miércoles, 25 de diciembre de 2013

Balance de fin de año

balance de fin de año, revisar metas, establecer objetivos
Al llegar el fin de año echamos la vista atrás para valorar nuestros últimos 365 días.
Nos encontramos en fin de año e, inevitablemente, nuestra memoria viaja a otros días que parecen lejanos pero que no lo son en absoluto. Muchos de nosotros diremos eso de que parece que fue ayer cuando estábamos brindando con nuestra familia, comiendo las uvas e intentando no atragantarnos a partir de la sexta o séptima.
Ya sea por las campañas publicitarias que buscan tocar nuestro lado más sensible o bien por nosotros mismos, es cierto, que cuando llegan estos días todos echamos un vistazo a lo que ha sido nuestra vida a lo largo de los últimos trescientos sesenta y cinco días escasos. Valoramos si hemos cumplido todo lo que nos propusimos y nos reímos de muchas de esas promesas que hicimos y no cumplimos como el hacer más deporte o el dejar de fumar. Nos fijamos si hemos cambiado mucho físicamente y si los acontecimientos nos han dejado muchas huellas en el corazón, ya sean heridas o preciosas adquisiciones que no tienen por qué ser materiales.
Los seres humanos medimos el tiempo en tramos. Tenemos las unidades de media del tiempo objetivas y organizamos los días, las semanas, los meses y los años. Pero también existen otras etapas más amplias como la adolescencia, la edad, adulta o la vejez. Así, cada cierto tiempo nos paramos y echamos la vista atrás para ver lo que ha sido de nuestra vida.
Al llegar el fin de año, sin darnos cuenta, algún pensamiento del tipo: “¿Qué estaba haciendo yo hace un año?” o “Y pensar que hace un año estaba así...”. Sin duda, es una evaluación importante aunque no le veamos más sentido que la simple curiosidad.
A través de lo que nos propusimos y vivimos nos evaluamos y determinamos si ha merecido la pena el último año y si nuestra vida a sido satisfactoria de verdad. Así calificamos nuestra autoimagen y reforzamos nuestra autoestima, o no.
Si hemos salido airosos de nuestra evaluación entonces nos sentiremos a gusto con nuestra persona, nos marcaremos nuevas metas, crearemos proyectos y mantendremos vivas nuestras ilusiones. Si, por el contrario, decidimos que, más o menos, hemos perdido el tiempo entonces tendremos muy pocos momentos reseñables de este último período y nuestra autoestima se verá comprometida. Tal es así que podemos llegar a sentirnos deprimidos.
Pero, ¿qué hacer si creemos que el último año no hemos hecho nada que nos satisfaga? Lo primero de todo es analizar en profundidad qué es lo que menos nos ha gustado o cuál es la actitud que más nos reprochamos. Reflexionaremos si realmente nos hemos dejado llevar por la pereza, por las circunstancias o porque nos hemos fijamos unas metas poco reales o que no nos interesaban.
Saber lo que queremos no siempre es fácil pero no debemos tirar la toalla por ello. Buscaremos en ese mismo año las cosas que hicimos y no habíamos previsto o los momentos que nos hicieron felices. A veces serán acontecimientos que no podemos repetir o que surgen de la casualidad pero en otras ocasiones quizá nosotros tuvimos un papel relevante en los hechos. Ése es el momento con el que nos tenemos que quedar. Analizarlo y ver qué fue lo que pasó y cómo lo supimos afrontar o cómo gestionamos nuestras capacidades para sacar lo mejor de nosotros mismos.
Puede que esto nos dé una idea para el futuro de lo que podemos alcanzar si nos lo proponemos. Integrando nuestras mejores capacidades con aquello con lo que disfrutamos es mucho más fácil imaginar otras oportunidades parecidas. De esta forma nuestra autoestima no se verá tan castigada como si lo único que vemos del último año es negatividad.
Además, podemos hacer un repaso a los que creemos que fueron los errores más grandes que cometimos y tratar de buscar una solución a próximas situaciones parecidas que se nos presenten. Existe pocos problemas que no tienen una solución definitiva y, aún así, podemos tomar decisiones para tratar de afrontarlos de una manera más positiva sin necesidad de castigarnos por ellos.
De esta manera podremos afrontar los próximos trescientos sesenta y cinco días con una buena autoestima que nos dará ilusión y fuerzas suficientes para sobreponernos a las posibles barreras que encontremos.
¡Feliz año nuevo 2014!

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Navidad y familia, una mezcla peligrosa.

Llegan estas fechas de encuentros con la familia, sonrisas, buenas caras, felicidad, alegría y buen humor. La Navidad es una época en la que parece que nos volvemos mejores personas pero no sabemos por qué. Parece que aún seguimos creyendo que los Reyes Magos nos van a dejar un regalo en el zapato si somos buenos o una piedra de carbón si nos portamos mal.
Desde pequeños nuestra familia y los adultos que estaban a nuestro alrededor nos inculcaron esto mismo, que en Navidad hay que ser buenos porque alguien nos está vigilando. En realidad, era todo el año pero como se nos olvidaba procurábamos hacer un esfuerzo en los días de Navidad.
Además, la sociedad se encarga de sensibilizarnos con su publicidad apelando a la solidaridad y tentándonos para hacernos socios de aquí o de allí. Y todo, porque entendemos que estas fechas son para estar en familia. Nuestra cultura aún tiene unas raíces profundas en la tradición cristiana y es esa cultura la que nos insta a juntarnos con los nuestros, tanto si los queremos como si los odiamos.
navidad, familia, jeff christensen
En Navidad es cuando la familia se reúne pero no siempre reina la armonía.
Las familias que se llevan bien no necesitan ninguna excusa para juntarse puesto que cualquier día es bueno. Quienes viven en la distancia aprovechan estas fechas por comodidad. Y quienes mantienen las distancias, aun viviendo en la misma área geográfica son los que se ven forzados un año tras otro a mantener reuniones obligadamente cordiales que no siempre acaban bien.
Y es que la predisposición negativa en este último caso es la que nos lleva a mantener una actitud defensiva antes, incluso, de ver a nadie. Llevamos pensando durante días o semanas que llega el momento ineludible de juntarse con la familia otra Navidad más. Pensamos que no nos apetece, que tenemos que aguantar a tal o cual persona y en nuestra mente ya visualizamos todos aquellos detalles que nos sacan de quicio. Así que poco a poco nos creamos un estado de alarma que puede saltar con sólo oír la respiración del “enemigo”.
Pero no sólo es la predisposición con la que acudimos a la reunión familiar. Esto lo llevamos con nosotros pero, además, buscamos un remedio para que nos haga más soportable el encuentro. ¿Y qué es lo que más nos gusta y más a mano tenemos en estas fechas? El alcohol.
La Navidad es comúnmente una fecha de excesos en todos los sentidos y, queramos o no, nos encontramos mucho más sensibles por el estrés de los preparativos por la anticipación de las reuniones con la familia, los regalos, etc. Así que cuando llega el momento decidimos disfrutar de lo bueno que tenemos en la mesa. Y tanto disfrutamos que nos pasamos. Cuanto más comemos más necesitamos beber y si nos gustan las bebidas con graduación tampoco nos cuesta mucho vaciar las copas.
A medida que nos sentimos más achispados más se nos suelta la lengua hasta que nos pasamos con las gracias o reventamos porque ya no podemos soportar las de los demás. De pronto surge el momento de la discusión, con lo que ya podemos decir aquello de: “Otra vez igual, todos los años lo mismo”, “El año que viene no contéis conmigo”.
Todo se puede evitar reflexionando si de verdad nos apetece celebrar la Navidad con nuestra Familia. No existe ninguna ley que lo diga y nadie nos va a castigar si no lo hacemos. Es mejor evitar determinados encuentros que pagar las consecuencias durante semanas o meses.
Si aún así no podemos evitar estas celebraciones lo mejor será que vayamos con una predisposición neutra si no puede ser positiva. Cambiaremos el interpretar cada comentario como si fuera una ofensa hacia nuestra persona por una actitud más activa e intentaremos mantener conversaciones neutras o con puntos positivos en común. Existen otros temas de conversación además de la política y el fútbol. Si alguien no sabe perder a las cartas quizá haya que cambiar de juego o de actividad. Y por supuesto, intentaremos controlar la ingesta de alcohol en grandes dosis.
Tratemos de buscar el lado positivo a pasar la Navidad en familia, porque seguro que lo tiene por pequeño que sea. Todo esto, con una pequeña dosis extra de paciencia nos ayudará a llevar mejor estas fechas.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Malas noticias para niños, ingenuos pero no ignorantes.

Ante la ocurrencia de malas noticias en una familia donde hay niños pequeños siempre se abre una duda. ¿Se lo contamos? ¿Cómo se lo contamos? ¿Lo entenderán? ¿Serán muy pequeños aún para saber esto? ¿Será mejor ahorrarles el sufrimiento?
Hay una diferencia entre mantener la ingenuidad y condenar a la ignorancia y a la incertidumbre. Sólo es cuestión de tratar a los niños como personas que son y asentar las bases para que crezcan mentalmente sanos y felices.
Cuando los adultos tienen malas noticias, problemas o dificultades por las que pasan normalmente intentan que los niños no se den cuenta. Procuran que no se enteren de lo que se habla para no preocuparlos. Acordémonos del famoso “hay ropa tendida”; esta expresión se utilizaba no hace tantos años, en especial, cuando los adultos trataban temas que no debían oír los más pequeños de la familia.
malas noticias y niños
Es bueno que los niños sepan lo que ocurre a su alrededor aunque debemos cuidar la manera de comunicar determinadas noticias.
En realidad, los menores captan perfectamente la preocupación y las emociones de los adultos. Más aún, si se trata de las personas con las que conviven a diario. Por eso, no debemos dejar que crezcan ignorantes ante la vida sino que debemos esforzarnos en que la conozcan según su nivel de comprensión. Es mejor explicar qué y por qué ocurre algo adaptándolo a su mente infantil. Para ello, se pueden utilizar metáforas y cuentos que les ayuden a entender, según el nivel de complejidad de lo que queramos explicar. Por ejemplo, no es lo mismo comprender que tiene que dejar a todos sus amigos porque se va a vivir a otra ciudad que entender la muerte de un familiar.

El silencio, en cambio, fomenta su preocupación, al igual que ocurre con los adultos. Pensemos en cómo nos sentimos cuando sabemos que nos ocultan algo. Es más, pensemos en cuando éramos pequeños y nadie nos quería contar qué estaba ocurriendo. Nos sentíamos inseguros y temerosos porque percibíamos que algo malo estaba sucediendo.
A veces, nos esforzamos por explicar otras cosas complejas que creemos que deben saber y, quizá, no sean tan importantes para ellos. Ofreciendo unas sencillas explicaciones damos la oportunidad de pensar y recapacitar para que asimilen a su manera los acontecimientos y puedan madurar. Aunque lo que tengamos que contarles sean malas noticias, no hay que asustarles pero sí darles instrumentos para enfrentarse a la vida.
También hemos de tener en cuenta la manera en la que vamos a comunicar esas malas noticias ya que la cruda realidad no es para ellos. Pensemos primero en cómo se sentirán viendo lo negativo, sin más, y cómo se sentirán si perciben que aún hay solución o algún aspecto positivo por muy difícil que parezca. Aprenderán mucho mejor con cariño y contribuiremos a mantener un buen estado de ánimo. Es una forma de conservar la ilusión y es ésta la que mueve a las personas.
Con el tiempo, comprenderán mucho mejor la información objetiva y sin adornos y sabrán afrontarla. Saber que los problemas existen y que el mundo no siempre es justo es mejor que encontrar el muro infranqueable de la ignorancia. Cuando nos obligan a romperlo y atravesarlo porque ya somos mayores, y nuestro deber es entender, puede ocurrir que nos encontremos desnudos ante el temporal porque nadie nos dijo que hacía frío.
¿Realmente es así? ¿Los adultos lo entendemos todo? Parece un poco cruel que primero nos quiten las armas y luego nos obliguen a luchar sin ellas. Si condenamos a la ignorancia a los niños y no les contamos la realidad creerán que no existen esos aspectos negativos de la vida que les ocultamos. Si son conscientes de que existen cosas buenas y malas cuando se encuentren en determinadas situaciones no tendrán miedo porque ya sabrán que puede ocurrir y sabrán hacerles frente y defenderse, incluso desde su ingenuidad.
En definitiva, no debemos confundir la ingenuidad con la ignorancia. Los niños lo saben distinguir perfectamente y, muchas veces, deberíamos aprender de ellos porque dan lecciones de la vida mucho más importantes de lo que nosotros, los adultos, imaginamos.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Amor romántico, adolescentes y control

Los adolescentes aún creen en el amor romántico. Los adolescentes… y, también, muchos adultos. Tenemos la idea de que el amor romántico es el príncipe azul, perfecto, que se ocupa de la mujer para que nada le falte, que es romántico y que acompaña siempre, siempre a su mujer. Por supuesto, la mujer debe esperar a que llegue este príncipe azul y que la corteje.
Los tradicionales roles de género siguen muy instalados en nuestra sociedad y aún creemos en los cuentos idílicos de príncipes que rescatan a princesas porque ellas no saben defenderse por sí mismas.
El hecho de que los dos miembros de la pareja estén siempre juntos a pesar de todo y de todos a veces se confunde con el control y con una creencia bastante irracional: “si nos queremos tenemos que estar siempre juntos” que lleva a pensar que “si no está conmigo es que no me quiere” y de ahí pasamos al “si no me quiere seguro que está buscando a otros (u otras)”. Con lo que ante estas ideas no nos queda más remedio que sentirnos inseguros y dejar que afloren los celos. Y, una vez que afloran, aparece el control, las exigencias y los castigos por la desobediencia.
amor romántico, adolescentes
Los mitos del amor romántico sientan las bases para el maltrato dentro de la pareja y en los adolescentes este tipo de mensajes puede calar mucho más hondo.

Debido a que las mujeres han sido a lo largo de la historia el objeto pasivo de la relación también están más acostumbradas a quedarse en su jaula de cristal mientras que el príncipe azul va a buscarse la vida. Por lo tanto, el problema fundamental viene cuando ellas salen de su pecera y se incorporan a la vida real, donde ya no son un objeto pasivo sino que tienen iniciativa, deseos, ilusiones, metas, etc. En consecuencia, el príncipe tiene que duplicar o triplicar sus esfuerzos para tener controlada a su, hasta entonces, Bella Durmiente.
Puede que esto nos suene anacrónico y fuera de lugar, algo pueril y simple. Pero la realidad es que este cuento que parecía ya superado parece reflotar en los adolescentes de hoy en día. El último informe que ha realizado el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad al respecto, indica que vuelven a aflorar las ideas machistas y que los y las adolescentes comparten muchas de estas ideas que se engloban bajo el “mito del amor romántico”.
Sigue habiendo acoso, control de la otra persona, aislamiento social e, incluso, violencia física, sexual y emocional. Existe un elemento poderoso que constituye un arma fundamental en este proceso de malos tratos hacia la pareja, internet.
Aprendimos lo que era el bullying y luego lo que era el ciberbullying o acoso cibernético. Simultáneamente, esto se ejerce también sobre las parejas adolescentes de forma que tienen que rendir cuentas de lo que hacen constantemente vía chat o demostrándolo con fotos o videollamadas. Por increíble que parezca, existen aplicaciones donde podemos comprobar dónde está un determinado dispositivo a través de la geolocalización.
Y cuando se produce un instante de incomunicación aparece el acoso como tal, en la que el miembro controlador de la pareja insulta, desprecia en privado y en público (a través de redes sociales) o amenaza al otro convencido de que le está siendo infiel y riéndose en su propia cara.
Seguramente nos preguntemos cómo es posible que esto ocurra a distancia. Cuando constantemente alguien está obligado a dar explicaciones y las da sin problemas porque “los celos son una muestra de amor” se queda sin tiempo para otras cosas con lo que se va apartando de sus amistades. Si progresivamente va perdiendo su red social y sólo sale cuando queda con su pareja ese control se convierte en un alivio porque aún tiene a alguien con quien contar y ese alguien, además, es su príncipe azul.
Las amenazas y los ataques de celos sólo le dan que pensar que no lo está haciendo bien y se esfuerza por darle más y más pruebas de amor que son más derechos sobre su intimidad.
Por otro lado, las amenazas son cada vez más fuertes y en cualquier momento la pareja puede presentarse en casa y hacerle algo. Y cuando están juntos le revisa el teléfono, el correo, los mensajes, las fotos, etc. de arriba abajo para comprobar que se ha portado bien en su “ausencia”. Por supuesto, quien lo decide es quien controla así que si algo no le parece correcto todo esto se incrementará pudiendo llegar a los golpes.
Este proceso comienza siendo normal por aquello de los celos y el amor verdadero y, cuando deja de serlo, se encuentra en un agujero sin fondo con la sensación de que es imposible salir de él.

**A continuación se enlazan los informes del Ministerio para que quien esté interesado pueda consultar la investigación realizada.

http://www.msssi.gob.es/ssi/violenciaGenero/publicaciones/estudiosinvestigaciones/PDFS/El_Ciberac_Juventud.pdf

jueves, 21 de noviembre de 2013

El momento presente y la ansiedad generalizada

Nuestra sociedad actual se caracteriza, entre otras cosas, por la sobreinformación. Podemos acceder a cualquier dato en cualquier momento y por eso conocemos lugares, costumbres, culturas, etc. de lo más variopintas. El conocimiento se retroalimenta con más conocimiento y nuestras ansias de saber más crecen cada día.
Nos gusta soñar y nos gusta evadirnos del presente a otros momentos que nos dicen que vamos a disfrutar mucho más. Esto hace que nos cueste centrarnos en el día a día porque constantemente estamos proyectando nuevos planes. Nuestra mente vive en un momento que no ha llegado aún en un intento de escapar de la rutina.
Además, unido a la sobreinformación, se encuentra la sobreestimulación que nos rodea. Constantemente surgen nuevos productos que prometen ser una revolución y que, si nos los perdemos, quedaremos atrás o nos perderemos lo mejor de los últimos tiempos. Así, entramos en una dinámica de querer probarlo todo y de sacrificarnos para comprarnos lo más nuevo y poder presumir de lo que vivimos y lo que experimentamos o cómo se decía antes “poder contárselo a nuestros nietos”.

momento presente, cape diem
El Carpe Diem o vivir el momento presente se ha convertido en una obsesión



Creemos que nuestra satisfacción personal depende de la cantidad de cosas que hagamos o que probemos y que eso también nos convertirá en mejores personas por acumular la mayor cantidad de experiencias posibles al cabo de nuestra vida. Sin embargo, se trata de una verdad a medias.
La experiencia nos hace aprender siempre que sepamos hacerlo, siempre que seamos conscientes de lo que estamos viviendo y reflexionemos sobre ello. Podemos estar físicamente en un momento dado, actuar, ver y sentir y, a la vez, nuestros pensamientos pueden estar estancados en otras alternativas que no pudimos elegir. Es necesario que haya un proceso de aprendizaje para asimilar lo que queremos que perdure como experiencia si no, será un acto semejante a mirar por la ventana.
El Carpe Diem se ha convertido en una obsesión y vivir el momento presente se ha transformado en tener prisa por vivir. Pensamos que con lo que hacemos a diario estamos perdiendo el tiempo o que tendríamos que hacer algo más productivo con nuestra vida. Y a la vez, nos agobiamos porque nos damos cuenta de que no tenemos suficiente tiempo para hacer todo lo que queremos.
Eso nos sumerge en un estado de ansiedad que no nos permite disfrutar de forma plena por no ser capaces de deshacernos de las otras alternativas. Nos cuesta elegir y tratamos de evitarlo y, con ello, lo que conseguimos es que la ansiedad se afiance. Nos autoconvencemos de que seremos capaces de conseguir llevar a cabo todo lo que pretendemos y es entonces cuando nuestra cabeza deja de centrarse en el presente para comenzar a pensar en el futuro.
Debemos aprender a establecer prioridades y saber qué es lo que nos interesa de verdad para poder elegir adecuadamente. Realizar actividades o probar nuevas sensaciones que ya no recordaremos al día siguiente por estar demasiado ocupados en lo siguiente que va a venir nos va a crear una sensación de insatisfacción continua que derivará en una ansiedad generalizada. No nos la podremos quitar de encima a menos que reconectemos con el momento presente y comencemos a tomar decisiones.
Y tomar decisiones, siempre conlleva renunciar a algo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Esperanza como motor de vida

¿Cuál es la “vacuna” contra la depresión? ¿Podríamos decir que es la esperanza? Por muchas investigaciones que se hacen y muchos datos que se analizan no se ha llegado a crear un remedio eficaz que impida que nos deprimamos. Es cierto que la biología a veces nos predispone pero esto no significa que no podamos escapar a pesar de tener un carácter más tendente a lo negativo.
Cuando una persona entra en un episodio de tristeza patológica siente desesperanza. La desesperanza es una visión negativa sobre las personas y el mundo que le rodea y, también, sobre uno mismo. Esto significa que lo que imagina cuando piensa en el futuro no es nada alentador sino todo lo contrario. Presiente que todo va a ir de mal en peor y que todo es un auténtico desastre sin ninguna solución posible.

esperanza
La esperanza es nuestra mejor protección contra la depresión.
Eso hace que la persona se desanime todavía más y que pierda la poca energía que tiene para intentar cambiar ese mundo y esa visión que le rodea. Se creará un círculo vicioso del que resulta muy difícil salir.
Este torbellino de ideas y sentimientos negativos se crea por la falta de expectativas que origina la desesperanza. Por tanto, es fácil suponer que si pensáramos en la esperanza y nos centráramos en ella todo sería mucho más fácil y resolvería nuestros problemas. Muy bien pero… ¿cómo?
Creando planes de vida. Nuestra vida no es un solo proyecto que imaginamos una vez y si se cumple somos felices y si fracasa seremos unos perdedores hasta el final de nuestros días. Nuestra vida se compone de innumerables planes y proyectos. Pequeños y grandes objetivos que vamos ideando, modelando, cambiando y mejorando cada día. Pequeños logros que nos hacen ir a la cama satisfechos con nuestro día, con nuestra semana, mes, etc.
Crear planes mantiene nuestra ilusión viva y nuestras expectativas se convierten en positivas porque todo lo que imaginamos son momentos felices o metas con las que nos vamos a sentir a gusto. Además, el tiempo que ocupamos en soñar despiertos no lo podemos utilizar para imaginar cosas terribles que nos pueden ocurrir o peligros que nos “acechan”. Por suerte, o por desgracia, no podemos pensar dos cosas a la vez, tenemos que elegir uno de los dos caminos: la visión negativa o la visión positiva; la desesperanza o la esperanza.
Probablemente estemos pensado que creer que todo va a salir bien y que todo va a ser bonito y perfecto es perjudicial porque cuando las cosas no salgan como esperábamos nos hundiremos. Al crear planes tenemos ilusión por algo y esa ilusión viene de la posibilidad de que las cosas salgan bien, por eso hacemos el esfuerzo de construirlos. Pero esos planes deben ser reales en la medida de lo posible. No podemos imaginar que seremos millonarios si no jugamos a la lotería y, aun jugando, tampoco podemos asegurarlo porque depende de la suerte pero sí podemos conservar esa esperanza porque no es inalcanzable. Es decir, tenemos que estar preparados y asumir que las cosas no siempre salen como esperamos.
Así, si no salen como esperábamos no nos deprimiremos ni perderemos la ilusión. Echaremos mano de otros planes que hicimos porque no tendremos una única meta en nuestra vida. Sólo creando otros proyectos alternativos podemos protegernos del miedo al fracaso porque cuanta más variedad y alternativas tengamos más fácil es que se cumpla alguna de nuestras expectativas.
Además, manteniendo la esperanza tenemos la sensación de que podemos controlar lo que nos ocurre y así sentirnos útiles y responsables de nuestra felicidad. Viviendo e imaginando acontecimientos positivos seremos más creativos y podremos diseñar muchos más proyectos gratificantes que quizá antes ni se nos habían pasado por la cabeza. Es decir, nos absorberá un “círculo vicioso” de pensamientos y sentimientos positivos que no nos dejarán otra alternativa que ser felices.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Phubbing: una epidemia ya instalada entre nosotros.

El phubbing es un nuevo término que comienza a tomar fuerza, pero sólo el concepto porque la práctica ya está más que asentada en nuestra sociedad desde hace bastante tiempo. Proviene de la unión de dos palabras: phone y snubbing y significaría algo así como ningunear a las personas con las que estamos mientras nos sumergimos en el maravilloso mundo de nuestro móvil o Smartphone.
Sin darnos cuenta, hemos construido un mundo paralelo lleno de relaciones sociales que parece mucho más completo y, sobre todo, más instantáneo. Sí, más instantáneo que el “cara a cara” porque éste ha quedado relegado, para muchos, a los momentos en los que su teléfono inteligente descansa (claro está, previa comprobación de que sigue funcionando y es cierto que no hay ningún aviso ni mensaje ni nada que revisar).
El efecto de compañía constante que proporcionan estos dispositivos es un hecho pero el efecto real es completamente opuesto. La persona se aísla del mundo que le rodea y pierde el contacto con la realidad porque esta otra realidad proporciona efectos positivos constantes. Son pequeños avisos que nos hacen sentir especiales porque alguien se acuerda de nosotros aunque sea para mandarnos el típico chiste que comparte con todo el mundo de forma masiva. Correos que podemos ver rápidamente o aplicaciones con alertas que a menudo requieren visitas muy cortas. Pero todos estos pequeños avisos se van juntando y podemos llegar a pasar más de una hora conectados sin parar.
El problema es que estas consultas las hacemos delante de las personas que apreciamos y con las que supuestamente hemos elegido pasar nuestro valioso tiempo. Porque nuestro tiempo desde luego que es valiosísimo pero olvidamos que el de los demás también. No somos conscientes de que mientras nosotros estamos sumidos en nuestro maravilloso “mundo de la comunicación” con nuestras relaciones sociales otras personas están esperando a que terminemos o se están preguntando qué hacen en ese lugar mirando para todos los lados en silencio o hablándole al vacío.
No al phubbing
Mientras estamos demasiado concentrados haciendo phubbing nos estamos perdiendo cosas maravillosas que ocurren en el mundo.

Lógicamente, esta persona percibe que está perdiendo su tiempo y se siente humillada porque ve que su presencia es algo anecdótico, como el resto de la decoración del lugar en que se encuentra. Se planteará si es alguien sin carisma, sin ninguna importancia, poco interesante o sin recursos para captar la atención de su acompañante puesto que un objeto le está arrebatando el protagonismo.
En algunos casos, puede ser que se enfade y se lo haga saber a su acompañante pero éste responderá sobresaltado que se trata de una confusión un tanto exagerada y con gesto de resignación, como quien accede a las peticiones de alguien caprichoso, lo guardará o lo dejará cerca para una próxima y urgente comprobación. Así, junto con el sentimiento de humillación se quedará con el sentimiento de culpabilidad por creer que se ha pasado y que en realidad no es para tanto.
Otra opción es que lo dé por imposible y también saque su Smartphone para sumergirse en ese mundo que le alivia del desaire que está sufriendo. Cuando la otra persona se dé cuenta pensará que puede aprovechar un poco más, hasta que acabe el otro y así se iniciará un bucle infinito de aislamiento e indiferencia.
Pero ¿cuál es el poder que tienen estos dispositivos para captar nuestra atención de esta manera tan desconsiderada? Entre otros están la curiosidad, la brevedad de cada alerta, la multitud de estímulos diferentes, la inmediatez y el efecto placentero que supone la sensación de formar parte de algo.
Todo lo que necesitemos está a un clic y, además, sin tener que esperar por lo que el miedo a que se nos olvide después ya no existe. La brevedad engañosa y la gran variedad de estímulos distintos hacen que no nos cansemos porque siempre hay algo diferente y nuevo que, uno por uno, no tardamos en gestionar.
La curiosidad que nos produce que suene o vibre nuestro móvil ya que no sabemos qué es exactamente a no ser que lo revisemos, por eso nos cuesta tanto resistirnos y demorar la comprobación.
Y, finalmente como ya dije, el placer que supone para nosotros que alguien o algo se haya acordado de nosotros, es decir, sentir que formamos parte de un grupo, que somos tenidos en cuenta y que ocupamos los pensamientos de otros. Todo eso nos hace sentirnos importantes y refuerza nuestra autoestima. Pero es una autoestima digital porque, por otro lado, todo lo que aportamos y nos aporta el mundo real, mientras tanto, nos lo hemos perdido.

        *Os dejo una divertida campaña para combatir el phubbing: Stop Phubbing y también comparto un vídeo relacionado con este concepto y con la campaña.




miércoles, 30 de octubre de 2013

Derechos Humanos, perdón y otras “nimiedades”.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos se firmó en 1948 en París. Son treinta artículos que recogen una serie de orientaciones para facilitar la convivencia entre todas las personas a nivel mundial. Es cierto que no son leyes sino que son orientaciones que los países firmantes deben cumplir pero, también, es cierto que se firmaron para contribuir a la creación de un mundo mejor para todos.
A pesar de que tengamos la sensación de que las cosas nos van tan mal últimamente si echamos un vistazo hacia atrás nos daremos cuenta de que alguna mejoría sí que ha habido. Tan sólo con comparar las grandes atrocidades que se cometieron, especialmente, a principios y mediados del siglo XX con lo que actualmente estamos viviendo ya podemos marcar una gran diferencia.
No vivimos en el paraíso pero, al menos, podemos considerarnos personas más racionales que algunas de las que vivieron entonces. Durante todo este tiempo hemos comprendido que la vida de los hombres y de las mujeres vale lo mismo y seguimos luchando por ello. Y también, somos capaces de convivir en nuestras ciudades con personas de distintas razas, a pesar de ciertas corrientes que, a veces, aparecen para echar la culpa de nuestros males al más débil.
Lo que viene a proclamar la Declaración Universal de los Derechos Humanos es que todas las personas somos iguales. Que podemos defender nuestros derechos pero también tenemos la responsabilidad de respetar los de los demás. Y es aquí donde se produce la discordia. “¿Qué pasa cuando los demás no respetan nuestros derechos y los pisotean?”, “Deberían pagar por ello en la misma medida para que aprendan”, “No se pueden ir de rositas”.
derechos humanos
Los derechos humanos son orientaciones que nos llevan a un mejor entendimiento entre todas las personas del mundo
Estas afirmaciones las estamos haciendo con nuestro lado del miedo (sobre todo, a que nos pueda pasar a nosotros), del dolor y de las emociones más fuertes y negativas que tenemos. Cosa que es totalmente comprensible. Por un lado, nuestra idea de vivir en un mundo justo se fue al garete cuando violaron nuestros Derechos Humanos. Y, por otro lado, siempre nos han ensañado que hay que reparar lo que se rompe o aprender a hacer bien lo que se hizo mal.
Esto no es malo en absoluto. Lo que sí es peligroso es actuar por impulsos que derivan de nuestras emociones. Seguro que todos hemos comprobado que cuando estamos enfadados fallamos más y parece que todo sale peor. No pensamos con claridad y cada vez que tropezamos nos enfadamos aún más.
Eso mismo ocurre a escala global cuando exigimos que se pague con la misma moneda o algo que suponga un castigo de la intensidad más aproximada posible para que aprendan. Nadie va a aprender y lo único que se va a conseguir es que se entre en una espiral de actos que generan más emociones negativas, como el rencor y el odio, que, a su vez, exigirán por la otra parte lo mismo. Y así nos quedaríamos enganchados en una espiral infinita y cada vez peor.
“Entonces todos podremos hacer lo que nos dé la gana porque nadie nos va a decir nada”. Es necesario intentar reparar todo lo que se ha estropeado pero debemos asumir que lo que se ha perdido ya no se puede recuperar y que lo que se rompe ya no vuelve a quedar igual que estaba. Pero hacer lo mismo al culpable no va a hacer que volvamos a nuestro punto de inicio, es más, nos creará la sensación de que no es suficiente. Y nunca va a ser suficiente porque no perdonamos.
Pero para perdonar es necesario reparar. Es decir, que si alguien violó nuestros derechos nos tendría que pedir perdón de una manera directa, seria y convincente. Que se nos dé la oportunidad de escuchar las razones que tuvo y que nosotros podamos expresar ese sufrimiento que nos produjo y las consecuencias que se han derivado posteriormente.
Si creemos que estamos en posición o derecho de aplicar eso que llamamos justicia y queremos enseñar algo primero tendremos que dar ejemplo. Y el ejemplo no es repetir lo mismo que nos hicieron sino actuar de acuerdo con esa armonía que buscamos y que llamamos paz, respeto, igualdad, etc.
Sólo de esta manera podremos retomar el concepto de ser humano, tener una visión objetiva del mundo que nos rodea y aceptaremos que ese mundo no es justo por mucho que nos aferremos a esta creencia (aunque podemos dar pasos en esa dirección). Y así, es como frenaremos la constante violación de Derechos Humanos y las escaladas de violencia entre países, culturas, pueblos, familias y personas.

jueves, 24 de octubre de 2013

La panacea está en una creencia: el pensamiento mágico.

Tener pensamientos mágicos no significa que tengamos telepatía para comunicarnos en silencio o que podamos adivinar los pensamientos de otra gente. El pensamiento mágico es tan simple como una creencia.
¿Cuántas veces hemos pensado en nuestra vida que si fuésemos más atractivos tendríamos más amigos o si tuviéramos más dinero conseguiríamos todo lo que nos propusiéramos?
Seguro que muchos de los que estáis leyendo inmediatamente y casi sin acabar habéis contestado, “¡es que es verdad!” o “por desgracia es cierto”.
Pero esto no es más que una frase expresada de forma condicional que nosotros nos creemos a pies juntillas. Se trata de una manera de pensar que no tiene en cuenta la realidad. Parte de algo que no podemos tener (porque ya ha ocurrido, porque no poseemos las cualidades necesarias, porque no es real, etc.) para asegurar que algo se cumpliría necesariamente como resultado de la primera premisa.
pensamiento magico
Los pensamientos mágicos son la excusa para no ponernos en marcha y justificar nuestro inmovilismo.
Pero ¿quién lo puede asegurar? ¿Cómo podemos estar tan seguros de que nuestra vida cambiaría radicalmente si cambiase este único elemento que defendemos? Por suerte o por desgracia, nadie ha conseguido cambiar el rumbo de su vida con este tipo de creencias. Es por esto por lo que en psicología llamamos a esta clase de ideas pensamiento mágico, porque creemos que con cambiar una pequeña parte todo sería completamente diferente. Y, por supuesto, favorable a nosotros.
¿Qué función tiene comportarnos de esta manera? El pensamiento mágico tiene una función defensiva y justificativa. Cuando nos sentimos incapaces de controlar algún aspecto de nuestra vida (o toda nuestra vida en general) y no conseguimos ver una salida entonces justificamos la situación de esta forma. Por ejemplo, “si fuera más delgado o delgada la gente me querría más y sería más popular.” De esta manera justifico no tener tantos amigos como me gustaría y, además, le echo la culpa a mi aspecto físico como si fuera algo externo a mí.
Al intentar defendernos buscamos una explicación a lo que ocurre y, de paso, un culpable de la situación y de las molestias o del sufrimiento que nos causa a la vez que nos evadimos de nuestra responsabilidad.
Pero ¿por qué evadirnos de la responsabilidad si es algo que no podemos cambiar? Porque en realidad sí podemos cambiar la situación y lograr eso que deseamos. Lo que verdaderamente queremos que se cumpla es la segunda parte de esa condición que nos ponemos: el ser más felices, más queridos, conseguir lo que nos proponemos, etc. Pero poniendo delante ese obstáculo que parece imposible de superar es cuando encontramos la justificación y nos concedemos el lujo de evadir nuestra propia responsabilidad. Es decir, si tengo una escusa para no luchar por algo que me supone un gran esfuerzo y, especialmente, si parece inmodificable ya no hace falta que haga nada.
Esto, a la vez que nos justifica también nos paraliza porque merma nuestra capacidad de iniciativa y de autoeficacia a la vez que nos permite relajarnos y no alimentar nuestra motivación.
Paradójicamente, lo que hace es que a pesar de tenerlo todo bien atado y justificado nos seguimos sintiendo mal por la situación inmóvil en la que nos encontramos. Seguimos sin ver una salida a lo que nos causa sufrimiento a la vez que nos sentimos incapaces y sin ganas de ponernos en marcha.
Así que, cuando nos damos cuenta, nos encontramos envueltos en un bucle negativo en el que la única salida que encontramos es seguir generando estos pensamientos mágicos para aliviar un poco nuestro malestar.
Aunque nos cueste mucho esfuerzo intentar luchar contra todos estos obstáculos que nosotros mismos nos ponemos a la larga nos ayudará a reforzar nuestra autoestima porque nos dará la demostración real de que somos capaces de sobreponernos a las dificultades.

jueves, 17 de octubre de 2013

Religión como consuelo y guía

Este fin de semana vi una película en el cine que me hizo reflexionar. La película en cuestión se titula Prisioneros pero no voy a hablar del argumento sino de lo que subyace en el fondo: la religión.
La religión es un invento humano para tratar de explicar lo inexplicable. Es un sistema de creencias y valores con una base filosófica acerca de la vida. Todos tenemos una filosofía de vida y unos valores por los que nos guiamos a la hora de comportarnos y tomar decisiones. Y, también, tenemos multitud de dudas sobre cuestiones existenciales como las ya clásicas “quién soy”, “de donde vengo”, “hacia donde voy”, etc. Así es que cuando se crean las religiones se trata de dar respuesta a todas esas dudas. Es un intento de consuelo o de proporcionar una falsa ilusión de control sobre el azar o el destino, que viene a ser lo mismo.
religion
El creer en una religión (especialmente con fervor) ayuda a sentirse seguro cuando las cosas van bien. Refuerza la teoría del mundo justo en la que todos reciben lo que dan y son castigados por sus malas acciones. Es decir, si uno se porta bien no le va a pasar nada malo; no tiene de qué preocuparse. De esta manera, nos sentimos seguros y tranquilos. Cuando aparecen dudas y problemas apelamos a la ayuda de ese dios porque de una forma u otra, gracias a él, vendrá la solución.
Pero tiene un doble filo. Cuando las cosas no ocurren como debería se tambalea nuestro sistema de valores. El mundo ya no es tan justo y no sabemos por qué. Se crea la indefensión en la persona porque piensa que no puede hacer nada y que sólo ese dios en el que cree puede solucionar los problemas. Esto genera una sensación de ausencia total de control que impide que la persona tome las riendas de su vida y se ponga en marcha porque “lo que tenga que ser será”.
Cuando, finalmente, las cosas nos salen como esperaban uno se pregunta qué es lo que ha hecho mal para ser castigado e, incluso, puede echarle la culpa a su dios por no haber tomado cartas en el asunto. Ese sentimiento de culpabilidad que aparece ante la posibilidad de haber hecho algo malo, sin saber muy bien el qué, hace que la persona se censure continuamente y que piense que es una persona deplorable y que, por tanto, no merece ser respetado por nadie.
Por otro lado, cuando las cosas salen bien, no va a ser gracias a uno mismo. Será gracias a quien tiene en sus manos nuestro destino. Como consecuencia, nunca vamos a creer que somos suficientemente fuertes o válidos para enfrentarnos a la adversidad. No dejamos que se desarrolle nuestra autoestima ni nuestra autoeficacia porque todo se debe a ese ser supremo.
Además, esa sensación de tener que rendir cuentas a alguien que todo lo ve hace que vivamos en una situación de evaluación permanente. No podemos desviarnos de la norma establecida aunque no haya ninguna razón para seguirla o a pesar de que apartarnos sea más saludable. Los remordimientos y el miedo al rechazo harán que dudemos de la validez de ese cuestionamiento que nos hacemos y decidamos abandonarlo.
Cada uno de nosotros es libre de tener o acogerse a un sistema de valores que le defina y que le ayude en su vida pero lo que no es aconsejable es la rigidez y el inmovilismo que puede llegar a causar. Adaptarnos a las circunstancias, tomar el control de nuestra vida y aceptar la responsabilidad sobre nuestros propios actos hace que vivamos una vida mucho más plena y que nos desarrollemos como personas. Buscar nuestro bienestar respetando a quienes nos rodean puede ser una buena base para asentar este sistema de valores.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Soledad a pesar de estar en compañía

La soledad es un sentimiento que, a menudo, identificamos con la circunstancia de estar solos físicamente. Sin embargo, la soledad se puede sentir en una variedad de situaciones infinitas con o sin gente alrededor.
La soledad es ese sentimiento que se apodera de nosotros cuando sentimos que nuestras redes sociales, en realidad, no son de calidad o que las personas que nos rodean no satisfacen nuestras necesidades. Esas necesidades son: apoyo, complicidad, comprensión, aceptación, compañía, etc.
soledad
La soledad es un sentimiento que nos produce mucho sufrimiento.
Podemos pensar que no es tan importante tener amigos si uno sabe estar solo. No obstante, todas las personas tenemos una serie de necesidades como en su día describió el psicólogo A. Maslow. La necesidad de afiliación o de pertenencia se encuentra en el tercer nivel por detrás de las fisiológicas (comer, beber, etc.) y la necesidad de encontrar una estabilidad en nuestra vida. En este caso, la necesidad de afiliación consiste en tener una figura de apego y sentir que pertenecemos a uno o varios grupos sociales. Por eso, todos buscamos alguien en quien confiar o alguien con quien poder contar en los momentos difíciles.
Es muy común que las personas que tienen muchos conocidos a los que llaman amigos o que no les faltan acompañantes para poder hacer cualquier actividad que les apetezca en cada momento sean de las que más solas se sienten. Por un lado, muchos desarrollan una especie de hiperactividad que les lleva a estar constantemente probando actividades nuevas. Por otro lado, y relacionado con el punto anterior, están constantemente conociendo nuevos amigos. Está claro que al sumergirse en nuevos ámbitos se conoce gente nueva pero esto no es suficiente porque la sensación de insatisfacción sigue presente.
Esto no significa que no esté bien innovar, todo lo contrario. El problema es cuando esa hiperactividad se vuelve algo compulsivo que no nos deja centrarnos y que mantiene nuestra cabeza ocupada todo el tiempo para evitar que aparezca el sentimiento de soledad. En lugar de reconocerla y aprender a manejarla huimos de ella con lo que el miedo a la soledad aumenta.
Otra de las maneras en que se manifiesta la soledad es a través de la agresividad, especialmente en los jóvenes. Detrás de muchos actos vandálicos o muestras de violencia física, verbal o psicológica hacia otros o hacia uno mismo como, por ejemplo, las adicciones, se esconde este mismo sentimiento. No se trata de otra cosa más que de una llamada de atención para que le hagan caso y sentir que cuenta para alguien, aunque sea de manera negativa.
Y por último, la soledad menos deseada pero más sufrida es la que padecen los ancianos. Ya sean viudos, solteros o conserven a su pareja muchos no pueden escapar de la soledad. A esa edad su red social se ve muy mermada y en algunos casos, prácticamente se reduce a algún familiar, vecino o la pareja. Debido a los achaques, la movilidad se ve reducida y a veces se ven obligados a pasar largas temporadas sin poder salir de casa. Cuando se recuperan su estado de ánimo se ve afectado y las ganas de salir son escasas. Además, es posible que los amigos vayan falleciendo y se encuentren en la tesitura de volver a entablar los lazos de amistad con otras personas asumiendo que puede que la amistad no dure mucho tiempo.
La soledad es un sentimiento muy temido por el sufrimiento que nos puede causar. Puede conllevar que caigamos en una depresión o, por el contrario y para evitarlo, puede que acabemos desarrollando una adicción que no tiene por qué ser a sustancias psicoactivas ni alcohol (internet, compras, sexo, juego, etc.).
El sentimiento como tal no es malo siempre que sepamos afrontarlo y ponerle una solución plausible. Para ello, lo primero es conocerlo y perderle el miedo porque ciertos momentos de soledad son inevitables a lo largo de nuestra vida. Y sin miedo la vida se ve mucho más llevadera, incluso placentera.

viernes, 4 de octubre de 2013

Ilusiones ópticas en movimiento

Las ilusiones ópticas son imágenes que causan gran curiosidad y que producen curiosos efectos en nuestro cerebro como, por ejemplo, la sensación de movimiento. Algunas de estas imágenes que producen las ilusiones opticas son círculos, esferas y columnas que giran, los péndulos que se mueven, barcos que navegan, formaciones ondulantes, etc.
Hoy os presento estas imágenes sorprendentes para un momento de entretenimiento y distracción. Muchas de ellas han sido creadas por Akiyoshi Kitaoka, profesor de psicología en Kioto (Japón).




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El fondo del abismo










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Semillas que ondean










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Bola que gira










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Detén los engranajes









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¿Hacia dónde va el barquito?










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¿Se mueve el péndulo?










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¿Y estos anillos?










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¡Absorbente!









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¡Cuidado con las serpientes!










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Puntos rodantes










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Pon en funcionamiento la máquina










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¿Sabes a dónde va todo esto?










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Arenas movedizas










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Y el tiempo gira...











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Aspirador de coches










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¡Qué mareo!





Nuestros ojos perciben multitud de sensaciones a la vez que nuestro cerebro procesa intentando darle algún significado coherente. Esta complejidad en los estímulos que percibimos hace que se produzcan curiosos engaños visuales o ilusiones opticas.
En realidad, ninguna de estas imágenes se mueve pero ¡quién lo diría!

Espero que hayais disfrutado y os hayais evadido, por un momento, a un mundo de fantasía e imaginación.

Si te ha gustado este artículo puedes ver este original vídeo con varias ilusiones ópticas del maestro Akiyoshi Kitaoka:

https://www.youtube.com/watch?v=aGE0bkKuP64


Además, aquí podeis ver un catálogo con todos los tipos de ilusiones ópticas que existen. Sólo teneis que entrar en el siguient enlace: Catálogo de ilusiones ópticas.




Singles (solos) versus dependientes emocionales

“Vivo solo y soy feliz”. “He elegido no tener pareja ni compromisos a largo plazo”. “Soy independiente y me considero un espíritu libre”. Estas serían algunas de las descripciones que harían de sí mismos los singles o solos (y solas).
Defienden la independencia en su vida por encima de todo y por eso no quieren ningún tipo de ataduras. Muchos singles han tenido pareja e incluso han llegado a formalizar sus relaciones de manera oficial (matrimonio, pareja de hecho, etc.) y posteriormente las han concluido. También son jóvenes que han decidido, por convicción o por experiencias negativas, que su vida será mejor si la viven individualmente. Normalmente, tenemos la idea de que un single es todo lo contrario que aquella persona que siempre necesita tener una pareja o un punto de apoyo de quien depender afectivamente. Podrían ser los extremos de un continuo y, como se suele decir, “los extremos se tocan”.
Nuestra personalidad y las habilidades emocionales que hemos aprendido a lo largo de nuestra vida nos llevan a tener unos hábitos que a veces  no son compatibles con la convivencia. Creamos un estilo de vida basado en nuestros intereses y valores y tratamos de cumplir nuestras metas y deseos más soñados. Es aquí el punto en el que los caminos se dividen. Por un lado, aparecen los dependientes emocionales que viven su vida a través de la de los demás, sin plantearse más meta que la de que nunca les falte alguien a su lado. Por el otro, están los singles que están acostumbrados a hacer planes en cualquier momento sin contar con nadie en concreto, sólo con quien se apunte.
single
“Cuando estoy solo, todo lo que veo son parejas felices.
Cuando estoy saliendo con alguien, todo lo que veo son solteros felices.”

Los singles tienen su trabajo y su grupo de amigos y, constantemente, están organizando o buscando planes para hacer cosas. Es esta necesidad de vivir experiencias nuevas la que les impide crear lazos afectivos intensos con alguien y que estos duren en el tiempo. Suelen tener sus prioridades tan claras que no hay lugar para plantearse las necesidades de otros. No están acostumbrados y/o no han aprendido.
Para muchos, vivir con alguien o tener una pareja estable es visto como un lastre que no les deja vivir plenamente. Tener que ponerse de acuerdo con otra persona, esperar o ceder, en muchas ocasiones, conlleva renunciar a la satisfacción inmediata de los propios deseos. Esto puede llegar a ser percibido como una pérdida de tiempo. Por eso llegan a la conclusión de que a veces “es mejor estar solo que mal acompañado”. Puede que lo hayan intentado pero sus prioridades acaban por inclinar la balanza hacia el lado de la independencia.
Los dependientes emocionales, por el contrario no saben organizar su vida si no hay alguien a su lado que les aliente o que les dé su consentimiento. No se atreven a iniciar proyectos por su falta de seguridad y por el miedo a que nadie les apoye. En consecuencia, se han olvidado de sus deseos y necesidades relegándolas a una única: la dependencia. Acaban asumiendo los gustos y preferencias de los demás como suyos propios y, a medida, que van cambiando de grupo de amistades sus ideas e, incluso, su personalidad también va cambiando.
Pero, tanto singles como dependientes emocionales huyen de la soledad. Los singles buscan contactos esporádicos y personas con quienes compartir actividades y momentos muy concretos. Buscan grupos y asociaciones que les permitan encontrar un punto de encuentro hecho a medida para ellos, normalmente otros singles. Mientras tanto, los dependientes se adaptan a las actividades que se les ofrecen y a lo que les aporte la satisfacción de su constante necesidad de aceptación.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

¿Por qué son tan adictivos los videojuegos?

Una gran mayoría de nosotros ha jugado alguna vez a los videojuegos. Y por estos entiendo todos los juegos que van desde las antiguas videoconsolas a las más modernas, los juegos de ordenador incluidos el típico buscaminas o el solitario, los juegos de cartas on-line o el juego de la serpiente de los antiguos teléfonos móviles. Existe una variedad inmensa de videojuegos que, en muchos casos, nos hacen perder la cabeza.
Cuando empezamos a jugar lo hacemos por curiosidad pero esa curiosidad, de repente, se vuelve un impulso irrefrenable de continuar o de, nada más que podemos, retomar el juego de nuevo. Muchos jugadores se pasan horas enganchados a sus videojuegos favoritos, dejan de dormir, de comer o descuidan sus ocupaciones diarias y sus relaciones sociales.
Pero, ¿qué es lo que hace que nos enganchemos a los videojuegos con tanta facilidad? Existen algunos puntos clave que nos mantienen en un estado de concentración tal que nos hace perder la noción del tiempo.
videojuegos
Los test de reacción son un buen ejemplo de videojuegos adictivos.

Lo primero de todo es el aspecto visual y la música que acompaña al juego. Los colores son el cartel de entrada, si nos gusta probaremos. La música es lo que nos mantiene entretenidos y cuando dejamos de jugar se queda en nuestro cerebro sonando una y otra vez sin que podamos librarnos de ella.
Normalmente están divididos en partes, pantallas o niveles. Eso hace que siempre tengamos un punto para poder parar. El famoso “cuando llegue a este sitio paro”. Se supone que si tenemos un punto de referencia será más fácil desconectar del videojuego. Pero no es así. En los casos en que es muy difícil tenemos continuamente la sensación de que estamos a punto de encontrar la solución para seguir adelante. Sólo necesitamos probar una vez más para saber si es así o no. Y esa vez nos da otra nueva idea para probar y así sucesivamente.
Cuando el videojuego es sencillo pasamos de nivel continuamente lo que nos produce la sensación de estar en racha y la curiosidad por saber si el siguiente nivel será igual de fácil. Otro elemento que tienen los videojuegos sencillos es que son rápidos de jugar. Cada partida dura poco y por eso nos fijamos límites para dejarlo: “Sólo una más”, “Cinco minutos más”, “Todavía me da tiempo a jugar otra”, etc. Como es tan rápido no creemos que realmente esté pasando el tiempo. Muchas veces, tenemos la sensación de que si hay alguien alrededor no se dará cuenta y podremos empezar otra partida o intentarlo de nuevo.
La sensación de reto o de alcanzar una meta es constante en cualquier videojuego y por eso nos mantienen involucrados. Tal es así que cuando acabamos una fase del videojuego sentimos una curiosidad irresistible de saber si seremos capaces de superar esta nueva pantalla, qué habrá después o si estamos cerca de llegar al final. Así que probamos “para hacernos una idea” y llegamos al punto de “lo intento una vez más que creo que ya sé cómo va” y cerramos el bucle en el que estamos metidos.
Otro de los elementos que nos enganchan es que, a pesar de avanzar lentos, en cada partida conseguimos algo. Obtenemos puntos, bonus, premios, vidas, objetos que nos hacen mejorar…en definitiva recompensas que nos motivan a seguir jugando.
Y por último, el elemento básico que es la posibilidad de mejora. Al principio suele ser exponencial para estancarse cuando ya nos hemos enganchado al juego en cuestión. Por muy difíciles que puedan ser los videojuegos siempre empiezan siendo muy fáciles o, incluso, hay una especie de sección de entrenamiento para empezar a jugar. Estos tutoriales suelen ser extremadamente fáciles para crear la sensación de que nuestra destreza es enorme y que con muy poco mejoramos.
Algunos de los videojuegos más adictivos son “Counter Strike”, “World of Warcraft”, “Age of Empires”, “The Sims”, “Candy Crush”, etc. y todos poseen varios de los elementos clave para atraparnos: el reto, la división en niveles o fases, la mejora exponencial, los premios continuos, la falsa ilusión de control para abandonarlo y brevedad en el tiempo de cada partida o misión.

¿Igualdad o uniformidad para todos?



Que todas las personas somos iguales es un hecho innegable. Pero que confundimos igualdad con uniformidad también lo es. Ser iguales significa tener los mismos derechos y las mismas obligaciones, que todos respetemos los derechos de los demás y que los demás nos respeten a nosotros, que tengamos las mismas oportunidades que cualquiera, que se nos valore de la misma manera, etc.
Por mucho que todos digamos que esto está garantizado y que cualquiera puede llegar a donde quiera no es cierto del todo. Las condiciones que vienen dadas desde fuera y desde que nacemos son completamente diferentes para cada uno. Es cierto que podemos tener oportunidades que no aprovechemos pero, también es cierto, que no todos tenemos las mismas capacidades o intereses.
Es aquí donde llegamos a la diferencia entre igualdad y uniformidad. Que seamos todos iguales no significa que pensemos de la misma manera ni que aspiremos a lo mismo o que nuestras cualidades tengan que ser como las de quienes nos rodean. Igualdad, en este caso, sería que en aquello que nos gusta o que se nos da bien podamos desarrollarnos y tengamos posibilidades de mejorar o dedicarnos laboralmente. No que todos nos dediquemos a lo mismo (que, según parece, ahora son el mundo de la economía y de las tecnologías).
Esta falsa ambigüedad de los conceptos la vivimos desde la escuela. El sistema rígido educativo que fija unos objetivos y unas capacidades que obligatoriamente todos los alumnos tienen que tener hace que aquellos que se salen de la norma sean unos fracasados escolares. También lo serán en su futuro porque nadie les dijo, por ejemplo, que era normal no tener gusto por las matemáticas y sí por el teatro. Y cuando sean adultos, trabajen en una empresa llevando la contabilidad y sin tiempo tan siquiera para acudir a ver una obra de teatro se seguirán sintiendo unos fracasados.
Esta creencia errónea también se ve reforzada desde hace un tiempo con la moda de los uniformes. Es cierto que para los padres es mucho más cómodo porque no tienen que pensar qué les van a poner a sus hijos al día siguiente para ir al colegio. Ese ahorro de esfuerzo, a la vez, es un esfuerzo que no estamos haciendo a la hora de ayudar a los niños a crear su propia identidad. No se les permite que desarrollen su iniciativa y su derecho a la elección; en este caso, de su vestuario. No se les dan alternativas con lo que dejan de aprender, por ejemplo, que quizá sea más cómodo llevar un pantalón que una falda o una camiseta en lugar de una camisa que no da de sí a la hora de jugar, correr y saltar en el recreo.
“Así no hay comparación con los otros niños y todos son iguales”. A pesar de que por fuera intentemos ser iguales, por dentro vamos a ser distintos por muchos esfuerzos que se hagan. La personalidad, la educación que se recibe en casa y el entorno en que se vive no se parecen en nada.
“Tienen un grupo de referencia donde sentirse aceptados y seguros”. Esto les hace dependientes porque les lleva a la sumisión y a pensar que si no coinciden con las mismas ideas, estilo de vida o costumbres que los demás, serán excluidos y se quedarán sin amigos. Eso también hace pensar que no existen otras alternativas fuera de su ámbito y que no es posible crear otros grupos de amigos. Se verá reforzado ese miedo al rechazo y a lo desconocido. Con lo que la única solución que verán será hacer lo mismo que los otros para ser alguien.
Según lo que se viva y aprenda en la infancia será cómo se viva en la edad adulta. Que seamos personas seguras depende en buena parte de que no fomenten en la infancia el miedo ni el odio a lo distinto y respeten las diferencias viéndolas como oportunidades en lugar de amenazas.