viernes, 17 de febrero de 2012

La reforma (psico-socio) laboral


¿Qué curioso que el caso del dopaje de los deportistas españoles y el enfurruñamiento con los franceses casi coincidiera en el tiempo con la aprobación de la reforma laboral del pasado 10 de febrero? A mí que me recuerda a aquello de pan y circo… Sólo que en este caso sea circo para jugar con el pan.
Sin embargo, parece que aún nos queda un poco de cordura y podemos razonar mínimamente para abandonar las maniobras de despiste y centrarnos en lo que, de verdad, nos afecta directamente a cada uno de nosotros. Es cierto que las nuevas medidas, que abaratan el despido, activarán el movimiento en el empleo pero, en mi opinión, no lo mejorará. Lo que parece es que así será una especie de rotación entre periodos trabajando y periodos en la cola del INEM. Visto de esta forma, hasta se podría considerar una medida para la igualdad de oportunidades: primero la miel en los labios y luego al paro…pero eso sí, todos igual.
Si profundizamos un poco más en el asunto nos daremos cuenta de que el despido libre ya existía y en una amplitud más que considerable. ¿Acaso nadie ha sufrido en sí mismo o en su entorno el contrato de obra y servicio? De acuerdo, que este tipo de contratos tiene sus condiciones y limitaciones, como todos, pero en realidad ¿qué es esto sino un despido libre?
¿Y los jóvenes y con sus becas? ¿Qué es eso más que un voluntariado forzoso? Casi nadie contrata sin experiencia y la única manera de conseguirla es mediante una beca. Pero también tienen sus limitaciones, tanto para el tiempo de poder solicitarlas desde que se finaliza la formación como para el tiempo de disfrute de la misma. Y después, ¿qué? “No es suficiente experiencia, buscamos más tiempo”, “una beca no es lo mismo que un trabajo”, “no podemos contratarte porque no cumples los requisitos para poder hacer un contrato en prácticas”, etc.
En el fondo, todas estas medidas están justificadas bajo esa falsa premisa de “¿veis lo que me obligáis a hacer?”; haciendo creer que es la única y absoluta solución, que por otro lado, se vende como eficaz y esperanzadora. Sin contar, por supuesto, que todo es “por nuestro bien”. Se intenta generar, así, un sentimiento de culpa en la sociedad como si de niños traviesos se tratara y tuviera que reparar el desastre el adulto “paciente y razonable” (¡Qué casualidad! Estas expresiones también las utilizan los maltratadores, pero ese es otro tema…).
El resultado de esta reforma llevará, inevitablemente, a un aumento de desempleados pero como ya se avisó parece que así la responsabilidad es menor (ya se sabe, es por nuestro bien). Y es que no hay mejor propaganda que partir de unos niveles ridículamente bajos para asegurarse una mejora y así conseguir una credibilidad insustancial. Es decir, si oficialmente hacemos creer a todo el mundo que partimos de menos uno pero nosotros sabemos que el nivel real es cero, aparentemente, será un gran éxito llegar a uno, ¿o me equivoco?
Y, ¿a la psicología qué le importa todo esto? Desde las áreas de Recursos Humanos se persigue que las empresas funcionen bien y, para ello, se valora sobre todo el capital humano. Se parte de la idea de que la satisfacción de un trabajador aumentará  su motivación, lo que repercutirá, a su vez, en el aumento de la productividad y en los beneficios. La satisfacción de una persona en su trabajo pasa por tener un horario adecuado, unos descansos razonables, vacaciones retribuidas, unas medidas de seguridad que no sólo afectan a la salud física sino, también, a la psicológica; una retribución que no sólo llegue para subsistir, la posibilidad de desarrollarse y crecer profesionalmente dentro de la empresa y de actualizar sus conocimientos, etc.
Con estas disposiciones, lo único que se consigue es que los trabajadores que aún conservan su empleo desempeñen su labor bajo la presión que genera la inestabilidad de que en cualquier momento se pueden quedar sin trabajo. No sólo se trata del estrés que provoca la propia situación sino que, también, repercute en la vida diaria ya que las preocupaciones se trasladan al resto de los ámbitos personales, en especial al familiar y al social.
Por suerte, las necesidades principales o primarias, como satisfacer el hambre o la sed, en este momento y en nuestro país la mayoría de las personas las tienen cubiertas. La necesidad de seguridad, que se sitúa justo en el siguiente escalón, no es nada baladí. En el momento que nos falta nos sentimos indefensos porque no sabemos si podremos hacer frente a determinadas dificultades, que es más que posible, que puedan acontecer. Con los efectos que el estrés y la sobrecarga emocional provocan en la salud.
El valor de los trabajadores es el valor humano, nuestro propio valor. Si no cuidamos de sus necesidades y de su salud, ¿qué esperamos que aporten a la sociedad, es decir, a nosotros mismos?

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