miércoles, 13 de noviembre de 2013

Esperanza como motor de vida

¿Cuál es la “vacuna” contra la depresión? ¿Podríamos decir que es la esperanza? Por muchas investigaciones que se hacen y muchos datos que se analizan no se ha llegado a crear un remedio eficaz que impida que nos deprimamos. Es cierto que la biología a veces nos predispone pero esto no significa que no podamos escapar a pesar de tener un carácter más tendente a lo negativo.
Cuando una persona entra en un episodio de tristeza patológica siente desesperanza. La desesperanza es una visión negativa sobre las personas y el mundo que le rodea y, también, sobre uno mismo. Esto significa que lo que imagina cuando piensa en el futuro no es nada alentador sino todo lo contrario. Presiente que todo va a ir de mal en peor y que todo es un auténtico desastre sin ninguna solución posible.

esperanza
La esperanza es nuestra mejor protección contra la depresión.
Eso hace que la persona se desanime todavía más y que pierda la poca energía que tiene para intentar cambiar ese mundo y esa visión que le rodea. Se creará un círculo vicioso del que resulta muy difícil salir.
Este torbellino de ideas y sentimientos negativos se crea por la falta de expectativas que origina la desesperanza. Por tanto, es fácil suponer que si pensáramos en la esperanza y nos centráramos en ella todo sería mucho más fácil y resolvería nuestros problemas. Muy bien pero… ¿cómo?
Creando planes de vida. Nuestra vida no es un solo proyecto que imaginamos una vez y si se cumple somos felices y si fracasa seremos unos perdedores hasta el final de nuestros días. Nuestra vida se compone de innumerables planes y proyectos. Pequeños y grandes objetivos que vamos ideando, modelando, cambiando y mejorando cada día. Pequeños logros que nos hacen ir a la cama satisfechos con nuestro día, con nuestra semana, mes, etc.
Crear planes mantiene nuestra ilusión viva y nuestras expectativas se convierten en positivas porque todo lo que imaginamos son momentos felices o metas con las que nos vamos a sentir a gusto. Además, el tiempo que ocupamos en soñar despiertos no lo podemos utilizar para imaginar cosas terribles que nos pueden ocurrir o peligros que nos “acechan”. Por suerte, o por desgracia, no podemos pensar dos cosas a la vez, tenemos que elegir uno de los dos caminos: la visión negativa o la visión positiva; la desesperanza o la esperanza.
Probablemente estemos pensado que creer que todo va a salir bien y que todo va a ser bonito y perfecto es perjudicial porque cuando las cosas no salgan como esperábamos nos hundiremos. Al crear planes tenemos ilusión por algo y esa ilusión viene de la posibilidad de que las cosas salgan bien, por eso hacemos el esfuerzo de construirlos. Pero esos planes deben ser reales en la medida de lo posible. No podemos imaginar que seremos millonarios si no jugamos a la lotería y, aun jugando, tampoco podemos asegurarlo porque depende de la suerte pero sí podemos conservar esa esperanza porque no es inalcanzable. Es decir, tenemos que estar preparados y asumir que las cosas no siempre salen como esperamos.
Así, si no salen como esperábamos no nos deprimiremos ni perderemos la ilusión. Echaremos mano de otros planes que hicimos porque no tendremos una única meta en nuestra vida. Sólo creando otros proyectos alternativos podemos protegernos del miedo al fracaso porque cuanta más variedad y alternativas tengamos más fácil es que se cumpla alguna de nuestras expectativas.
Además, manteniendo la esperanza tenemos la sensación de que podemos controlar lo que nos ocurre y así sentirnos útiles y responsables de nuestra felicidad. Viviendo e imaginando acontecimientos positivos seremos más creativos y podremos diseñar muchos más proyectos gratificantes que quizá antes ni se nos habían pasado por la cabeza. Es decir, nos absorberá un “círculo vicioso” de pensamientos y sentimientos positivos que no nos dejarán otra alternativa que ser felices.

No hay comentarios:

Publicar un comentario