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miércoles, 9 de octubre de 2013

Soledad a pesar de estar en compañía

La soledad es un sentimiento que, a menudo, identificamos con la circunstancia de estar solos físicamente. Sin embargo, la soledad se puede sentir en una variedad de situaciones infinitas con o sin gente alrededor.
La soledad es ese sentimiento que se apodera de nosotros cuando sentimos que nuestras redes sociales, en realidad, no son de calidad o que las personas que nos rodean no satisfacen nuestras necesidades. Esas necesidades son: apoyo, complicidad, comprensión, aceptación, compañía, etc.
soledad
La soledad es un sentimiento que nos produce mucho sufrimiento.
Podemos pensar que no es tan importante tener amigos si uno sabe estar solo. No obstante, todas las personas tenemos una serie de necesidades como en su día describió el psicólogo A. Maslow. La necesidad de afiliación o de pertenencia se encuentra en el tercer nivel por detrás de las fisiológicas (comer, beber, etc.) y la necesidad de encontrar una estabilidad en nuestra vida. En este caso, la necesidad de afiliación consiste en tener una figura de apego y sentir que pertenecemos a uno o varios grupos sociales. Por eso, todos buscamos alguien en quien confiar o alguien con quien poder contar en los momentos difíciles.
Es muy común que las personas que tienen muchos conocidos a los que llaman amigos o que no les faltan acompañantes para poder hacer cualquier actividad que les apetezca en cada momento sean de las que más solas se sienten. Por un lado, muchos desarrollan una especie de hiperactividad que les lleva a estar constantemente probando actividades nuevas. Por otro lado, y relacionado con el punto anterior, están constantemente conociendo nuevos amigos. Está claro que al sumergirse en nuevos ámbitos se conoce gente nueva pero esto no es suficiente porque la sensación de insatisfacción sigue presente.
Esto no significa que no esté bien innovar, todo lo contrario. El problema es cuando esa hiperactividad se vuelve algo compulsivo que no nos deja centrarnos y que mantiene nuestra cabeza ocupada todo el tiempo para evitar que aparezca el sentimiento de soledad. En lugar de reconocerla y aprender a manejarla huimos de ella con lo que el miedo a la soledad aumenta.
Otra de las maneras en que se manifiesta la soledad es a través de la agresividad, especialmente en los jóvenes. Detrás de muchos actos vandálicos o muestras de violencia física, verbal o psicológica hacia otros o hacia uno mismo como, por ejemplo, las adicciones, se esconde este mismo sentimiento. No se trata de otra cosa más que de una llamada de atención para que le hagan caso y sentir que cuenta para alguien, aunque sea de manera negativa.
Y por último, la soledad menos deseada pero más sufrida es la que padecen los ancianos. Ya sean viudos, solteros o conserven a su pareja muchos no pueden escapar de la soledad. A esa edad su red social se ve muy mermada y en algunos casos, prácticamente se reduce a algún familiar, vecino o la pareja. Debido a los achaques, la movilidad se ve reducida y a veces se ven obligados a pasar largas temporadas sin poder salir de casa. Cuando se recuperan su estado de ánimo se ve afectado y las ganas de salir son escasas. Además, es posible que los amigos vayan falleciendo y se encuentren en la tesitura de volver a entablar los lazos de amistad con otras personas asumiendo que puede que la amistad no dure mucho tiempo.
La soledad es un sentimiento muy temido por el sufrimiento que nos puede causar. Puede conllevar que caigamos en una depresión o, por el contrario y para evitarlo, puede que acabemos desarrollando una adicción que no tiene por qué ser a sustancias psicoactivas ni alcohol (internet, compras, sexo, juego, etc.).
El sentimiento como tal no es malo siempre que sepamos afrontarlo y ponerle una solución plausible. Para ello, lo primero es conocerlo y perderle el miedo porque ciertos momentos de soledad son inevitables a lo largo de nuestra vida. Y sin miedo la vida se ve mucho más llevadera, incluso placentera.

viernes, 8 de febrero de 2013

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Carpe Diem



A lo largo de toda la historia de la humanidad es algo que siempre ha ocurrido; los tiempos cambian. Que cambien a mejor o a peor ya es otra cuestión. Pero haciendo un recorrido desde que vivíamos en las cavernas hasta ahora parece que no ha ido tan mal y que la evolución ha sido a mejor. Y es que muchas veces para ganar hay que perder. Es como tomar impulso.
Crecemos con un modelo en nuestra cabeza de cómo debería ser nuestro futuro. Ese modelo es lo que vemos en nuestros padres y en el entorno a lo largo de nuestra infancia. Lo lógico es que pensemos que nuestra vida será igual o, incluso, mejor. Creemos que lo que tenemos ya no lo vamos a perder porque consideramos que es lo normal y lo básico.
La evolución de la humanidad, en su conjunto, es exponencial y, por eso, vemos que va tan rápido y que es positiva. Lo miramos desde fuera objetivamente. En cambio, si miramos nuestra propia vida sólo vemos que va deprisa y que no es tan favorable. Esa visión de nuestra vida es subjetiva porque están implicados nuestros propios sentimientos. No es lo mismo comparar millones de años con apenas ochenta años.
La cuestión es que estamos acostumbrados a la estabilidad y a la seguridad que creíamos que disfrutaban nuestros padres con un trabajo muy duradero, si no era para toda la vida. Hemos aprendido que esa estabilidad es lo único que nos puede dar seguridad. Además, la felicidad se basaba en esta estabilidad y consistía en tener una pareja que normalmente era para siempre; un trabajo que te permitía comprarte una casa, un coche e irte de vacaciones con toda la familia;  y, una vez que ya tenemos todo esto, el orden natural sería tener hijos, los cuales irían al mismo colegio siempre, hasta el instituto, y luego a la universidad o a trabajar y seguirían una vida lineal, sin grandes cambios y sin complicaciones. Por supuesto, todo a una edad temprana porque si no se corría el riesgo de a uno se le pasara el arroz.
¿Y con qué nos encontramos ahora? Parece que la realidad actual no tiene nada que ver. Nos encontramos con la dichosa flexibilidad y capacidad de adaptación a cambios necesarios. Pero hay grandes diferencias entre los cambios necesarios. Por un lado, están aquellos a los que hay que adaptarse, como los nuevos estilos de vida, producto de una vida más longeva y de los avances y mayores comodidades de los que disfrutamos. Por otro lado, están los cambios necesarios que son necesarios para unos pocos que se lucran a nuestra costa y que no nos reportan ningún beneficio, todo lo contrario. Ejemplo de esto es la gran falacia de los recortes económicos y en derechos necesarios para superar estos tiempos de crisis. Una cosa es retroceder para coger impulso y otra es utilizar a una población a modo de cama elástica…
Una persona proyecta su futuro en función de cómo percibe el presente. Esto es que si sólo percibe lo negativo estará convencido de que su futuro será bastante negro. Actualmente el bombardeo de información que recibimos se dirige en esa línea con lo que al final nos lo acabamos creyendo sin darnos cuenta de que a algunos les está yendo muy bien. Todo es relativo y, quizá, sería mejor que en este caso nos miráramos a nosotros mismos y viésemos cómo es nuestra situación en realidad. En la vida siempre hay problemas pero también les acompañan otros aspectos o sucesos buenos. Si nos dejamos llevar por lo que nos cuentan dejaremos de sentir y de vivir nuestra propia vida para estar a expensas de la corriente dominante.
Los días pasan sin que al tiempo le importe cómo estamos, qué es lo que nos preocupa o lo que hacemos. Nos agobiamos demasiado pensando en un futuro que percibimos de una manera irreal por la subjetividad que conlleva la imaginación. Y la mayoría de las veces nos olvidamos de plantearnos soluciones y planes alternativos para cambiar y mejorar ese futuro que vemos tan negro. Sólo nos dejamos llevar.
¿Qué es lo que ocurrirá cuando ya no tengamos tiempo y estemos cansados para comenzar algo nuevo? Echaremos la vista atrás y nos arrepentiremos de no haber dedicado más tiempo a los amigos, a la pareja, a la familia y a todo lo que verdaderamente nos importaba. Descubriremos entonces que lo importante no era la prima de riesgo, ni los teje manejes de esos señores que no paran de viajar de un país a otro para establecer relaciones diplomáticas. No.
Añoraremos los atardeceres en buena compañía, los abrazos sinceros y a todos aquellos que ya no están. Si hemos tenido suerte, quizá lo añoraremos desde nuestro piso en propiedad y con una cuenta bancaria que nos deje tomarnos unas buenas y largas vacaciones pero ya no podremos porque estaremos demasiado cansados o achacosos… o solos.
Y, cuando ya no estemos, ¿para qué habrá servido todo el esfuerzo dedicado a conseguir lo que no nos podemos llevar con nosotros y los sacrificios que impusimos a los demás por un futuro mejor?