra vida
real. Cuanto más tiempo pasamos conectados a internet menos tiempo
pasamos con las personas de carne y hueso. Y distanciarnos de nuestra
red social física supone aislarnos. Si cada vez nos separamos más puede
que provoquemos que desaparezca y en el momento que nos quedemos sin
conexión nos veamos solos en el mundo.
Lo
mejor es integrar nuestras dos identidades para sacarles el máximo
partido y construir una identidad personal que saque lo mejor de
nosotros.
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