Los griegos
llamaban Hedonismo a una doctrina filosófica centrada en la búsqueda del placer
y la supresión del dolor. Mientras que, el Estoicismo, reflejaba una corriente
casi opuesta en la que se debía prescindir de lo superfluo y llevar una vida
basada en la razón y la moral. En la actualidad, decimos que una persona
estoica es alguien que lleva las desgracias con resignación.
Vivimos en una
sociedad que impone la búsqueda incesante del Hedonismo. Es decir, nos obliga a
la felicidad como única meta válida en la supervivencia de cada uno. Sin
embargo, profesamos férreamente el estoicismo y nos regodeamos en él. Ese
anhelo de felicidad constante nos hace empecinarnos, día sí y día también, en
unas metas que están tan lejos como el horizonte.
El rumbo
tácito de la sociedad es hallar la felicidad. Pero al no alcanzarla cada día
nos sentimos frustrados e, incluso, apartados del ritmo incansable que ésta nos
impone. El no encontrar lo que, se supone, todo el mundo debe alcanzar sin
esfuerzo y como algo natural, hace que si nuestros esfuerzos nos son
suficientes nos castiguemos por no alcanzar lo “normal” o lo que todos
tienen.
Pero, ¿quién
es el que nos dice cómo debemos vivir nuestra vida? ¿Qué poder tiene para
establecer criterios tan generales para todos nosotros? Bien, pues la sociedad
somos nosotros mismos que, con ayuda de la publicidad, hemos creado esta forma
de vida tan utópica y paradójica. La función de la publicidad es, precisamente,
crear una necesidad que hasta el momento no hemos contemplado como tal. Tener
un cuerpo bonito, poder comer todo lo que queramos sin engordar ni enfermar,
ser aceptados, queridos y deseados, tener muchos amigos, etc. y todo ello sin
una sola gota de esfuerzo. Fríamente, pensamos que eso es imposible pero,
realmente, actuamos con estos principios. Creemos que no tenemos un buen
trabajo porque no podemos comprarnos el mejor coche o irnos todos los años de
viaje a un lugar inolvidable. Nuestra comida no está tan buena como debería y,
además, nos engorda al primer capricho que nos damos. La ropa que nos ponemos
no nos sienta como un guante y las cremas y productos que nos echamos nos
devuelven la misma imagen en el espejo pero un día más envejecida. Y todo esto
porque aspiramos a conseguir lo que sabemos que es irreal.
Es por ello,
quizá, que al sentirnos tan impotentes ante la situación que vivimos intentamos
que nuestros hijos lo tengan todo. Ya que nosotros nos sacrificamos y sufrimos
ante las derrotas, ¿por qué no facilitarles a ellos las cosas? Se supone que
son niños y no tienen por qué pasarlo mal. Sin darnos cuenta, lo que estamos
haciendo es quitarles todos los instrumentos de que disponen para hacer frente
a una realidad que tarde o temprano les reportará alguna derrota. Y, ¿qué es lo
que ocurrirá cuando lleguen las grandes decepciones de su vida y no tenga
ningún escudo protector para defenderse? Lo que estamos empezando a vivir en
estos momentos es una muestra de esta situación. Personas muy agresivas que
deben conseguir lo que sea a toda costa, incluso, con la violencia. O bien,
personas que se amilanan ante las adversidades, se vienen abajo y no luchan
porque es “demasiado difícil” alcanzar lo que uno se propone y es mejor
no intentarlo para no llevarse el disgusto.
Por otro lado,
si todo es de color rosa en nuestra vida, ¿cómo sabremos disfrutarlo? Si
siempre nos sale todo bien eso será lo normal pero no nos aportará ninguna
satisfacción por eso mismo, porque es normal. Para saber lo que es la alegría o
la felicidad debemos experimentar y conocer qué es la tristeza y la desazón.
Comprobando que todo tiene su contrario podemos establecer la comparación y
apreciar mejor cuándo nos sentimos bien. No se trata de pasar penurias para
sentirnos felices sino que consiste en no tener miedo a enfrentarnos a lo
difícil y a lo que no nos asegura el éxito.
En muchas
ocasiones, cuando no triunfamos, también nos sentimos bien al valorar todo
nuestro esfuerzo. Se trata de arriesgarnos a perder y poner toda la energía en
conseguir el éxito no seguro. Sólo aprendiendo a vivir en el Estoicismo, visto
como esfuerzo, perseverancia y trabajo duro para lograr nuestros sueños,
conseguiremos alcanzar el Hedonismo pues nos sentiremos satisfechos, no con el
resultado, sino con nuestro desempeño.
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