¿Todos
debemos ser felices? Muchos pensarán: “Claro,
muy mal de la cabeza tienes que estar para no querer ser feliz”. En esta
afirmación estamos asumiendo que conseguir ese estado es una norma y que si no
lo queremos es que no somos normales. Por un lado, como ya dijimos en los
artículos anteriores, esa busca no debe convertirse en una obsesión que nos
provoque el efecto contrario; la infelicidad. Por otro, hemos de ser
conscientes de que las circunstancias personales de cada uno no son iguales a
las del resto. Suceden acontecimientos que necesitamos afrontar y asimilar y
puede que, durante un tiempo, no seamos capaces de sentirnos bien y no por ello
signifique que renunciamos a la felicidad.
Puede
que haya épocas en nuestra vida en las que nos sentimos tranquilos y a gusto
con nosotros pero quizá nos encontremos un poco apáticos porque algo nos falta
en nuestra existencia. No sentirnos felices no significa ser infelices. Existe
una gama muy amplia con distintas intensidades de este estado anímico, no
siempre tenemos por qué estar en el punto máximo positivo.
Y,
por último, lo que para uno es tener todos los elementos para conseguirlo para
otro puede ser no tener nada porque no le sirven o no lo valora de la misma
manera. La propia percepción es única y, como tal, es completamente respetable.
Quizá
un pequeño fallo que cometemos todos es el intentar ver la felicidad como una
meta que conseguiremos antes o después. ¿Qué hay durante ese tiempo en que
permanecemos recorriendo el camino? ¿Acaso tenemos prohibido el ser felices o
no estamos capacitados para serlo? Nada más allá de la realidad. Sin darnos
cuenta, entramos en una contradicción. Queremos recorrer muy rápido el camino y
ser felices a toda costa y cuanto antes para no pasarlo mal y, sin embargo,
aplazamos el momento de llegar a ese estado porque lo vemos como un objetivo
por alcanzar.
¿Y
si nos olvidásemos de llegar a un fin y nos centráramos en el proceso? No podemos
comparar nuestra felicidad con una carrera en la que lo importante es llegar a
la meta lo más rápido posible porque en realidad esa carrera es nuestra vida.
Lo que hacemos es vivirla a toda prisa pensando que lo actual no es lo
importante porque lo bueno está más allá; lo
bueno está por venir, como solemos decir. Sin darnos cuenta, el tiempo va
pasando y en lugar de disfrutar del trayecto, de todo lo que lo rodea y de
quienes nos acompañan lo despreciamos anhelando esa idea turbia y utópica que
nunca cumplirá con nuestras exigencias hasta que echemos la vista atrás y
veamos “lo buenos que fueron aquellos
tiempos”.
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