¿Qué curioso que
el caso del dopaje de los deportistas españoles y el enfurruñamiento con los
franceses casi coincidiera en el tiempo con la aprobación de la reforma laboral
del pasado 10 de febrero? A mí que me recuerda a aquello de pan y circo… Sólo
que en este caso sea circo para jugar con el pan.
Sin embargo,
parece que aún nos queda un poco de cordura y podemos razonar mínimamente para
abandonar las maniobras de despiste y centrarnos en lo que, de verdad, nos
afecta directamente a cada uno de nosotros. Es cierto que las nuevas medidas,
que abaratan el despido, activarán el movimiento en el empleo pero, en mi
opinión, no lo mejorará. Lo que parece es que así será una especie de rotación entre
periodos trabajando y periodos en la cola del INEM. Visto de esta forma, hasta se
podría considerar una medida para la igualdad de oportunidades: primero la miel
en los labios y luego al paro…pero eso sí, todos igual.
Si profundizamos
un poco más en el asunto nos daremos cuenta de que el despido libre ya existía
y en una amplitud más que considerable. ¿Acaso nadie ha sufrido en sí mismo o en
su entorno el contrato de obra y servicio? De acuerdo, que este tipo de
contratos tiene sus condiciones y limitaciones, como todos, pero en realidad
¿qué es esto sino un despido libre?
¿Y los jóvenes y
con sus becas? ¿Qué es eso más que un voluntariado forzoso? Casi nadie contrata
sin experiencia y la única manera de conseguirla es mediante una beca. Pero
también tienen sus limitaciones, tanto para el tiempo de poder solicitarlas
desde que se finaliza la formación como para el tiempo de disfrute de la misma.
Y después, ¿qué? “No es suficiente
experiencia, buscamos más tiempo”, “una
beca no es lo mismo que un trabajo”, “no
podemos contratarte porque no cumples los requisitos para poder hacer un
contrato en prácticas”, etc.
En el fondo,
todas estas medidas están justificadas bajo esa falsa premisa de “¿veis lo que me obligáis a hacer?”;
haciendo creer que es la única y absoluta solución, que por otro lado, se vende
como eficaz y esperanzadora. Sin contar, por supuesto, que todo es “por nuestro bien”. Se intenta generar,
así, un sentimiento de culpa en la sociedad como si de niños traviesos se
tratara y tuviera que reparar el desastre el adulto “paciente y razonable” (¡Qué
casualidad! Estas expresiones también las utilizan los maltratadores, pero ese
es otro tema…).
El resultado de
esta reforma llevará, inevitablemente, a un aumento de desempleados pero como
ya se avisó parece que así la responsabilidad es menor (ya se sabe, es por
nuestro bien). Y es que no hay mejor propaganda que partir de unos niveles
ridículamente bajos para asegurarse una mejora y así conseguir una credibilidad
insustancial. Es decir, si oficialmente hacemos creer a todo el mundo que
partimos de menos uno pero nosotros sabemos que el nivel real es cero, aparentemente,
será un gran éxito llegar a uno, ¿o me equivoco?
Y, ¿a la
psicología qué le importa todo esto? Desde las áreas de Recursos Humanos se
persigue que las empresas funcionen bien y, para ello, se valora sobre todo el capital humano. Se parte de la idea
de que la satisfacción de un trabajador aumentará su motivación, lo que repercutirá, a su vez,
en el aumento de la productividad y en los beneficios. La satisfacción de una
persona en su trabajo pasa por tener un horario adecuado, unos descansos
razonables, vacaciones retribuidas, unas medidas de seguridad que no sólo
afectan a la salud física sino, también, a la psicológica; una retribución que
no sólo llegue para subsistir, la posibilidad de desarrollarse y crecer profesionalmente
dentro de la empresa y de actualizar sus conocimientos, etc.
Con estas disposiciones,
lo único que se consigue es que los trabajadores que aún conservan su empleo desempeñen
su labor bajo la presión que genera la inestabilidad de que en cualquier
momento se pueden quedar sin trabajo. No sólo se trata del estrés que provoca
la propia situación sino que, también, repercute en la vida diaria ya que las
preocupaciones se trasladan al resto de los ámbitos personales, en especial al
familiar y al social.
Por suerte, las
necesidades principales o primarias, como satisfacer el hambre o la sed, en
este momento y en nuestro país la mayoría de las personas las tienen cubiertas.
La necesidad de seguridad, que se sitúa justo en el siguiente escalón, no es
nada baladí. En el momento que nos falta nos sentimos indefensos porque no
sabemos si podremos hacer frente a determinadas dificultades, que es más que
posible, que puedan acontecer. Con los efectos que el estrés y la sobrecarga
emocional provocan en la salud.
El valor de los
trabajadores es el valor humano, nuestro propio valor. Si no cuidamos de sus
necesidades y de su salud, ¿qué esperamos que aporten a la sociedad, es decir,
a nosotros mismos?
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