Cuando
hablamos de duelo inmediatamente la palabra muerte acude a nuestra cabeza. En
realidad, el duelo es el proceso emocional que ocurre tras la pérdida de algo o
de alguien que tenía un valor sentimental o especial para nosotros. Es evidente
que la mayor pérdida de todas es la muerte de un ser querido, cuanto más
cercano a nosotros sea más dolor nos producirá su desaparición.
Pero
también existe el duelo en las rupturas de pareja, familiares, al partir un ser
querido a algún lugar que nos dificulte el reencuentro, etc.
Pasamos
un proceso de duelo cuando perdemos una mascota que nos ha acompañado durante
largo tiempo y no sólo eso. También, hemos de superar un proceso semejante al
duelo cuando perdemos algo de nosotros mismos, algún miembro u órgano del
cuerpo, por ejemplo, las mujeres que sufren una mastectomía.
El
momento de la pérdida es el periodo de mayor confusión. Parece que nos sumimos
en una espesa niebla en la que apenas podemos movernos y nos encontramos
perdidos, sin saber qué rumbo tomar a partir de ese momento. El dolor nos
paraliza y entramos en un proceso de sentimientos contrapuestos. A veces no nos
creemos que haya pasado algo así; tenemos la sensación de estar viviendo un
sueño del que vamos a despertar y todo va a seguir como antes. Pero, en
seguida, somos conscientes de que es real y que esa pérdida es inevitable, con
lo que se apodera de nosotros un sentimiento de desesperanza. Parece que con
esa pérdida perdiéramos todo lo demás. De repente, nuestro mundo se estrecha y
gira únicamente en torno a lo que perdimos, olvidándonos del resto de nuestra
vida y/o de quienes siguen a nuestro lado.
Es
normal que necesitemos un tiempo para recuperarnos y asimilar esa pérdida. Algo
que nos ayudará es saber identificar nuestras emociones ya que no todos
respondemos de la misma forma. Mientras unos lloran desconsoladamente puede que
otros permanezcan en un estado perpetuo de enfado y mal humor. Todas las
emociones negativas se pueden dar en este proceso bien por separado o en una
mezcla aleatoria que confunde a quienes ejercen como espectadores del doliente.
Incluso, puede instaurarse la indiferencia y que se perciba a dicho doliente
como alguien insensible. Pero esto no es de ninguna manera cierto.
Lo
saludable es llorar las pérdidas para ir asimilándolas paulatinamente. Dejar
que nuestras emociones salgan a flote y que nos ayuden a elaborar esa pérdida
tan significativa para nosotros. Además, las emociones son un mecanismo de
comunicación y de socialización cuya función es transmitir a los demás nuestro
estado anímico. Significa que quienes nos rodean puedan compartir nuestra
alegría o apoyarnos y consolarnos cuando sea necesario. Esto no quiere decir,
en absoluto, que nos volvamos dependientes de los otros o que les demos pena.
Sólo mostrarán su comprensión hacia nuestros sentimientos.
En
cambio, la anulación de emociones resulta contraproducente. Hacernos los fuertes significa que
ocultamos el dolor y lo vamos metiendo debajo de la alfombra. Como ocurre
cuando escondemos la porquería debajo de la alfombra, acaba por desbordarnos y
salir sin ningún tipo de control, provocando el caos y sin entender qué es lo
que está ocurriendo. Esto también dificulta la comprensión y el apoyo por parte
de quienes nos rodean. Es más fácil de comprender para los demás, y para uno
mismo, un duelo que aparece en los meses sucesivos a la pérdida que uno que se
desencadena varios años más tarde. Cuando esto ocurre, el desajuste emocional
no es fácil de explicar. Si no tenemos, al menos, una pequeña idea de la causa
de lo que nos hace estar así, buscar una solución se volverá un proceso muy
duro y tedioso a lo que se añade la falta de ánimo y de motivación. Además, si
nos aislamos acabaremos por sumirnos en nuestra propia tristeza. Dejaremos de
hacer muchas cosas que antes nos gustaban y terminaremos alimentando una
depresión que no tenía por qué llegar.
Apoyarnos
en nuestra red social nos ayuda no sólo a elaborar mejor nuestras emociones y
resolver el duelo de forma sana. Nos permite compartir y repartir esa carga emocional que para nosotros resulta tan pesada.
También, nos ayuda a no aislarnos del exterior, a distraernos y a no
obsesionarnos con la pérdida, con nuestras emociones, con la desesperanza y con
nuestra visión de falta de futuro. Contribuye a abrir nuestro camino y
continuar viviendo y nos ofrece puntos de vista alternativos y nuevas
estrategias de afrontamiento y de solución de problemas.
En
el caso de seres queridos, su recuerdo debe permanecer y convivir con nosotros
pero de una manera sana. No idealizar al fallecido y recordarle tal y como era,
con sus virtudes y sus defectos y quedarnos con todos los momentos que merece
la pena guardar en la memoria.
Recordemos
el dicho popular que dice que “una
persona no muere del todo mientras haya alguien que la recuerda”.
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