viernes, 23 de noviembre de 2012

Vivimos en el Hedonismo pero profesamos el Estoicismo



Los griegos llamaban Hedonismo a una doctrina filosófica centrada en la búsqueda del placer y la supresión del dolor. Mientras que, el Estoicismo, reflejaba una corriente casi opuesta en la que se debía prescindir de lo superfluo y llevar una vida basada en la razón y la moral. En la actualidad, decimos que una persona estoica es alguien que lleva las desgracias con resignación.
Vivimos en una sociedad que impone la búsqueda incesante del Hedonismo. Es decir, nos obliga a la felicidad como única meta válida en la supervivencia de cada uno. Sin embargo, profesamos férreamente el estoicismo y nos regodeamos en él. Ese anhelo de felicidad constante nos hace empecinarnos, día sí y día también, en unas metas que están tan lejos como el horizonte.
El rumbo tácito de la sociedad es hallar la felicidad. Pero al no alcanzarla cada día nos sentimos frustrados e, incluso, apartados del ritmo incansable que ésta nos impone. El no encontrar lo que, se supone, todo el mundo debe alcanzar sin esfuerzo y como algo natural, hace que si nuestros esfuerzos nos son suficientes nos castiguemos por no alcanzar lo “normal” o lo que todos tienen.
Pero, ¿quién es el que nos dice cómo debemos vivir nuestra vida? ¿Qué poder tiene para establecer criterios tan generales para todos nosotros? Bien, pues la sociedad somos nosotros mismos que, con ayuda de la publicidad, hemos creado esta forma de vida tan utópica y paradójica. La función de la publicidad es, precisamente, crear una necesidad que hasta el momento no hemos contemplado como tal. Tener un cuerpo bonito, poder comer todo lo que queramos sin engordar ni enfermar, ser aceptados, queridos y deseados, tener muchos amigos, etc. y todo ello sin una sola gota de esfuerzo. Fríamente, pensamos que eso es imposible pero, realmente, actuamos con estos principios. Creemos que no tenemos un buen trabajo porque no podemos comprarnos el mejor coche o irnos todos los años de viaje a un lugar inolvidable. Nuestra comida no está tan buena como debería y, además, nos engorda al primer capricho que nos damos. La ropa que nos ponemos no nos sienta como un guante y las cremas y productos que nos echamos nos devuelven la misma imagen en el espejo pero un día más envejecida. Y todo esto porque aspiramos a conseguir lo que sabemos que es irreal.
Es por ello, quizá, que al sentirnos tan impotentes ante la situación que vivimos intentamos que nuestros hijos lo tengan todo. Ya que nosotros nos sacrificamos y sufrimos ante las derrotas, ¿por qué no facilitarles a ellos las cosas? Se supone que son niños y no tienen por qué pasarlo mal. Sin darnos cuenta, lo que estamos haciendo es quitarles todos los instrumentos de que disponen para hacer frente a una realidad que tarde o temprano les reportará alguna derrota. Y, ¿qué es lo que ocurrirá cuando lleguen las grandes decepciones de su vida y no tenga ningún escudo protector para defenderse? Lo que estamos empezando a vivir en estos momentos es una muestra de esta situación. Personas muy agresivas que deben conseguir lo que sea a toda costa, incluso, con la violencia. O bien, personas que se amilanan ante las adversidades, se vienen abajo y no luchan porque es “demasiado difícil” alcanzar lo que uno se propone y es mejor no intentarlo para no llevarse el disgusto.
Por otro lado, si todo es de color rosa en nuestra vida, ¿cómo sabremos disfrutarlo? Si siempre nos sale todo bien eso será lo normal pero no nos aportará ninguna satisfacción por eso mismo, porque es normal. Para saber lo que es la alegría o la felicidad debemos experimentar y conocer qué es la tristeza y la desazón. Comprobando que todo tiene su contrario podemos establecer la comparación y apreciar mejor cuándo nos sentimos bien. No se trata de pasar penurias para sentirnos felices sino que consiste en no tener miedo a enfrentarnos a lo difícil y a lo que no nos asegura el éxito.
En muchas ocasiones, cuando no triunfamos, también nos sentimos bien al valorar todo nuestro esfuerzo. Se trata de arriesgarnos a perder y poner toda la energía en conseguir el éxito no seguro. Sólo aprendiendo a vivir en el Estoicismo, visto como esfuerzo, perseverancia y trabajo duro para lograr nuestros sueños, conseguiremos alcanzar el Hedonismo pues nos sentiremos satisfechos, no con el resultado, sino con nuestro desempeño.

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