martes, 25 de junio de 2013

El Apego



El apego es un vínculo afectivo muy intenso que se establece entre dos personas. Este vínculo es único y permanece aunque estas personas se encuentren en la distancia. Lo que tiene de especial este lazo es que la figura de apego constituye la base emocional del otro, es el refugio ante situaciones de temor, tristeza o angustia y quien aporta consuelo y estabilidad emocional.
La primera relación de apego se crea en la infancia, desde que nacemos. Dependemos por completo de otra persona que nos cuida y nos protege. Nuestros padres se esfuerzan para que todas nuestras necesidades estén cubiertas y así podemos estar tranquilos.
Alrededor de los dos años, al comenzar a adquirir independencia, es cuando esta relación se consolida. Comenzamos a desplazarnos y explorar aquello que nos crea curiosidad y dependiendo del tipo de apego que se haya construido seremos más decididos o más temerosos a la hora de separarnos de nuestra figura de apego. El que el vínculo sea más o menos fuerte depende de la seguridad que nos aporten nuestros progenitores o nuestros cuidadores. Si podemos alejarnos de ellos sin miedo a que éstos desaparezcan el vínculo será seguro. En cambio, si no nos atrevemos a separarnos de estas figuras para explorar “más allá de donde nos alcanza la vista”, quizá, es porque el vínculo que se ha construido en algún momento no ha cubierto todas nuestras necesidades fisiológicas, sociales o emocionales (o nosotros lo hemos percibido así en algún momento) y temeremos perderlo.
Posteriormente, cuando somos adultos, ese vínculo de apego lo establecemos con nuestra pareja. Es en ella en quien depositamos nuestras preocupaciones, nuestros anhelos, nuestras ilusiones, nuestros sentimientos más profundos y quien nos aporta seguridad, estabilidad y bienestar. El sentimiento que nos produce es que aunque todo vaya mal siempre tenemos un lugar en el que resguardarnos.
Según el tipo de apego que hayamos construido durante la infancia así lo estableceremos con otras personas a lo largo de la vida. Si nos sentimos inseguros necesitaremos constantemente que esa figura de apego esté con nosotros de manera fehaciente y, ante la mínima separación, nos pondremos tristes, nos sentiremos dependientes y tendremos una profunda sensación de abandono.
Puede darse el caso, también, de que si hemos desarrollado ese apego inseguro nos cueste mucho, en el futuro, crear estos vínculos porque nos da mucho miedo perderlos. Evitaremos, así, todo compromiso y relación afectiva. Ante esta situación nos resultará muy difícil establecer verdaderos lazos con otras personas por el miedo a sufrir. Construiremos un caparazón que nos impide sentir emociones plenamente y nos costará fiarnos de otras personas. Esto, a su vez, dificultará mucho el acercamiento por parte de quienes están realmente interesados en establecer un vínculo afectivo con nosotros.
Casi la totalidad de las veces las relaciones de apego inseguro están detrás de problemas de celos, dependencia y codependencia, inseguridad, desconfianza, inestabilidad, problemas de comunicación, problemas afectivos y, llegando a casos más graves y extremos, de los malos tratos físicos y psicológicos.
En cambio, una persona que muestra un apego seguro, se sentirá segura de sí misma y no necesitará la aprobación ni el apoyo constante de esta figura protectora. Se valorará por sí misma y será capaz de mantener una vida propia, manteniendo y respetando un espacio vital “sano” entre ambos miembros de la pareja y sabiendo, en todo momento, que su figura de apego estará ahí incondicionalmente a pesar de la distancia y de las dificultades.

jueves, 13 de junio de 2013

La agresividad



La agresividad va ligada al instinto de supervivencia. Se trata de una serie de conductas impulsivas que aparecen ante una amenaza real o imaginaria. Por lo general, la agresividad es más intensa en el sexo masculino por cuestiones físicas y evolutivas. Desde la prehistoria y, debido a su supremacía física, el hombre es quien ha defendido al grupo para que las mujeres pudiesen criar a sus hijos y asegurar así la supervivencia de la especie.
Cuando el hombre domesticó a algunos animales y logró construir armas y refugios dejó de estar indefenso ante los depredadores, que eran la principal amenaza. Pero la agresividad seguía formando parte del ser humano y el objetivo ya no fue defenderse de los animales sino de los propios congéneres.
A lo largo de la historia se han sucedido las luchas entre clanes y las guerras entre pueblos o países. La forma de solucionar los conflictos individuales han sido las peleas y/o los duelos y las guerras a gran escala. Sin embargo, la historia ha demostrado que no ganaba el más fuerte sino que los mejores guerreros fueron los que utilizaban estrategias muy elaboradas como en el caso de los griegos o los romanos.
En la actualidad, ya no tenemos amenazas que afecten directamente a nuestra supervivencia y eso nos ha ayudado a desarrollar otra mentalidad más altruista. Sin embargo, y a pesar de que está comprobado que ya no resulta efectivo, aún seguimos usando la agresividad y la lucha para resolver conflictos. Los países que realmente están en conflicto tienen su origen en las diferencias de etnia, religión, cultura, etc. y su comportamiento estaría ligado al instinto de supervivencia. En cambio, el resto de países, los que inventan las guerras en territorios ajenos, tienen otros objetivos que enmascaran bajo el telón de la agresividad para demostrar su hegemonía. Pero nada más lejos de la realidad, la inteligencia que subyace a estos planes es lo que les da la verdadera superioridad. Casualmente, estos conflictos inventados se generan en lugares desprotegidos en los que la lucha por la supervivencia aún está muy marcada y los valores culturales se apoyan en una moral no demasiado desarrollada. De esta manera, sin darnos cuenta, todos justificamos las intervenciones militares.
Fue el psicólogo Lawrence Kohlberg quien planteó que los humanos pasábamos por varias etapas en nuestro desarrollo moral. Estas etapas partían de una moral incipiente en el que se juzga a los buenos y a los malos en función de la obediencia y el ojo por ojo, pasando por la conveniencia de dar buena imagen y ajustarse a las normas sociales hasta llegar al nivel más desarrollado en el que se cuestionan esas normas sociales para acercarse a valores universales como los planteados en los derechos humanos.
El altruismo y la cooperación son la alternativa más eficaz para resolver los conflictos y revelan un estadio de desarrollo moral mucho más avanzado. No se pone en riesgo la integridad y ayuda a optimizar los recursos económicos y humanos sin necesidad de buscar la restauración del orgullo perdido, la venganza ni el rencor.
La agresividad refuerza el resentimiento y forma una espiral en la que la violencia va subiendo de intensidad hasta entrar en un círculo difícil de romper. Lejos de resolver ningún conflicto estos se acrecientan.
El hecho de buscar una solución conjunta y colaborativa que beneficie a todas las partes al máximo posible contribuye a crecer como personas, a superar retos y a sentirnos más seguras y satisfechas y, consecuentemente, hablando en términos evolutivos, protege y perpetúa la especie.

miércoles, 5 de junio de 2013

El Miedo



El miedo es una emoción básica negativa que consiste en ponernos alerta para salvarnos de cualquier peligro. Como toda emoción su cometido es adaptativo, nos ayuda a la supervivencia, aunque en algunas ocasiones la emoción es tan intensa que nos paraliza y nos impide actuar.
Los miedos nos acompañan desde que nacemos. A medida que vamos creciendo superamos determinados temores y se forman otros nuevos más elaborados. Son los miedos evolutivos. Al nacer tenemos, especialmente, miedo a los ruidos fuertes y a perder nuestra base de sustentación. Posteriormente, deja de ser tan importante perder esta base de sustentación porque aprendemos a andar; entonces aparece el miedo a la separación de nuestros padres o a las personas extrañas. Más tarde, aparece el miedo a la oscuridad, a las enfermedades, a los seres sobrenaturales o a la muerte. Pero lo normal es que con los años vayamos sintiéndonos más seguros y capaces de hacer frente a estos temores.
Sin embargo, en algunas ocasiones, no superamos completamente todos estos miedos evolutivos y se quedan en nuestra mente formando una especie de poso. Consciente o inconscientemente evitamos todas aquellas situaciones que nos puedan comprometer en este sentido, pero con el simple hecho de evitarlo ese poso se remueve y afecta a nuestra inseguridad y a nuestra autoestima. Saber que esos miedos siguen ahí merma la confianza en nosotros mismos puesto que nos recuerda que no somos capaces de hacerle frente a ciertos temores que en la mayoría de los casos no suponen un peligro real.
Este tipo de miedo se llama irracional porque nosotros mismos podemos llegar a la conclusión de que, en realidad, no existe la probabilidad de poner en riesgo nuestra integridad. Por ejemplo, la oscuridad o los seres sobrenaturales. Sabemos que no existen sin embargo, aquellas personas que lo sienten una vez que vuelve ese miedo no son capaces de dejar de pensar en ello y su temor cada vez va en aumento. Otros miedos como son el miedo a volar, a los perros, etc. puede que tengan un componente más real pero la manera de enfrentarnos a ellos hace que se conviertan igualmente en irracionales y es a esto a lo que se llama en psicología fobia. Es muy probable que cuando tenemos alguna fobia y lo razonemos fríamente lleguemos a la conclusión de que ese temor es ridículo porque lo que imaginamos va mucho más allá de lo posible. Creemos firmemente que siempre va a ocurrir una catástrofe y vamos a morir o que un animal es mucho más grande o peligroso y que irremediablemente nos va a hacer daño, etc.
Por otro lado, están los miedos racionales que son los que conllevan un peligro real. Por ejemplo, estar delante de un atracador que nos apunta con una navaja. Pero estos casos ocurren raramente y son totalmente imprevisibles. También podemos tener miedo o temor ante algunas circunstancias de la vida como algunas enfermedades o situaciones desconocidas. La diferencia es que en ese momento tratamos de afrontarlo de la mejor manera que podemos y no salimos corriendo sino que intentamos resolver la situación ya que no es algo que podamos evitar.
Las fobias y los miedos irracionales, en cambio, son muy propensos a la evitación porque no necesitan una resolución para continuar, es decir, no interfieren con nuestra rutina diaria. Taparlo o evitarlo hace que salvemos el momento y nos deshagamos del malestar de inmediato, aunque en realidad estemos alimentando ese miedo y haciéndolo más grande. Y todo ello, a su vez, mermando la confianza en nosotros mismos.
La manera de sobreponernos y superar los miedos irracionales y las fobias es exponernos a ellos. Enfrentándonos a ellos es la forma de saber que somos capaces de resolver situaciones que nos hacen sentir inseguros y nos da herramientas para superar temores similares en el futuro. Nos ayuda a confiar en nosotros mismos, a sentirnos capaces e independientes puesto que no necesitamos que nadie nos “proteja”. Sentiremos ese temor que irá creciendo hasta llegar a un límite en el que veremos que, en realidad, no ocurre nada y, poco a poco, la ansiedad que provoca ese miedo se irá desvaneciendo.
Es preferible estar abiertos a la experiencia y buscar situaciones que nos den miedo y enfrentarnos a ellas para aprender a vivir libres de esos temores que acobardarnos y reducir nuestra vida a escasas actividades en las que nos sentimos seguros. Nuestra vida se enriquecerá mucho más cuantos más retos superemos.