miércoles, 18 de junio de 2014

Lo normal, lo anormal y la lucha por la aceptación.

Lo normal es aquello que no se sale de la norma. Todos podemos hacer un juicio sobre lo normal o anormal de cualquier aspecto de la vida. Sin embargo, si tuviéramos que explicar cuáles son los cánones que nos llevan a decidir sobre la normalidad o la anormalidad no lo tendríamos tan claro.
Consideramos que aquello que la mayoría de las personas considera que no es excéntrico y que es algo razonable ya es normal y, por ende, lo contrario es anormal. No obstante, tenemos ya mucha experiencia a lo largo de la historia de acontecimientos que la mayoría de las personas aceptó o, incluso, apoyó y no son tan ejemplares. Véase el ejemplo del régimen nazi o cualquiera de los fanatismos religiosos.
Si consideramos que la normalidad y la anormalidad son las mismas caras de la misma moneda suponemos que si se da una de las dos, la otra se descarta porque ya no es posible. Si aceptamos lo normal, rechazamos lo anormal.


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Todos sabemos qué es lo normal hasta que tenemos que definirlo. Después surgen las dudas.

Pero, ¿quién decide qué es lo que debemos aprobar y qué debemos suprimir o, incluso, castigar? Y, ¿por qué no pueden convivir los dos términos? De hecho, establecemos uno por comparación con el otro, con lo que si lo anormal no existe lo normal tampoco.
Adoptamos el rango de normalidad por comodidad para ahorrar tiempo a la hora de decidir y no tener que hacer reflexiones demasiado profundas en nuestra vida cotidiana. Pero caemos en el error de seguir guiándonos por el mismo heurístico de la normalidad en el resto de nuestra vida, tanto para lo banal como para decisiones importantes que pueden marcar nuestro futuro.
Consideramos que no podemos apartarnos del camino que sigue toda la población porque a los demás les va bien y no queremos tener problemas. Nos gustaría tener una vida fácil y ser capaces de resolver los problemas puntuales que nos van surgiendo, sin buscar complicaciones superfluas.
Además, así nos olvidamos de tener que dar explicaciones y justificar nuestro comportamiento en todo momento. Tenemos la aceptación social ganada de antemano y no nos vemos obligados a vivir permanentemente en lucha por nuestros derechos.
Suponemos, que si nos alejamos de la vida difícil, nos ahorraremos muchos disgustos. Pero lo que no pensamos es si realmente seremos felices. Tanto nos esforzamos por tener una vida prototipo y supuestamente fácil que esta lucha incesante nos puede causar una gran infelicidad.


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Lo normal no tiene por qué ser lo mejor, intentar ser normales nos puede hacer infelices.

Vivir constantemente para ajustarnos a lo que se nos exige sin darnos la libertad de plantearnos otras opciones de costumbres, de pensamiento, de trabajo, de filosofía vital, etc. hace que lleguemos a sentir un gran malestar con nosotros mismos. El miedo al rechazo hace que abandonemos ideas alternativas que nos gustarían más pero que tildamos de imposibles o alocadas.
Así que nos podemos encontrar entre la espada y la pared. Estaremos ante la disyuntiva de elegir un planteamiento que nos guste pero que suponga un rechazo por parte de nuestro entorno o, bien, adoptar una vida normal y llena de insatisfacción que nos haga sentirnos anormales dentro de los cánones imperantes. Hagamos lo que hagamos nos encontraremos en una situación que conllevará riesgos para nuestra propia tranquilidad porque todo tiene sus ventajas y sus desventajas y, cada decisión, supone una renuncia a la parte fácil de las otras opciones.
De cualquiera de las dos maneras nos encontraremos con la obligación de elegir y no podremos librarnos de desafiar la normalidad y la aceptación o renunciar a nuestro bienestar. Por eso, ante lo inevitable de la lucha por el respeto de nuestras propias decisiones nos aportará más satisfacción elegir libremente aquello que más nos guste. No olvidemos que somos nosotros quienes vamos a vivir nuestra propia vida de principio a fin y quienes nos rodean son sólo meros espectadores que juzgan lo que ven pero no pueden sentir nuestras experiencias.

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