martes, 27 de noviembre de 2012

¿Por qué las mujeres maltratadas no se separan?



A menudo, cuando leemos o escuchamos de primera mano un caso sobre violencia de género o doméstica nos preguntamos: ¿por qué no le deja? Incluso, nos atrevemos a exigírselo a la propia víctima.
Algo que parece tan claro para los demás cuando lo ven desde fuera es mucho más complicado cuando se está dentro. Lo primero de todo es reconocerlo y no siempre se consigue. El maltrato suele comenzar de una manera muy sutil, con comentarios, discusiones, celos, etc. que van subiendo de tono cada vez más. El hecho de ser algo progresivo impide que se tenga una visión exacta de la realidad y se normalice la situación. A veces discutimos… Normalmente cuando nosotros tenemos conocimiento vemos el resultado final pero no el lento y progresivo proceso que ha tenido lugar.
Una vez que la situación llega a ser tan insostenible como para que la propia víctima se dé cuenta, ese mismo hecho es lo que impide abandonar a su pareja. Después de tanto tiempo no se atreve porque su autoestima está tan mermada que cree no ser capaz. ¿A dónde va a ir ahora? Todas las personas de su entorno se lo advirtieron mientras no lo veía y, en la lucha por defender a su agresor, llegó a terminar otras relaciones más importantes. En consecuencia, su apoyo social se ve ahora muy reducido, junto con la culpabilidad que siente por haberse enfrentado a quienes la querían ayudar.
Por otro lado, su pareja es alguien a quien ha amado todo con toda su alma. Se ha involucrado y ha arriesgado tanto que terminar con esa situación le parece un fracaso terrible, lo que destruye aún más su autoestima. Los momentos malos han sido terribles pero los buenos han sido tan extremadamente buenos que “compensan” el sufrimiento con la pasión desenfrenada. Cada reconciliación es como una luna de miel… Eso sin contar con el chantaje emocional al que está sometida cada vez que ella intenta abandonarlo. “¡Sin ti no soy nada!”, “¡No me dejes, cambiaré!”, “¡Mi vida no tiene sentido sin ti!”, “¡Te necesito!”.
Y en el momento de plantearse un abandono real aparecen las dudas en las que piensa: a dónde va a ir ella si no es nadie. Con tantas amenazas como ha recibido cree que ya no tiene el control sobre nada y haga lo que haga no podrá escapar de esa situación. No sabe cuándo va a llegar un golpe o una paliza ni cuándo le va a obsequiar con humillaciones que van minando su persona. A veces, pensaba que se portaba mal o que no hacía bien las cosas, ahora sabe que sólo depende del humor con el que llegue a casa y a veces ni siquiera eso.
También le aterroriza que si se va la pueda encontrar o que su huída sea un fracaso y tenga que volver porque, al fin y al cabo, ahí es donde mejor y más cuidada está; ella, que no sabe cuidar de sí misma.
Y si supera todo esto y decidiera dar el paso, piensa que el mundo exterior le dará la espalda porque fue culpa suya permitirlo y que ya la avisaron pero no hizo caso. Sólo miraba por los ojos de él y acabó haciendo lo que le pidió. Si ella trabajaba, los celos le invadían a él, con lo que es probable que dejara su puesto de trabajo para dedicarse por entero a su amor y dejar de darle motivos para pegarla. Aunque ella fuera el ama de casa el dinero lo administraba su pareja y siempre le reprochaba ser una derrochadora. Con lo que si ahora decide irse se quedará sin recursos y no podrá sobrevivir. ¿Dónde encontrará trabajo si no sirve para nada?
¿Y los hijos? ¿Qué va a hacer con ellos? Si no sabe cuidar de sí misma, ¿cómo va a cuidar de unos niños? ¿Y cómo los va a mantener? ¿Y si les encuentra y les hace algo? ¿Cómo voy a separar a unos niños de su padre?
Las políticas actuales que protegen a las víctimas de maltrato tratan de dar un respaldo a todas aquellas mujeres que intentan salir de la situación insostenible en la que se encuentran. El problema es, como siempre, la falta de medios para hacer frente a estas demandas de forma rápida y efectiva. Esto supone que a algunas les entre el pánico y decidan dar marcha atrás o que la dependencia de su pareja sea tan grande que decidan darle otra oportunidad. Para otras, el tiempo que tienen que esperar puede que sea demasiado y que las consecuencias sean peores aún.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Vivimos en el Hedonismo pero profesamos el Estoicismo



Los griegos llamaban Hedonismo a una doctrina filosófica centrada en la búsqueda del placer y la supresión del dolor. Mientras que, el Estoicismo, reflejaba una corriente casi opuesta en la que se debía prescindir de lo superfluo y llevar una vida basada en la razón y la moral. En la actualidad, decimos que una persona estoica es alguien que lleva las desgracias con resignación.
Vivimos en una sociedad que impone la búsqueda incesante del Hedonismo. Es decir, nos obliga a la felicidad como única meta válida en la supervivencia de cada uno. Sin embargo, profesamos férreamente el estoicismo y nos regodeamos en él. Ese anhelo de felicidad constante nos hace empecinarnos, día sí y día también, en unas metas que están tan lejos como el horizonte.
El rumbo tácito de la sociedad es hallar la felicidad. Pero al no alcanzarla cada día nos sentimos frustrados e, incluso, apartados del ritmo incansable que ésta nos impone. El no encontrar lo que, se supone, todo el mundo debe alcanzar sin esfuerzo y como algo natural, hace que si nuestros esfuerzos nos son suficientes nos castiguemos por no alcanzar lo “normal” o lo que todos tienen.
Pero, ¿quién es el que nos dice cómo debemos vivir nuestra vida? ¿Qué poder tiene para establecer criterios tan generales para todos nosotros? Bien, pues la sociedad somos nosotros mismos que, con ayuda de la publicidad, hemos creado esta forma de vida tan utópica y paradójica. La función de la publicidad es, precisamente, crear una necesidad que hasta el momento no hemos contemplado como tal. Tener un cuerpo bonito, poder comer todo lo que queramos sin engordar ni enfermar, ser aceptados, queridos y deseados, tener muchos amigos, etc. y todo ello sin una sola gota de esfuerzo. Fríamente, pensamos que eso es imposible pero, realmente, actuamos con estos principios. Creemos que no tenemos un buen trabajo porque no podemos comprarnos el mejor coche o irnos todos los años de viaje a un lugar inolvidable. Nuestra comida no está tan buena como debería y, además, nos engorda al primer capricho que nos damos. La ropa que nos ponemos no nos sienta como un guante y las cremas y productos que nos echamos nos devuelven la misma imagen en el espejo pero un día más envejecida. Y todo esto porque aspiramos a conseguir lo que sabemos que es irreal.
Es por ello, quizá, que al sentirnos tan impotentes ante la situación que vivimos intentamos que nuestros hijos lo tengan todo. Ya que nosotros nos sacrificamos y sufrimos ante las derrotas, ¿por qué no facilitarles a ellos las cosas? Se supone que son niños y no tienen por qué pasarlo mal. Sin darnos cuenta, lo que estamos haciendo es quitarles todos los instrumentos de que disponen para hacer frente a una realidad que tarde o temprano les reportará alguna derrota. Y, ¿qué es lo que ocurrirá cuando lleguen las grandes decepciones de su vida y no tenga ningún escudo protector para defenderse? Lo que estamos empezando a vivir en estos momentos es una muestra de esta situación. Personas muy agresivas que deben conseguir lo que sea a toda costa, incluso, con la violencia. O bien, personas que se amilanan ante las adversidades, se vienen abajo y no luchan porque es “demasiado difícil” alcanzar lo que uno se propone y es mejor no intentarlo para no llevarse el disgusto.
Por otro lado, si todo es de color rosa en nuestra vida, ¿cómo sabremos disfrutarlo? Si siempre nos sale todo bien eso será lo normal pero no nos aportará ninguna satisfacción por eso mismo, porque es normal. Para saber lo que es la alegría o la felicidad debemos experimentar y conocer qué es la tristeza y la desazón. Comprobando que todo tiene su contrario podemos establecer la comparación y apreciar mejor cuándo nos sentimos bien. No se trata de pasar penurias para sentirnos felices sino que consiste en no tener miedo a enfrentarnos a lo difícil y a lo que no nos asegura el éxito.
En muchas ocasiones, cuando no triunfamos, también nos sentimos bien al valorar todo nuestro esfuerzo. Se trata de arriesgarnos a perder y poner toda la energía en conseguir el éxito no seguro. Sólo aprendiendo a vivir en el Estoicismo, visto como esfuerzo, perseverancia y trabajo duro para lograr nuestros sueños, conseguiremos alcanzar el Hedonismo pues nos sentiremos satisfechos, no con el resultado, sino con nuestro desempeño.

martes, 20 de noviembre de 2012

¿Quién cuida de quien cuida?



En España existe una ley que ayuda a las personas dependientes y lo hace desde varios aspectos bien sea con prestaciones económicas, con servicios de teleasistencia o poniendo a disposición de los usuarios lugares donde pasar un tiempo o vivir.
Pero esto no es la panacea. Primero, porque en el caso de algunas personas muy mayores que podrían solicitar algún tipo de ayuda, la rechazan por preferir estar en su propia casa y hacerse cargo de ella porque eso les hace sentirse útiles.
Otros, por desconocimiento o desconfianza también la rechazan, aunque la necesiten. Algunas personas, no llegan a cumplir los criterios necesarios para solicitar este tipo de ayudas y, en ocasiones, estos servicios no son suficientes por el tipo de problemas que pueda tener la persona. Eso sin contar los recortes de esta ley…
La realidad que nos encontramos es que, en muchos casos, es necesario que un familiar se haga cargo de la persona dependiente y, en otros, los propios familiares son los que prefieren tener cerca a sus allegados.
La mayoría de las veces, esto deriva en una situación de cuidado y atención constante que casi siempre suele recaer en una mujer. Hacerse cargo de alguien que no puede valerse por sí mismo es algo parecido a una maternidad sólo que sin la parte bonita. No hay bajas durante unas semanas y la persona no crece, puede que todo lo contrario, que sus funciones y capacidades se vayan perdiendo como en las enfermedades degenerativas o en ciertos trastornos del desarrollo.
Además, puede que la persona que se queda al cuidado de su familiar tenga un trabajo que le gustaría seguir manteniendo con lo que debe compaginar las dos funciones e integrarlas perfectamente en su vida.
La atención constante repercute en la calidad de vida del cuidador o cuidadora. El cansancio termina por aparecer y va haciendo mella, de manera que se refleja en su salud física y psicológica. Unido al cansancio, también va la falta de tiempo para todo. La dedicación exclusiva a cuidar o cuidar y trabajar hace que poco a poco los momentos de ocio vayan disminuyendo. El tiempo de sueño puede que también se vea afectado y la necesidad de descansar se convierte en primordial pero no hay tiempo para eso. Muchas veces los escasos momentos en que puede liberarse consisten en minutos que se aprovechan para dormitar o sentarse un rato en el sofá, si no es para acabar de resolver algo que estaba pendiente.
Todo esto, conlleva un aislamiento del entorno social y una pérdida de actividades lúdicas tan necesarias para reponer fuerzas. La pérdida de amistades por falta de tiempo supone también una pérdida de apoyo social y no dedicar un tiempo para cuidar de uno mismo, hace que nuestra autoestima se vaya resintiendo porque no somos capaces de captar las propias necesidades. El estrés empezará a pasar factura y comenzarán las dolencias físicas junto con la depresión y la ansiedad. Ese malestar se puede transmitir a la persona que se está cuidando de manera que se puede sentir enfado hacia ella. Culpabilizar a la persona dependiente de todos los problemas del cuidador hace que se genere resentimiento y odio hacia esa persona lo que puede llegar a derivar en situaciones de maltrato.
Para evitar llegar a esta situación, es importante seguir contando con una red de apoyo adecuada y hacer uso de todos los recursos que estén al alcance. También sería conveniente que el resto de la familia se implique en el cuidado de ese familiar dependiente y que sepamos guardar un tiempo para desconectar. Realizar actividades que aporten bienestar y que sirvan para “recargar las pilas” y salir del entorno saturado de preocupaciones y tensión. De esta manera, se rompe el círculo de sentimientos negativos y se puede afrontar cada día con más ánimo. Además, esto repercute en la autoestima que a la vez se refuerza, en lugar de ir perdiendo valor por la situación negativa.
Y por supuesto, no tener miedo al “qué dirán por irme a pasármelo bien mientras tengo a mi (hijo, padre, madre, marido, etc.) aquí en casa sin poder valerse por sí mismo”. La mayoría de las veces esto es lo que más daño nos hace a nosotros mismos y lo que peores sentimientos nos crea.

martes, 13 de noviembre de 2012

El nido repleto



El nido repleto es el fenómeno contrario al nido vacío. Significa que los hijos se quedan en casa de los padres de forma indefinida. Se suele considerar la edad de emancipación los 18 años pero todos sabemos que es muy difícil, en nuestro país, que los hijos se vayan de casa a esta edad. En cambio, en la mayoría de los países europeos y en Estados Unidos es la norma general.
En España, se ha producido este fenómeno desde hace mucho tiempo. La excusa perfecta era el seguir estudiando y formándose para tener un “buen trabajo”. Después, había que encontrar ese “buen trabajo” y asentarse en él. Y una vez conseguida esta estabilidad… ¡qué pereza con lo a gusto que estoy aquí y lo bien que me tratan! Además, mis padres se quedarían solos…
La situación en el hogar era más o menos llevadera porque, tras muchas discusiones, al final todo se volvía normal y se llevaba como se podía desde todos los puntos implicados.  La sensación de los padres de regentar un hotel y la de los hijos de vivir controlados y tener que dar explicaciones por todo al final no era para tanto porque se acababan acostumbrando los unos a los otros. Como no había una ruptura desde los conflictos de la adolescencia todo parecía mucho más normal.
Ahora bien. Existe otra situación que origina el nido repleto y es la que se está dando en este momento con la situación económica actual. Muchos hijos se independizaron e, incluso, compraron su propia casa pero, de repente, se quedaron en el paro, sin ingresos y con una hipoteca a sus espaldas que les ata hasta la vejez.
A muchos de estos hijos no les ha quedado otro remedio que volver al hogar de los progenitores con lo que el segundo noviazgo de los padres se terminó de un plumazo (nunca mejor dicho). Los padres y madres que han vuelto a alojar a sus hijos en casa han perdido la intimidad de la noche a la mañana. Han tenido que renunciar a su propio espacio físico y psicológico puesto que ahora tienen en mente a otras personas que, a veces, parecen extraños.
Y es que volver a una situación anterior después de un tiempo de evolución para todos puede devenir en conflictos mayores que en la adolescencia. Los padres se han acostumbrado a vivir solos y tranquilos, hacer su vida sin tener que contar con nadie más y disfrutar de su vida de pareja. Además, del ajuste emocional por el que tuvieron que pasar cuando la casa se quedó vacía.
Por otro lado, los hijos llegan con sus propias manías que han adquirido durante su tiempo de independencia y les cuesta volver a los patrones de su infancia/juventud. Se sienten otra vez pequeños y controlados, como obligados a dar explicaciones aunque en verdad no sea así.
Para todos es una pérdida de algo bueno que han conseguido. Por eso, es esencial ponerse de acuerdo y fijar nuevas normas. En este caso, la decisión no es un deseo de ninguna de las partes pero en todos existe una idea subyacente que es la de seguir su vida sin que la situación les afecte en absoluto. Esa expectativa hace que todos los miembros se sientan frustrados en cierto modo puesto que la realidad no es esa.
Además, la frustración hace que se pongan ideas en los demás que no son ciertas, como la idea del hotel de los padres o la idea de control de los hijos. Todo esto no provoca más que confusión y una lucha por salvaguardar su propio reducto para así mantener la idea de que nada ha cambiado.
Y todo esto, sin contar si la vuelta es con el cónyuge y los hijos… Cuando se va uno y vuelven tres o cuatro (¡o más!) el paso de la tranquilidad absoluta a la algarabía constante se convierte en algo muy estresante para los padres/abuelos.
La realidad es que todo ha cambiado, los padres han cambiado, los hijos han cambiado y la situación también ha cambiado. Por eso, para evitar conflictos exagerados lo mejor que se puede hacer es pararse a pensar en cómo ha evolucionado cada uno de los miembros de la familia empezando por uno mismo. Analizar la situación que se presenta y abordarla entre todos para fijar unas pautas de convivencia que faciliten la confianza y la adaptación a las nuevas circunstancias.
No olvidemos que en el caso del retorno forzado de los hijos, éste ha sido debido a causas inevitables. La presión que sienten los hijos y la preocupación de los padres por ellos es aún mayor debido a la incertidumbre por la duración de la situación y su consiguiente estancia en el nido, ahora repleto. Todo eso hace que el estado de ánimo no sea el más propicio para ninguno de los miembros familiares.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Contra la pared: una historia fronteriza



Sibel, una chica guapa de veinte años con una gran necesidad de escapar de un entorno que la asfixia. Para zafarse de su familia intenta cualquier tipo de estrategia por arriesgada que sea. Se trata de una chica impulsiva, con intensas ganas de experimentar sensaciones a toda costa. En su intento de sentir y buscar un lugar en un mundo, que no siente como suyo, incluso recurre a los intentos autolíticos.
En su búsqueda de la felicidad inalcanzable se encuentra al que se convierte en su marido, Cahit. Esta extraña pareja se conoce en el hospital tras haber intentado suicidarse cada uno de ellos.
Es la historia de una continua lucha por escapar de un mundo hostil, a ojos de los protagonistas, que les lleva a noches de alcohol y drogas, a continuas peleas y a un “ni contigo ni sin ti”.
Sibel se busca a sí misma, quiere ser alguien. Su intento de ser ella misma pasa por imitar a quien admira pero se siente frustrada cuando no lo consigue. Ahoga sus penas infinitas en los bares y en el sexo tras una máscara de plenitud. Sus instantes más felices se alternan con sus periodos más tristes. En su vida encuentra por momentos que lo tiene todo pero, de repente, se siente completamente vacía. Busca cariño, amor y protección escapando de quien se la ofrece.
Cahit es un bohemio, solitario y depresivo hombre de cuarenta años que intenta suicidarse al creer que ya no le quedan esperanzas ni ilusiones. Conoce a Sibel y se casa con ella víctima de un excéntrico y manipulado acuerdo. No quiere que nadie dependa de él ni quiere involucrarse sentimentalmente con nadie, sólo quiere seguir su círculo de autodestrucción que lleva alimentando desde hace algunos años.
Los anhelos y las frustraciones de estos dos personajes conviven en un entorno social de musulmanes en Alemania, lo que aún hace más difícil su adaptación al mundo en el que tratan de sobrevivir.
En mi opinión, el personaje de Sibel es una persona fronteriza, que sufre un trastorno límite de la personalidad. Lucha constantemente por conocerse a sí misma y por lograr una estabilidad en medio de una tempestad de ideas y emociones contradictorias. Cuando no ve escapatoria se lesiona, amenaza con suicidarse o lo intenta y manipula a los demás. Se deja llevar por sus impulsos con explosiones de ira, ahoga sus frustraciones en alcohol y se cree libre de todas sus desdichas y preocupaciones en el mundo de la noche. No se siente adaptada a su mundo y por eso quiere salir del ambiente familiar tan conservador en el que vive pero tampoco encuentra lo que busca en otro lugar. Continuamente se ve a sí misma llenando su vacío interior y buscando algo que la llene y le haga sentir bien.

Referencia:
-    Contra la Pared. Dirigida por Fatih Akin.  Alemania: Coproducción Alemania-Turquía; Arte / Bavaria Film International / Corazón International / Norddeutscher Rundfunk (NDR) / Panfilm / Wüste Filmproduktion, 2004. 121 min.


Carátula: Contra la pared.
Cartel: Contra la pared.




Carátula y cartel de la película: Contra la pared.
Título original:
Gegen Die Wand (Head-On).