miércoles, 23 de abril de 2014

La soledad percibida: estar solo entre la multitud

La soledad no es sólo la ausencia de compañía. Es un sentimiento que puede resultar devorador. Conocemos la tristeza de la soledad en las personas que no tienen amigos, que viven solos sin una elección voluntaria. Conocemos, también, la soledad más desgarradora y menos buscada que es la de los ancianos que van perdiendo paulatinamente su red social. Van falleciendo sus parejas, hermanos, amigos, y en algunos casos se ven aislados por la lejanía de sus hijos y nietos o por su abandono.
Ahora bien, además, de la soledad real, existe un sentimiento de soledad que aparece aún estando rodeados de gente, es la soledad percibida. Es el sentimiento que nos pone un “pero” cuando estamos siempre en compañía y nunca nos falta un plan para pasarlo bien con otras personas. Buscamos nuevos contactos, asistimos a cualquier fiesta o evento, participamos en actividades de ocio colectivas, constantemente estamos buscando nuevas maneras de conocer a más y más personas. Esta búsqueda, a veces, puede llegar a convertirse en una obsesión.

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Soledad percibida

Después de todos esos esfuerzos, la nada se sigue apoderando de nuestra mente. Es una insatisfacción general con nuestro entorno, es un sentimiento de autoengaño por creer que la gente de la que nos rodeamos satisfará nuestras propias carencias y nuestra soledad interior. Sin embargo, el sentimiento persiste.
El siguiente paso que solemos dar es buscar nuevas sensaciones que nos aporten ideas y sentimientos frescos e intensos con la idea de que nos dejen una huella en el tiempo que rellene el vacío de la soledad. Intentamos reciclarnos mediante experiencias que no nos dejen tiempo para pensar, que nos mantengan la mente ocupada y que eviten que esos pensamientos negativos nos absorban por completo.
El problema es que las sensaciones que nos aportan estas experiencias son muy efímeras e, inevitablemente, volvemos a sentirnos solos. Buscamos actividades que nos aporten elevadas dosis de emoción y cuanto más dispares mejor. En este punto, los sentimientos que sustituyen a la soledad y que aparecen tras la dosis de bienestar suelen ser la insatisfacción, la culpa, el remordimiento, la frustración y la rabia por no ser capaces de cambiar ese sentimiento continuo de negatividad. Así, cuando la insatisfacción persiste aumentamos la frecuencia en la búsqueda de nuevas sensaciones o cambiamos de actividad.

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La soledad percibida es el sentimiento de vacío y aislamiento a pesar de estar rodeados.


Por lo general, acabamos cometiendo excesos como jugarnos la vida con actividades de riesgo, comemos en demasía y de forma compulsiva, abusamos de sustancias tóxicas o psicotrópicos o desarrollamos adicciones como la cleptomanía, la ludopatía, la adicción al sexo, a las compras, a internet, etc. Cada exceso que hacemos momentáneamente mitiga la sensación de vacío pero, en cuanto termina, la ansiedad vuelve a nosotros y la soledad nos devora de nuevo.
Esa soledad percibida está en nuestra mente y no nos desharemos de ella a menos que la aceptemos. Es mejor aprender a convivir con esa soledad que nos acompaña en los malos momentos y aprender a identificar las experiencias de placer y descanso que nos da la compañía. Y, sobre todo, aprender a disfrutarlas, no vivirlas con ansiedad por miedo a que se terminen.
Debemos distinguir entre las personas que hacen relleno en nuestra vida y que pasan circunstancialmente a nuestro lado de las que estarán con nosotros toda la vida y nos apoyan. Ésos con los que establecemos lazos afectivos mutuos ya sean de amistad, amor, familiaridad, etc. No podemos pretender que todas las personas permanezcan a nuestro lado pero sí es bueno que nos esforcemos en cuidar y trabajar unas relaciones verdaderas y de calidad.

miércoles, 9 de abril de 2014

Desaprender para aprender lo nuevo

Desaprender no es un simple borrado en nuestra cabeza. Es dejar atrás una manera de comportarnos que nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra vida. Nos cuesta mucho aprender cosas nuevas porque primero tenemos que desaprender lo que hace tiempo nos dijeron que era la única manera de hacer bien algo.
Cuando somos pequeños somos esponjas dispuestas a absorber toda la información que nos rodea. Sin querer, adquirimos más y más conocimientos. Queremos saberlo todo de todas las cosas, por qué ocurren todos esos procesos que a nuestros ojos infantiles resultan tan espectaculares.
Llegamos al colegio y esa curiosidad en muchos casos desaparece bien porque nos sentimos obligados a aprender conceptos que no entendemos, bien porque no nos resulta tan interesante aquello que antes nos fascinaba o bien porque no nos saben transmitir esos conocimientos con la misma ilusión que nosotros le concedíamos.
Además, nos fuimos acostumbrando a que siempre nos dijeran cómo se hacía exactamente cada operación, cada procedimiento, cada ejercicio y sólo había una manera de hacerlo permitiendo, en contadas ocasiones, la alternativa creativa que no se ajustaba a lo establecido.


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Es necesario desaprender para aprender nuevas maneras de actuar en nuestra vida.

Así que nos habituamos a un modelo rígido y estanco de aprender los nuevos conocimientos. Automatizamos esta manera de actuar porque no había otras opciones y, con eso, olvidamos que puede haber espacio para el cambio.
Incluso, nos molesta que aparezca un nuevo estudio o un descubrimiento científico que contradiga lo que ya sabíamos. Solemos decir eso de que “siempre están cambiando de opinión”, que “no se aclaran ni ellos mismos” y que “no hay quien se fíe de los que saben porque lo que hoy está bien mañana está mal”.
Por eso, cuando algo en nuestra vida no es como deseamos y es necesario cambiar nos cuesta mucho tomar la decisión y, mucho más, ponernos en marcha. La costumbre nos da seguridad porque todo sale como esperábamos. Pero cuando eso empieza a fallar es cuando nos sentimos perdidos porque no encontramos una alternativa viable y que nos garantice seguir acertando. Al sentirnos inseguros vamos más lentos y sentimos que no lo hacemos bien, por eso, en bastantes ocasiones desistimos.
Lo que nos suele ocurrir es que partimos de la misma base que teníamos anteriormente. Esa base es rígida y no permite cambios con lo que introducir una modificación sobre algo poco flexible hace que la dificultad sea mayor. Antes o después nos daremos cuenta de que cuando necesitamos hacer cambios en nuestra vida es mejor desaprender; empezar de cero y tomar un rumbo completamente distinto para conseguir una nueva perspectiva que nos deje ver los fallos que tenía nuestra antigua visión.
Desaprender nos da miedo y nos resulta difícil porque implica dejar de lado la visión que hemos mantenido a lo largo de toda nuestra vida. Nos puede dar la sensación de que significa renunciar a esos años de esfuerzo continuo. Sin embargo, se trata de hacer una selección de lo que vale y lo que no. Es como repasar una operación de matemáticas que no nos ha salido bien; si la borramos y la hacemos de nuevo será más fácil obtener el resultado correcto que si lo intentamos corregir sobre los datos ya escritos y erróneos.
Para conseguir desaprender y lograr un verdadero cambio, es mejor abrir nuestra mente y estar atentos y receptivos a cualquier nueva idea por extraña y/o imposible que nos pueda parecer. Si mantenemos los brazos abiertos a las nuevas experiencias, a los nuevos puntos de vista y a los nuevos conocimientos volveremos a ser las esponjas curiosas y ávidas de conocimientos que éramos de niños y dejaremos de lado los prejuicios y la rigidez de tener un único punto de vista y una manera estricta de dirigir nuestra vida. Y esto nos ayudará a ser un poco más felices.