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jueves, 13 de junio de 2013

La agresividad



La agresividad va ligada al instinto de supervivencia. Se trata de una serie de conductas impulsivas que aparecen ante una amenaza real o imaginaria. Por lo general, la agresividad es más intensa en el sexo masculino por cuestiones físicas y evolutivas. Desde la prehistoria y, debido a su supremacía física, el hombre es quien ha defendido al grupo para que las mujeres pudiesen criar a sus hijos y asegurar así la supervivencia de la especie.
Cuando el hombre domesticó a algunos animales y logró construir armas y refugios dejó de estar indefenso ante los depredadores, que eran la principal amenaza. Pero la agresividad seguía formando parte del ser humano y el objetivo ya no fue defenderse de los animales sino de los propios congéneres.
A lo largo de la historia se han sucedido las luchas entre clanes y las guerras entre pueblos o países. La forma de solucionar los conflictos individuales han sido las peleas y/o los duelos y las guerras a gran escala. Sin embargo, la historia ha demostrado que no ganaba el más fuerte sino que los mejores guerreros fueron los que utilizaban estrategias muy elaboradas como en el caso de los griegos o los romanos.
En la actualidad, ya no tenemos amenazas que afecten directamente a nuestra supervivencia y eso nos ha ayudado a desarrollar otra mentalidad más altruista. Sin embargo, y a pesar de que está comprobado que ya no resulta efectivo, aún seguimos usando la agresividad y la lucha para resolver conflictos. Los países que realmente están en conflicto tienen su origen en las diferencias de etnia, religión, cultura, etc. y su comportamiento estaría ligado al instinto de supervivencia. En cambio, el resto de países, los que inventan las guerras en territorios ajenos, tienen otros objetivos que enmascaran bajo el telón de la agresividad para demostrar su hegemonía. Pero nada más lejos de la realidad, la inteligencia que subyace a estos planes es lo que les da la verdadera superioridad. Casualmente, estos conflictos inventados se generan en lugares desprotegidos en los que la lucha por la supervivencia aún está muy marcada y los valores culturales se apoyan en una moral no demasiado desarrollada. De esta manera, sin darnos cuenta, todos justificamos las intervenciones militares.
Fue el psicólogo Lawrence Kohlberg quien planteó que los humanos pasábamos por varias etapas en nuestro desarrollo moral. Estas etapas partían de una moral incipiente en el que se juzga a los buenos y a los malos en función de la obediencia y el ojo por ojo, pasando por la conveniencia de dar buena imagen y ajustarse a las normas sociales hasta llegar al nivel más desarrollado en el que se cuestionan esas normas sociales para acercarse a valores universales como los planteados en los derechos humanos.
El altruismo y la cooperación son la alternativa más eficaz para resolver los conflictos y revelan un estadio de desarrollo moral mucho más avanzado. No se pone en riesgo la integridad y ayuda a optimizar los recursos económicos y humanos sin necesidad de buscar la restauración del orgullo perdido, la venganza ni el rencor.
La agresividad refuerza el resentimiento y forma una espiral en la que la violencia va subiendo de intensidad hasta entrar en un círculo difícil de romper. Lejos de resolver ningún conflicto estos se acrecientan.
El hecho de buscar una solución conjunta y colaborativa que beneficie a todas las partes al máximo posible contribuye a crecer como personas, a superar retos y a sentirnos más seguras y satisfechas y, consecuentemente, hablando en términos evolutivos, protege y perpetúa la especie.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Cómo evitar los celos entre hermanos



Los celos entre hermanos se dan con mucha frecuencia cuando son pequeños y, sobre todo, cuanto menor es la diferencia de edad. Con el paso del tiempo puede convertirse en una mala relación que distancie a estas personas de forma inevitable. El remedio se ha de poner desde el principio fomentando una buena relación fraternal. Esto se logra cuando los niños perciben cariño incondicional por parte de los padres. Así se sentirán seguros, verán que todos tienen su sitio en la familia y, ellos mismos, afianzarán la relación con su o sus hermanos.
El niño que aún es hijo único vive en una vida idílica con sus padres. Todo es atención y cuidado las veinticuatro horas del día en exclusiva para el pequeño. Además, hay que añadir la experiencia de ser padre primerizo. La atención es mucho mayor ya que constantemente están aprendiendo y permanecen mucho más alerta por lo que pueda pasar. El niño vive en un mundo perfecto.
De repente, un ser extraño irrumpe en su armonía. No entiende por qué tiene que venir otro bebé al que cuidar si para eso ya está él. Puede que se plantee si es que no ha sido bueno y ya no le quieren o pretenden cambiarlo por otro. A menos que le expliquen la situación, el pequeño puede imaginar unos cuantos argumentos en los que siempre saldrá mal parado.
Cuando ya ha nacido el bebé la atención se desplaza radicalmente porque exige cuidados inmediatos y con mucha frecuencia. El mayor verá que no capta tanta atención y se sentirá inseguro. Su puesto privilegiado peligra por la llegada del extraño. No es raro que, entonces, los pequeños se comporten de forma inesperada. Se dedicarán a hacer más trastadas, llorarán más y cualquier clase de artimaña con la que consigan llamar la atención de sus progenitores. Es un intento de recuperar su lugar. Además, verá que el resto de los familiares visitará al recién llegado y sólo tendrán ojos para el nuevo. Las carantoñas y monerías ya no son para él, que siempre ha estado ahí. Se sentirá desplazado y pensará que le han olvidado. Le tratarán como si ya no fuera tan niño y le dirán que ahora debe cuidar de su hermano por ser el mayor. Pero cuando pida que se lo dejen coger todos dirán que es muy pequeño y que le puede hacer daño. Entonces, el desconcierto del niño es mayor aún. “¿En qué quedamos: soy mayor o soy pequeño?”
Los celos son una emoción normal que no debe ir más allá de algo puntual que deben superar. Los niños deben sentirse seguros, integrados y acogidos para poder afrontar la situación. El primer paso, es explicar la llegada del nuevo miembro de la familia como una buena noticia para todos, incluso, para el pequeño. Resaltar todas las ventajas que va a tener para él. Después, es necesario que entienda cómo será el embarazo y que, mientras tanto, habrá que preparar su llegada para que esté todo listo como cuando él llegó. Es muy útil contarle historias de cómo fue en su caso para que entienda que todos esos cuidados también se tuvieron con él, aunque no lo recuerde. Y, por último, y no menos importante, pedir su colaboración. Integrarle en el proceso de los preparativos. Pedirle opinión y ayuda para que sienta que cuentan con él. Cuando ya haya nacido el hermano pequeño, muchas veces tomará la iniciativa y querrá cogerle, darle de comer, limpiarle, etc. Se puede dejar que se acerque y que tome parte en las actividades pidiéndole que haga cosas que estén en su mano o enseñarle cómo se hace. Dejar que realice actividades de este tipo, aunque sean casi de forma ficticia, le harán sentirse útil e importante en la familia.
Al involucrarle, no verá a su nuevo hermano como un extraño sino alguien que va a venir para quererle, ser su amigo, jugar con él y con quien compartir una vida. De esta forma se asentarán las bases para la relación futura puesto que se sembrará la semilla de la protección y el cariño. Se trata de transformar la competición que lleva al distanciamiento en cooperación que lleve a la unión.