¿Cuál
es la “vacuna” contra la depresión? ¿Podríamos decir que es la
esperanza? Por muchas investigaciones que se hacen y muchos datos que se
analizan no se ha llegado a crear un remedio eficaz que impida que nos
deprimamos. Es cierto que la biología a veces nos predispone pero esto
no significa que no podamos escapar a pesar de tener un carácter más
tendente a lo negativo.
Cuando
una persona entra en un episodio de tristeza patológica siente
desesperanza. La desesperanza es una visión negativa sobre las personas y
el mundo que le rodea y, también, sobre uno mismo. Esto significa que
lo que imagina cuando piensa en el futuro no es nada alentador sino todo
lo contrario. Presiente que todo va a ir de mal en peor y que todo es
un auténtico desastre sin ninguna solución posible.
La esperanza es nuestra mejor protección contra la depresión. |
Eso
hace que la persona se desanime todavía más y que pierda la poca
energía que tiene para intentar cambiar ese mundo y esa visión que le
rodea. Se creará un círculo vicioso del que resulta muy difícil salir.
Este
torbellino de ideas y sentimientos negativos se crea por la falta de
expectativas que origina la desesperanza. Por tanto, es fácil suponer
que si pensáramos en la esperanza y nos centráramos en ella todo sería
mucho más fácil y resolvería nuestros problemas. Muy bien pero… ¿cómo?
Creando
planes de vida. Nuestra vida no es un solo proyecto que imaginamos una
vez y si se cumple somos felices y si fracasa seremos unos perdedores
hasta el final de nuestros días. Nuestra vida se compone de innumerables
planes y proyectos. Pequeños y grandes objetivos que vamos ideando,
modelando, cambiando y mejorando cada día. Pequeños logros que nos hacen
ir a la cama satisfechos con nuestro día, con nuestra semana, mes, etc.
Crear
planes mantiene nuestra ilusión viva y nuestras expectativas se
convierten en positivas porque todo lo que imaginamos son momentos
felices o metas con las que nos vamos a sentir a gusto. Además, el
tiempo que ocupamos en soñar despiertos no lo podemos utilizar para
imaginar cosas terribles que nos pueden ocurrir o peligros que nos
“acechan”. Por suerte, o por desgracia, no podemos pensar dos cosas a la
vez, tenemos que elegir uno de los dos caminos: la visión negativa o la
visión positiva; la desesperanza o la esperanza.
Probablemente
estemos pensado que creer que todo va a salir bien y que todo va a ser
bonito y perfecto es perjudicial porque cuando las cosas no salgan como
esperábamos nos hundiremos. Al crear planes tenemos ilusión por algo y
esa ilusión viene de la posibilidad de que las cosas salgan bien, por
eso hacemos el esfuerzo de construirlos. Pero esos planes deben ser
reales en la medida de lo posible. No podemos imaginar que seremos
millonarios si no jugamos a la lotería y, aun jugando, tampoco podemos
asegurarlo porque depende de la suerte pero sí podemos conservar esa
esperanza porque no es inalcanzable. Es decir, tenemos que estar
preparados y asumir que las cosas no siempre salen como esperamos.
Así,
si no salen como esperábamos no nos deprimiremos ni perderemos la
ilusión. Echaremos mano de otros planes que hicimos porque no tendremos
una única meta en nuestra vida. Sólo creando otros proyectos
alternativos podemos protegernos del miedo al fracaso porque cuanta más
variedad y alternativas tengamos más fácil es que se cumpla alguna de
nuestras expectativas.
Además,
manteniendo la esperanza tenemos la sensación de que podemos controlar
lo que nos ocurre y así sentirnos útiles y responsables de nuestra
felicidad. Viviendo e imaginando acontecimientos positivos seremos más
creativos y podremos diseñar muchos más proyectos gratificantes que
quizá antes ni se nos habían pasado por la cabeza. Es decir, nos
absorberá un “círculo vicioso” de pensamientos y sentimientos positivos
que no nos dejarán otra alternativa que ser felices.
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