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miércoles, 5 de noviembre de 2014

Doctrina Goebbels, indefensión aprendida y manipulación

La manipulación es un fenómeno muy extendido que se lleva ejerciendo a lo largo de toda la historia de la humanidad. La manipulación es, según la Real Academia Española, la acción y el efecto de manipular lo que define como “Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares.”
En ese “etc.” se pueden añadir muchos campos y tendremos por ejemplo, la manipulación psicológica, en la pareja, en la familia, en las masas, en la escuela… y un largo sinfín.


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La manipulación emplea artes sibilinas para conseguir el beneficio propio y quien se ve afectado por la manipulación, a menudo, acaba perdiendo.

Cuando se emplea la manipulación, evidentemente, no se piensa en el otro sino sólo en el propio beneficio. Sin embargo, el triunfo de la manipulación no sólo conlleva algo positivo para quien lo ejerce. El que sufre esa manipulación pierde. Pierde muchas cosas como derechos, propiedades, valores, etc. Además, dependiendo del tipo de manipulación que se lleve a cabo el efecto que se produce en quien lo recibe también conlleva otras consecuencias. Así, como víctimas de la manipulación uno se puede sentir atemorizado (o aterrorizado), sin control sobre el entorno y/o sobre la propia persona, sin confianza en el sistema de valores que se le supone a la humanidad, con baja autoestima, estúpido en ocasiones o, incluso, egoísta por no querer ceder a los caprichos del manipulador.
Entre los efectos negativos se encuentra la indefensión aprendida fenómeno definido por Martin Seligman y colaboradores. Este efecto aparece cuando vivimos en un ambiente sobre el que no tenemos ningún tipo de control y sufrimos consecuencias negativas o positivas de manera aleatoria. Ante estas circunstancias, se pierde la posibilidad de que una persona pueda tomar decisiones ya que, haga lo que haga, no podrá modificar las consecuencias que, por lo general, suelen ser negativas. Lo que se consigue con las personas que sufren indefensión aprendida es que no tomen decisiones, que no se movilicen y que no luchen o se esfuercen por cambiar el rumbo de los acontecimientos ya que la expectativa que asumen siempre va a ser una pérdida o un castigo.
El efecto de la indefensión aprendida aparece, por ejemplo, en situaciones de educación y disciplina ambigua, en organizaciones y empresas con escaso nivel de promoción y movilidad, en situaciones de maltrato, en regímenes autoritarios y dictaduras, en situaciones de crisis gestionadas de manera opaca…
Una vez que se instaura la indefensión aprendida la persona queda totalmente anulada y, si antes ya se la había logrado manipular, a partir de ese momento es todavía mucho más fácil conseguir cualquier propósito.
Pero, ¿qué tiene que ver la indefensión aprendida con la doctrina Goebbels? La manipulación. La doctrina Goebbels se basa en las tácticas propagandísticas del ministro de propaganda del régimen Nazionalsocialista Paul Joseph Goebbels. Popularmente, se resume esta doctrina como el proceso de repetir las mentiras tantas veces como sea necesario hasta que se conviertan en verdades.
Existen varias estrategias dentro de lo que se considera la doctrina de Goebbels pero todas implican la manipulación. Entre ellas, el hecho de utilizar las propias malas noticias o la mala prensa dirigiéndola contra otros para distraer y, de paso, arruinar la reputación del contrario. Esto también lo conocemos en las discusiones cotidianas como el “y tú más”.
El problema viene cuando ese tipo de estrategias se emplean a gran escala con la sociedad, como es el caso, sin ir más lejos, de nuestro país. Está claro que los principios de Goebbels se diseñaron para manipular las masas y mantener el control absoluto sobre la población y, por eso mismo, es un problema.

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La doctrina Goebbels se basa en repetir las mentiras tantas veces como sea necesario para que se conviertan en verdades.

Ese “y tú más” se basa en evitar los problemas y negarlos hasta que el desastre rebosa por todos los lados y es imposible de tapar. Entonces, la única salida que parece haber es la de buscar un chivo expiatorio que se lleve las culpas y que reciba todos los castigos. Este es el caso de los inmigrantes ante el paro, los parados ante la economía sumergida, la incorporación de la mujer al mundo laboral ante el paro y las dificultades de la conciliación familiar, la fama de vagos de los españoles ante la protesta por unas condiciones salariales y laborales irrisorias, la aparición de otras fuerzas políticas ante el fracaso de la democracia en la clase política actual, etc.
Mientras la vida y la historia transcurren, la población sumida en una profunda indefensión aprendida se lamenta, toma partido en sus opiniones pero se queda a la espera de lo que ocurrirá porque, a veces, lo malo conocido es mejor confirmando así que son víctimas de la doctrina de Goebbels y de la manipulación que les ha causado esa indefensión aprendida.

viernes, 19 de julio de 2013

Efectos psicológicos del desempleo



Desde que somos pequeños estamos acostumbrados a tener rutinas en nuestra vida que nos organicen el día. Es más desde que nacemos necesitamos seguir unos horarios de sueño y de comida que nos permitan regular nuestro cuerpo. Pero la rutina que nos organiza la vida por excelencia es la que tiene que ver con la actividad académica o laboral. Con tres años o, incluso, antes comenzamos a ir al colegio, en la adolescencia vamos al instituto y luego a la universidad o a trabajar. Y, por lo general, tenemos un horario más o menos fijo que nos marca el resto de nuestra vida. Una jornada laboral completa son ocho horas lo que significa que, de media, pasamos una tercera parte de nuestro día trabajando. Esto hace que dediquemos otra tercera parte del día al sueño y la otra tercera parte del día nos quede para las comidas, las tareas de la casa, compras, arreglar asuntos o hacer gestiones y disfrutar de un rato ocio. Así cada semana de lunes a viernes hasta que llega el fin de semana y podemos descansar.
Ni todos somos iguales y ni las rutinas del trabajo son iguales. Es decir no todos tenemos un mismo turno de trabajo ni siempre es el mismo ni descansamos los mismos días. Pero a lo largo del tiempo nos adaptamos y formamos nuestra rutina para organizar de la mejor manera posible nuestro día.
Actualmente, lo que está pasando es que cada vez más gente se queda en el paro y recupera una tercera parte de su día de la cual antes no se tenía que preocupar. Al principio parece que es un alivio y que no vamos a tener tiempo de aburrirnos porque tenemos que arreglar un montón de papeles y buscar otro empleo. Pero al cabo de un tiempo si no hemos conseguido reincorporarnos al mercado laboral comienza a pesar la preocupación porque pensamos que hemos agotado todas las posibilidades de búsqueda y no encontramos nada. Nuestros gastos siguen siendo prácticamente los mismos y el dinero comienza a disiparse.
Paulatinamente, todas las gestiones que teníamos pendientes se van resolviendo y el tiempo libre comienza a aumentar pero como nuestro poder adquisitivo ya no es el mismo nuestra oferta de ocio se reduce.
Al final se instaura la falta de organización porque tenemos todo el día para hacer lo que está pendiente. Y cuando esto pasa, lo más fácil es que vayamos aplazando todo y terminemos por no movernos de casa o, peor aún, del sofá.
La ansiedad que crea el pensar que ya hemos hecho todo lo posible pero seguimos sin encontrar nada y que nuestro dinero se esfuma junto con la desesperación de no saber cuánto tiempo continuará esta situación hace que dejemos de plantearnos objetivos o metas y al final seamos presos de la depresión.
Al pensar de esta manera, acabamos por desistir en la búsqueda de nuevas alternativas y de opciones que pueden ser más arriesgadas como emprender algo nuevo. Desde nuestra maltrecha autoestima no somos capaces de reconocer nuestra valía y nuestras capacidades para poder hacer algo bien y que pueda mantenerse en el futuro. Por tanto, desistimos y nos encerramos en nosotros mismos.
Todo ello acaba por convertirse en un círculo vicioso en el que reina la desorganización. Los días terminan por ser todos iguales y no podemos cambiar mentalmente de aires para descansar porque todos los días son fin de semana o vacaciones, con el añadido de no poder disfrutarlas por la falta de recursos económicos y la preocupación por el estancamiento de la situación.
Además, sin darnos cuenta dejamos de ocuparnos de nosotros mismos y ya no nos cuidamos ni física ni mentalmente porque sentimos que no merece la pena o no nos sentimos con fuerzas. Dejamos de practicar deporte, dejamos de salir a la calle, ya no vemos a nuestra gente y nuestro carácter se va tornando más agrio y negativo.
Debemos ser conscientes de que estar en esta situación no es culpa nuestra si de verdad hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano por salir del bache. Mantener la actividad es importante para no dejar que nuestra autoestima se destruya. Bien sea buscando actividades que no supongan gasto o éste sea muy reducido, formarnos y dedicarnos a hacer algo que siempre nos ha gustado, realizar un voluntariado, etc. sin olvidarnos de realizar actividad física para que nuestro cuerpo sienta que tiene algo que hacer. De esta manera mantendremos una organización y podremos seguir planteándonos nuevas metas aunque las que consideramos más importantes como el encontrar trabajo, en este momento, no se cumplan. El obcecarnos con algo que no depende de nosotros al 100% es quedarse atascado y caer en un círculo de negatividad que aumenta a medida que pasa el tiempo.

jueves, 4 de julio de 2013

Persuasión y manipulación

Cada día nos levantamos con la incertidumbre y el temor de lo que nos depara esta situación de crisis. Cada semana el gobierno nos informa de nuevas medidas que nos ayudarán a salir de ella, no sin un “pequeño” esfuerzo por nuestra parte.
Pero, ¿qué es lo que ocurre para que no haya una oposición más fuerte por parte de los ciudadanos? Desde hace muchos años, la psicología social ha estudiado cuáles son los procesos que hacen que aceptemos lo que nos dicen sin apenas cuestionárnoslo, que fomentan nuevos estilos de vida, que nos incitan a comprar más y más productos y, cómo no, que hacen que los políticos sigan ganando elecciones y gozando de prestigio y autoridad y nos sigan imponiendo sus medidas y su verdad, sean del color que sean. Se trata de la persuasión.
En la actualidad, tenemos un fondo sobre el que se actúa, llamado “Crisis”. Esto nos predispone a aceptar en nuestra mente que es necesario adoptar una serie de medidas que suponen reajustes y ahorro. Debemos conceder parte de lo que tenemos para salir de esta situación por el bien de todos. Lo que nadie se esperaba era que esa concesión abarcara también una serie de derechos que deberían ser intocables, como la sanidad o la educación.
Una vez puesta esa predisposición, por parte de los ciudadanos, en bandeja, el camino es mucho más fácil. Por un lado, la situación de autoridad que tienen los gobernantes que hace que sean quienes tienen el control definitivo para aplicar unas medidas u otras. Por si nos queda alguna duda, lo han demostrado con hechos aprobando algunas nuevas leyes que con una rapidez vertiginosa. Eso ya nos crea una indefensión que hace que, por mucho que nos opongamos, quien tiene la última palabra no somos nosotros. Así que se produce una sensación en la que sentimos que hagamos lo que hagamos no podremos cambiar nada. A esto se le llama “indefensión aprendida” y su resultado es la extinción de la motivación necesaria para intentar cambiar una situación no deseada.
Por otro lado, los mensajes que nos emiten siempre tienen un lado emocional, ya que todo lo que se hace va a resultar en un beneficio para los ciudadanos, nosotros. El lema es que “el esfuerzo tiene recompensa”. Y resulta que ese mensaje nos es muy familiar porque nos lo han inculcado desde la infancia nuestros padres, profesores y todos los adultos, en general. Además, nos muestran los beneficios o consecuencias positivas de las medidas: ahorro, combatir la crisis, reconocimiento y validación del altruismo y la generosidad de los ciudadanos, avanzar y volver a la situación (que ahora creemos) ideal que vivimos hace unos años cuando “España iba bien”.
Cómo guinda del pastel nos encontramos con la manera en que se comunican las medidas más delicadas o polémicas. Mucho tiempo antes se lanza una noticia con el proyecto que se está preparando con lo que ya nos están preparando para cuando llegue el momento. Normalmente son medidas con una intensidad muy elevada o muy duras, casi desproporcionadas. Lo lógico es que la gente se ponga a la defensiva y proteste. Pero en realidad, esta reacción está premeditada y ya se ha contado con ello. El paso siguiente es que al cabo de un tiempo vuelve a aparecer esa misma noticia y ya estamos “acostumbrados” a ella, nos resulta familiar, con lo que nos indigna un poco menos. Y por si fuera poco, se acompaña de una “rebaja” en las duras medidas iniciales. Con esto se produce un alivio en los ciudadanos que perciben que se han librado de una buena y qué remedio queda que aceptar esa “rebaja” sabiendo que podría haber sido peor. Pero no nos engañemos, el propósito principal era lo que se ha aceptado finalmente.
Y todo esto, acompañado de la repetición continua e insistente, hace que seamos mucho más vulnerables y que sea más fácil acatar aquello que nos imponen sin mucho esfuerzo. Pero si permanecemos atentos y analizamos cuidadosamente la información que nos dejan caer con cuentagotas sin dejarnos distraer con técnicas sibilinas podemos desarrollar nuestra capacidad crítica y ver que el proceso casi siempre es el mismo. Los ciudadanos aún podemos decidir nuestro futuro por mucho que nos hagan creer lo contrario.

miércoles, 3 de abril de 2013

Ser consciente del maltrato



Los ciclos de violencia de género suelen ser todos muy parecidos. En ellos están los celos, los chantajes emocionales y la personalidad posesiva. El amor,  la dependencia y el sacrificio por evitar conflictos. La pareja acaba viviendo en una burbuja aislada del mundo exterior de la que él puede salir siempre que quiera pero ella no tiene el permiso de él. Paulatinamente, ella se va volviendo más sumisa y va cediendo sus derechos para intentar evitar unos conflictos que, irremediablemente, acaban llegando por una razón u otra. En la mayoría de las ocasiones, uno de los miembros de la pareja, o los dos, han crecido con una dinámica de sumisión femenina y agresividad y dominancia masculina.
Una vez que se entra en el ciclo ella ya se acostumbra y si alguien le dijera lo que ocurre lo negaría. Reconocer que alguien está siendo víctima de malos tratos es muy duro por la vergüenza que eso conlleva. “Lo sabías y no hiciste nada”. Probablemente, si no hizo nada es que no le importaba y, por tanto, fue ella quien se lo buscó. Se siente débil, sin apoyo y no se cree capaz de hacer nada para evitarlo porque si sale mal no sabe las consecuencias que eso tendría. No quiere esconderse toda su vida y sabe que si quisiera la encontraría y no quiere ni imaginarse de lo que él sería capaz.
Y tanto se lo cree que prefiere no ser consciente de lo que está sufriendo. Es sólo que él tiene defectos como también los tiene ella pero le quiere tanto y le ve tan débil que se siente incapaz de dejarle. Él necesita ayuda y ella es la única que le conoce bien y que sabe lo que necesita. Sabe que él va a cambiar porque se lo ha prometido muchas veces y ella se da cuenta de que hace muchos esfuerzos y lo valora. Es más, ella ha conseguido que él esté mejor porque antes era un “bala perdida” que no sabía qué hacer con su vida. Gracias a ella él ya no se mete en líos o no sale tanto o no bebe como antes y tiene una vida más estable. Se lo ha repetido muchas veces y, por eso, cuando piensa en la posibilidad de dejarle se arrepiente porque después de todo el esfuerzo y lo “bien” que está ahora, ¿cómo le va a dejar en la estacada? Sería como traicionarle y entonces confirmaría todo eso por lo que ella se ha rebajado y le ha llevado a esa situación en la que se encuentra.
Además, “reconoce” que haber llegado a una situación así es culpa de los dos porque muchas veces le ha provocado, no ha sabido llevarle o ha tenido poca paciencia. A veces, se olvida de los buenos momentos y lo feliz que se siente. En todas las parejas hay malos momentos y lo mejor es la reconciliación porque se vuelve tan cariñoso y bueno… es entonces cuando reconoce a la persona de la que se enamoró y sabe que aún existe. Cuando reflexiona se da cuenta de lo mucho que le quiere y que le necesita, imagina su futuro junto a él, siendo felices y con la certeza de que él ha cambiado y que es tan bueno como cuando le conoció.
Entonces se aferra a esa idea y cree que, en realidad, no es tan malo porque, como siempre, ha exagerado lo que le pasa. Él va cambiando poco a poco, lo intenta aunque le cuesta, y ella debe tener un poco más de paciencia porque el resultado está cerca. Si alguien le insinúa que ella no está bien y que es peligroso quedarse con él le responderá asegurando que no le pasará nada y que puede controlar la situación.
Pero lo que ocurre es que normalmente la situación cada vez es más grave y el enganche es mayor. La sensación de que él ha cambiado se debe a que ella se va amoldando a sus exigencias para no buscar problemas y evitar así que él se enfade. Al no dar pie a que se ponga agresivo por ciertas cosas supone que es él quien ha cambiado.
A veces, puede llegar a tomar conciencia de lo que ocurre pero al no ser capaz de poner remedio prefiere asumir la situación quitándole gravedad lo que se refuerza por el hecho de pensar que si realmente fuera grave ya le habría dejado. Para tranquilizarse recuerda los buenos momentos que al compararlos con los malos, suponen un pago más que justo por los disgustos. Hasta que el miedo lo invade todo y lo que queda es la indefensión y la angustia de sentirse incapaz de poner remedio porque es demasiado tarde…

martes, 26 de marzo de 2013

Entrar en el ciclo del maltrato: un ejemplo.



Alguna vez alguna mujer nos ha comentado que se siente sola o que no tiene mucha gente en la que confiar o bien tenemos alguna amiga o conocida que se ha distanciado poco a poco de su círculo de amistades. Dice que se encuentra muy triste y agobiada y que no sabe lo que le ocurre y se pasa todo el día con su pareja porque es la única que le entiende… pero sólo a veces.
Muchas veces discuten porque ella no quiere hacer nada. Rápidamente le recordamos lo bueno que es salir y hacer cosas, quedar con gente y distraerse, incluso, puede que le propongamos un plan. Y es entonces cuando aparece la frase: “no puedo hacer eso porque si no mi pareja se va a enfadar”.  Y nos quedamos extrañados, “¿por qué se va a enfadar si lo que intenta es animarse y además puede hacer lo que quiera?” Y al preguntar, la excusa es que tienen muchas discusiones por ese tema de no querer hacer nada y que sólo quiere hacer lo que ella quiere y, a veces, ni eso; que si queda con alguien es que el deja a él de lado y a saber si es que tiene a otro. Con lo que ella desiste de hacer planes y para calmarle a él accede a hacer lo que él propuso.
Y así, poco a poco empieza el ciclo. Ella va perdiendo el contacto con sus amistades y se entristece cada vez más porque se mete en una burbuja en la que sólo están ella y su pareja. Cada vez que intenta salir del bache se encuentra con un ataque de celos y el chantaje emocional por no querer hacer nada con él. Ella se siente en la necesidad de justificar y demostrar que sólo le quiere a él y que no hay nadie más. Pero él que es celoso patológico se seguirá poniendo celoso. Aun sin que ocurra nada ella seguirá sufriendo los celos y él irá reduciendo el círculo de amistades y de comunicación de ella para sentirse seguro de que es sólo suya. Y ella estará “tranquila” porque ya no tiene que estar constantemente demostrando lo que es innecesario.
Pero se equivoca porque el afán de posesión no tiene límite y dependiendo del grado de agresividad puede que las broncas vayan subiendo de tono hasta llegar a la agresividad física. Y a partir de ahí comienzan las automentiras y la justificación de lo injustificable.

martes, 27 de noviembre de 2012

¿Por qué las mujeres maltratadas no se separan?



A menudo, cuando leemos o escuchamos de primera mano un caso sobre violencia de género o doméstica nos preguntamos: ¿por qué no le deja? Incluso, nos atrevemos a exigírselo a la propia víctima.
Algo que parece tan claro para los demás cuando lo ven desde fuera es mucho más complicado cuando se está dentro. Lo primero de todo es reconocerlo y no siempre se consigue. El maltrato suele comenzar de una manera muy sutil, con comentarios, discusiones, celos, etc. que van subiendo de tono cada vez más. El hecho de ser algo progresivo impide que se tenga una visión exacta de la realidad y se normalice la situación. A veces discutimos… Normalmente cuando nosotros tenemos conocimiento vemos el resultado final pero no el lento y progresivo proceso que ha tenido lugar.
Una vez que la situación llega a ser tan insostenible como para que la propia víctima se dé cuenta, ese mismo hecho es lo que impide abandonar a su pareja. Después de tanto tiempo no se atreve porque su autoestima está tan mermada que cree no ser capaz. ¿A dónde va a ir ahora? Todas las personas de su entorno se lo advirtieron mientras no lo veía y, en la lucha por defender a su agresor, llegó a terminar otras relaciones más importantes. En consecuencia, su apoyo social se ve ahora muy reducido, junto con la culpabilidad que siente por haberse enfrentado a quienes la querían ayudar.
Por otro lado, su pareja es alguien a quien ha amado todo con toda su alma. Se ha involucrado y ha arriesgado tanto que terminar con esa situación le parece un fracaso terrible, lo que destruye aún más su autoestima. Los momentos malos han sido terribles pero los buenos han sido tan extremadamente buenos que “compensan” el sufrimiento con la pasión desenfrenada. Cada reconciliación es como una luna de miel… Eso sin contar con el chantaje emocional al que está sometida cada vez que ella intenta abandonarlo. “¡Sin ti no soy nada!”, “¡No me dejes, cambiaré!”, “¡Mi vida no tiene sentido sin ti!”, “¡Te necesito!”.
Y en el momento de plantearse un abandono real aparecen las dudas en las que piensa: a dónde va a ir ella si no es nadie. Con tantas amenazas como ha recibido cree que ya no tiene el control sobre nada y haga lo que haga no podrá escapar de esa situación. No sabe cuándo va a llegar un golpe o una paliza ni cuándo le va a obsequiar con humillaciones que van minando su persona. A veces, pensaba que se portaba mal o que no hacía bien las cosas, ahora sabe que sólo depende del humor con el que llegue a casa y a veces ni siquiera eso.
También le aterroriza que si se va la pueda encontrar o que su huída sea un fracaso y tenga que volver porque, al fin y al cabo, ahí es donde mejor y más cuidada está; ella, que no sabe cuidar de sí misma.
Y si supera todo esto y decidiera dar el paso, piensa que el mundo exterior le dará la espalda porque fue culpa suya permitirlo y que ya la avisaron pero no hizo caso. Sólo miraba por los ojos de él y acabó haciendo lo que le pidió. Si ella trabajaba, los celos le invadían a él, con lo que es probable que dejara su puesto de trabajo para dedicarse por entero a su amor y dejar de darle motivos para pegarla. Aunque ella fuera el ama de casa el dinero lo administraba su pareja y siempre le reprochaba ser una derrochadora. Con lo que si ahora decide irse se quedará sin recursos y no podrá sobrevivir. ¿Dónde encontrará trabajo si no sirve para nada?
¿Y los hijos? ¿Qué va a hacer con ellos? Si no sabe cuidar de sí misma, ¿cómo va a cuidar de unos niños? ¿Y cómo los va a mantener? ¿Y si les encuentra y les hace algo? ¿Cómo voy a separar a unos niños de su padre?
Las políticas actuales que protegen a las víctimas de maltrato tratan de dar un respaldo a todas aquellas mujeres que intentan salir de la situación insostenible en la que se encuentran. El problema es, como siempre, la falta de medios para hacer frente a estas demandas de forma rápida y efectiva. Esto supone que a algunas les entre el pánico y decidan dar marcha atrás o que la dependencia de su pareja sea tan grande que decidan darle otra oportunidad. Para otras, el tiempo que tienen que esperar puede que sea demasiado y que las consecuencias sean peores aún.