Navidades, cumpleaños, bodas,
bautizos, comuniones, despedidas, bienvenidas, San Valentín…Nos pasamos la vida
haciendo regalos y recibiéndolos. Nos rompemos la cabeza pensando cuál será el
adecuado y el que realmente sorprenda. A veces, lo hacemos por compromiso o por
obligación y, es entonces, cuando casi nunca acertamos y damos muchas más
vueltas para encontrarlo. La publicidad consumista nos delimita fechas y crea
necesidades que la mayoría de las veces no son reales. Se fomenta que seamos
detallistas, incluso nosotros valoramos que una persona sea detallista. Pero,
alguien con estas características, no tiene por qué ser quien haga el regalo
perfecto.
Esto tiene que ver con las
habilidades sociales. Se refiere a determinados comportamientos que alguien
tiene y, sobre todo, que despiertan sentimientos positivos en los demás.
Podemos definir a una persona detallista como alguien que siempre recuerda
gustos, fechas y datos que para los demás son importantes. Alguien que hace ver
a los otros que son importantes, que realiza cumplidos y muestra otro tipo de
detalles que son tan valiosos o más que un regalo. Son gestos afectivos que nos
hacen sentir bien.
Al igual que dar y tener
detalles es una habilidad social que, muchas veces, nos atrevemos a exigir de
los demás, el saber recibir es otra habilidad social no menos importante. Quizá
pueda parecer una tontería porque es estupendo que nos regalen cosas o que nos
digan palabras bonitas. Y puede que, a veces, tengamos ese deseo infantil de
cumplir años para recibir regalos o que lleguen las navidades para que los
Reyes Magos nos llenen el zapato. Sin embargo, hay muchas personas que no saben
recibir regalos o se sienten incómodos y no saben cómo comportarse ante esta
situación. Pensemos en las veces que hemos tenido un verdadero detalle con
alguien. Esas ocasiones en que compramos una flor o unos bombones, escribimos
una carta, nos aprendemos la canción preferida de alguien, preparamos una cena
especial... Sabemos que a la otra persona le va a gustar y nos imaginamos la
cara y la sonrisa de ese amigo, familiar, pareja, etc. cuando se lleva la
sorpresa. Nos sentimos bien y nos sentimos felices porque nuestra intención es
decirle a alguien que nos importa. Nos sentimos bien porque imaginamos que
vamos a sorprender al otro.
El problema es cuando la
sorpresa no es tan agradable para el receptor. En realidad sí lo es pero, es
posible, que se sienta abrumado. Puede que no esté acostumbrado porque su
historia de vida no se caracteriza por una abundancia de detalles y/o gestos
afectivos. Y, sobre todo, la creencia de no ser merecedor de tal recompensa.
Podemos sentir que no hemos hecho nada y no nos lo hemos ganado, que es
demasiado para nosotros. Incluso, que si los demás creen que lo merecemos es
posible que les estemos engañando porque no nos ven como somos realmente. Es
similar a cuando nos hacen un cumplido y creemos que lo dicen por decir o por
quedar bien pero en realidad no estamos tan guapos como nos cuentan. Esto es
reflejo de una baja estima y un pobre concepto hacia uno mismo. Además de
seguir pensando que no somos merecedores, nos fijamos una expectativa imposible
de cumplir. “Ya que nos han demostrado lo importantes que somos vamos a
demostrar que así es”. Sería una buena solución si no incurriéramos en una
paradoja. “No creemos que hagamos las cosas bien o que seamos tan buenos
pero ya que los demás creen que así es voy a demostrar que es verdad”. No
se lo tenemos que demostrar a nadie porque son los otros quienes nos lo están
diciendo. Somos nosotros mismos quienes nos lo tenemos que creer. Si el
problema está en el concepto negativo que tenemos de nosotros mismos por más
cosas que hagamos no va a cambiar. Sólo lo hará si cambiamos la valoración que
hacemos de nuestros actos y de nuestras capacidades para acercarnos más a la
realidad.
En definitiva, si construimos
un concepto más positivo sobre nuestra persona. ¿Por qué no vamos a merecer que
nos traten bien y nos den muestras de afecto? Si alguien lo hace tendrá sus
motivos y verá en nosotros cualidades, aspectos y virtudes que le gustan.
Podría ser una buena razón para indagar en nuestro interior y ver qué es lo
bueno que tenemos o que hacemos.
Comenzar a descubrir y valorar
nuestras características personales que, en su conjunto, nos hacen ser únicos.
Si nos resulta un trabajo imposible podemos empezar por pensar en lo felices
que se sienten los otros al preparar su sorpresa con tanto cariño y cuidado.
Seguro que ante este pensamiento una sonrisa asoma a nuestros labios.