Debido
a la falta de trabajo muchas personas deciden abandonar sus hogares y lanzarse
a la aventura. Muchas de estas personas ya tenían su familia o una pareja con
la que habían hecho planes. Ante estas circunstancias y ante la necesidad de
tomar la decisión surgen las dudas. Las dudas comunes de si se volverá al
antiguo hogar alguna vez, dudas de si habrá que volver a marcharse o si el
nuevo asentamiento gustará o no.
Pero,
también, surgen dudas de otro tipo. ¿A dónde vamos? ¿Vienes conmigo o voy solo
(o sola)? Las cosas ya no son como hace algunas décadas en las que sólo
trabajaba el hombre y la mujer se quedaba en casa haciendo sus labores. Ahora
las mujeres también tienen otras aspiraciones. Quieren ser algo en la vida que
las satisfaga y no sólo que agrade a su pareja. Tienen expectativas laborales y
buscan un reconocimiento fuera de su casa.
Es
en este punto donde llegan las dudas más importantes. Porque marcharse del
lugar donde hemos construido nuestra vida significa renunciar a muchas cosas, a
personas importantes pero, también, a un estilo o un ritmo de vida.
Habitualmente, cuando se toma la decisión de emigrar es porque ninguno de los
miembros de la pareja o de la familia tiene trabajo o el que tienen es muy inestable
e insuficiente para vivir.
Cuando
se trata de una pareja, al empezar de cero siempre hay uno que prosperará más
que otro y esto significa que el otro miembro ha de renunciar a sus objetivos
tal y como se los había planteado. Quizá tenga que replanteárselos, aplazarlos
o eliminarlos de su mente, según las circunstancias. Pero la renuncia por parte
de uno significa que los dos renuncian en la pareja puesto que los planes
futuros ya no van a ser igual que antes para nadie. Probablemente, durante un
tiempo se tenga que vivir con un único sueldo, no muy abundante, el otro
tratará de conseguir sus objetivos sin abandonarlos pero si no consigue nada
irá rebajando sus exigencias hasta conformarse con encontrar algo, lo que sea.
En
nuestro país, por lo general y visto lo poco que hemos avanzado en este aspecto,
quien encuentra antes su empleo o, al menos, mejor pagado suele ser el hombre. Con lo que la mujer seguirá
acumulando tiempo desempleada y perdiendo oportunidades de ampliar su
experiencia profesional por el hecho de ser mujer y por el hecho de ganar
menos. Eso significa que cuando haya que volver a partir por cuestiones de
trabajo será ella quien le siga a él porque será por el bien de los dos.
Y
después, ¿qué? ¿Tranquilidad? ¿Estabilidad? Incertidumbre seguirá habiendo
incertidumbre porque nunca se sabe cuándo cambiarán las cosas. Así pues,
presumiblemente, la pareja sin hijos seguirá sin tenerlos por falta de recursos
económicos, por falta de estabilidad en su vida o por miedo a que la madre
pierda el trabajo que tanto le ha costado conseguir.
Porque
seguimos viviendo en una sociedad en la que se despide a las mujeres
embarazadas (antes o después de dar a luz) de forma prácticamente gratuita y
porque, si siguen trabajando, terminarán por solicitar una excedencia para el
cuidado de sus hijos ya que el irrisorio permiso de paternidad no permite que
los hijos sean criados a tiempo completo por sus progenitores al menos durante
su primer año de vida. Las mujeres, tras el período de baja maternal y el permiso
para la lactancia tenderán a solicitar la excedencia asumiendo que será muy
difícil volver a incorporarse a su puesto de trabajo, si es que aún lo
mantienen.
Renunciar
a muchas alternativas en la vida por elegir un camino es algo inevitable pero
que quienes tengan que renunciar siempre sean las mismas significa que algo no
está bien en esta nuestra sociedad tan “tradicional-mente” española.
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