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miércoles, 17 de diciembre de 2014

Las preocupaciones de la Navidad y del fin de año

Llegan los últimos días del año y nos sentimos cansados, como al final de una larga carrera que estamos a punto de terminar. Tenemos acumulado estrés y las preocupaciones de todo el año y, también, tenemos muchos propósitos que estamos deseando poner en marcha pero que vamos posponiendo pensando que con el comienzo del año tendremos más fuerzas.
Experimentamos sentimientos contradictorios, por un lado nos sentimos agobiados porque hay muchas cosas que tenemos que hacer en esta última parte del año pero, también, nos sentimos esperanzados porque creemos que algo bueno nos depara el futuro. Por muy abatidos que nos encontremos un rayo de esperanza nos alcanza al pensar en el cambio de año.

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Con la Navidad y el fin de año sentimos una mezcla de estrés y de esperanza por el futuro.
 
Es muy común, no obstante, sentir ansiedad que se corresponde con una especie de cuenta atrás. En estas fechas surgen muchos compromisos y tenemos que hacer un hueco para compras y preparativos, además de nuestras responsabilidades diarias como el trabajo, la familia, la casa, etc.
Para que no se nos eche el tiempo encima y seamos capaces de tener unas fechas tranquilas, tanto con nosotros mismos como con quienes nos rodean, lo mejor es planificarse. La gran mayoría de las ocasiones nuestro estrés se forma porque las preocupaciones se amontonan y pensamos en ellas como una suma enrevesada de problemas que crece como una bola de nieve.
Lo primero, es separar las tareas y las responsabilidades de una en una para tener una visión más objetiva. Para ello, empezaremos por hacer un listado de todo lo que tenemos que hacer diferenciando lo que nos falta y lo que ya tenemos. De esta manera descartaremos unas cuantas preocupaciones que ocupan sitio en nuestra cabeza pero, en realidad, no tienen por qué agobiarnos.
A continuación, debemos establecer un orden de prioridad en las tareas, encargos, citas, etc. que nos quedan por organizar. Por lo general, lo más prioritario suele ser lo que es más próximo en el tiempo y, en condiciones de igualdad de fecha, nos decantaremos por la importancia de la tarea o del ámbito de nuestra vida a la que afecta o por la dificultad y la rapidez con la que se puede solventar.
Y, por último, distinguiremos lo que nosotros podemos controlar de lo que no. Algunas cosas no se pueden modificar porque es cuestión de que pase el tiempo y llegue un determinado momento. En otras ocasiones sí podemos intervenir en la situación y tomar decisiones al respecto.

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Separar las preocupaciones de una en una nos ayuda a evitar el estrés de estas fechas.

En los casos en los que no podemos controlar la situación se generan preocupaciones relacionadas con la incertidumbre. El hecho de no poder cambiar el rumbo de los acontecimientos si no es por el paso del tiempo hace que no veamos un resultado claro hasta que no llegue ese momento. Hasta que ocurre pasamos mucho tiempo fantaseando cómo será o qué tendremos que hacer cuando llegue. Pero, al imaginar, también nos crea impaciencia por el hecho de no saber si será como nos lo imaginamos o si será mejor o peor. La incertidumbre es lo que nos llega a angustiar porque tenemos miedo de que las cosas no salgan como esperamos y comenzamos a imaginar un desenlace negativo. Por ejemplo, ante una cena familiar. Podemos tenerlo todo preparado pero hasta que no llegue el momento no vamos a saber cómo resultará. Una de las preocupaciones es que todos estén a gusto y disfruten de la comida y de la compañía. En cambio, esas mismas preocupaciones, a veces, nos llevan a imaginar que no les va a gustar la comida, que se van a quejar, que comenzarán a discutir, que puede resultar un desastre, etc. Según hasta dónde dejemos volar nuestra imaginación así de catastrófico puede ser el evento.
Por tanto, para sobrevivir a las fiestas de navidad lo mejor que podemos hacer es preparar y planificar con antelación aquello que está en nuestra mano y, el resto, dejarlo de lado. Todos esos elementos que nos agobian y no podemos controlar son parte de la incertidumbre y pueden llegar a ocupar la mayor parte de nuestras preocupaciones, miedos y ansiedades. Si prescindimos de ello podemos centrarnos en disfrutar y pensar con más claridad para enfrentarnos a posibles imprevistos.

¡FELICES FIESTAS!

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Doctrina Goebbels, indefensión aprendida y manipulación

La manipulación es un fenómeno muy extendido que se lleva ejerciendo a lo largo de toda la historia de la humanidad. La manipulación es, según la Real Academia Española, la acción y el efecto de manipular lo que define como “Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares.”
En ese “etc.” se pueden añadir muchos campos y tendremos por ejemplo, la manipulación psicológica, en la pareja, en la familia, en las masas, en la escuela… y un largo sinfín.


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La manipulación emplea artes sibilinas para conseguir el beneficio propio y quien se ve afectado por la manipulación, a menudo, acaba perdiendo.

Cuando se emplea la manipulación, evidentemente, no se piensa en el otro sino sólo en el propio beneficio. Sin embargo, el triunfo de la manipulación no sólo conlleva algo positivo para quien lo ejerce. El que sufre esa manipulación pierde. Pierde muchas cosas como derechos, propiedades, valores, etc. Además, dependiendo del tipo de manipulación que se lleve a cabo el efecto que se produce en quien lo recibe también conlleva otras consecuencias. Así, como víctimas de la manipulación uno se puede sentir atemorizado (o aterrorizado), sin control sobre el entorno y/o sobre la propia persona, sin confianza en el sistema de valores que se le supone a la humanidad, con baja autoestima, estúpido en ocasiones o, incluso, egoísta por no querer ceder a los caprichos del manipulador.
Entre los efectos negativos se encuentra la indefensión aprendida fenómeno definido por Martin Seligman y colaboradores. Este efecto aparece cuando vivimos en un ambiente sobre el que no tenemos ningún tipo de control y sufrimos consecuencias negativas o positivas de manera aleatoria. Ante estas circunstancias, se pierde la posibilidad de que una persona pueda tomar decisiones ya que, haga lo que haga, no podrá modificar las consecuencias que, por lo general, suelen ser negativas. Lo que se consigue con las personas que sufren indefensión aprendida es que no tomen decisiones, que no se movilicen y que no luchen o se esfuercen por cambiar el rumbo de los acontecimientos ya que la expectativa que asumen siempre va a ser una pérdida o un castigo.
El efecto de la indefensión aprendida aparece, por ejemplo, en situaciones de educación y disciplina ambigua, en organizaciones y empresas con escaso nivel de promoción y movilidad, en situaciones de maltrato, en regímenes autoritarios y dictaduras, en situaciones de crisis gestionadas de manera opaca…
Una vez que se instaura la indefensión aprendida la persona queda totalmente anulada y, si antes ya se la había logrado manipular, a partir de ese momento es todavía mucho más fácil conseguir cualquier propósito.
Pero, ¿qué tiene que ver la indefensión aprendida con la doctrina Goebbels? La manipulación. La doctrina Goebbels se basa en las tácticas propagandísticas del ministro de propaganda del régimen Nazionalsocialista Paul Joseph Goebbels. Popularmente, se resume esta doctrina como el proceso de repetir las mentiras tantas veces como sea necesario hasta que se conviertan en verdades.
Existen varias estrategias dentro de lo que se considera la doctrina de Goebbels pero todas implican la manipulación. Entre ellas, el hecho de utilizar las propias malas noticias o la mala prensa dirigiéndola contra otros para distraer y, de paso, arruinar la reputación del contrario. Esto también lo conocemos en las discusiones cotidianas como el “y tú más”.
El problema viene cuando ese tipo de estrategias se emplean a gran escala con la sociedad, como es el caso, sin ir más lejos, de nuestro país. Está claro que los principios de Goebbels se diseñaron para manipular las masas y mantener el control absoluto sobre la población y, por eso mismo, es un problema.

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La doctrina Goebbels se basa en repetir las mentiras tantas veces como sea necesario para que se conviertan en verdades.

Ese “y tú más” se basa en evitar los problemas y negarlos hasta que el desastre rebosa por todos los lados y es imposible de tapar. Entonces, la única salida que parece haber es la de buscar un chivo expiatorio que se lleve las culpas y que reciba todos los castigos. Este es el caso de los inmigrantes ante el paro, los parados ante la economía sumergida, la incorporación de la mujer al mundo laboral ante el paro y las dificultades de la conciliación familiar, la fama de vagos de los españoles ante la protesta por unas condiciones salariales y laborales irrisorias, la aparición de otras fuerzas políticas ante el fracaso de la democracia en la clase política actual, etc.
Mientras la vida y la historia transcurren, la población sumida en una profunda indefensión aprendida se lamenta, toma partido en sus opiniones pero se queda a la espera de lo que ocurrirá porque, a veces, lo malo conocido es mejor confirmando así que son víctimas de la doctrina de Goebbels y de la manipulación que les ha causado esa indefensión aprendida.

miércoles, 11 de junio de 2014

El miedo racional y el miedo al miedo

El miedo es una de las emociones básicas que siente el ser humano. Es una emoción que aviva nuestro instinto de supervivencia y nos predispone a estar alerta para huir y protegernos.
El miedo existe desde que existe el ser humano y se activa cuando notamos una amenaza sobre nosotros. Cuando creemos que algo malo nos puede pasar nuestro organismo se acelera e, inmediatamente, busca maneras de ponerse a salvo, bien sea huyendo, escondiéndonos o preparándonos para atacar.
Aunque también el miedo nos puede paralizar e impedirnos tomar decisiones prácticas. Así, si es demasiado intenso el miedo que sentimos lo podemos considerar terror. Y el terror nos puede causar un bloqueo mental y físico. Puede hacer que ante la desgracia nos quedemos quietos y no podamos pensar en posibles alternativas para emprender la huída y escapar del peligro inminente.

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El grito de E. Munch representa el miedo y la desesperación que puede llegar a sentir una persona.


Existen miedos reales y miedos que no son reales. El miedo real es el que sentimos hacia cosas peligrosas, como por ejemplo, ante animales que nos pueden causar graves lesiones, ante armas u objetos peligrosos, ante enfermedades terminales, etc. Es decir, la causa de esos miedos es algo racional porque el daño es probable y a lo largo de la historia así ha sucedido.
En cambio, el miedo no real proviene de nosotros mismos. Es fruto de nuestra baja autoestima y de nuestra inseguridad. Algunos ejemplos de miedo no racional son el miedo a tomar nuevos caminos, a emprender, el temor a que nos pueda ocurrir algo malo aún en una situación de seguridad total o el miedo al futuro y a vivir sin preocupaciones.
Todo esto hace que no podamos disfrutar de nuestro día a día sin estar alerta o sin pensar que todo es demasiado bueno para que siga igual. Nos crea supersticiones y pensamientos aciagos. Y, sobre todo, el miedo nos quita libertad.
Una vez que sentimos ese miedo irracional y huimos nos sentimos aún más vulnerables y menos capaces de enfrentarnos a él. Por eso, cada vez se acentúa más la intensidad con la que sentimos ese miedo y la preocupación y trataremos de evitarlo con más ahínco. Se inicia, así, un círculo vicioso de huida y escape que cada vez abarca más aspectos porque cada vez sentiremos temor por más cosas.

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El miedo puede llegar a distorsionar nuestra realidad y hacer que nos aislemos para protegernos de un peligro que no es real.
El miedo llega a ser incontrolable y se convierte en miedo al miedo y hace que percibamos el mundo como un lugar peligroso y la vida como una continua huída de los peligros y las preocupaciones. Llega un punto en que no sabemos qué hacer porque ya no encontramos recursos para protegernos, podemos estar completamente aislados y el sentimiento de miedo sigue creciendo.
La única salida es enfrentarnos a ese temor que nos persigue y ponerle límites. Ser capaces de hacerle frente y tomar el control de la situación nos ayudará a ver que somos capaces de tomar decisiones racionales. Adoptar una postura de afrontamiento en lugar de huída mejora nuestra autoestima y nos da seguridad porque nos deja comprobar que realmente tenemos herramientas para hacer frente a los temores que nosotros inventamos. Y de esta manera nos llenaremos de fuerzas para continuar nuestro camino vital sin miedo, sin preocupaciones y con la certeza de poder enfrentarnos a las dificultades que nos vayan surgiendo.
Sólo enfrentándonos a los miedos irracionales podremos detener esta espiral que nosotros mismos hemos creado y vencerlos para recuperar nuestra libertad.

miércoles, 5 de junio de 2013

El Miedo



El miedo es una emoción básica negativa que consiste en ponernos alerta para salvarnos de cualquier peligro. Como toda emoción su cometido es adaptativo, nos ayuda a la supervivencia, aunque en algunas ocasiones la emoción es tan intensa que nos paraliza y nos impide actuar.
Los miedos nos acompañan desde que nacemos. A medida que vamos creciendo superamos determinados temores y se forman otros nuevos más elaborados. Son los miedos evolutivos. Al nacer tenemos, especialmente, miedo a los ruidos fuertes y a perder nuestra base de sustentación. Posteriormente, deja de ser tan importante perder esta base de sustentación porque aprendemos a andar; entonces aparece el miedo a la separación de nuestros padres o a las personas extrañas. Más tarde, aparece el miedo a la oscuridad, a las enfermedades, a los seres sobrenaturales o a la muerte. Pero lo normal es que con los años vayamos sintiéndonos más seguros y capaces de hacer frente a estos temores.
Sin embargo, en algunas ocasiones, no superamos completamente todos estos miedos evolutivos y se quedan en nuestra mente formando una especie de poso. Consciente o inconscientemente evitamos todas aquellas situaciones que nos puedan comprometer en este sentido, pero con el simple hecho de evitarlo ese poso se remueve y afecta a nuestra inseguridad y a nuestra autoestima. Saber que esos miedos siguen ahí merma la confianza en nosotros mismos puesto que nos recuerda que no somos capaces de hacerle frente a ciertos temores que en la mayoría de los casos no suponen un peligro real.
Este tipo de miedo se llama irracional porque nosotros mismos podemos llegar a la conclusión de que, en realidad, no existe la probabilidad de poner en riesgo nuestra integridad. Por ejemplo, la oscuridad o los seres sobrenaturales. Sabemos que no existen sin embargo, aquellas personas que lo sienten una vez que vuelve ese miedo no son capaces de dejar de pensar en ello y su temor cada vez va en aumento. Otros miedos como son el miedo a volar, a los perros, etc. puede que tengan un componente más real pero la manera de enfrentarnos a ellos hace que se conviertan igualmente en irracionales y es a esto a lo que se llama en psicología fobia. Es muy probable que cuando tenemos alguna fobia y lo razonemos fríamente lleguemos a la conclusión de que ese temor es ridículo porque lo que imaginamos va mucho más allá de lo posible. Creemos firmemente que siempre va a ocurrir una catástrofe y vamos a morir o que un animal es mucho más grande o peligroso y que irremediablemente nos va a hacer daño, etc.
Por otro lado, están los miedos racionales que son los que conllevan un peligro real. Por ejemplo, estar delante de un atracador que nos apunta con una navaja. Pero estos casos ocurren raramente y son totalmente imprevisibles. También podemos tener miedo o temor ante algunas circunstancias de la vida como algunas enfermedades o situaciones desconocidas. La diferencia es que en ese momento tratamos de afrontarlo de la mejor manera que podemos y no salimos corriendo sino que intentamos resolver la situación ya que no es algo que podamos evitar.
Las fobias y los miedos irracionales, en cambio, son muy propensos a la evitación porque no necesitan una resolución para continuar, es decir, no interfieren con nuestra rutina diaria. Taparlo o evitarlo hace que salvemos el momento y nos deshagamos del malestar de inmediato, aunque en realidad estemos alimentando ese miedo y haciéndolo más grande. Y todo ello, a su vez, mermando la confianza en nosotros mismos.
La manera de sobreponernos y superar los miedos irracionales y las fobias es exponernos a ellos. Enfrentándonos a ellos es la forma de saber que somos capaces de resolver situaciones que nos hacen sentir inseguros y nos da herramientas para superar temores similares en el futuro. Nos ayuda a confiar en nosotros mismos, a sentirnos capaces e independientes puesto que no necesitamos que nadie nos “proteja”. Sentiremos ese temor que irá creciendo hasta llegar a un límite en el que veremos que, en realidad, no ocurre nada y, poco a poco, la ansiedad que provoca ese miedo se irá desvaneciendo.
Es preferible estar abiertos a la experiencia y buscar situaciones que nos den miedo y enfrentarnos a ellas para aprender a vivir libres de esos temores que acobardarnos y reducir nuestra vida a escasas actividades en las que nos sentimos seguros. Nuestra vida se enriquecerá mucho más cuantos más retos superemos.

miércoles, 17 de abril de 2013

Los celos



Los celos son un sentimiento normal que expresa nuestra inseguridad. Surgen por la comparación con los otros. En esa comparación salimos perdiendo porque comparamos las mejores cualidades que tienen los demás con nuestros mayores defectos. En ese gesto se refuerza nuestra propia inseguridad y el miedo a perder a quien queremos.
Esto no significa que los celos sean una buena señal porque así se demuestra que nos quieren o que queremos a alguien. En realidad, es una forma errónea de comunicarse. En lugar de hacer cumplidos, decir lo que se pensamos o expresar nuestros propios sentimientos y emociones nos lo callamos y nos carcomemos por dentro dejándonos vencer por la comparación.
Puede que en nosotros mismos o en el otro exista una sensación de dejadez, de insatisfacción y de que no es suficiente lo que se dice. Esa creencia puede volverse manifiesta a través de nuestra manera de actuar. Esto acabaría por envolver la relación y sumirla en un círculo vicioso donde se percibe como mucho más real la posibilidad de que se alejen de nosotros.
Paradójicamente los celos son la manera más rápida de perder a quien nos importa. Para evitar entrar en la espiral de la inseguridad, de la obsesión por el otro del control y del agobio constante lo mejor es cambiar nuestra comunicación.
Estamos acostumbrados a que socialmente se sancionen las expresiones positivas y las emociones. Cuando alguien se pone sentimental le decimos que se pone cursi, ñoño, pasteloso, etc. ¡Y no digamos si encima se trata de un hombre! Estamos acostumbrados a burlarnos y reírnos ante este tipo de expresiones,  muchas veces, porque no sabemos recibirlas o aceptarlas y nos ponemos aún más nerviosos que quien las comunica. Es nuestra manera de protegernos porque la falta de costumbre hace que nos sintamos como si estuviésemos desnudos ante la sinceridad ajena.
En cambio sí estamos preparados para las críticas negativas y no constructivas. Convivimos a diario con ellas y es en lo primero que nos fijamos. Nos defendemos atacando para hacer notar los defectos de los demás con la intención de que nadie se fije en los nuestros ya que, implícitamente, creemos que los nuestros son peores.
Así pues, cuando es el momento de decir algo positivo no sabemos y nos sentimos inseguros porque creemos que no lo van a valorar e, incluso, que nos harán daño. Esa inseguridad hace que callemos cosas o utilicemos el sarcasmo como defensa. El miedo hace que no nos enfrentemos a lo que tememos y, por tanto, en nuestro interior crece la inseguridad y el miedo, convirtiéndose en un bucle.
Por otro lado, también es posible que los celos sean provocados desde fuera. Cuando alguien no se siente suficientemente querido intenta llamar la atención de la manera que se le ocurre y, entre las posibilidades, está el despertar los celos. Igualmente se está produciendo un fallo en la comunicación y se inicia de nuevo el círculo vicioso; esta vez provocado desde la otra parte pero con el mismo resultado. A la larga, la confianza va mermando y la relación se deteriora hasta que se rompe por completo.
No debemos confundir los celos patológicos. Estos parten de la inseguridad y de una convicción firme de que uno está siendo engañado (con indicios o sin ellos). Se convierte en un deseo de posesión y de miedo extremo a sentirse humillado o perder a la persona de la que se depende afectivamente. Las conductas pueden llegar a ser violentas o convertirse en malos tratos y llevar a la otra persona al aislamiento total por ceder al control desmesurado que se ejerce sobre él o ella.
Lo mejor que podemos hacer cuando nos sintamos celosos es tratar de razonar si de verdad hay un riesgo real de perder a quien queremos. Pensar en las cosas que podríamos mejorar de nosotros mismos para sentirnos más a gusto y aumentar la autoestima. Y, por supuesto, mejorar nuestra comunicación y expresar nuestros verdaderos sentimientos sin miedo; tanto las dudas, preocupaciones y temores como los elogios, el cariño y el amor.

martes, 27 de noviembre de 2012

¿Por qué las mujeres maltratadas no se separan?



A menudo, cuando leemos o escuchamos de primera mano un caso sobre violencia de género o doméstica nos preguntamos: ¿por qué no le deja? Incluso, nos atrevemos a exigírselo a la propia víctima.
Algo que parece tan claro para los demás cuando lo ven desde fuera es mucho más complicado cuando se está dentro. Lo primero de todo es reconocerlo y no siempre se consigue. El maltrato suele comenzar de una manera muy sutil, con comentarios, discusiones, celos, etc. que van subiendo de tono cada vez más. El hecho de ser algo progresivo impide que se tenga una visión exacta de la realidad y se normalice la situación. A veces discutimos… Normalmente cuando nosotros tenemos conocimiento vemos el resultado final pero no el lento y progresivo proceso que ha tenido lugar.
Una vez que la situación llega a ser tan insostenible como para que la propia víctima se dé cuenta, ese mismo hecho es lo que impide abandonar a su pareja. Después de tanto tiempo no se atreve porque su autoestima está tan mermada que cree no ser capaz. ¿A dónde va a ir ahora? Todas las personas de su entorno se lo advirtieron mientras no lo veía y, en la lucha por defender a su agresor, llegó a terminar otras relaciones más importantes. En consecuencia, su apoyo social se ve ahora muy reducido, junto con la culpabilidad que siente por haberse enfrentado a quienes la querían ayudar.
Por otro lado, su pareja es alguien a quien ha amado todo con toda su alma. Se ha involucrado y ha arriesgado tanto que terminar con esa situación le parece un fracaso terrible, lo que destruye aún más su autoestima. Los momentos malos han sido terribles pero los buenos han sido tan extremadamente buenos que “compensan” el sufrimiento con la pasión desenfrenada. Cada reconciliación es como una luna de miel… Eso sin contar con el chantaje emocional al que está sometida cada vez que ella intenta abandonarlo. “¡Sin ti no soy nada!”, “¡No me dejes, cambiaré!”, “¡Mi vida no tiene sentido sin ti!”, “¡Te necesito!”.
Y en el momento de plantearse un abandono real aparecen las dudas en las que piensa: a dónde va a ir ella si no es nadie. Con tantas amenazas como ha recibido cree que ya no tiene el control sobre nada y haga lo que haga no podrá escapar de esa situación. No sabe cuándo va a llegar un golpe o una paliza ni cuándo le va a obsequiar con humillaciones que van minando su persona. A veces, pensaba que se portaba mal o que no hacía bien las cosas, ahora sabe que sólo depende del humor con el que llegue a casa y a veces ni siquiera eso.
También le aterroriza que si se va la pueda encontrar o que su huída sea un fracaso y tenga que volver porque, al fin y al cabo, ahí es donde mejor y más cuidada está; ella, que no sabe cuidar de sí misma.
Y si supera todo esto y decidiera dar el paso, piensa que el mundo exterior le dará la espalda porque fue culpa suya permitirlo y que ya la avisaron pero no hizo caso. Sólo miraba por los ojos de él y acabó haciendo lo que le pidió. Si ella trabajaba, los celos le invadían a él, con lo que es probable que dejara su puesto de trabajo para dedicarse por entero a su amor y dejar de darle motivos para pegarla. Aunque ella fuera el ama de casa el dinero lo administraba su pareja y siempre le reprochaba ser una derrochadora. Con lo que si ahora decide irse se quedará sin recursos y no podrá sobrevivir. ¿Dónde encontrará trabajo si no sirve para nada?
¿Y los hijos? ¿Qué va a hacer con ellos? Si no sabe cuidar de sí misma, ¿cómo va a cuidar de unos niños? ¿Y cómo los va a mantener? ¿Y si les encuentra y les hace algo? ¿Cómo voy a separar a unos niños de su padre?
Las políticas actuales que protegen a las víctimas de maltrato tratan de dar un respaldo a todas aquellas mujeres que intentan salir de la situación insostenible en la que se encuentran. El problema es, como siempre, la falta de medios para hacer frente a estas demandas de forma rápida y efectiva. Esto supone que a algunas les entre el pánico y decidan dar marcha atrás o que la dependencia de su pareja sea tan grande que decidan darle otra oportunidad. Para otras, el tiempo que tienen que esperar puede que sea demasiado y que las consecuencias sean peores aún.

lunes, 23 de julio de 2012

Funny Games: Psicopatía e indefensión aprendida


Estamos acostumbrados a que nuestra conducta vaya seguida de unas consecuencias o resultados. Si queremos cambiar algo cambiamos nuestros actos, es decir, tenemos el control del entorno mediante nuestro comportamiento. La indefensión aprendida es un término psicológico que se refiere al estado emocional y motivacional causado por la pérdida de ese control. Se produce este fenómeno cuando los acontecimientos suceden y nos afectan pero nosotros no podemos hacer nada para evitarlos o cambiarlos. Aparece, entonces, un estado de incertidumbre, miedo, frustración e impotencia que como resultado acaba induciendo la total pasividad de quien lo sufre, ya sea persona o animal. Así es que el individuo permanece pasivo a todo lo que le sucede, como si no le importara o como si se diese por vencido, aunque en un determinado momento apareciese una escapatoria.
La película Funny Games es el retrato de la violencia con una forma física pero con un fondo de violencia psicológica (mucho más desgarrador) que provoca, incluso en el espectador, la angustiosa indefensión aprendida.
Estamos acostumbrados a que este fenómeno se represente en películas que tratan del exterminio nazi y los campos de concentración en los que vemos a personas demacradas y que sienten que su vida nada vale ya. Asociamos que el estado mental y anímico de estas almas se debe a unas condiciones extremadamente crueles y que se alargan irremediablemente en el tiempo.
En cambio, en la película de Michael Haneke este estado surge prácticamente de la nada y se instaura rápidamente. Los personajes tienen una vida cómoda y las circunstancias no podrían ser mejores, están de vacaciones.
Funny Games presenta a un psicópata (encantador, manipulador, hedonista y sin sentimientos) y a su esbirro, que teme a su compañero tanto como lo idolatra. Describe perfectamente el proceso en el cual se ganan la confianza de unos vecinos que más tarde se convertirán en víctimas. Mediante la incongruencia, la contraposición y la disonancia de la expresión emocional de los agresores consiguen crear un estado de confusión en la pareja que les vuelve vulnerables al ataque posterior. A partir de ese momento comienza el juego de la violencia psicológica, con educados monólogos y diálogos que sumen a la familia en la zozobra. Todo ello coronado con la apuesta que guía el resto de la película.
Esta película activa la empatía del espectador a través de las preguntas que se plantean a las víctimas, los tiempos que deja a la reflexión acompañándolos de una fotografía que habla por sí sola y algún detalle sorpresa más. La definitiva conexión con el espectador se establece con un escenario cotidiano en el que cualquiera de nosotros nos podríamos encontrar.
Esta película tiene dos versiones, una austríaca, de 1997, y otra estadounidense, de 2007. Las dos son iguales y cualquiera de ellas merece la pena tenerla en el recuerdo o en la videoteca:

-       Haneke, Michael. Funny Games. Austria, 1997. (108 min.)
-       Haneke, Michael. Funny Games. Estados Unidos, 2007. (111 min.)


Funny Games