miércoles, 26 de marzo de 2014

Personas tóxicas, conocerlas para alejarnos de ellas.

¿Realmente existen las personas tóxicas? ¿Tienen unas características específicas para que las podamos detectar? ¿En qué momento alguien se convierte en una persona tóxica?
El hecho de denominar a una persona como tóxica supone que su comportamiento no sólo no es beneficioso para nadie, ni siquiera él o ella misma, sino que además causa malestar en las personas con las que se relaciona. Aunque existen diferentes tipos de personas tóxicas se trata de una forma genérica de llamar a estos hombres y mujeres que nos aportan consecuencias negativas en nuestra relación con ellos.

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Es mejor alejarse de las personas tóxicas porque sólo nos perjudican


Así, podemos encontrarnos con personas tóxicas en nuestras relaciones de pareja, en nuestras amistades, en nuestra familia, en nuestros compañeros de trabajo, de clase, etc. Son personas que nos hacen la vida imposible porque son envidiosas y buscan hundir a los otros al no ser capaces de competir en cualidades con quienes les rodean.
También son las personas chismosas que difunden rumores que no son ciertos o están muy tergiversados y que crean un ambiente hostil en el grupo en el que se encuentran. Son esas personas que se entrometen en otras relaciones o malmeten en las familias o el trabajo.


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Las personas tóxicas difunden rumores y son envidiosas

Además, se caracterizan por ser manipuladores que intentan conseguir todo lo que se proponen pasando por encima de quien se interponga en su camino o utilizándolos para conseguir sus propios intereses.
Las personas tóxicas siempre tienen algo que decir sobre lo que uno opina, nunca están de acuerdo con las ideas de los demás porque no les parecen suficientemente buenas o porque no son como las suyas. Tienden a menospreciar las opiniones y/o gustos de los demás por el simple hecho de ser diferentes de los suyos y suelen obstaculizar los avances de quien tienen al lado para evitar la innovación y la creatividad.
El hecho de causar perjuicio a los otros significa que son personas dependientes puesto que no pueden sobresalir sin pisar a otros o sin la aceptación de quienes les rodean.
En las relaciones de pareja o en las amistades esta dependencia se manifiesta convirtiéndose en relaciones intensas y turbulentas. Pueden llegar a ser asfixiantes puesto que constantemente están reprochando atención y se enfadan si no son los protagonistas. Las personas tóxicas continuamente solicitan compañía y admiración, son posesivas, controladoras y muy celosas llegando a aislar a sus parejas o amigos por exigir dedicación exclusiva. Pueden llegar al maltrato físico y/o psicológico para conseguir sus objetivos.
Quienes sufren esta toxicidad pueden llegar a sentirse en un callejón sin salida. Perdonan una y otra vez apoyándose en la buena fe de estas personas tóxicas. Consideran que no han sido suficientemente pacientes o que realmente han hecho algo para molestarles y que pueden intentar que sus seres queridos se sientan mejor. Acaban culpándose de la toxicidad de la relación y se sumergen en un círculo cada vez más dañino que les aísla y que les agobia más y más.
La autoestima de quienes sufren a las personas tóxicas acaba muy deteriorada y pueden acabar por someterse a las exigencias de quienes les manipulan sin escrúpulos. Cada vez el malestar va siendo peor y la escapatoria se percibe como algo inexistente debido a la culpabilidad inducida por sus acompañantes.
Debemos ser conscientes de que las personas tóxicas sólo buscan el propio beneficio y que si alguien nos está haciendo daño o nos está agobiando quizá no es lo que más nos beneficia. Estas personas no cambian porque actuando de esta manera es como consiguen sus objetivos y sólo conciben a los otros como un mero instrumento para lograr un fin.
Si alguien nos causa malestar, nos hace sentir culpables o nos impone unas exigencias imposibles y nuestra relación no es satisfactoria es mejor que pensemos de una manera objetiva antes de dejarnos arrastrar por el chantaje emocional y la culpabilidad. Si perdemos ese punto de objetividad que tenemos al principio será mucho más difícil escapar a la influencia de las personas tóxicas que nos rodean.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Copia de seguridad del cerebro, memoria perpetua y emociones (II)

La semana pasada nos quedamos con esta pregunta. ¿Por qué no es bueno tener tan buena memoria? La memoria normal es imprecisa y se construye a base de emociones. No podemos recordar nada con exactitud porque nuestra capacidad para memorizar es limitada, debemos eliminar viejos recuerdos irrelevantes para dejar espacio a los nuevos. Además, la memoria, al igual que los recuerdos, se deterioran con el tiempo, perdemos capacidad de almacenamiento en nuestra memoria y somos capaces de recuperar muchos menos recuerdos.

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Podemos eliminar recuerdos irrelevantes o dolorosos para mantener a pleno funcionamiento nuestra capacidad para almacenar información y preservar nuestra salud mental.

Cada acontecimiento que vivimos nos produce una emoción y, según esa emoción, así guardamos el recuerdo en la memoria. Un recuerdo son pinceladas de lo que ocurrió; pequeños apuntes sueltos que, para tener consistencia, redactamos añadiendo información que le dan a ese recuerdo un significado coherente. Y esa información que unifica el recuerdo está basada en la emoción que experimentamos en aquel momento o la que nos produce cuando recordamos. Esto no significa que nos inventemos el pasado pero sí que lo rellenamos para darle una coherencia. Por esta razón, las historias de varias personas sobre un mismo acontecimiento pueden ser tan distintas y no tiene por qué estar mintiendo ninguna.
La posibilidad de olvidar hace que podamos prescindir de detalles poco importantes, como lo que comimos tal día como hoy hace siete años o lo que llevábamos puesto el día cinco de agosto de cualquier año. La memoria también sirve para que podamos fijar esos recuerdos que tienen una importancia especial en nuestra vida y lo podamos distinguir del día a día. Los recuerdos que se fijan en nuestro cerebro tienen un significado especial y nos produjeron emociones intensas, tanto para bien como para mal.
Al recordar, nuestra memoria se ve influida por nuestro estado de ánimo. Cuando estamos de buen humor nuestra memoria recuerda episodios positivos y esto hace que nos sintamos bien. En cambio, cuando nos encontramos tristes, solemos recordar eventos negativos lo que hace, a su vez, que nuestro estado de ánimo disminuya. Es decir, las emociones y la memoria crean un círculo que se retroalimenta. Nuestro estado de ánimo hace que nuestra memoria recuerde episodios con el mismo signo y, esos recuerdos, mantienen un mismo estado de ánimo, acorde con los recuerdos que evocamos.

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Los recuerdos se modifican con el tiempo para ajustarse a nuestros estado de ánimo.

Por otro lado, cada vez que recordamos un episodio y nuestro estado de ánimo actual no está totalmente en consonancia con el del recuerdo, ese recuerdo se modifica. Los detalles con que unimos los pequeños fragmentos que recordamos realmente van cambiando y se adaptan al estado de ánimo que tenemos en ese mismo momento de recordar. Este hecho junto con el olvido protege nuestra salud mental porque nos ayuda a superar momentos difíciles o estresantes. Hace que esas vivencias no sean tan duras o parezcan tan lejanas que ya no nos producirán el mismo dolor. Estos mecanismos nos ayudan a prevenir o vencer la depresión y nos ayudan, también, a superar el estrés postraumático.
Ahora bien, si no pudiéramos librarnos de la realidad objetiva y cruda, ¿podríamos hacerle frente? Estaríamos condenados a recordar cada momento de nuestra vida sin la oportunidad de perdonarnos a nosotros mismos. Los buenos recuerdos dejarían de ser tan buenos porque al estar presentes constantemente perderían su valor positivo y dejaríamos de apreciarlos. Esa información pasaría a tener un valor neutro y perderíamos la capacidad de disfrutar del recuerdo y de la sorpresa de poder recordar hechos que pasaron hace tanto tiempo.
Por lo tanto, hagámonos esta pregunta ahora: ¿estamos seguros de que nos gustaría tener una copia de seguridad de nuestro cerebro?

miércoles, 12 de marzo de 2014

Copia de seguridad del cerebro, memoria perpetua y emociones (I)

Mucho se habla de tecnología y de las copias de seguridad para no perder nuestra información más valiosa. Pero, ¿y si pudiéramos hacer una copia de seguridad de nuestro propio cerebro?
Hacer un backup, o copia de seguridad, consiste en copiar toda la información de un dispositivo y guardarla en otro dispositivo diferente con el objetivo de poder recuperar esa información en cualquier momento si se produjera un fallo en el dispositivo original.

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Pero ¿y si el dispositivo original fuera nuestro cerebro? Podríamos crear una copia de seguridad de nuestro cerebro y jamás olvidaríamos nada, todos los conocimientos y recuerdos permanecerían para siempre. Tampoco habría lugar a equívocos con los recuerdos y desenmascararíamos a los mentirosos sin esfuerzo.
Esto plantea la posibilidad la inmortalidad. Podríamos seguir viviendo sin necesidad de nuestro cuerpo físico, ya que la copia de seguridad abarcaría tanto la memoria como la personalidad y la capacidad de sentir emociones.
Además, tendría un gran uso en medicina, ya que sería posible restaurar la memoria en personas que sufren demencias o pérdidas de memoria por algún tipo de accidente o enfermedad. Quizá todos seríamos mucho más felices por tener la seguridad de recordar todo y poder acceder en cualquier momento a la información completa que hemos ido almacenando a lo largo de toda nuestra vida.

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Podríamos llegar a tener un cerebro sin necesitar un cuerpo

Se cree que esa copia de seguridad consistiría en una copia de las estructuras y de las conexiones neuronales de nuestro cerebro y de la información almacenada en él. Así, se podría utilizar la información recogida siguiendo la misma manera de procesar esa información que tiene una persona concreta. Por eso, ante un caso de amnesia o de demencia se podrían regenerar las mismas estructuras dañadas y mantener y utilizar la información que se posee.
En realidad, existen personas que no necesitan una copia de seguridad de su cerebro porque jamás olvidan nada, tienen una memoria autobiográfica superior. Son los hipertimésicos o hipermnésicos, personas que pueden recordar con total precisión cada día de su vida. Existen muy pocas personas en el mundo con este trastorno que fue descubierto en 2006. Quienes se ven afectados por esta alteración poseen una memoria autobiográfica muy extensa, que comienza a una edad muy temprana, la pubertad generalmente. Pueden recordar cada día de su vida con todos los detalles como si hubiese ocurrido ayer, o incluso, como si estuviera sucediendo justo en el momento de recordarlo.
Pero, ¿por qué no es bueno tener tan buena memoria?
La próxima semana lo descubrirás...

martes, 4 de marzo de 2014

La autoestima y sus peores enemigos, nosotros mismos

La autoestima es la valoración que cada uno hace sobre sí mismo. Nos valoramos según nuestro aspecto físico, nuestras habilidades, nuestros valores, nuestra personalidad y nuestros actos. Tenemos una idea de lo que más importancia tiene para nosotros y hacemos una comparación entre esto y lo que vemos en nosotros mismos. Así si estamos satisfechos con lo que percibimos tendremos una autoestima alta. En cambio, si consideramos que no nos ajustamos a nuestros propios cánones entonces tendremos una autoestima baja porque la valoración sobre nosotros mismos no va a ser muy positiva.
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Al plantearnos qué podemos hacer para aumentar nuestra autoestima nos encontramos en la tesitura de si debemos hacer mejores cosas o de mayor calidad o bien es nuestra mente la que no percibe correctamente el valor que tenemos. Todo puede ser.
Por un lado, cuando no hacemos nada por sentirnos bien ya sea por pereza o por falta de ánimo nuestra autoestima comienza a bajar en picado. Empezamos a pensar que no somos útiles y que no valemos para nada. Entraremos en un círculo en el que este sentimiento nos quitará las ganas de ponernos en marcha y se convertirá en un bucle del que nos resultará difícil salir.  Para salir debemos romper ese círculo vicioso y comenzar a darnos pequeños gustos. Así, poco a poco, recuperaremos la sensación de bienestar y la capacidad de disfrutar de lo que nos gusta. Y comenzaremos a movernos para darnos más satisfacciones o hacer actividades que nos sienten bien.
Por otro lado, puede que confiemos nuestra autoestima al valor que nos dan otros. Depender de la aprobación de los demás nos convierte en personas sumisas que dedican su vida a los demás y se olvidan de sus propias necesidades. Anulan su valor por doble partida; olvidan que son ellos mismos quienes deben valorarse y anulan su propia satisfacción y gustos en beneficio de los demás. De esta manera, estaremos esperando siempre buenas palabras, reconocimiento y aceptación por parte de los demás, que no siempre llegan o no llegan de la manera que nos gustaría. Por más que nos esforcemos, nunca conseguiremos ese reconocimiento que buscamos porque quien realmente nos conoce somos nosotros mismos y sólo nosotros sabemos a ciencia cierta lo que nos gusta.
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Por último, es posible que hagamos todo lo posible por valorarnos pero no lo consigamos. Cuando el nivel de exigencia que ponemos a nuestra vida es demasiado alto, nunca vamos a valorar con exactitud nuestra autoestima. Siempre nos parecerá poco y trataremos de luchar toda nuestra vida por mejorar algo inmejorable. Nuestra mente perfeccionista nos tachará de desastres o de mediocres y a medida que nos acerquemos al límite que pusimos encontraremos un fallo que nos ayudará a subir el nivel de expectativa para que no lleguemos. Así, pasaremos nuestra vida tratando de alcanzar la perfección que no existe. Por supuesto, para llegar a una buena valoración sólo podremos tomarnos muy en serio la vida, trabajar y esforzarnos para demostrarnos a nosotros mismos que de verdad somos luchadores. Y, sin embargo, a la hora de la verdad no conseguiremos darnos una frase de ánimo, todo lo contrario, un reproche que nos diga que no lo conseguimos y que tenemos que seguir esforzándonos más porque no ha sido suficiente.
El primer paso para aumentar nuestra autoestima es permitirnos los fallos. Aceptar que no somos perfectos, que podemos equivocarnos y que equivocarnos nos ayudará a ser mejores. El ensayo error es una de las claves del aprendizaje.
El hecho de darnos permiso para equivocarnos significa que podemos arriesgarnos e innovar en nuestra vida porque tenemos permiso para desarrollar todo nuestro potencial y buscar nuevas oportunidades para disfrutar.
Regalarnos palabras amables tendría que ser una norma. Esa aceptación que buscamos en los demás nos la podemos dar a nosotros mismos definiéndonos con palabras de cariño y dándonos ánimo cuando lo necesitamos.
No privarnos de lo que más nos gusta ni posponerlo para cuando nos lo merezcamos porque nuestra mente perfeccionista no nos lo concederá jamás.
En resumen, disfrutar de la vida, concederse caprichos, ajustar nuestra visión personal tanto física como psicológica y permitirse fallar son la base de la aceptación y la aceptación es el primer paso para construir una autoestima fuerte.

miércoles, 26 de febrero de 2014

Estilo educativo firme en los padres e hijos que sufren… lo justo

¿Qué es el estilo educativo? Habitualmente, decimos que educamos a los niños con disciplina. La disciplina en cuestión de educación es un tema clave y no tiene por qué tener connotaciones negativas. Sin disciplina no se aprenden los conceptos más básicos para las personas, el bien y el mal.
Por disciplina entendemos el estilo educativo. Y el estilo educativo es la manera en la que desarrollamos nuestras normas y valores y se lo transmitimos a nuestros hijos. Este estilo educativo es único y personal en cada persona; depende de la personalidad que tengamos y de nuestra historia de aprendizaje desde que nosotros mismos éramos niños.
A pesar de nuestras diferencias individuales existen unos estilos educativos bastante definidos: el permisivo, el sobreprotector, el autoritario y el asertivo o autoritativo.
El estilo educativo permisivo se basa principalmente en la ausencia de normas y la importancia de los afectos. Los padres que educan de esta manera no creen que sea importante poner normas estrictas pero sí dar mucho cariño, la mayoría de las veces en forma de premios. Según estos padres las normas se van aprendiendo poco a poco con el tiempo y prefieren que sean otras personas quienes se encarguen de la disciplina, como por ejemplo, los profesores. Como resultado, los niños no aprenden dónde están los límites y no desarrollan tolerancia a la frustración. Estarán acostumbrados a conseguirlo todo pero sin esfuerzo y no soportarán una negativa.

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Padres permisivos

 
 
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Padres sobreprotectores




El estilo educativo sobreprotector es muy parecido al permisivo. Los padres intentan evitar el sufrimiento de sus hijos a toda costa porque creen que son demasiado pequeños para tener decepciones en su vida. Por tanto, se lo pondrán muy fácil y les evitarán cualquier situación conflictiva en su vida. Puede que no se lo concedan todo a sus hijos directamente pero sí se las apañarán para que lo consigan todo. De esta manera los niños tampoco desarrollarán una adecuada tolerancia a la frustración, se sentirán inseguros si no están sus padres porque son quienes les ayudan a superar los obstáculos.







 

El estilo educativo autoritario se basa en el control principalmente. Los padres suelen ser muy perfeccionistas y tienen muy clara la importancia de los límites en la educación. A veces, se olvidan de darle importancia a los afectos y a la comprensión de las emociones. Imponen normas muy estrictas pero poco razonadas y se centran en lo negativo y los castigos por los errores más que en dirigir hacia la conducta deseada. La necesidad de control no deja que los hijos se desarrollen con un criterio propio y estén seguros de sí mismos.

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Padres autoritarios

Estos tres estilos educativos favorecen la inseguridad en los niños ya que, de una manera u otra, impiden que puedan aprender de la experiencia. Bien por no tener unas consecuencias claras cuando se comete un error, bien porque, a juicio de los padres, no comenten errores o bien porque no se permite ningún tipo de error. La inseguridad hace que los niños no tengan iniciativa y se vuelvan sumisos y miedosos o sin derecho a decidir.
La falta de límites hará que conviertan en niños tiranos que lo consiguen todo de la manera que sea, ya que no sabrán distinguir entre el bien y el mal. Si no se siguen unas consecuencias claras a cada acto no se establecerá ningún orden en su comportamiento.
El exceso de límites y de control hará que los niños crezcan inseguros y sin la capacidad de tomar ninguna decisión sin permiso de sus padres, o bien;  el extremo contrario, hijos que se enfrentan a la autoridad y se oponen por sistema en un intento de expresar y recuperar su independencia.
El estilo educativo asertivo o democrático, será una mezcla sana de todos estos estilos. Los padres utilizarán una disciplina inductiva, basada en el razonamiento y en la negociación. De esta manera, se aceptan las normas porque se comprenden. Se permiten los errores y se aprende de ellos al igual que se aprende a tolerar la frustración cuando algo no sale como esperan. Los afectos son igual de importantes que los límites que se establecen y los premios y los castigos se administran de una manera equilibrada y razonable. Los hijos crecen seguros y con poder de decisión lo que les da una autoestima fuerte. Esto les permite desarrollarse como adultos seguros y con iniciativa.  

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Padres democráticos

Como padres es difícil cambiar los conceptos que se tienen sobre la educación ya que, a menudo, fuimos educados de la misma manera. Además, moverse en un campo desconocido causa inseguridad. Sin embargo, liberarse de los miedos, confiar en los hijos y darles una responsabilidad adecuada a su edad es un acto que aportará más alegrías a largo plazo y facilitará el paso a la vida adulta de las personas que más queremos, los hijos.

martes, 18 de febrero de 2014

Whatsapp: la inseguridad de la última conexión.

Whatsapp nos controla. ¿O tal vez somos nosotros quienes nos dejamos controlar por Whatsapp? Muchos pensarán que es una tontería porque Whatsapp es una aplicación, un programa para el móvil y podemos elegir si le hacemos caso o no, nadie nos obliga.
Sin embargo, a todos nos gusta relacionarnos con nuestros amigos, familiares y demás seres queridos. Los programas de mensajería instantánea, como Whatsapp, Hangouts, Line o Skype, nos permiten estar comunicados con todas las personas de nuestro alrededor a todas horas y de manera inmediata. A todos nos gusta tener avisos en el móvil porque eso significa que alguien se ha acordado de nosotros y, por tanto, que le importamos a alguien.

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Programas de mensajería instantánea como Whatsapp hacen que nuestro tiempo y nuestra vida estén controlados por otras personas.
 
El hombre, como animal social que es, necesita gente a su alrededor, necesita sentirse acompañado pero no siempre tiene esa posibilidad y, por eso, inventa herramientas que le permitan sentirse menos solo.
Este empeño en evitar la soledad a toda costa hace que no aprendamos a tolerarla y que nos cause dependencia y temor. Dependencia tanto de las personas que nos rodean como de los instrumentos que creamos para no sentirnos solos. Y temor porque la dependencia va aumentando paulatinamente. Cada vez somos menos capaces de aguantar la soledad y nos causa más angustia la sola idea de no estar comunicados con otras personas.
Así, enviamos mensajes en cadena, creamos grupos para conversar, difundimos todo lo que estamos haciendo en cada momento con la foto puntual de cada paso que damos, etc. Todo con la intención de sentirnos aceptados y valorados.
Cuando lo que escribimos o compartimos son hechos excepcionales la atención suele ser máxima y la mayoría de la gente escribe algún Whatsapp dándonos ese reconocimiento. Entonces nos sentimos seguros, tranquilos y contentos. Pero no es común que ocurran cosas extraordinarias todos los días por lo que, muchas veces, nos gustaría comunicarnos y no sabemos qué escribir en Whatsapp para captar la atención.
Si intentamos comunicarnos con alguien es posible que no nos responda de inmediato. Es entonces cuando sale a relucir la inseguridad que llevamos dentro. La falta de respuesta inmediata nos crea ansiedad, nos hace sentir incómodos e inquietos. Esperamos segundos o minutos que parecen horas y no llegan las respuestas. Comprobamos si estamos conectados a internet por si el problema es nuestro. Después comprobamos que nos funciona Whatsapp, o el programa que utilicemos. Y, por último, miramos cuándo se conectaron por última vez como si ese dato nos fuera a dar la explicación absoluta de la ausencia de respuesta.
Si vemos que la hora es anterior a nuestro mensaje nos quedamos más tranquilos y esperamos, aunque seguimos con una cierto nerviosismo. Pero si vemos que la última conexión es después de nuestro mensaje entonces estamos perdidos. Se desata en nosotros un torrente de ideas negativas acerca de las otras personas. Comenzamos a pensar que no les importamos, que no quieren saber nada de nosotros, que les molestamos, que están demasiado ocupados pasándoselo bien con otra compañía y no nos necesitan, etc. Y si se trata del otro miembro de la pareja los celos nos invaden y somos capaces de inventar auténticas historias de infidelidad que nos creemos a pies juntillas.
El resultado de esta situación es el conflicto y una mayor inseguridad. Quienes reciben los reproches se sentirán controlados e invadidos en su intimidad y se pondrán a la defensiva por sentirse espiados y en la obligación de dar explicaciones. No obstante, si consideran que una amistad o una relación no deben terminar por una pelea a causa de Whatsapp tomarán medidas para eludir el espionaje.
Cada vez que quieran utilizar la mensajería instantánea se lo pensarán por miedo a que descubran cuándo se conectaron. Así se demorará la última conexión o se inventarán tretas para conectarse sin ser vistos.
Al final, se crea la sensación de inseguridad y de control alrededor de estas herramientas por no poder hacer nada sin ser descubiertos. Cada movimiento que hacemos sabemos que alguien lo ve y que puede conllevarnos un conflicto y, sin embargo, no podemos dejar de usar Whatsapp para estar conectados en cualquier momento.
No podemos dejar que nadie controle nuestra vida ni nuestro tiempo ni, tampoco, podemos exigir a nadie atención plena hacia nosotros. Aprendiendo a tolerar la soledad y el aburrimiento seremos capaces de sentirnos más seguros y podremos ocuparnos de hacer actividades que nos gustan y disfrutarlas solos, sin necesidad de compartir nuestra vida constantemente.

martes, 11 de febrero de 2014

Dependencia emocional en la pareja y decrecimiento personal

Dependencia emocional es un concepto que muchas veces confundimos con el de amor y enamoramiento. Es el estado en el que sentimos que no podemos estar sin la otra persona y que hemos nacido para estar juntos en todo momento. Sin embargo, la codependencia, o dependencia emocional, pasa del deseo a la obligación, de la elección a la imposición.
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La dependencia emocional cambia el deseo por la obligación.
Cuando nos enamoramos de alguien es cierto que sentimos que no hay nadie igual en el mundo y que queremos estar con esa persona para siempre. Sentimos que nos gustaría compartir absolutamente todo con esa persona y que nos complementa y entiende tanto que no necesitaríamos a nadie más a nuestro alrededor.
Todo esto forma parte de los primeros momentos; ese periodo de novedad en el que la ilusión nos lleva a pasar la mayor parte de nuestro tiempo con esa persona tan especial. Sentimos una sensación igual que el niño que sólo juega con el último juguete que le regalaron por ser el mejor de todos los que tiene.
Es normal que, en un principio, la balanza se incline hacia la novedad y lo que nos llena de ilusión. Y con el tiempo, al igual que el niño se cansa de jugar siempre a lo mismo, sentimos la necesidad de ordenar nuestra vida de nuevo para colocar a las personas en el lugar que les corresponde.
Cada uno de nosotros somos distintos y necesitamos un espacio donde poder desarrollar todas nuestras facetas, alimentar nuestros intereses y crecer como personas sanas y adultas. Eso significa que en una pareja no todo es conexión ni compartir exactamente los mismos gustos, aficiones, etc.
Es en este punto donde se pasa del deseo y la ilusión del enamoramiento a la obligación de la dependencia emocional. Una idea bastante común es que si nuestra pareja es la perfecta para nosotros significa que podemos contar con ella para todo y pasar todo el tiempo juntos; no hay necesidad de separarse ni un segundo.
Al tomar este camino nos estamos enredando en la dependencia emocional y comenzamos a cambiar nuestra manera de ser para adaptarnos a la otra persona. Renunciamos a nuestros intereses y gustos porque lo que nos gusta tiene que ser lo mismo que a nuestra pareja. Entonces nos sentimos coartados por nosotros mismos. Nos imponemos esa idea en la que si no somos uno nuestra relación no va bien.
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La codependencia, o dependencia emocional, supone una obsesión por la otra persona de la que no somos capaces de separarnos
Así, empezarán nuestras exigencias hacia nosotros mismos y hacia nuestra pareja. Con la idea de unicidad nos creamos un mundo ideal en el que sólo estamos nosotros dos. Iremos a todos los lados juntos, haremos las mismas actividades, tendremos los mismos amigos y en algunos casos, hasta compartiremos el mismo trabajo. Si en algún momento tiene que haber una separación se vivirá como un abandono por parte de quien se queda y comenzarán los reproches y el chantaje emocional. El pensamiento de los dos será único y la posibilidad de tener opiniones diferentes en cada uno será una muestra de riesgo de que la relación no está bien.
Ante el posible conflicto cederemos porque el cariño existe pero el miedo al abandono también y coexisten en partes iguales. Poco a poco, la dependencia emocional y sus exigencias irán ganando terreno al amor y la relación puede llegar a parecer una jaula abierta de la que no nos atrevemos a escapar.
Ser presos de la dependencia emocional significa no poder desarrollarnos como personas y no poder madurar. Así alimentaremos una relación estancada en los primeros momentos del enamoramiento habiendo cambiado la ilusión por la exigencia y con un crecimiento negativo. La relación no avanzará pero tampoco lo hará nuestra mentalidad porque siempre dependeremos de la aprobación de los demás y de lo que piensen otros por nosotros. Nos convertiremos en adultos con mentalidad de niños que no toman sus propias decisiones y dependen en todo momento de otros a los que, a la vez, obligamos a pensar como nosotros.
El crecimiento en una pareja viene dado por la suma de la vida de los dos miembros que comparten su vida pero mantienen su identidad independiente de la del otro miembro. Es lógico que coincidan en multitud de ocasiones y que en otras disientan. Pero lo que garantiza una vida en pareja sana es que se respete la intimidad del otro y su espacio para desarrollar su identidad libremente.


* Otros artículos relacionados con la codependencia o dependencia emocional:

- No puedo vivir sin ti.
- Mitos sobre el amor romántico.