La
agresividad va ligada al instinto de supervivencia. Se trata de una serie de
conductas impulsivas que aparecen ante una amenaza real o imaginaria. Por lo
general, la agresividad es más intensa en el sexo masculino por cuestiones
físicas y evolutivas. Desde la prehistoria y, debido a su supremacía física, el
hombre es quien ha defendido al grupo para que las mujeres pudiesen criar a sus
hijos y asegurar así la supervivencia de la especie.
Cuando
el hombre domesticó a algunos animales y logró construir armas y refugios dejó
de estar indefenso ante los depredadores, que eran la principal amenaza. Pero
la agresividad seguía formando parte del ser humano y el objetivo ya no fue
defenderse de los animales sino de los propios congéneres.
A
lo largo de la historia se han sucedido las luchas entre clanes y las guerras
entre pueblos o países. La forma de solucionar los conflictos individuales han
sido las peleas y/o los duelos y las guerras a gran escala. Sin embargo, la
historia ha demostrado que no ganaba el más fuerte sino que los mejores
guerreros fueron los que utilizaban estrategias muy elaboradas como en el caso
de los griegos o los romanos.
En
la actualidad, ya no tenemos amenazas que afecten directamente a nuestra
supervivencia y eso nos ha ayudado a desarrollar otra mentalidad más altruista.
Sin embargo, y a pesar de que está comprobado que ya no resulta efectivo, aún
seguimos usando la agresividad y la lucha para resolver conflictos. Los países
que realmente están en conflicto tienen su origen en las diferencias de etnia,
religión, cultura, etc. y su comportamiento estaría ligado al instinto de
supervivencia. En cambio, el resto de países, los que inventan las guerras en territorios ajenos, tienen otros objetivos
que enmascaran bajo el telón de la agresividad para demostrar su hegemonía.
Pero nada más lejos de la realidad, la inteligencia que subyace a estos planes es
lo que les da la verdadera superioridad. Casualmente, estos conflictos inventados se generan en lugares
desprotegidos en los que la lucha por la supervivencia aún está muy marcada y
los valores culturales se apoyan en una moral no demasiado desarrollada. De
esta manera, sin darnos cuenta, todos justificamos las intervenciones
militares.
Fue
el psicólogo Lawrence Kohlberg quien planteó que los humanos pasábamos por
varias etapas en nuestro desarrollo moral. Estas etapas partían de una moral
incipiente en el que se juzga a los buenos
y a los malos en función de la
obediencia y el ojo por ojo,
pasando por la conveniencia de dar buena imagen y ajustarse a las normas
sociales hasta llegar al nivel más desarrollado en el que se cuestionan esas
normas sociales para acercarse a valores universales como los planteados en los
derechos humanos.
El
altruismo y la cooperación son la alternativa más eficaz para resolver los
conflictos y revelan un estadio de desarrollo moral mucho más avanzado. No se
pone en riesgo la integridad y ayuda a optimizar los recursos económicos y
humanos sin necesidad de buscar la restauración del orgullo perdido, la
venganza ni el rencor.
La
agresividad refuerza el resentimiento y forma una espiral en la que la
violencia va subiendo de intensidad hasta entrar en un círculo difícil de
romper. Lejos de resolver ningún conflicto estos se acrecientan.
El
hecho de buscar una solución conjunta y colaborativa que beneficie a todas las
partes al máximo posible contribuye a crecer como personas, a superar retos y a
sentirnos más seguras y satisfechas y, consecuentemente, hablando en términos
evolutivos, protege y perpetúa la especie.
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