El
nido repleto es el fenómeno contrario
al nido vacío. Significa que los
hijos se quedan en casa de los padres de forma indefinida. Se suele considerar
la edad de emancipación los 18 años pero todos sabemos que es muy difícil, en
nuestro país, que los hijos se vayan de casa a esta edad. En cambio, en la
mayoría de los países europeos y en Estados Unidos es la norma general.
En
España, se ha producido este fenómeno desde hace mucho tiempo. La excusa
perfecta era el seguir estudiando y formándose para tener un “buen trabajo”.
Después, había que encontrar ese “buen trabajo” y asentarse en él. Y una vez
conseguida esta estabilidad… ¡qué pereza
con lo a gusto que estoy aquí y lo bien que me tratan! Además, mis padres se
quedarían solos…
La
situación en el hogar era más o menos llevadera porque, tras muchas discusiones,
al final todo se volvía normal y se llevaba como se podía desde todos los
puntos implicados. La sensación de los
padres de regentar un hotel y la de
los hijos de vivir controlados y tener
que dar explicaciones por todo al final no era para tanto porque se
acababan acostumbrando los unos a los otros. Como no había una ruptura desde
los conflictos de la adolescencia todo parecía mucho más normal.
Ahora
bien. Existe otra situación que origina el nido repleto y es la que se está dando
en este momento con la situación económica actual. Muchos hijos se independizaron
e, incluso, compraron su propia casa pero, de repente, se quedaron en el paro,
sin ingresos y con una hipoteca a sus espaldas que les ata hasta la vejez.
A
muchos de estos hijos no les ha quedado otro remedio que volver al hogar de los
progenitores con lo que el segundo noviazgo de los padres se terminó de un
plumazo (nunca mejor dicho). Los padres y madres que han vuelto a alojar a sus
hijos en casa han perdido la intimidad de la noche a la mañana. Han tenido que
renunciar a su propio espacio físico y psicológico puesto que ahora tienen en
mente a otras personas que, a veces, parecen extraños.
Y
es que volver a una situación anterior después de un tiempo de evolución para
todos puede devenir en conflictos mayores que en la adolescencia. Los padres se
han acostumbrado a vivir solos y tranquilos, hacer su vida sin tener que contar
con nadie más y disfrutar de su vida de pareja. Además, del ajuste emocional
por el que tuvieron que pasar cuando la casa se quedó vacía.
Por
otro lado, los hijos llegan con sus propias manías que han adquirido durante su
tiempo de independencia y les cuesta volver a los patrones de su
infancia/juventud. Se sienten otra vez pequeños y controlados, como obligados a
dar explicaciones aunque en verdad no sea así.
Para
todos es una pérdida de algo bueno que han conseguido. Por eso, es esencial
ponerse de acuerdo y fijar nuevas normas. En este caso, la decisión no es un
deseo de ninguna de las partes pero en todos existe una idea subyacente que es la
de seguir su vida sin que la situación les afecte en absoluto. Esa expectativa
hace que todos los miembros se sientan frustrados en cierto modo puesto que la
realidad no es esa.
Además,
la frustración hace que se pongan ideas en los demás que no son ciertas, como
la idea del hotel de los padres o la
idea de control de los hijos. Todo
esto no provoca más que confusión y una lucha por salvaguardar su propio
reducto para así mantener la idea de que nada ha cambiado.
Y
todo esto, sin contar si la vuelta es con el cónyuge y los hijos… Cuando se va
uno y vuelven tres o cuatro (¡o más!) el paso de la tranquilidad absoluta a la
algarabía constante se convierte en algo muy estresante para los
padres/abuelos.
La
realidad es que todo ha cambiado, los padres han cambiado, los hijos han
cambiado y la situación también ha cambiado. Por eso, para evitar conflictos
exagerados lo mejor que se puede hacer es pararse a pensar en cómo ha
evolucionado cada uno de los miembros de la familia empezando por uno mismo.
Analizar la situación que se presenta y abordarla entre todos para fijar unas pautas
de convivencia que faciliten la confianza y la adaptación a las nuevas circunstancias.
No
olvidemos que en el caso del retorno
forzado de los hijos, éste ha sido debido a causas inevitables. La presión que
sienten los hijos y la preocupación de los padres por ellos es aún mayor debido
a la incertidumbre por la duración de la situación y su consiguiente estancia
en el nido, ahora repleto. Todo eso hace que el estado de ánimo no sea el más
propicio para ninguno de los miembros familiares.
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