Después de tanto tiempo inmersos en las tinieblas de la lluvia, por fin, parece que sale tímidamente el sol. No sabemos lo que tardará en esconderse de nuevo. Lo que sí sabemos es que nuestro ánimo es mucho mejor en los días soleados.
El sol influye en nuestro organismo a través de la vitamina D. Nuestro cuerpo obtiene esta vitamina por la alimentación pero también mediante la exposición al sol. Se encarga de que nuestros huesos y dientes se fortalezcan, tiene propiedades anticancerígenas, ayuda a mantener la piel en buen estado y refuerza el sistema inmunitario.
Más allá de estas propiedades, está el sol como astro que proporciona luz y calor. Hay una relación directa entre los días soleados y nuestro buen estado de ánimo. No es casualidad que en los países nórdicos haya una tasa elevada de depresión y de suicidios. Tampoco es casualidad que en la zona mediterránea se disfrute la vida en la calle y tengan unas características de personalidad completamente diferentes a las de los países más fríos y lluviosos.
El clima afecta al carácter porque condiciona el estilo de vida. Nuestras costumbres varían con las estaciones y hacen que estemos más aletargados o más activos. Cuando está nublado apenas hay luz y nos sentimos en una especie de constante atardecer. Parece que se acaba el día y eso transmite una sensación de cansancio. Si hace frío nuestro cuerpo se contrae. El hecho de tener los músculos en tensión hace que nosotros mismos también estemos tensos, lo que contribuye a que nos sintamos irritables. Si, además llueve, tenemos la excusa perfecta para no salir a la calle. En el momento que ponemos los pies en la acera la humedad se mete en nuestro cuerpo, tenemos altas probabilidades de pisar la baldosa rota que nos pone perdidos y hay un ambiente general de prisa y enfado. Enfado porque estamos mojados, por tener que cargar con el paraguas y tener que esquivar al resto de viandantes. Parece que todos los coches del mundo se concentran en la misma calle y hay atascos en las aceras por los paraguas. Todas estas cosas nos crispan y nos agobian porque tenemos más prisa que de costumbre y todo va mucho más lento.
En cambio, cuando sale el sol todo se llena de vida. Los rayos de sol calientan nuestro cuerpo y nos induce un estado de tranquilidad. Un día muy luminoso transmite un efecto de comienzo de jornada porque los rayos son más intensos. Percibimos que todavía nos queda mucho tiempo para hacer cosas. Estamos llenos de vitalidad puesto que la necesitamos para aguantar todo el día. Apetece disfrutar y salimos a la calle a pasear, los coches se quedan en casa y existe un ambiente más calmado. Suponemos que al día siguiente volverá a hacer sol y nos enfrascamos en multitud de planes. Esos planes llegan también a nuestro tiempo libre y lo aprovechamos para huir de nuestra cueva invernal. Nos apetece hacer cosas y esto favorece que nos valoremos más porque nos sentimos útiles y satisfechos con nosotros mismos. Salir a la calle promueve el contacto con los demás y, también, nos ayuda a sentirnos mejor.
Esto es una de las razones que explica las diferencias de personalidad entre las poblaciones del sur y las del norte. Ocurre tanto entre países como entre regiones de una misma nación. Por lo general, las personas que viven en lugares fríos y lluviosos, con poca luz, suelen preferir una vida más recogida y con aficiones más individuales. Su personalidad suele ser más cerrada o menos propensa al contacto social. Sin embargo, en las poblaciones del sur vemos que mayoritariamente tienen una vida más social, en continuos actos, ritos y celebraciones que atraen a la multitud. En seguida, buscan entablar conversación con otra persona y suelen ser mucho más abiertos a los demás.
Todo esto no es por genética, aunque sí hay una parte. Se debe a la educación cultural que hemos recibido durante siglos y siglos. Se ha transformado en costumbres que están muy condicionadas por el clima. Y, al final, se acaba convirtiendo en el estilo de vida de las personas.
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