jueves, 22 de marzo de 2012

Perdono pero no olvido


Gran cantidad de personas alguna vez en su vida han pronunciado estas palabras: perdono pero no olvido.
Perdonar es distinto de olvidar. Lo contrario de olvidar es recordar. No olvidar lo malo, es decir, recordar lo negativo, se parece bastante al resentimiento. Y el estar resentido significa guardar rencor.
¿De qué nos sirve recordar lo malo que nos han hecho o que nos ha pasado? La respuesta más sencilla es que la próxima vez estaremos más atentos y aprenderemos del daño que nos hicieron. Realmente, esto no hace que aprendamos a fijarnos mejor ni que seamos más listos al relacionarnos con otras personas. Más bien, se consigue todo lo contrario, ser desconfiados, crearnos un caparazón y poner distancia ante los demás.
El recuerdo no es neutro, depende de las emociones. Cuando estamos deprimidos nos acordamos de cosas tristes y cuando estamos contentos recordamos cosas alegres. En sentido contrario sucede lo mismo.  Recordar constantemente lo negativo hace que acabemos sintiéndonos tristes y desanimados. La relación con los demás funciona exactamente igual. Si estamos ante una persona y recordamos momentos felices vividos con ella estaremos más a gusto y disfrutaremos más. En cambio, si activamos en nuestra memoria imágenes o sucesos de conflicto entonces nos pondremos a la defensiva y estaremos esperando un ataque de esa persona. No tiene por qué ser una ofensa real, basta con la propia interpretación de los hechos. Si estamos a la defensiva cualquier comentario se puede traducir en un ataque frontal contra nuestro ser.
Perdonar y guardar rencor son términos opuestos. Si perdonamos pero no olvidamos nos estamos autoengañando. Pensar así, sólo repercute en nosotros mismos porque nos hace daño. Si al hablar perdonamos, nuestro interlocutor se va a dar por perdonado y, si guardamos rencor, eso nos lo quedamos dentro. Lo que no damos a conocer no se presupone. Si es importante para nosotros, se quedará dando vueltas en la cabeza haciéndose cada vez más grande. Lo único que conseguiremos es quedarnos enganchados y no permitirnos avanzar. Nuestra autoestima caerá y nos veremos envueltos en una espiral de sentimientos negativos que no deja ver más allá de esa fábula aparte que nos hemos creado.
Reflexionemos para ver qué es lo que realmente ocurre. Puede que no estemos satisfechos con el comportamiento de los demás o que sus disculpas no parezcan convincentes. Es posible que creamos que no nos comprenden y que no importamos a esa persona. Quizá sea eso lo que nos duele, el pensar que no importamos al otro tanto como esperábamos. Si no nos sentimos comprendidos lo mejor es hablar desde los sentimientos. Comunicar que nos ha dolido y hacer ver que nos sentimos tristes o decepcionados. No debemos olvidar sincerarnos y explicar claramente a qué nos referimos para asegurarnos de que quien nos escucha pueda entendernos.
Otra posibilidad, es que queramos que aquel que nos hizo daño sufra ahora como nosotros lo hicimos antes. Esto es venganza. Sólo sirve para alimentar sentimientos negativos. Por este medio, no conseguiremos que nos comprendan ni que sepan o comprueben cómo nos hemos sentido. Tampoco nos sentiremos satisfechos porque nunca consideraremos que hayan sufrido igual que nosotros.
Por último, tenemos la opción de sincerarnos con uno mismo y preguntarnos si somos capaces de asumir y aceptar la situación. Seguramente, tengamos la idea de que un amigo nunca falla y, mucho menos, hace daño porque nos aprecia. Implícitamente, creemos que si ha fallado en una ocasión es que no era tan buen amigo y, además, volverá a fallarnos. De esto se deriva que ya no se puede confiar en esa persona y más vale estar en guardia la próxima vez. Llevado al extremo, encierra un pensamiento mucho más profundo y muy poco racional. Si las personas más cercanas nos hacen sufrir es que no tenemos a nadie en quien apoyarnos y, eso significa, que estamos solos.
La clave es sentirnos a gusto con nosotros mismos. No podemos controlar lo que los demás hacen pero sí conocer nuestros sentimientos y uno de ellos es el rencor. Los sentimientos negativos también son necesarios, gracias a ellos podemos sentir también los positivos. Si no conocemos el dolor no sabremos reconocer la felicidad y el bienestar. Pero empeñarnos en recordar todo lo negativo es perjudicial porque nos paraliza y no nos permite seguir adelante. Se convierte en un lastre innecesario que afecta a nuestras relaciones interpersonales. Dejándonos llevar por este lastre es cuando sí corremos el riesgo de quedarnos solos porque somos nosotros mismos quienes nos auto-apartamos del mundo que nos rodea.

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