Hace 104 años ciento cuarenta y seis mujeres que trabajaban en una fábrica textil en
Nueva York murieron quemadas mientras exigían igualdad en su salario y en su
jornada laboral. Ha pasado más de un siglo y aún, hoy día, seguimos dando vueltas
sobre el mismo tema.
Parece
que ahora comienza a verse la revolución de la mujer con su incorporación al trabajo,
con las dificultades para conciliar la vida laboral y la familiar y con el
descenso de la demografía. Pero, en realidad, las mujeres han estado ahí
siempre y han luchado para demostrar lo que valen y ganarse el respeto que les
corresponde. A lo largo de la historia siempre han trabajado en diversas
ocupaciones. Tanto en las clasificadas típicamente como femeninas como en las “destinadas a los hombres por requerir unas
capacidades intelectuales superiores”. Durante mucho tiempo, se ha considerado
que la valía y la productividad eran diferentes en ambos sexos. Por eso, los
salarios eran distintos y los puestos de trabajo a los que optaban y los
sectores a los que se dedicaban tampoco eran los mismos.
Aquí
es donde aún persisten muchas de esas creencias que subsisten en el pensamiento
popular, incluso en el de las propias mujeres. Muchos hombres no ven con buenos
ojos que su superior sea una mujer porque creen que todo se va a quedar patas
arriba. Y muchas mujeres no se atreven a luchar por cargos superiores por miedo
a que las califiquen de “trepas” y sucumben ante las críticas y los obstáculos.
Para combatirlo, una de las soluciones propuestas son las medidas de igualdad.
Estas medidas, muchas veces, se implantan de cualquier manera, buscando la
paridad a toda costa y cayendo en la discriminación positiva.
Discriminar
es beneficiar a unos perjudicando a otros y, cuando eso ocurre, deja de ser igualdad.
Conseguir la igualdad pasa por cambiar la base del pensamiento de nuestra
sociedad y eso se hace, principalmente, mediante la educación. El problema es
que la educación no da frutos a corto plazo y los resultados deben ser visibles
dentro de cada legislatura para poder atribuirse los méritos. Sin embargo,
forzando medidas de discriminación positiva los resultados son mucho más
visibles pero, en realidad, son sólo un parche que puede traer consecuencias.
Consecuencias
muy buenas para los bolsillos de quienes se benefician de subvenciones pero que
no cambian su mentalidad ni un ápice. Consecuencias para la calidad del trabajo
a desempeñar. Colocar a alguien que realmente no reúne las características
necesarias para un determinado puesto puede hacer que esa persona se convierta
en un parásito. Al igual que ocurre con los enchufados,
es posible que se esfuerce por estar a la altura de las exigencias y por
mejorar. O puede que se apoltrone en su puesto y sólo se preocupe por
beneficiarse de la situación, lo que causará un estancamiento.
También,
conlleva consecuencias para la propia persona que es elegida por discriminación
positiva. Es posible que una mujer realmente tenga las características
adecuadas pero si cree que ha sido elegida para cumplir con una medida no se
sentirá bien. Su autoestima y su motivación se verán afectadas. Creer que no
merece lo que tiene puede provocar el mismo efecto que impedirle optar a ese
mismo puesto por su sexo o por cualquier otra razón absurda como el estado
civil, la orientación sexual o la ideología política. Y, por último, el entorno
en que habrá de trabajar esa persona no será el más propicio pues se puede
encontrar con un entorno hostil y sin apoyos. El hecho de que los demás
candidatos se queden fuera por la razón de no ser mujer pone a los hombres en
la misma situación en la que se encontraban antes las propias mujeres.
Para
hablar de igualdad deberíamos plantearnos qué es lo que significa realmente
este término. La igualdad no debe causar desigualdades sino dar las mismas
oportunidades. Eso implica eliminar obstáculos en lugar de colocar parches. Obstáculos
como son el descartar a candidatas por estar en edad de ser madres o despedir a
mujeres, por estar embarazadas. Al igual que son obstáculos el no adoptar
medidas para facilitar la conciliación de la vida laboral con la familiar. No
sólo me refiero a las mujeres sino, también, a los hombres y su nimio permiso
de paternidad.
Lo único que puede beneficiarnos a todos, en el
presente y en el futuro, es saber apreciar la diferencia y las cualidades de
cada persona. Esto es lo que nos hará evolucionar.
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