miércoles, 26 de septiembre de 2012

Violencia machista



Todos hemos oído muchas veces que hay que estar alerta a las señales y que no debemos dejar pasar ni la más mínima muestra de agresión. Pero, ¿qué es la violencia machista? ¿Qué tipos de maltrato hay?
Parece que todos entendemos la violencia como algo físico y dañino para la persona, en este caso la mujer que vive en el hogar y sufre el maltrato de su pareja. La violencia no sólo abarca lo físico, incluyendo el ámbito sexual, sino también lo psicológico que es lo que menos se ve y, muchas veces, es lo que más daño hace. Además, también se considera violencia el aislamiento social, emocional y económico al que están, o acaban, sometidas estas mujeres.
Las raíces de la violencia machista están en la cultura del patriarcado en la que vivimos. En ella hemos aprendido que el hombre es quien tiene el control, el que lleva los pantalones, toma las decisiones importantes y el resto se le consultan, el que trae el dinero a casa y, por tanto, mantiene a la familia. Esto se basa en una idea en la que la mujer es considerada como alguien débil, inútil, sin capacidad de pensar o razonar sobre cosas complejas o típicas de hombres; alguien que en caso de tener responsabilidad sobre algo, ese algo se iría irremediablemente a la ruina. Por ello, se concibe que lo mejor que puede hacer es criar a sus hijos y encargarse de la casa, actividades sencillas que no tienen ningún riesgo para la sociedad.
Ahora bien, un hombre que tiene este concepto sobre las mujeres, implícitamente, está degradando y poniendo en situación de inferioridad a otra persona que, en realidad, es como él mismo pero de un sexo diferente. Por tanto, mostrará un menor respeto hacia su persona y en todos los ámbitos de su vida.
Por otro lado, alguien que no ha aprendido a controlar sus emociones e impulsos negativos o de ira no tiene estrategias que emplear para calmar su frustración.  En este caso, un hombre enfadado que no sabe canalizar su agresividad empleará como desahogo lo que haya visto o lo que le parezca más tranquilizador. Si ha aprendido desde pequeño que a las mujeres se les puede pegar e insultar seguirá empleando los golpes, gritos y amenazas para calmar su ira.
Pero no siempre un hombre emplea la violencia sólo cuando está enfadado. A veces, la ira empieza cuando la mujer hace algo que enfada a su pareja. ¿Qué cosas pueden ser? Cualquiera. La escusa puede ser la más inverosímil. Puede ser que sienta celos porque va arreglada, porque va a trabajar o a otro lugar donde él no la puede controlar, porque su trabajo implica tener contacto constante con otras personas, porque así desatiende a los hijos, porque la casa no está ordenada, porque ella tiene un sueldo superior al de él, porque el trabajo de ella es más interesante o motivador, porque ella tiene prestigio, porque está ascendiendo en su carrera profesional porque tiene muchos amigos/as… o cualquier otra idea que se le pase en ese momento por la cabeza.
Si nos fijamos bien, todo esto refleja inseguridad por parte del hombre que siente que no es quien tiene el control o puede ver amenazada su masculinidad en los roles típicos de su género.
Primero empezará por mostrarse celoso y después continuará con un asedio contra su pareja que hundirá la autoestima de la mujer. Utilizará chantajes emocionales y comentarios aludiendo a todos los fallos que comete para hacerle ver que no es válida. Se regodeará en todos los fracasos que tenga e, incluso, se los provocará no dejándola llegar puntual, haciéndola llorar antes de salir de casa en un día importante o puede que llegue a encerrarla en su propia casa. Y se dirigirá a ella con calificativos despectivos y con insultos.
Además, restringirá el acceso a los bienes comunes de la pareja, especialmente si ella no trabaja. No le dará dinero suficiente para hacerse cargo de la casa, con lo que ésta tendrá que pedirle más. Él la tachará de derrochadora y desconfiará de en qué o con quién se gasta el dinero. Como su obligación es mantener el orden en la casa (bajo la supervisión de su marido) ella se encontrará en una encrucijada que le hará pensar que realmente es una derrochadora y que no sabe hacer bien las cosas, que para eso es mejor que sea él quien tenga el control sobre todo, incluso sobre ella.
Y así su autoestima estará diezmada y lista para soportar lo que se le venga encima porque quién más la va a querer si ella no vale nada…

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Carpe Diem



A lo largo de toda la historia de la humanidad es algo que siempre ha ocurrido; los tiempos cambian. Que cambien a mejor o a peor ya es otra cuestión. Pero haciendo un recorrido desde que vivíamos en las cavernas hasta ahora parece que no ha ido tan mal y que la evolución ha sido a mejor. Y es que muchas veces para ganar hay que perder. Es como tomar impulso.
Crecemos con un modelo en nuestra cabeza de cómo debería ser nuestro futuro. Ese modelo es lo que vemos en nuestros padres y en el entorno a lo largo de nuestra infancia. Lo lógico es que pensemos que nuestra vida será igual o, incluso, mejor. Creemos que lo que tenemos ya no lo vamos a perder porque consideramos que es lo normal y lo básico.
La evolución de la humanidad, en su conjunto, es exponencial y, por eso, vemos que va tan rápido y que es positiva. Lo miramos desde fuera objetivamente. En cambio, si miramos nuestra propia vida sólo vemos que va deprisa y que no es tan favorable. Esa visión de nuestra vida es subjetiva porque están implicados nuestros propios sentimientos. No es lo mismo comparar millones de años con apenas ochenta años.
La cuestión es que estamos acostumbrados a la estabilidad y a la seguridad que creíamos que disfrutaban nuestros padres con un trabajo muy duradero, si no era para toda la vida. Hemos aprendido que esa estabilidad es lo único que nos puede dar seguridad. Además, la felicidad se basaba en esta estabilidad y consistía en tener una pareja que normalmente era para siempre; un trabajo que te permitía comprarte una casa, un coche e irte de vacaciones con toda la familia;  y, una vez que ya tenemos todo esto, el orden natural sería tener hijos, los cuales irían al mismo colegio siempre, hasta el instituto, y luego a la universidad o a trabajar y seguirían una vida lineal, sin grandes cambios y sin complicaciones. Por supuesto, todo a una edad temprana porque si no se corría el riesgo de a uno se le pasara el arroz.
¿Y con qué nos encontramos ahora? Parece que la realidad actual no tiene nada que ver. Nos encontramos con la dichosa flexibilidad y capacidad de adaptación a cambios necesarios. Pero hay grandes diferencias entre los cambios necesarios. Por un lado, están aquellos a los que hay que adaptarse, como los nuevos estilos de vida, producto de una vida más longeva y de los avances y mayores comodidades de los que disfrutamos. Por otro lado, están los cambios necesarios que son necesarios para unos pocos que se lucran a nuestra costa y que no nos reportan ningún beneficio, todo lo contrario. Ejemplo de esto es la gran falacia de los recortes económicos y en derechos necesarios para superar estos tiempos de crisis. Una cosa es retroceder para coger impulso y otra es utilizar a una población a modo de cama elástica…
Una persona proyecta su futuro en función de cómo percibe el presente. Esto es que si sólo percibe lo negativo estará convencido de que su futuro será bastante negro. Actualmente el bombardeo de información que recibimos se dirige en esa línea con lo que al final nos lo acabamos creyendo sin darnos cuenta de que a algunos les está yendo muy bien. Todo es relativo y, quizá, sería mejor que en este caso nos miráramos a nosotros mismos y viésemos cómo es nuestra situación en realidad. En la vida siempre hay problemas pero también les acompañan otros aspectos o sucesos buenos. Si nos dejamos llevar por lo que nos cuentan dejaremos de sentir y de vivir nuestra propia vida para estar a expensas de la corriente dominante.
Los días pasan sin que al tiempo le importe cómo estamos, qué es lo que nos preocupa o lo que hacemos. Nos agobiamos demasiado pensando en un futuro que percibimos de una manera irreal por la subjetividad que conlleva la imaginación. Y la mayoría de las veces nos olvidamos de plantearnos soluciones y planes alternativos para cambiar y mejorar ese futuro que vemos tan negro. Sólo nos dejamos llevar.
¿Qué es lo que ocurrirá cuando ya no tengamos tiempo y estemos cansados para comenzar algo nuevo? Echaremos la vista atrás y nos arrepentiremos de no haber dedicado más tiempo a los amigos, a la pareja, a la familia y a todo lo que verdaderamente nos importaba. Descubriremos entonces que lo importante no era la prima de riesgo, ni los teje manejes de esos señores que no paran de viajar de un país a otro para establecer relaciones diplomáticas. No.
Añoraremos los atardeceres en buena compañía, los abrazos sinceros y a todos aquellos que ya no están. Si hemos tenido suerte, quizá lo añoraremos desde nuestro piso en propiedad y con una cuenta bancaria que nos deje tomarnos unas buenas y largas vacaciones pero ya no podremos porque estaremos demasiado cansados o achacosos… o solos.
Y, cuando ya no estemos, ¿para qué habrá servido todo el esfuerzo dedicado a conseguir lo que no nos podemos llevar con nosotros y los sacrificios que impusimos a los demás por un futuro mejor?