miércoles, 10 de septiembre de 2014

Divorcio y separación en la pareja (I): cuando llega el momento

Las vacaciones son una época clave en la vida de muchas parejas. Después de todo el año manteniendo una vida ajetreada y sin tiempo apenas para compartir con la pareja llegan las vacaciones.
Algunas veces son momentos de reencuentro y otras de despedida. El reencuentro viene cuando la pareja ha sido capaz de compaginar su día a día con el de su pareja a pesar de la incompatibilidad de horarios, el volumen de trabajo, el estrés, etc.
La despedida llega cuando algo en la pareja no está bien desde hace tiempo. La inercia hace que la vida sea cómoda pero no se disfruta con tiempo en común a pesar de la disponibilidad. La separación ya se está fraguando de una manera indirecta porque no apetece compartir nada con el otro. La distancia es un hecho pero se disimula en la cotidianeidad. Cada miembro de la pareja ha aprendido a tener su propia vida y no necesita al otro más que como una especie de amuleto de seguridad que le aleja de la soledad.


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Decidir el momento de separarse es difícil porque es aceptar que nuestra relación ha fracasado.

Es en este momento cuando las vacaciones pueden convertirse en el detonante para la separación. Pasar de no compartir apenas nada a ocupar el día al completo con la otra persona que comienza a ser alguien desconocido puede convertirse en algo insostenible. La falta de comunicación y los planes particulares hacen que se produzcan incomodidades y tensiones que desembocan en discusiones sucesivas, cada vez más intensas.
En realidad, no es algo que aparezca de repente pero sí es algo que se visibiliza mejor en una época de calma porque es donde las carencias afloran. En el día a día puede que la comunicación falle porque no hay tiempo y que una parte importante la ocupen las discusiones. Solemos echar la culpa de las discusiones al estrés que sufrimos en el resto de nuestros ámbitos vitales. Sin embargo, también está la molestia de la persona con la que compartimos el espacio y nada más. Poco a poco, los defectos cobran fuerza y hacen mella en nuestro aguante. Nos irritamos más y toleramos cada vez menos la manera de ser del otro. Sólo nos fijamos en lo que nos molesta y evitamos comunicarlo por pereza y derrotismo, creyendo que ya no vale de nada intentarlo porque estamos cansados de discutir.
Con la falta de tiempo y de comunicación olvidamos la intimidad y el contacto físico con lo que la distancia aumenta y cada vez es más difícil dormir con un extraño salvo por la costumbre. A veces, incluso, buscamos la manera de evitar este contacto mediante horas extras de trabajo, ver la televisión, viajes, planes con amigos, etc.
Por otro lado, está el miedo a perder un punto de apoyo que creemos que aún tenemos. Llegar a casa y saber que alguien más está allí, o vendrá en algún momento, es un argumento muy fuerte para no sentirnos solos. La idea de que hay alguien más nos ayuda a huir de la soledad y nos impide tomar conciencia de que, en realidad, esa compañía sólo es ficticia. Es ficticia al igual que la soledad que tememos porque el vacío que nos puede dejar ya lo hemos llenado haciendo planes y ocupando nuestro tiempo libre con otras personas hasta el punto de estar en casa lo imprescindible.

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En la mayoría de las ocasiones la pareja ya se ha distanciado antes de decidir poner fin a la relación.


Con todo esto, la desconfianza y el resentimiento se van instalando en la pareja. Ver al otro tener una vida en la que no se nos incluye supone asumir que algo no va bien y buscar culpables a nuestro alrededor. Puede que nos sintamos inútiles por no saber lo que nuestra pareja necesitaba y creemos que si ha encontrado otra forma de sentirse bien sin nosotros es porque sobramos. Asumir el fracaso es doloroso; buscamos alguna justificación de nuestros actos sin darnos cuenta de que el distanciamiento ha sido mutuo y se ha ido agrandando con el tiempo.
Dejar de compartir intereses, tiempo y afecto hace que se sienta al otro como un extraño. Añadir a esto la desconfianza y, en muchos casos, la envidia por ver que el otro sigue su vida sin detenerse a esperarnos hace que nuestro enfado se proyecte en nuestra pareja arremetiendo contra esa persona a quien llegamos a odiar y, a la vez, echamos de menos.
Cuando llega este punto, cualquier situación en la que tengamos que compartir más tiempo del deseado hará que la situación estalle y sea irremediable tomar conciencia del problema en el que nos vemos envueltos. Llega el momento de tomar una decisión: seguir intentando una solución o iniciar la separación de manera definitiva.

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