domingo, 22 de mayo de 2011

Premios y castigos


¿Quién ha oído hablar de Skinner y de unos perros de un tal Pavlov que salivaban cuando veían la comida? Estos dos señores pertenecen a la historia de la psicología y allí se quedarán pero nos dejaron un concepto muy importante que es el de condicionamiento. Skinner construyó una caja con una palanca conectada a un dispensador de comida. Dentro introdujo un animal, una rata o una paloma. Cuando el animal presionaba la palanca el dispensador dejaba caer una bolita de comida. Pronto los animales aprendían que para conseguir comida tenían que presionar la palanca. Pero no sólo eso, también introdujo una bombilla y consiguió que el animal aprendiera que para conseguir alimento tenía que apretar la palanca cuando la luz se encendía. Es decir, los experimentos de Skinner consistían en aprender una conducta mediante la obtención de un premio. Esto es lo que se denomina condicionamiento operante o instrumental.
El condicionamiento es un método para aprender conductas y una de las formas en que aprendemos es a través de los premios y los castigos. Otras formas pueden ser viendo la actuación de otros y sus consecuencias o mediante instrucciones.
Los premios o reforzadores son algo agradable, que nos gusta y aparecen cuando nuestra conducta es la correcta o deseada. Pueden ser positivos y negativos. Los reforzadores positivos consisten en dar algo agradable, por ejemplo, entregarle un caramelo a un niño que ha terminado de recoger sus juguetes. Los reforzadores negativos eliminarán algo desagradable como es el librarse de hacer deberes en verano por haber aprobado el curso.
Los castigos son algo que nos disgusta o nos desagrada como consecuencia de una conducta que no es la adecuada o deseada. También pueden ser positivos y negativos. Aplicar un castigo positivo es dar algo desagradable para la persona como es el lavar a mano la camisa por haberla manchado. Los castigos negativos consisten en quitar algo que es agradable, por ejemplo, no ver la tele por no haber terminado los deberes.
Existe otra división que podemos hacer sobre los reforzadores. Según sus características se dividen en dos tipos los primarios y los secundarios. Los primarios son elementos muy simples y muy básicos que por sí mismos ya son agradables o desagradables. Suelen ser cosas de primera necesidad como la comida o la bebida y son los más usados con niños muy pequeños y con personas con graves déficits psíquicos con los que es difícil razonar. Los secundarios requieren de un aprendizaje previo para darle un valor agradable o desagradable. Los reforzadores sociales pertenecen a esta categoría. Los cumplidos, las muestras afectivas (palabras, besos, abrazos, miradas, sonrisas, etc.) necesitan aprenderse primero para saber identificarlos y darles posteriormente ese valor agradable. Los reforzadores secundarios son los más variados y por eso son también los más potentes. Es muy difícil que nos cansemos de éstos porque podemos cambiar cuando queramos mientras que la comida y la bebida son más limitados, dependen de nuestro estómago y es posible que nos saciemos antes. Por ejemplo, si nos dicen que lo estamos haciendo bien con veinte frases distintas nos gustará más que si nos dan veinte caramelos de diferente sabor.
La pregunta que podemos hacernos es acerca de lo más conveniente a utilizar para que alguien aprenda. La respuesta la hallaremos haciéndonos esta misma pregunta a nosotros mismos. ¿Qué nos gusta más un premio o un castigo? La respuesta que elegiremos la gran mayoría será el premio, así que veamos por qué es más efectivo que un castigo. Es posible que alguien piense que es muy fácil decirlo pero que muchas veces es necesario castigar a quien no cumple o se porta mal una y otra vez. Quizá debamos plantearlo de otra forma, ¿es necesario el castigo o es suficiente la ausencia de premio? ¿Acaso no es suficiente castigo ya el quedarse sin premio? ¿Por qué, además, tenemos que imponer algo desagradable? Este tipo de acciones tiene consecuencias más grandes y más a largo plazo de las que en principio pensamos. Los castigos ayudan al desarrollo de una baja autoestima, producen reacciones de evitación tanto del lugar como de la persona que lo aplica, desmotivan a quien lo recibe y no contribuyen a que la próxima vez se hagan mejor las cosas. Todo lo contrario, la persona tendrá inseguridad a la hora de actuar y perderá la iniciativa por miedo a otro castigo. Es probable que cuando lo intente los nervios le traicionen y acabe sin desarrollar una conducta adecuada. No olvidemos que un niño lo que sí hará será aprender esta forma de interacción. Especialmente, si el castigo es físico influirá en un carácter más agresivo y es probable que lo repita en su forma de educar posteriormente. La razón por la que a veces se consiguen cambios en el comportamiento a través de este tipo de medidas es porque, seguramente, mientras castigamos hablamos y damos instrucciones sobre cómo debe hacerse bien para la próxima vez.
En cambio, cuando se recibe un premio es mucho más fácil que consigamos una repetición en la forma de actuar. Esto hace que la persona se sienta mejor, su autoestima esté más equilibrada y se sienta más motivada para continuar en su camino. Se sentirá más seguro porque no tendrá miedo a fracasar.
En resumen, un niño que se porta bien y recibe un refuerzo hará muchas más cosas y tendrá más iniciativa por el simple hecho de buscar más premios. Sin embargo, un niño que recibe un castigo por su conducta puede que no sepa exactamente cómo debe comportarse la próxima vez y tampoco hará nuevos intentos por miedo a un nuevo castigo.
Cuando tengamos dudas acerca de esto sólo tenemos que ponernos en la situación por un instante y pensar cómo nos gustaría a nosotros que nos tratasen o qué nos gustaría recibir en ese caso.

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