domingo, 6 de noviembre de 2011

Pensamiento crítico


¿Dónde quedaron aquellas clases donde las frases se representaban con letras y símbolos? Según el significado de aquellos símbolos podíamos llegar a la conclusión de si era verdad o mentira lo que analizábamos. La lógica que tan inútil nos parecía no sólo sirve para saber si Aristóteles, como todo humano, era mortal o no. Resulta que acostumbrarse a pensar de una manera lógica nos puede ayudar a ser más seguros e independientes.
Llevar a cabo un razonamiento lógico puede convertirse en algo arduo y tedioso. Pero eso sólo ocurre las primeras 5 ó 10 veces, luego sólo es difícil y, después, sale solo. El problema es precisamente éste, que es difícil de llevar a cabo porque exige mucha atención. Normalmente, no estamos tan interesados en todo lo que leemos o escuchamos como para hacer un análisis pormenorizado. Escuchamos o leemos por encima y nos hacemos una idea vaga. Así, nuestro cerebro va perdiendo práctica y cada vez da más pereza fijarse bien en lo que nos cuentan. Como al final lo que buscamos es la comodidad, esperamos que otros lo hagan por nosotros o depositamos nuestra confianza en los demás por razones más sentimentales o culturales que objetivas.
Normalmente, según nuestras preferencias o valores nos posicionamos en un lado o en otro: todo o nada, blanco o negro, izquierda o derecha, norte o sur, etc. Para infinidad de cuestiones tenemos nuestras ideas ya formadas. Pero, por un ahorro de tiempo o de esfuerzo, la mayoría de las veces nos fiamos de lo que nos dicen aquellos que consideramos afines a nosotros. Suponemos que van a defender lo que nosotros creemos y resulta que acabamos creyendo lo que ellos dicen. Es lo que nos pierde porque en esta parte entran en juego las emociones. Nos implicamos emocionalmente con lo que nos gusta (precisamente por eso nos gusta, porque nos suscita sensaciones y emociones).
Junto con la comodidad, la afectividad, es la otra gran barrera que nos impide pensar muchas veces de forma objetiva. Como nuestros sentimientos son parte de nosotros no nos pueden traicionar, con lo que podemos confiar en lo que hemos elegido. Pero en esta vida no hay nada perfecto y todo es susceptible de cambio. Paradójicamente, los seres humanos nos resistimos asombrosamente a los cambios y nos cuesta bastante esfuerzo adaptarnos.
Así, lo que nos gusta también tendrá aspectos que no nos agradan tanto y lo que no nos gusta es posible que tenga algún aspecto positivo. Esto es bastante obvio y lo reconocemos aunque nos pese. Lo que no es tan obvio es cómo nos explican a nosotros los aspectos positivos y negativos de lo que se nos ofrece.
Lo primero de todo es que no hay aspectos negativos. Criticar lo que nos gusta nos puede ayudar a mejorar. Plantear alternativas o buscar lo que nos demuestre que no tenemos razón sirve para persistir en nuestra búsqueda de lo que realmente es válido para nosotros. Tendremos la seguridad de que lo es porque al indagar y comparar llegaremos a nuestras propias conclusiones. Si nos conformamos con lo primero que aparece nuestra seguridad será mucho menor.
Lo siguiente es que los adjetivos calificativos son las palabras que ocupan la mayor parte del discurso. Para aquello que defendemos serán adjetivos extremadamente agradables y positivos mientras que aquello que rechazamos recibirá adjetivos que reflejen desprecio y lo desvaloricen.
La guinda del pastel llega con las frases circulares como esto es bueno porque es bueno. A veces no se nota porque se emplean frases muy largas en las que la atención se pierde y son imposibles de seguir. Se convierten en una sucesión de palabras encadenadas, y adornadas de adjetivos, que no llevan a ningún lado aunque parezca que sí. Al final, encontramos una retahíla de afirmaciones sin ninguna explicación verdadera y que en la forma se parecen a una serie de argumentos.
En un principio, ponernos a pensar de una manera reflexiva sobre cualquier cosa puede dar pereza pero la práctica hace todo mucho más fácil y rápido. El esfuerzo del principio se ve recompensado cuando nos sentimos capaces de pensar por nosotros mismos. No consiste en ser desconfiado sino en aprender a entresacar las ideas con las que construir nuestro verdadero sistema de valores personales. Esto es lo que nos da independencia a cada uno. Saber que lo hemos elegido y construido libremente nos aporta la seguridad que necesitamos para llevarlo a la práctica en nuestras vidas.