miércoles, 19 de septiembre de 2012

Carpe Diem



A lo largo de toda la historia de la humanidad es algo que siempre ha ocurrido; los tiempos cambian. Que cambien a mejor o a peor ya es otra cuestión. Pero haciendo un recorrido desde que vivíamos en las cavernas hasta ahora parece que no ha ido tan mal y que la evolución ha sido a mejor. Y es que muchas veces para ganar hay que perder. Es como tomar impulso.
Crecemos con un modelo en nuestra cabeza de cómo debería ser nuestro futuro. Ese modelo es lo que vemos en nuestros padres y en el entorno a lo largo de nuestra infancia. Lo lógico es que pensemos que nuestra vida será igual o, incluso, mejor. Creemos que lo que tenemos ya no lo vamos a perder porque consideramos que es lo normal y lo básico.
La evolución de la humanidad, en su conjunto, es exponencial y, por eso, vemos que va tan rápido y que es positiva. Lo miramos desde fuera objetivamente. En cambio, si miramos nuestra propia vida sólo vemos que va deprisa y que no es tan favorable. Esa visión de nuestra vida es subjetiva porque están implicados nuestros propios sentimientos. No es lo mismo comparar millones de años con apenas ochenta años.
La cuestión es que estamos acostumbrados a la estabilidad y a la seguridad que creíamos que disfrutaban nuestros padres con un trabajo muy duradero, si no era para toda la vida. Hemos aprendido que esa estabilidad es lo único que nos puede dar seguridad. Además, la felicidad se basaba en esta estabilidad y consistía en tener una pareja que normalmente era para siempre; un trabajo que te permitía comprarte una casa, un coche e irte de vacaciones con toda la familia;  y, una vez que ya tenemos todo esto, el orden natural sería tener hijos, los cuales irían al mismo colegio siempre, hasta el instituto, y luego a la universidad o a trabajar y seguirían una vida lineal, sin grandes cambios y sin complicaciones. Por supuesto, todo a una edad temprana porque si no se corría el riesgo de a uno se le pasara el arroz.
¿Y con qué nos encontramos ahora? Parece que la realidad actual no tiene nada que ver. Nos encontramos con la dichosa flexibilidad y capacidad de adaptación a cambios necesarios. Pero hay grandes diferencias entre los cambios necesarios. Por un lado, están aquellos a los que hay que adaptarse, como los nuevos estilos de vida, producto de una vida más longeva y de los avances y mayores comodidades de los que disfrutamos. Por otro lado, están los cambios necesarios que son necesarios para unos pocos que se lucran a nuestra costa y que no nos reportan ningún beneficio, todo lo contrario. Ejemplo de esto es la gran falacia de los recortes económicos y en derechos necesarios para superar estos tiempos de crisis. Una cosa es retroceder para coger impulso y otra es utilizar a una población a modo de cama elástica…
Una persona proyecta su futuro en función de cómo percibe el presente. Esto es que si sólo percibe lo negativo estará convencido de que su futuro será bastante negro. Actualmente el bombardeo de información que recibimos se dirige en esa línea con lo que al final nos lo acabamos creyendo sin darnos cuenta de que a algunos les está yendo muy bien. Todo es relativo y, quizá, sería mejor que en este caso nos miráramos a nosotros mismos y viésemos cómo es nuestra situación en realidad. En la vida siempre hay problemas pero también les acompañan otros aspectos o sucesos buenos. Si nos dejamos llevar por lo que nos cuentan dejaremos de sentir y de vivir nuestra propia vida para estar a expensas de la corriente dominante.
Los días pasan sin que al tiempo le importe cómo estamos, qué es lo que nos preocupa o lo que hacemos. Nos agobiamos demasiado pensando en un futuro que percibimos de una manera irreal por la subjetividad que conlleva la imaginación. Y la mayoría de las veces nos olvidamos de plantearnos soluciones y planes alternativos para cambiar y mejorar ese futuro que vemos tan negro. Sólo nos dejamos llevar.
¿Qué es lo que ocurrirá cuando ya no tengamos tiempo y estemos cansados para comenzar algo nuevo? Echaremos la vista atrás y nos arrepentiremos de no haber dedicado más tiempo a los amigos, a la pareja, a la familia y a todo lo que verdaderamente nos importaba. Descubriremos entonces que lo importante no era la prima de riesgo, ni los teje manejes de esos señores que no paran de viajar de un país a otro para establecer relaciones diplomáticas. No.
Añoraremos los atardeceres en buena compañía, los abrazos sinceros y a todos aquellos que ya no están. Si hemos tenido suerte, quizá lo añoraremos desde nuestro piso en propiedad y con una cuenta bancaria que nos deje tomarnos unas buenas y largas vacaciones pero ya no podremos porque estaremos demasiado cansados o achacosos… o solos.
Y, cuando ya no estemos, ¿para qué habrá servido todo el esfuerzo dedicado a conseguir lo que no nos podemos llevar con nosotros y los sacrificios que impusimos a los demás por un futuro mejor?

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