Ante
la ocurrencia de malas noticias en una familia donde hay niños pequeños
siempre se abre una duda. ¿Se lo contamos? ¿Cómo se lo contamos? ¿Lo
entenderán? ¿Serán muy pequeños aún para saber esto? ¿Será mejor
ahorrarles el sufrimiento?
Hay
una diferencia entre mantener la ingenuidad y condenar a la ignorancia y
a la incertidumbre. Sólo es cuestión de tratar a los niños como
personas que son y asentar las bases para que crezcan mentalmente sanos y
felices.
Cuando
los adultos tienen malas noticias, problemas o dificultades por las que
pasan normalmente intentan que los niños no se den cuenta. Procuran que
no se enteren de lo que se habla para no preocuparlos. Acordémonos del
famoso “hay ropa tendida”; esta expresión se utilizaba no hace
tantos años, en especial, cuando los adultos trataban temas que no
debían oír los más pequeños de la familia.
Es bueno que los niños sepan lo que ocurre a su alrededor aunque debemos cuidar la manera de comunicar determinadas noticias. |
En
realidad, los menores captan perfectamente la preocupación y las
emociones de los adultos. Más aún, si se trata de las personas con las
que conviven a diario. Por eso, no debemos dejar que crezcan ignorantes
ante la vida sino que debemos esforzarnos en que la conozcan según su
nivel de comprensión. Es mejor explicar qué y por qué ocurre algo
adaptándolo a su mente infantil. Para ello, se pueden utilizar metáforas
y cuentos que les ayuden a entender, según el nivel de complejidad de
lo que queramos explicar. Por ejemplo, no es lo mismo comprender que
tiene que dejar a todos sus amigos porque se va a vivir a otra ciudad
que entender la muerte de un familiar.
El
silencio, en cambio, fomenta su preocupación, al igual que ocurre con
los adultos. Pensemos en cómo nos sentimos cuando sabemos que nos
ocultan algo. Es más, pensemos en cuando éramos pequeños y nadie nos
quería contar qué estaba ocurriendo. Nos sentíamos inseguros y temerosos
porque percibíamos que algo malo estaba sucediendo.
A
veces, nos esforzamos por explicar otras cosas complejas que creemos
que deben saber y, quizá, no sean tan importantes para ellos. Ofreciendo
unas sencillas explicaciones damos la oportunidad de pensar y
recapacitar para que asimilen a su manera los acontecimientos y puedan
madurar. Aunque lo que tengamos que contarles sean malas noticias, no
hay que asustarles pero sí darles instrumentos para enfrentarse a la
vida.
También
hemos de tener en cuenta la manera en la que vamos a comunicar esas
malas noticias ya que la cruda realidad no es para ellos. Pensemos
primero en cómo se sentirán viendo lo negativo, sin más, y cómo se
sentirán si perciben que aún hay solución o algún aspecto positivo por
muy difícil que parezca. Aprenderán mucho mejor con cariño y
contribuiremos a mantener un buen estado de ánimo. Es una forma de
conservar la ilusión y es ésta la que mueve a las personas.
Con el tiempo, comprenderán mucho mejor la información objetiva
y sin adornos y sabrán afrontarla. Saber que los problemas existen y
que el mundo no siempre es justo es mejor que encontrar el muro
infranqueable de la ignorancia. Cuando nos obligan a romperlo y
atravesarlo porque ya somos mayores, y nuestro deber es entender, puede
ocurrir que nos encontremos desnudos ante el temporal porque nadie nos
dijo que hacía frío.
¿Realmente
es así? ¿Los adultos lo entendemos todo? Parece un poco cruel que
primero nos quiten las armas y luego nos obliguen a luchar sin ellas. Si
condenamos a la ignorancia a los niños y no les contamos la realidad
creerán que no existen esos aspectos negativos de la vida que les
ocultamos. Si son conscientes de que existen cosas buenas y malas cuando
se encuentren en determinadas situaciones no tendrán miedo porque ya
sabrán que puede ocurrir y sabrán hacerles frente y defenderse, incluso
desde su ingenuidad.
En
definitiva, no debemos confundir la ingenuidad con la ignorancia. Los
niños lo saben distinguir perfectamente y, muchas veces, deberíamos
aprender de ellos porque dan lecciones de la vida mucho más importantes
de lo que nosotros, los adultos, imaginamos.
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