El
sentido del olfato es el sentido maldito. Lo hemos apartado de nuestras vidas
sin saber la importancia que realmente merece. Actuamos como censores y todo lo que, a nuestro
juicio, no huela bien debe ser eliminado. Pero, ¿quién decide qué es lo que
huele bien o no?
El
olor no es más que partículas y sustancias químicas que captamos a través de
los receptores de nuestra nariz. De ahí, la información pasa al cerebro donde
la valoramos e interpretamos.
Asimilamos
el mal olor con aquello que nos resulta desagradable y nos hace poner cara de
asco. En realidad, esto tiene que ver con un mecanismo de alerta. Habitualmente,
cuando los alimentos huelen mal es porque están estropeados. Visualmente puede
que conserven un buen aspecto pero el olor los delata y si no, pensemos en los
huevos podridos. Viéndolo así, quizá no resulte tan inútil este sentido.
Existen
otros olores que juzgamos como buenos o malos según lo establecido
culturalmente. Por ejemplo, siempre nos perfumamos y nos aplicamos desodorante
para oler bien porque, supuestamente, el olor corporal no está bien visto. Sin
embargo, esto es lo que nos identifica y distingue a cada uno de nosotros. Es
algo imposible de esconder o de eliminar porque forma parte de nuestra
composición. De lo contrario, seríamos como Jean-Baptiste Grenouille,
protagonista de “El perfume”.
Una
cosa es que no nos duchemos en unos cuantos días (donde el olor toma otros
tintes) y otra es el olor corporal de cada uno. Aunque no nos demos cuenta,
incluso recién salidos de la ducha, desprendemos nuestras sustancias químicas
propias que son las feromonas.
Estas sustancias en los humanos afectan, principalmente, a los mecanismos
fisiológicos como, por ejemplo, en el curioso hecho de que mujeres que trabajan
o viven juntas acaban sincronizando su ciclo menstrual.
Para
otras especies el sentido del olfato es muy importante porque funciona también como
medio de comunicación. Interviene en conductas de agresión (marcar el
territorio), sexuales (saber cuándo una hembra está en celo), etc. Nosotros
poseemos otros mecanismos de comunicación bastante más complejos y no
dependemos excesivamente de nuestras sustancias químicas para relacionarnos. ¿O
sí?
A
pesar de que para los humanos el olfato no sea un canal de comunicación esencial
no significa que no esté desarrollado. Somos capaces de distinguir multitud de
olores diferentes y entre múltiples intensidades y matices. El problema es que
no sabemos identificarlos. Aquí es donde entra en funcionamiento el complemento
de este sentido: la memoria. Desde que nacemos percibimos olores que se van
almacenando en ella. A medida que vamos creciendo somos capaces de reconocer y
poner nombre a muchos olores en cuanto los percibimos. Si nunca hemos estado en
contacto con un olor no somos capaces de nombrarlo pero lo almacenamos en la
memoria. En cuanto volvemos a entrar en contacto con esa misma sustancia,
nuestros recuerdos se activan y somos capaces de distinguirla entre otras múltiples
sustancias.
No
sólo percibimos un olor a la vez. Cada uno de los que reconocemos está
compuesto por multitud de partículas diferentes que, si fuéramos expertos,
seríamos capaces de descomponer para nombrarlos uno a uno. Sabemos cómo huele
nuestro perfume pero no sabríamos decir cuáles son cada una de las sustancias
de las que está compuesta. Y si reconocemos un perfume familiar en otro lugar
no sabremos nombrarlo más que por el nombre del producto o de la persona que lo
lleva.
Esa
es la característica más curiosa de este sentido. El hecho de que intervenga la
memoria hace que sea un sentido emocional. Al recordar los olores los asociamos
a situaciones vividas y todo el conjunto del recuerdo nos causará una emoción.
Si nos transmite sensaciones positivas será porque lo asociamos a algo bueno.
Probablemente, las flores nos gustan porque son bonitas pero sobre todo porque
huelen bien y eso nos recuerda a la primavera y al buen tiempo. Si nos recuerda
a situaciones negativas o sucesos desagradables no nos gustará y calificaremos
el olor como malo. Por ejemplo, muchas personas no pueden soportar el olor de
los hospitales porque les recuerda a situaciones donde lo pasaron realmente
mal.
Es
posible que con el olor corporal hagamos lo mismo. Si nos gusta nos llevará a
acercarnos a una persona y si no nos alejará. Curiosamente también podemos
recordar cómo huele algo o alguien sin necesidad de percibirlo en ese mismo
momento.
Por
lo general, le damos mucha importancia a nuestras emociones pero no hacemos lo
mismo con el olfato. Si nos paramos a analizar lo que nos transmiten los olores
nos sorprenderemos de la gran cantidad de detalles que somos capaces de
recordar. Mantendremos activa la memoria y nos pondremos en contacto con muchos
recuerdos y emociones que quizá creíamos que habíamos olvidado.