miércoles, 24 de agosto de 2011

De lo general a lo particular


Lo general.
Estamos rodeados de información. Cada vez existen más clases de datos. Nos comunicamos con más personas, tenemos que elegir entre más alternativas y los componentes de información sobre cualquier cosa aumentan exponencialmente.
Todo lo que hacemos requiere una toma de decisiones tanto a la hora de saber  si actuar o no como a la hora de decidir el cómo. La mayoría de las veces no nos damos cuenta de que tomamos una decisión, simplemente actuamos. Si tenemos que elegir entre más de una opción y nos enfrentamos a una decisión difícil o poco habitual, entonces valoramos las posibilidades. A medida que la decisión es más importante tenemos en cuenta más detalles e intentamos ser lo más minuciosos posible. Pero nunca analizamos toda la información de que disponemos cada vez que debemos escoger. ¡Cada paso nos llevaría una vida!
Para resumir el proceso tomamos atajos. Nuestro cerebro almacena la información en grupos o conjuntos. Cada vez que necesitamos uno de estos grupos utilizamos un método que se llama heurística y que consiste en rescatar la información siguiendo algunas reglas como son la generalización, la analogía, las semejanzas, etc. A cada una de estas reglas las llamamos heurísticos y son estas estrategias las que utilizamos habitualmente en nuestra vida cotidiana.
Muchas veces tenemos tan asimilados estos heurísticos que forman parte de nuestra personalidad. Se convierten en nuestros valores, creencias, ideales y rigen nuestra manera de ser. Existen dos heurísticos importantes que utilizamos a diario, sobre todo, cuando tratamos con otras personas; son los prejuicios y los estereotipos. Estos dos nombres tienen connotaciones negativas y siempre nos defendemos de no ser prejuiciosos y alardeamos de no fiarnos nunca de los estereotipos. Pero, realmente, esto es una mentira a medias. Si no utilizáramos ninguno de estos atajos cada vez que tomáramos una decisión tendríamos que analizar absolutamente todo y necesitaríamos, como ya dije, toda una vida. Por eso, utilizamos nuestras ideas generales o las opiniones que tenemos sobre la situación en la que nos encontramos. Estas opiniones las hemos construido a lo largo de nuestra experiencia o de lo que nos han enseñado desde pequeños.
Es tan fácil como que, por ejemplo, a la hora de comprar un aparato electrónico de un valor elevado lo primero que hacemos es centrarnos sólo en las marcas importantes que conocemos y las que son de segunda las desechamos. Es lógico, ya que nos vamos a gastar el dinero nos vamos a lo seguro y apostamos por lo conocido y que nos da más confianza. Pero, ¿cómo sabemos que es de confianza? ¿Hemos comprobado todos los demás para saber que no son buenos? No hacemos un análisis de cada componente ni de cada función de cada una de las marcas del mercado, nos quedamos con los estereotipos. En este caso, que por ser conocido es mejor.
Seguramente diremos que los prejuicios y los estereotipos se refieren a las personas y que nunca hacemos juicios previos antes de conocer a alguien. ¿Seguro? Cuando vemos por primera vez a una persona lo primero que hacemos es ver su aspecto. Si es hombre o mujer ya tendremos una idea diferente. Viendo la edad que tiene también, pensaremos cosas diferentes y atribuiremos una personalidad distinta según cómo se vista. Con sólo tres características ya tenemos una pequeña idea sobre cómo creemos que es esa persona. Si, además, nos fijamos en su corte de pelo, sus gestos, en los adornos, etc., la idea que tenemos formada se irá ajustando mucho más a cómo creemos que es en realidad.
Son las primeras impresiones que nos formamos cuando vemos o nos relacionamos con alguien por primera vez. Puede que no juzguemos dando un valor positivo o negativo pero sí utilizamos estos atajos para ser más rápidos a la hora de comportarnos frente a quien tenemos delante. Si antes de hablar con una persona tuviéramos que conocerla nunca podríamos iniciar una conversación. Para empezar, no sabríamos si tutearla o tratarla de usted porque ambos tratamientos pueden resultar molestos según a quien nos dirijamos.
Todo esto, junto con la situación en la que nos encontremos, es muy útil para empezar. Por ejemplo, si tenemos un nuevo compañero de trabajo que no conocemos lo que haremos será hablar sobre el trabajo, si estamos en un curso de formación hablaremos sobre la temática del curso, en una exposición de arte nuestra conversación irá enfocada al arte.
Pero la cuestión es no quedarse en esta primera impresión o en este primer contacto.


Lo particular.
Como dijo José Ortega y Gasset "Yo soy yo y mi circunstancia". Lo que en un primer momento resulta muy útil y es una buena ayuda se puede convertir en un lastre si no profundizamos en ello.
Los atajos que utilizamos en nuestro día a día, bajo la forma de prejuicios y estereotipos, nos sirven para acercarnos a las personas. Pero, una vez que establecemos la comunicación, es cuando debemos librarnos de esa opinión prejuiciosa que nos formamos al principio.
No sólo se trata de confirmar o no esa idea inicial que nos formamos. Poco a poco, vamos teniendo acceso a más información. A medida que conocemos a alguien nos damos cuenta de que no es como imaginábamos; para bien o para mal. Conocemos nuevos detalles que puede que no encajen en esa imagen que nos habíamos creado al principio. Esto nos puede confundir un poco y causarnos la sensación de que esa persona no es lo que esperábamos, incluso nos puede poner a la defensiva. Seguramente, a medida que accedamos a su historia personal, nos daremos cuenta de que aquellos detalles que no nos encajaban bien tienen su explicación. Esto significa que no podemos limitarnos a desechar aquello que no nos convence de alguien o que no se ajusta a nuestra idea ingenua sobre esa persona porque no sepamos encasillarla en nuestro esquema. Todo lo contrario, debemos ser conscientes de que quien está equivocado somos nosotros ya que hemos anticipado un juicio sin tener suficientes evidencias. Es más, lo justo sería adentrarnos en su mundo para entender por qué se comporta o piensa así o por qué su vida es como es.
Especialmente, somos más estrictos y conservadores con nuestras propias creencias acerca de los otros cuando nuestra opinión no es positiva. Quizá sea por lo que nos cuesta reconocer que nos hemos equivocado o quizá por el gran trabajo que suponemos nos va a costar reconstruir nuestra imagen mental sobre esa persona, esta vez con más tiento para no volver a errar. En muchas de las ocasiones que dejamos atrás nuestro orgullo, reconocemos que nos hemos equivocado y damos otra oportunidad suele ser a las personas que después más valoramos porque hemos puesto mucho más cuidado y hemos dedicado más esfuerzo a conocerlas.
Pasado el tiempo, al echar la vista atrás, es cuando nos damos cuenta de que aquellos que conocimos aquel día no tienen nada que ver con lo que imaginábamos en ese momento y reiremos contándole a la otra persona nuestras suposiciones acerca de ella (aunque, es posible, que a la otra persona no le haga tanta gracia).
En realidad, los prejuicios no son ni buenos ni malos de por sí y los estereotipos tienen el mismo poder para acercarnos o para alejarnos de alguien. Sólo nos beneficiaremos de ellos si sabemos utilizarlos de manera inteligente como la herramienta social que son.
Así, los estereotipos que tratan de desacreditar a un grupo o dotarlo de connotaciones negativas serían los primeros que deberíamos preocuparnos de verificar. A veces, se les da más importancia que si fueran una información veraz porque se componen de rumores que, supuestamente, se basan en experiencias reales de alguien. Pero, normalmente, estas experiencias o no son ciertas o están muy desvirtuadas por el boca a boca y puede dar lugar a consecuencias no muy agradables para el grupo que se convierte en víctima del prejuicio.
Lo mejor que podemos hacer es acercarnos y comprobar por nosotros mismos si algo es cierto o no para poder opinar y argumentar con evidencias sólidas.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Figura o Fondo. ¿Qué es lo importante?


La Escuela de la Gestalt fue una corriente psicológica que surgió a principios del siglo XX. Defendían que nuestra percepción no siempre era objetiva y que nuestra interpretación, a veces, iba mucho más allá que la simple percepción.
Nuestro cerebro recoge la información, es decir, percibe el mundo exterior. Pero, además, realiza otra función no menos importante que es la de codificar y dar un sentido a aquello que percibe. Habitualmente, captamos los estímulos del exterior tal y como son y ése es el significado que le damos. Por ejemplo, vemos una manzana Ѽ (una fruta cuya piel es de color amarillo, verde o rojo con puntitos,  redonda pero achatada por arriba y por abajo, amarilla o blancuzca por dentro y con pepitas en el centro)  y sabemos que es una manzana. Sin embargo, a veces, la realidad no está tan clara y la interpretación puede ser muy diferente para cada persona.
Cuando observamos imágenes consideramos que la figura es lo que sobresale, lo primero que captamos, y el fondo es aquello sobre lo que se colocan las figuras o los objetos. A menudo, el fondo es una base necesaria pero irrelevante, por eso, decidimos no darle tanta importancia y sí centrarnos en las imágenes. Pero, ¿cómo sabemos cuál es el fondo y cuáles son las figuras? ¿Cómo podemos estar seguros de que estamos en lo cierto? Aquí van algunos ejemplos que nos harán dudar y nos llevarán a reflexionar sobre ello.




 


 ¿Un conejo entre la hierba o un pato tumbado?
















 


¿Un saxofonista o una cara de mujer?










  



   
    







        ¿Una calavera o una pareja?
  


















 






¿Don Quijote y Sancho o los molinos?










  








 
 
¿Y aquí? ¿Cuántas cosas eres capaz de ver?


En nuestra vida cotidiana, en multitud de situaciones, la figura y el fondo se pueden intercambiar. Por eso, no debemos quedarnos sólo con lo primero que nos venga a la mente. Ante los hechos de la vida debemos reflexionar y leer entre líneas, como se suele decir. Así, acontecimientos que nos parecen negativos quizá no lo sean tanto o ciertos malentendidos tengan una explicación mucho más simple. A la hora de afrontar los problemas puede que no lleguemos a la solución porque no nos estamos centrando en la raíz del conflicto. Es más, es posible que nosotros mismos nos estemos creando problemas que en el fondo no lo son y nos estemos quitando un tiempo que deberíamos dedicar a disfrutar de lo que realmente merece la pena.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Mitos sobre el amor romántico


   Algunas de nuestras creencias sobre el amor pueden llevarnos a pensar que nuestra relación de pareja no va bien. A veces, incluso,estas creencias pueden ser uno de los motivos por los cuales quienes sufren maltrato no son conscientes de ello en un principio. Estos son los mitos sobre el amor romántico que Graciela Ferreira propone en su libro:
  • Entrega total a la otra persona.
  • Hacer de la otra persona lo único y fundamental de la existencia.
  • Vivir experiencias muy intensas de felicidad o de sufrimiento.
  • Depender de la otra persona y adaptarse a ella, postergando lo propio.
  • Perdonar y justificar todo en nombre del amor.
  • Consagrarse al bienestar de la otra persona.
  • Estar todo el tiempo con la otra persona.
  • Pensar que es imposible volver a amar con esa intensidad.
  • Sentir que nada vale tanto como esa relación.
  • Desesperar ante la sola idea de que la persona amada se vaya.
  • Pensar todo el tiempo en la otra persona, hasta el punto de no poder trabajar, estudiar, comer, dormir o prestar atención a otras personas menos importantes.
  • Vivir sólo para el momento del encuentro.
  • Prestar atención y vigilar cualquier señal de altibajos en el interés o el amor de la otra persona.
  • Idealizar a la otra persona no aceptando que pueda tener algún defecto.
  • Sentir que cualquier sacrificio es positivo si se hace por amor a la otra persona.
  • Tener anhelos de ayudar y apoyar a la otra persona sin esperar reciprocidad ni gratitud.
  • Obtener la más completa comunicación.
  • Lograr la unión más íntima y definitiva.
  • Hacer todo junto a la otra persona, compartirlo todo, tener los mismos gustos y apetencias.
     Una pequeña muestra en este vídeo:




   Bibliografía:
   Ferreira, Graciela (1995). Hombres violentos, mujeres maltratadas. Buenos Aires: Editorial Sudamericana. 2ª edición.