viernes, 3 de febrero de 2012

Lo que me preocupa


Pasamos demasiado tiempo preocupándonos por nuestros problemas. Dándoles más importancia de la que verdaderamente tienen. ¿Acaso importan más nuestros pequeños pesares que todo lo que nos agrada y nos hace sentir bien?
Ya sé que la situación personal de cada uno es la más importante. ¡Por supuesto! Pero, si reflexionamos por un momento y hacemos balance poniendo en un lado lo bueno que nos acompaña y, en el otro, nuestras preocupaciones estoy segura de que ganaría por mayoría lo positivo ante lo negativo. Es probable que en algunas ocasiones tengamos rachas de mayor o menor fortuna pero, en general, si somos objetivos, podemos agarrarnos a infinidad de cosas buenas que llenan nuestros días.
Para darnos cuenta de todo esto lo principal es que sepamos pararnos a reflexionar por un instante. Normalmente actuamos por inercia y ésta es la que nos lleva a perseguir nuestras preocupaciones como si tratásemos de perseguir nuestra propia sombra.
Nos levantamos cada día pensando lo que tenemos que hacer y funcionamos como autómatas siguiendo nuestra rutina. Hacemos nuestros quehaceres diarios porque tenemos que hacerlo y, cuando acabamos, nos encontramos con más y más. En el momento que aparece un suceso que se sale de nuestra rutina no sabemos cómo hacerle frente y nos agobiamos. Si ocurre algo bueno no sabemos disfrutarlo y pasa ante nosotros sin que le prestemos la menor atención pero si es algo negativo entonces sí que descabalará nuestro ritmo habitual. Necesitamos asumirlo y afrontarlo porque hasta que no lo resolvamos seguirá ahí y por eso nos quita el sueño, no nos deja pensar en nada más, nos desconcentra y nos desconcierta. Nos ponemos nerviosos  y dejamos de actuar de forma racional porque nos dejamos llevar por la estela de la preocupación. Nos esforzamos por dedicar tiempo y energías a un bucle infinito del que no sabemos salir. Y es que, sin querer, nos hemos colocado en el camino entre el problema y la solución y, por eso mismo, nos la tapamos.
Si por un momento nos apartamos de ese camino y vemos todo el trayecto nos daremos cuenta de que centrándonos en lo que nos pasa no llegaremos a ningún lado. Debemos jugar con todos los elementos de que disponemos para hacernos una composición de lugar. Hemos analizado más que suficientemente el problema que tenemos pero la cuestión es si sabemos definirlo correctamente. Es decir, ¿nos preocupan los detalles con que nosotros mismos hemos ido adornando el problema o nos preocupa el núcleo del mismo?
Es importante tener claro qué es lo que tenemos que resolver porque en función de esto podremos avanzar. La única manera de continuar es planteando alternativas y diferentes formas de resolver la situación. Hasta que no lleguemos a este punto no podremos descansar porque seguiremos enganchados en la “no-solución”. Una vez que nos pongamos en marcha las alternativas para resolverlo saldrán una tras otra porque ya no nos sentiremos bloqueados. Veremos que existe un final para esa situación que nos está causando malestar.
Después, ya sólo nos queda elegir la alternativa que consideremos más efectiva y llevarla a la práctica. Si nos equivocamos simplemente habremos descartado una opción y podremos probar con otra. Es muy difícil acertar a la primera, sobre todo, ante situaciones nuevas. Con la experiencia y poniendo en práctica multitud de recursos y alternativas es como seremos capaces de tener éxito. La clave es el “ensayo-error”. Al igual que nadie aprendió a caminar sin caerse, es muy difícil que consigamos resolver una situación compleja a la primera. Por eso no debemos venirnos abajo con los fallos que cometamos sino aprender de ellos para adquirir destrezas que nos ayuden en otras ocasiones.
Darnos por vencidos ante el menor contratiempo propiciará un abandono prematuro y nos cerrará la puerta para disfrutar del placer de resolver el problema y ver cómo se aleja. Es más, lo que ocurrirá es que cada vez que suceda algo parecido agacharemos la cabeza y nos esconderemos; de manera que nuestra ansiedad irá en aumento y nuestra vida se irá llenando de pequeños y grandes agobios que nos impiden disfrutar de lo que realmente merece la pena.

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