miércoles, 11 de diciembre de 2013

Malas noticias para niños, ingenuos pero no ignorantes.

Ante la ocurrencia de malas noticias en una familia donde hay niños pequeños siempre se abre una duda. ¿Se lo contamos? ¿Cómo se lo contamos? ¿Lo entenderán? ¿Serán muy pequeños aún para saber esto? ¿Será mejor ahorrarles el sufrimiento?
Hay una diferencia entre mantener la ingenuidad y condenar a la ignorancia y a la incertidumbre. Sólo es cuestión de tratar a los niños como personas que son y asentar las bases para que crezcan mentalmente sanos y felices.
Cuando los adultos tienen malas noticias, problemas o dificultades por las que pasan normalmente intentan que los niños no se den cuenta. Procuran que no se enteren de lo que se habla para no preocuparlos. Acordémonos del famoso “hay ropa tendida”; esta expresión se utilizaba no hace tantos años, en especial, cuando los adultos trataban temas que no debían oír los más pequeños de la familia.
malas noticias y niños
Es bueno que los niños sepan lo que ocurre a su alrededor aunque debemos cuidar la manera de comunicar determinadas noticias.
En realidad, los menores captan perfectamente la preocupación y las emociones de los adultos. Más aún, si se trata de las personas con las que conviven a diario. Por eso, no debemos dejar que crezcan ignorantes ante la vida sino que debemos esforzarnos en que la conozcan según su nivel de comprensión. Es mejor explicar qué y por qué ocurre algo adaptándolo a su mente infantil. Para ello, se pueden utilizar metáforas y cuentos que les ayuden a entender, según el nivel de complejidad de lo que queramos explicar. Por ejemplo, no es lo mismo comprender que tiene que dejar a todos sus amigos porque se va a vivir a otra ciudad que entender la muerte de un familiar.

El silencio, en cambio, fomenta su preocupación, al igual que ocurre con los adultos. Pensemos en cómo nos sentimos cuando sabemos que nos ocultan algo. Es más, pensemos en cuando éramos pequeños y nadie nos quería contar qué estaba ocurriendo. Nos sentíamos inseguros y temerosos porque percibíamos que algo malo estaba sucediendo.
A veces, nos esforzamos por explicar otras cosas complejas que creemos que deben saber y, quizá, no sean tan importantes para ellos. Ofreciendo unas sencillas explicaciones damos la oportunidad de pensar y recapacitar para que asimilen a su manera los acontecimientos y puedan madurar. Aunque lo que tengamos que contarles sean malas noticias, no hay que asustarles pero sí darles instrumentos para enfrentarse a la vida.
También hemos de tener en cuenta la manera en la que vamos a comunicar esas malas noticias ya que la cruda realidad no es para ellos. Pensemos primero en cómo se sentirán viendo lo negativo, sin más, y cómo se sentirán si perciben que aún hay solución o algún aspecto positivo por muy difícil que parezca. Aprenderán mucho mejor con cariño y contribuiremos a mantener un buen estado de ánimo. Es una forma de conservar la ilusión y es ésta la que mueve a las personas.
Con el tiempo, comprenderán mucho mejor la información objetiva y sin adornos y sabrán afrontarla. Saber que los problemas existen y que el mundo no siempre es justo es mejor que encontrar el muro infranqueable de la ignorancia. Cuando nos obligan a romperlo y atravesarlo porque ya somos mayores, y nuestro deber es entender, puede ocurrir que nos encontremos desnudos ante el temporal porque nadie nos dijo que hacía frío.
¿Realmente es así? ¿Los adultos lo entendemos todo? Parece un poco cruel que primero nos quiten las armas y luego nos obliguen a luchar sin ellas. Si condenamos a la ignorancia a los niños y no les contamos la realidad creerán que no existen esos aspectos negativos de la vida que les ocultamos. Si son conscientes de que existen cosas buenas y malas cuando se encuentren en determinadas situaciones no tendrán miedo porque ya sabrán que puede ocurrir y sabrán hacerles frente y defenderse, incluso desde su ingenuidad.
En definitiva, no debemos confundir la ingenuidad con la ignorancia. Los niños lo saben distinguir perfectamente y, muchas veces, deberíamos aprender de ellos porque dan lecciones de la vida mucho más importantes de lo que nosotros, los adultos, imaginamos.

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