A
lo largo de toda la historia de la humanidad es algo que siempre ha ocurrido;
los tiempos cambian. Que cambien a mejor o a peor ya es otra cuestión. Pero
haciendo un recorrido desde que vivíamos en las cavernas hasta ahora parece que
no ha ido tan mal y que la evolución ha sido a mejor. Y es que muchas veces
para ganar hay que perder. Es como tomar impulso.
Crecemos
con un modelo en nuestra cabeza de cómo debería ser nuestro futuro. Ese modelo
es lo que vemos en nuestros padres y en el entorno a lo largo de nuestra
infancia. Lo lógico es que pensemos que nuestra vida será igual o, incluso,
mejor. Creemos que lo que tenemos ya no lo vamos a perder porque consideramos
que es lo normal y lo básico.
La
evolución de la humanidad, en su conjunto, es exponencial y, por eso, vemos que
va tan rápido y que es positiva. Lo miramos desde fuera objetivamente. En
cambio, si miramos nuestra propia vida sólo vemos que va deprisa y que no es
tan favorable. Esa visión de nuestra vida es subjetiva porque están implicados
nuestros propios sentimientos. No es lo mismo comparar millones de años con
apenas ochenta años.
La
cuestión es que estamos acostumbrados a la estabilidad y a la seguridad que
creíamos que disfrutaban nuestros padres con un trabajo muy duradero, si no era
para toda la vida. Hemos aprendido que esa estabilidad es lo único que nos
puede dar seguridad. Además, la felicidad se basaba en esta estabilidad y consistía
en tener una pareja que normalmente era para siempre; un trabajo que te permitía
comprarte una casa, un coche e irte de vacaciones con toda la familia; y, una vez que ya tenemos todo esto, el orden
natural sería tener hijos, los cuales irían al mismo colegio siempre, hasta el
instituto, y luego a la universidad o a trabajar y seguirían una vida lineal,
sin grandes cambios y sin complicaciones. Por supuesto, todo a una edad
temprana porque si no se corría el riesgo de a uno se le pasara el arroz.
¿Y
con qué nos encontramos ahora? Parece que la realidad actual no tiene nada que
ver. Nos encontramos con la dichosa flexibilidad y capacidad de adaptación a
cambios necesarios. Pero hay grandes
diferencias entre los cambios necesarios. Por un lado, están aquellos a los que
hay que adaptarse, como los nuevos estilos de vida, producto de una vida más longeva
y de los avances y mayores comodidades de los que disfrutamos. Por otro lado,
están los cambios necesarios que
son necesarios para unos pocos que se lucran a nuestra costa y que no nos
reportan ningún beneficio, todo lo contrario. Ejemplo de esto es la gran
falacia de los recortes económicos y en derechos necesarios para superar estos tiempos de crisis. Una cosa es
retroceder para coger impulso y otra es utilizar a una población a modo de cama
elástica…
Una
persona proyecta su futuro en función de cómo percibe el presente. Esto es que
si sólo percibe lo negativo estará convencido de que su futuro será bastante
negro. Actualmente el bombardeo de información que recibimos se dirige en esa
línea con lo que al final nos lo acabamos creyendo sin darnos cuenta de que a
algunos les está yendo muy bien. Todo es relativo y, quizá, sería mejor que en
este caso nos miráramos a nosotros mismos y viésemos cómo es nuestra situación
en realidad. En la vida siempre hay problemas pero también les acompañan otros
aspectos o sucesos buenos. Si nos dejamos llevar por lo que nos cuentan
dejaremos de sentir y de vivir nuestra propia vida para estar a expensas de la
corriente dominante.
Los
días pasan sin que al tiempo le importe cómo estamos, qué es lo que nos
preocupa o lo que hacemos. Nos agobiamos demasiado pensando en un futuro que
percibimos de una manera irreal por la subjetividad que conlleva la
imaginación. Y la mayoría de las veces nos olvidamos de plantearnos soluciones
y planes alternativos para cambiar y mejorar ese futuro que vemos tan negro.
Sólo nos dejamos llevar.
¿Qué
es lo que ocurrirá cuando ya no tengamos tiempo y estemos cansados para
comenzar algo nuevo? Echaremos la vista atrás y nos arrepentiremos de no haber
dedicado más tiempo a los amigos, a la pareja, a la familia y a todo lo que
verdaderamente nos importaba. Descubriremos entonces que lo importante no era
la prima de riesgo, ni los teje manejes
de esos señores que no paran de viajar de un país a otro para establecer relaciones diplomáticas. No.
Añoraremos
los atardeceres en buena compañía, los abrazos sinceros y a todos aquellos que
ya no están. Si hemos tenido suerte, quizá lo añoraremos desde nuestro piso en
propiedad y con una cuenta bancaria que nos deje tomarnos unas buenas y largas
vacaciones pero ya no podremos porque estaremos demasiado cansados o achacosos…
o solos.
Y,
cuando ya no estemos, ¿para qué habrá servido todo el esfuerzo dedicado a
conseguir lo que no nos podemos llevar con nosotros y los sacrificios que
impusimos a los demás por un futuro
mejor?
No hay comentarios:
Publicar un comentario