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viernes, 23 de agosto de 2013

La utopía de la felicidad es la infelicidad: III (¿El derecho o la obligación de ser feliz?)



¿Todos debemos ser felices? Muchos pensarán: “Claro, muy mal de la cabeza tienes que estar para no querer ser feliz”. En esta afirmación estamos asumiendo que conseguir ese estado es una norma y que si no lo queremos es que no somos normales. Por un lado, como ya dijimos en los artículos anteriores, esa busca no debe convertirse en una obsesión que nos provoque el efecto contrario; la infelicidad. Por otro, hemos de ser conscientes de que las circunstancias personales de cada uno no son iguales a las del resto. Suceden acontecimientos que necesitamos afrontar y asimilar y puede que, durante un tiempo, no seamos capaces de sentirnos bien y no por ello signifique que renunciamos a la felicidad.
Puede que haya épocas en nuestra vida en las que nos sentimos tranquilos y a gusto con nosotros pero quizá nos encontremos un poco apáticos porque algo nos falta en nuestra existencia. No sentirnos felices no significa ser infelices. Existe una gama muy amplia con distintas intensidades de este estado anímico, no siempre tenemos por qué estar en el punto máximo positivo.
Y, por último, lo que para uno es tener todos los elementos para conseguirlo para otro puede ser no tener nada porque no le sirven o no lo valora de la misma manera. La propia percepción es única y, como tal, es completamente respetable.
Quizá un pequeño fallo que cometemos todos es el intentar ver la felicidad como una meta que conseguiremos antes o después. ¿Qué hay durante ese tiempo en que permanecemos recorriendo el camino? ¿Acaso tenemos prohibido el ser felices o no estamos capacitados para serlo? Nada más allá de la realidad. Sin darnos cuenta, entramos en una contradicción. Queremos recorrer muy rápido el camino y ser felices a toda costa y cuanto antes para no pasarlo mal y, sin embargo, aplazamos el momento de llegar a ese estado porque lo vemos como un objetivo por alcanzar.
¿Y si nos olvidásemos de llegar a un fin y nos centráramos en el proceso? No podemos comparar nuestra felicidad con una carrera en la que lo importante es llegar a la meta lo más rápido posible porque en realidad esa carrera es nuestra vida. Lo que hacemos es vivirla a toda prisa pensando que lo actual no es lo importante porque lo bueno está más allá; lo bueno está por venir, como solemos decir. Sin darnos cuenta, el tiempo va pasando y en lugar de disfrutar del trayecto, de todo lo que lo rodea y de quienes nos acompañan lo despreciamos anhelando esa idea turbia y utópica que nunca cumplirá con nuestras exigencias hasta que echemos la vista atrás y veamos “lo buenos que fueron aquellos tiempos”.

lunes, 5 de agosto de 2013

La utopía de la felicidad es la infelicidad: II



En el anterior artículo reflexionamos sobre una de las razones principales que nos impiden alcanzar la felicidad: nosotros mismos y nuestra propia definición del concepto.
Existe otra razón por la que nos cuesta tanto hallar la felicidad. Una vez que ya sabemos qué es lo que necesitamos o cuáles son los elementos de nuestra vida que nos hacen felices debemos enfrentarnos a la sociedad. Aunque el espíritu y la creencia popular dice que todos debemos encontrarla, también, nos indica que es imposible y que es un camino infinito. Nos impone su búsqueda a la vez que nos impide alcanzarla. Trata de definirla de manera única para todos, puesto que, establece lo que debemos tener y lo que no y cómo debemos ser para sentirnos satisfechos o a gusto con nosotros mismos.
¿De qué manera nos impide lograr nuestra quimera? A lo largo del tiempo nos han inundado de mensajes del tipo: esto no es vida, cualquier tiempo pasado fue mejor, estos tiempos no son buenos, a dónde vamos a llegar con la situación que tenemos, etc. El tiempo se divide en tres partes; un presente maltrecho que nos lleva a un futuro sin ninguna esperanza y un pasado en el que elegimos recordar lo bueno y olvidar lo malo para poder tener un punto de comparación y saber que en algún momento existió algo positivo.
¿Por qué hacemos esto? Porque donde vivimos es en el momento presente y en nuestra vida acompañan las emociones. No somos capaces de ver los acontecimientos de una manera objetiva porque somos seres emocionales y nuestra visión está empañada por cómo nos afectan las cosas tanto individualmente como socialmente. Y en función, de esta vivencia, intuimos que el futuro seguirá la misma dirección pero de forma amplificada.
Por eso, como habitualmente manejamos una sensación de insatisfacción general por creer que todo debería ser de otra forma y que podríamos estar o sentirnos mejor pensamos que no lo estamos haciendo bien y, en lugar de pensar en un cambio, anticipamos un futuro negativo o, incluso, “catastrófico”.
Lo cierto es que nadie puede predecir el futuro pero si nos empeñamos en creernos que todo va a seguir en esa dirección no nos preocuparemos ni tendremos la más mínima intención de cambiar el curso de los acontecimientos. En consecuencia, se cumplirá y confirmaremos lo que habíamos “adivinado” que iba a ocurrir.
¿Qué ocurre con el pasado? La vivencia del pasado ya no va a cambiar y nuestra visión también está impregnada de emociones pero emociones pasadas. Al recordar, nuestro cerebro va acomodando la realidad y va haciendo que procesemos los recuerdos negativos como algo no tan malo y que nos quedemos con los positivos porque son con los que nos sentimos bien. Si el pasado también fuera totalmente negativo acabaríamos extremadamente deprimidos y, puede que sin ninguna esperanza para seguir viviendo.

lunes, 29 de julio de 2013

La utopía de la felicidad es la infelicidad I

En la mente de todos ronda siempre un objetivo al que aspiramos: ser feliz. Lo que aparentemente es un deseo, se convierte en un axioma obligatorio que en algunos casos puede llegar a convertirse en la búsqueda del Santo Grial.
Y es que no hay camino más infeliz que una búsqueda obsesiva tratando de encontrar aquello que consideramos felicidad. Llenamos nuestro cuerpo de ansiedad y sembramos nuestro camino de obstáculos que nos hacen retroceder constantemente. Como resultado, conseguimos justo lo contrario y, por eso, la búsqueda se convierte en algo interminable, algo así como una quimera.
Pero, ¿por qué nos ocurre esto? Existen dos razones fundamentales que lo explican. Al parecer, todos tenemos una idea muy clara de lo que es la felicidad y, si nos preguntan si sabemos qué es la felicidad, rápidamente contestaremos que sí con una gran sonrisa. Pero si nos piden que lo describamos, probablemente, esa sonrisa se borre de nuestro rostro y nos demos cuenta de que lo que imaginamos no es más que una serie de imágenes vagas, borrosas e inconexas o ni siquiera eso. El problema es que no lo hemos definido, no sabemos lo que es y, por tanto, no sabemos lo que queremos.
El punto de partida es saber conceptualizar qué es para nosotros la felicidad. No existe una definición para todos, excepto la del diccionario, que en el caso de la RAE, en su próxima edición, la vigésimo tercera, se define con tres acepciones (elijo ésta porque es la que más se podría acercar a la idea que manejamos en nuestra mente):
  1. 1.      f. Estado de grata satisfacción espiritual y física.
  2. 2.      f. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad.
  3. 3.      f. Ausencia de inconvenientes o tropiezos. Viajar con felicidad.
Es posible que digamos que sí sabemos lo que significa para nosotros diciendo que es la sensación de bienestar o la ausencia de preocupaciones o problemas. Pero, ¿en qué consiste la sensación de bienestar o de satisfacción? Realmente, ¿si no tuvieras nada por lo que preocuparte serías feliz? Es más, ¿realmente crees que es posible no tener preocupaciones de ningún tipo?
Los problemas son una parte fundamental e inherente a nuestra vida. Durante nuestra existencia nos enfrentamos a gran cantidad de situaciones que requieren una solución o elegir un camino adecuado. Pero esto no significa que el hecho de que existan las dificultades anule la posibilidad de ser feliz. ¿Alguna vez te habías planteado que ése podría ser uno de los caminos para lograr la felicidad? En efecto, enfrentarse a los problemas, esforzarse por buscar soluciones y ponerlas en práctica hasta alcanzar el éxito y sentirnos satisfechos por saber que podemos sobreponernos a las dificultades es uno de los elementos que contribuyen a alcanzar el estado de felicidad.
Por lo general, nos obcecamos en que debe ser algo con connotaciones positivas y con ausencia total de elementos negativos. Somos perfeccionistas porque todo debe ser ideal, sin ningún tipo de acontecimiento que emborrone la posibilidad de sentirnos felices. Además, mantenemos una visión infantil, alejada de la realidad, en la que no soportamos que las cosas vayan mal en ningún momento. Nos mostramos intolerantes a la frustración y ocupamos todo nuestro pensamiento en ese elemento negativo que, también, forma parte de la ansiada felicidad, aunque no lo creamos.
Nos guste o no, nuestros sentimientos, emociones y, en general, todo lo que vivimos lo calificamos en función de la comparación con otras experiencias que hemos tenido en nuestra vida. Sabemos que algo es bueno o que nos satisface porque hemos comprobado que otras cosas son malas. Nos sentimos bien porque en otras ocasiones nos hemos sentido mal. Si todo fuera positivo se convertiría en neutro y no nos generaría ningún tipo de emoción o sentimiento y, por tanto, tampoco nos sentiríamos felices.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Vivimos en el Hedonismo pero profesamos el Estoicismo



Los griegos llamaban Hedonismo a una doctrina filosófica centrada en la búsqueda del placer y la supresión del dolor. Mientras que, el Estoicismo, reflejaba una corriente casi opuesta en la que se debía prescindir de lo superfluo y llevar una vida basada en la razón y la moral. En la actualidad, decimos que una persona estoica es alguien que lleva las desgracias con resignación.
Vivimos en una sociedad que impone la búsqueda incesante del Hedonismo. Es decir, nos obliga a la felicidad como única meta válida en la supervivencia de cada uno. Sin embargo, profesamos férreamente el estoicismo y nos regodeamos en él. Ese anhelo de felicidad constante nos hace empecinarnos, día sí y día también, en unas metas que están tan lejos como el horizonte.
El rumbo tácito de la sociedad es hallar la felicidad. Pero al no alcanzarla cada día nos sentimos frustrados e, incluso, apartados del ritmo incansable que ésta nos impone. El no encontrar lo que, se supone, todo el mundo debe alcanzar sin esfuerzo y como algo natural, hace que si nuestros esfuerzos nos son suficientes nos castiguemos por no alcanzar lo “normal” o lo que todos tienen.
Pero, ¿quién es el que nos dice cómo debemos vivir nuestra vida? ¿Qué poder tiene para establecer criterios tan generales para todos nosotros? Bien, pues la sociedad somos nosotros mismos que, con ayuda de la publicidad, hemos creado esta forma de vida tan utópica y paradójica. La función de la publicidad es, precisamente, crear una necesidad que hasta el momento no hemos contemplado como tal. Tener un cuerpo bonito, poder comer todo lo que queramos sin engordar ni enfermar, ser aceptados, queridos y deseados, tener muchos amigos, etc. y todo ello sin una sola gota de esfuerzo. Fríamente, pensamos que eso es imposible pero, realmente, actuamos con estos principios. Creemos que no tenemos un buen trabajo porque no podemos comprarnos el mejor coche o irnos todos los años de viaje a un lugar inolvidable. Nuestra comida no está tan buena como debería y, además, nos engorda al primer capricho que nos damos. La ropa que nos ponemos no nos sienta como un guante y las cremas y productos que nos echamos nos devuelven la misma imagen en el espejo pero un día más envejecida. Y todo esto porque aspiramos a conseguir lo que sabemos que es irreal.
Es por ello, quizá, que al sentirnos tan impotentes ante la situación que vivimos intentamos que nuestros hijos lo tengan todo. Ya que nosotros nos sacrificamos y sufrimos ante las derrotas, ¿por qué no facilitarles a ellos las cosas? Se supone que son niños y no tienen por qué pasarlo mal. Sin darnos cuenta, lo que estamos haciendo es quitarles todos los instrumentos de que disponen para hacer frente a una realidad que tarde o temprano les reportará alguna derrota. Y, ¿qué es lo que ocurrirá cuando lleguen las grandes decepciones de su vida y no tenga ningún escudo protector para defenderse? Lo que estamos empezando a vivir en estos momentos es una muestra de esta situación. Personas muy agresivas que deben conseguir lo que sea a toda costa, incluso, con la violencia. O bien, personas que se amilanan ante las adversidades, se vienen abajo y no luchan porque es “demasiado difícil” alcanzar lo que uno se propone y es mejor no intentarlo para no llevarse el disgusto.
Por otro lado, si todo es de color rosa en nuestra vida, ¿cómo sabremos disfrutarlo? Si siempre nos sale todo bien eso será lo normal pero no nos aportará ninguna satisfacción por eso mismo, porque es normal. Para saber lo que es la alegría o la felicidad debemos experimentar y conocer qué es la tristeza y la desazón. Comprobando que todo tiene su contrario podemos establecer la comparación y apreciar mejor cuándo nos sentimos bien. No se trata de pasar penurias para sentirnos felices sino que consiste en no tener miedo a enfrentarnos a lo difícil y a lo que no nos asegura el éxito.
En muchas ocasiones, cuando no triunfamos, también nos sentimos bien al valorar todo nuestro esfuerzo. Se trata de arriesgarnos a perder y poner toda la energía en conseguir el éxito no seguro. Sólo aprendiendo a vivir en el Estoicismo, visto como esfuerzo, perseverancia y trabajo duro para lograr nuestros sueños, conseguiremos alcanzar el Hedonismo pues nos sentiremos satisfechos, no con el resultado, sino con nuestro desempeño.

lunes, 13 de febrero de 2012

No puedo vivir sin ti


Sin ti no soy nada, no puedo vivir sin ti… y un largo etcétera de frases poéticas acude cada día a nuestros oídos. Reconozco que son frases bonitas y que suenan bien. Si alguien nos las dijera nos sentiríamos halagados e importantes.
Aparte de esto, hay un fondo un poco más serio. Estos mensajes dan a entender otros que no son tan saludables como parecen y que se van transmitiendo a lo largo del tiempo y de las generaciones. Son sutiles mensajes de dependencia que nos hacen pensar que sólo seremos felices si tenemos a una persona a nuestro lado que nos quiera y que suspire por nosotros las veinticuatro horas del día. Lo más seguro es que pensemos que somos lo suficientemente inteligentes para darnos cuenta de que no es algo real y que no hay que tomarse al pie de la letra todo lo que oímos.
Bien, ahora pensemos de otro modo. ¿Quién no cree que necesite a su pareja todos los días de su vida y si no se moriría? Esto es lo que ostenta este tipo de letras. La dependencia de los demás. ¿Qué es lo que ocurre entonces con quienes no tienen pareja? ¿Son infelices? ¿Son felices todas las personas que tienen pareja? La verdad es que no hay ninguna pregunta que tenga una respuesta única, exacta y verdadera. Unos sí y otros no.
No podemos delegar una responsabilidad que es nuestra en los demás. ¿Qué derecho tenemos a asignarles la tarea de hacernos felices? Es algo totalmente injusto. Si nos ponemos en el lado de la pareja y sentimos esa obligación de hacer feliz al otro, nos da vértigo. No es algo que dependa de nosotros. Sólo contribuye a presionarnos y sentir que caminamos sobre una cuerda floja sin red debajo.
Somos nosotros mismos los que nos damos la felicidad o nos la quitamos. Evidentemente, somos seres emocionales y determinados acontecimientos nos producen una alegría inmensa o una tristeza infinita. Esto es lo normal. Lo contrario sería problemático, el no sentir. Debemos conocer cuál es la causa de nuestras emociones y, ésta es, la interpretación que hacemos de lo que vivimos o de lo que nos sucede. Una interpretación adecuada de los acontecimientos es lo que nos permite vivir a gusto con nosotros mismos. Ver que somos personas independientes, capaces de arreglárnoslas solos es lo que, de verdad, nos hace estar bien.
Amor tóxico
Sentirnos seguros de nosotros mismos sería la  premisa de la que deberíamos partir para estar junto a otra persona. Las relaciones no se basan en dependencias. Al menos, esa no es la razón por la que deberíamos tener una pareja. La verdadera razón es el compartir. Querer hacer partícipe al otro de nuestra felicidad. Dar lo mejor de nosotros. Si queremos a alguien tanto como para morirnos, ¿por qué no íbamos a desearle lo mejor? Si una persona recibe lo bueno de nosotros también se esforzará por darnos lo mejor de sí misma.
Otra de las características de estas letras de canciones es el efecto que produce en las personas más frágiles, los adolescentes. Ese conjunto de hormonas revolucionadas y a punto de estallar. Los adolescentes están en un estado continuo de hipersensibilidad. Todo lo que viven les afecta en unas dimensiones muy por encima de lo normal. Todo es decisivo para ellos. Así que, si constantemente reciben este tipo de mensajes, acabarán reafirmando su idea de que necesitan una pareja y unos amigos que no les abandonen nunca. A esa edad están formando su identidad y ésta se limita prácticamente a su entorno de amistades y pareja. De ahí todas las promesas que se hacen de amistad y amor eternos. Unido a las canciones de los grandes ídolos tenemos la fórmula magistral. No es la primera vez que una chica o un chico amenaza con suicidarse, si su pareja le deja, porque es lo más importante de su vida.
Si en los adolescentes vemos tan claro que esto no es así, ¿por qué no somos capaces de aplicárnoslo a nosotros mismos? ¿Nos consideramos más maduros y pensamos que nuestra vida es más importante que la suya?
Con la edad nuestras emociones se estabilizan pero sigue quedando esa idea grabada en lo más profundo de nuestra mente. Por eso, la explicación se reduce al miedo a la soledad. Pensar que la vida es larga y vivirla sin compartir es duro. Pero si, realmente, estamos satisfechos con lo que somos y tenemos, no necesitaremos a nadie en quien depositar nuestras inseguridades y el miedo a la soledad. De hecho, será mucho más fácil encontrar a alguien con quien recorrer un largo camino y compartir todo lo bueno que tenemos para dar.