miércoles, 29 de enero de 2014

La primera impresión es la que cuenta según el efecto halo

Todos hemos oído eso de que la “primera impresión es la que cuenta”. Y todos, también, estamos de acuerdo en que esto se refiere a los prejuicios y, por eso, no debemos hacer caso de semejante expresión. Consideramos que es una equivocación el hecho de juzgar por la primera impresión porque para emitir un juicio certero y justo primero tenemos que conocer toda la información que rodea a la persona.
Pero, la verdad, es que en la vida cotidiana sí cuenta y mucho. Tanto que puede llegar a predisponer el posterior desarrollo de los acontecimientos. El sesgo de la primera impresión se llama “efecto halo” y consiste en quedarnos sólo con aquello que nos llama la atención de una persona en el momento que la conocemos. A partir de ese momento atribuimos unas características personales que le suponemos basándonos en eso que nos llamó la atención. Es decir, generalizamos la impresión que nos causa un solo detalle.
La primera vez que alguien habló del efecto halo fue Edward L. Thorndike, un psicólogo estadounidense del siglo pasado que se basó en sus investigaciones en el ejército. En estas investigaciones descubrió cómo cada oficial evaluaba a sus subordinados en bloque; no se fijaban en aspectos específicos sino que los calificaban, en general, en un sentido positivo o negativo.

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En los primeros diez segundos ya nos hemos formado una primera impresión acerca de la persona que tenemos delante.

Es muy difícil escapar de la primera impresión ya que no nos hace falta tener un contacto con otra persona más de diez segundos para formarnos una idea general sobre ella. Y con esa idea vamos a valorar el resto de su actuación. Si alguien nos causa una buena impresión en esos escasos segundos todo lo que sepamos y descubramos sobre ella irán en la dirección positiva y aquello que no nos gusta lo obviaremos. En cambio, si alguien no nos causa buena impresión, interpretaremos todo lo que veamos después según ese concepto negativo que nos formamos.
Por eso, es tan importante causar una buena impresión cada vez que acudimos a lugares desconocidos, a entrevistas de trabajo o a sitios donde nos puedan evaluar y de ello dependa nuestra aceptación posterior (como la familia política) o, incluso, nuestro futuro (un puesto de trabajo).
Pero el causar una buena impresión no significa que tengamos que engañar a nadie ni aparentar ser quienes no somos. En la mayoría de las ocasiones lo que hacemos es intentar sacar lo mejor de nosotros mismos y realzar nuestras mejores cualidades. Así, solemos ir con una actitud positiva, con una sonrisa en la cara evitando pensar en lo nerviosos que estamos y con un aspecto físico arreglado o adecuado a las circunstancias.
La cuestión es que para poder demostrar esos aspectos positivos que tenemos, por lo general, necesitamos más de diez segundos y que nuestro aspecto no prime por encima de nuestra forma de ser. Lo mejor sería intentar ser neutros en la apariencia cuando no queramos que se nos juzgue por el aspecto y nos den la oportunidad de demostrar nuestras virtudes.
La neutralidad o el dar a conocer sólo lo mejor no es un engaño. Sabemos que nadie es perfecto y que todos tienen sus cosas buenas y sus cosas malas, así que si en una primera impresión vemos muchas cosas que no nos gustan pensaremos que lo que nos queda por descubrir puede ser “para echarse a temblar”. Sin embargo, resaltando los rasgos positivos nos fijaremos en ellos y supondremos que, como todas personas, también tendrá “sus cosillas” pero no que no serán excesivamente importantes. Es decir, que ya estamos preparados para asumir los defectos sin necesidad de verlos.
Como es obvio, antes o después saldrá nuestra auténtica manera de ser con todas sus virtudes pero también con todos sus defectos y entonces será cuando veamos de verdad a la persona que tenemos delante. Además, con el paso del tiempo y el contacto frecuente igual que nos acostumbramos a ver a esas personas también las relacionamos con las emociones que nos producen, desde alegría a asco pasando por la indiferencia, independientemente del tipo de relación y/o la distancia que mantengamos con esa persona.
El hecho de tener en mente esa primera impresión como algo bueno significa que seremos más tolerantes y le daremos menos importancia, a menos que sean auténticas barbaridades. En este caso, nuestra primera impresión podría verse ensombrecida por completo y perder todo el valor.

miércoles, 22 de enero de 2014

Identidad virtual o quiénes decimos ser

¿Realmente somos quienes decimos? Nuestra identidad virtual no tiene por qué ser la misma que nuestra identidad en la vida real. El mundo virtual tiene unas características completamente distintas a las del mundo físico.
En el mundo físico nos relacionamos con personas que están presentes en el mismo lugar que nosotros pero en el mundo virtual podemos contactar con cualquier persona del mundo que tenga internet.
Cada uno de nosotros tiene una personalidad que le distingue y le hace único. Esta personalidad es un conjunto de rasgos que nos llevan a comportarnos y a pensar de una determinada manera. Podríamos decir que nuestra personalidad es cómo somos.
Además, nuestra historia de vida, nuestras ocupaciones diarias y quienes nos rodean son parte importante a la hora de definirnos. Todo esto, en su conjunto, nos da un concepto de cómo y quiénes somos que es nuestra identidad.
Sin embargo, la identidad virtual es mucho más concreta. Se basa en momentos particulares que son aquellos en los que estamos conectados a la red. Así, podemos crearnos una identidad virtual que no tiene nada que ver con nuestra personalidad ni con nuestra identidad en el mundo físico. Esto es posible por el anonimato que da internet. Desde esta posición podemos hacer multitud de cosas buenas y malas que no nos atreveríamos a hacer delante de un público que puede criticarnos o que puede enfrentarse a nosotros.
En internet esto es distinto. Nadie tiene por qué contactar con nosotros físicamente y podemos decir o hacer todo lo que queramos sin miedo a ser criticados, censurados, o rechazados. Si a alguien no le gustamos es muy posible que ni siquiera nos demos cuenta porque no se tomará la molestia de decírnoslo y, tampoco, veremos su actitud hacia nosotros. La vergüenza es menor pero, también, puede ser menor la moralidad.

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Podemos invertar cientos de identidades virtuales en la red.
Otro aspecto es la disponibilidad y la cercanía de oportunidades. Podemos utilizar internet y nuestra identidad virtual para todo lo que queramos porque se nos ofrecen todas las posibilidades a un solo clic. Por eso, están tan de moda las redes sociales como Linkedin, Twitter, Google+Facebook, Badoo, etc. Estas plataformas se utilizan, especialmente, para hacer contactos profesionales, buscar nuevos amigos, encontrar una pareja o tener sexo gratis (o, al menos, intentarlo).

Las identidades virtuales tienen su origen en las comunidades online de juegos en red o de chats y en los juegos de avatares como los Sims en los que podíamos dotar de personalidad y de vida propia a un personaje. Esta vida acaba siendo una expresión de cómo nos gustaría ser y el tipo de vida que querríamos tener sin los inconvenientes que nos encontramos en la vida real. Es el espacio donde podemos expresarnos sin miedo y sin obstáculos.
 Construirse una identidad virtual, bien utilizada, sirve para crearnos una reputación en la red. Esto nos sirve para dar a conocer nuestras capacidades y promocionar lo que mejor sabemos hacer. Aunque parece paradójico, el anonimato nos da seguridad al mostrar esta nueva identidad virtual. Si ganamos popularidad podemos llegar a tener una cierta relevancia en internet que, bien aprovechada, nos puede aportar muchos beneficios.
Sobre todo, en el ámbito laboral, lo ideal sería trasladar esta identidad y esta reputación hacia el mundo físico. Tratar de relacionarnos de una manera más cercana con esos contactos que hemos creado y tratar de demostrar lo que realmente valemos.
El riesgo que tienen las identidades virtuales es que podemos terminar por confundir nuestra verdadera identidad y dejar de lado nuestra vida real. Cuanto más tiempo pasamos conectados a internet menos tiempo pasamos con las personas de carne y hueso. Y distanciarnos de nuestra red social física supone aislarnos. Si cada vez nos separamos más puede que provoquemos que desaparezca y en el momento que nos quedemos sin conexión nos veamos solos en el mundo.
Lo mejor es integrar nuestras dos identidades para sacarles el máximo partido y construir una identidad personal que saque lo mejor de nosotros.

miércoles, 8 de enero de 2014

De vuelta a la rutina que tanto añorábamos

La rutina es esa de la que escapamos en cuanto podemos. La rutina también es esa que hace que los días parezcan interminables. Sin embargo, después de tantos días de fiestas y excesos muchos ya estaban deseando volver a sus vidas rutinarias y aburridas.
Es cierto que nos gusta escapar de la rutina como, también, nos gusta cambiar de aires y desconectar de nuestro día a día. Por eso, aprovechamos cada ocasión que nos surge para hacerlo marchándonos a otros lugares o alterando todos los horarios del día cuando estamos exentos de nuestros quehaceres diarios. Nos gusta y deseamos que lleguen estos periodos de tiempo tan fervientemente porque no es lo habitual. Consideramos que son días especiales y procuramos hacer planes alternativos o realizar todo eso que tanto nos gusta pero que vamos dejando para cuando tengamos tiempo.
Lo que ocurre es que en épocas como las navidades hacemos demasiados planes porque creemos que los días nos darán mucho más de sí y que sólo es cuestión de organizarse para poder hacerlo todo. Pero no contamos con las visitas sorpresa, con las reuniones sociales inesperadas, con las compras de última hora, en fin, con los imprevistos y con el tiempo que necesitaremos para descansar de tanto ajetreo.
Aprovechamos a disfrutar de los días sin pensar en nada más, dejándonos llevar por el momento y lo que surja porque hemos decidido que estos días son de vacaciones, incluso, aunque en realidad no las tengamos.

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Si no llevamos una rutina diaria saludable nuestros ritmos biológicos acaban por alterarse
y comenzamos a sentir malestar.





                 Sin embargo, en la misma medida que disfrutamos nuestro cuerpo se altera y se desestabiliza. Por mucho que nos cueste reconocerlo, nuestros organismos necesitan de las rutinas para funcionar correctamente. Estas rutinas son lo que llamamos ritmos biológicos que regulan nuestro sistema nervioso y endocrino.
Nuestro organismo está habituado a seguir unos horarios de sueño, trabajo, comidas, descanso, etc. Cuando llegan estas fechas nos lo saltamos y tenemos un ritmo de vida muy irregular ya que no comemos a la misma hora casi ningún día, tampoco dormimos el mismo número de horas y, además, las que dormimos son insuficientes lo que acumula cansancio en nuestro cuerpo. Se alteran los horarios y el volumen de trabajo tanto para aumentar como para disminuir. Y quienes viven lejos de sus casas y se trasladan a sus lugares de origen para pasar las fiestas, además, tienen que adaptarse a un nuevo lugar con sus rutinas y costumbres diferentes.
Todo hace que nuestro organismo sufra. La comida excesiva y, normalmente, pasada de calorías hace que nos sintamos hinchados y saturados. A medida que pasan los días sentimos la necesidad de cambiar nuestra alimentación y tomar alimentos más ligeros como verduras o caldos. Pero, al ver los manjares sobre la mesa, nos dejamos llevar por la gula y acabamos de nuevo empachados de comida que nos sube la tensión, nos engorda, nos aumenta el colesterol y el azúcar en sangre, etc.
Además, por un motivo u otro casi siempre nos vamos tarde a la cama aunque tengamos que madrugar. Pensamos que es un esfuerzo que vale la pena y que ya tendremos tiempo de descansar. En cambio, el sueño que perdemos no lo recuperamos y nuestro sistema endocrino se altera entrando en un bucle de insomnio, cansancio y malestar general.
Esta es la razón por la que no somos capaces de pasar mucho tiempo rompiendo nuestra rutina. Necesitamos un orden no sólo para nuestro día a día sino para nuestra salud. Por eso, cuando nuestro cuerpo nos está pidiendo un cambio debemos escucharlo. Probablemente necesitemos ese cambio para ajustarnos, tanto si es para romper con esa rutina aburrida por un periodo corto de tiempo como si es para volver a ella.
A pesar de los excesos y todo lo que castigamos nuestro cuerpo y nuestra salud, tenemos a nuestro favor que este tipo de ritmos se vuelven regulares con cierta facilidad siguiendo una rutina adecuada. Así que, ahora que ya han pasado las fechas de los excesos, podemos retomar esa rutina que ya echábamos de menos y desintoxicar nuestro organismo para comenzar el año con las pilas cargadas.