Y es que no hay camino más infeliz que una búsqueda obsesiva tratando de encontrar aquello que consideramos felicidad. Llenamos nuestro cuerpo de ansiedad y sembramos nuestro camino de obstáculos que nos hacen retroceder constantemente. Como resultado, conseguimos justo lo contrario y, por eso, la búsqueda se convierte en algo interminable, algo así como una quimera.
Pero, ¿por qué nos ocurre esto? Existen dos razones fundamentales que lo explican. Al parecer, todos tenemos una idea muy clara de lo que es la felicidad y, si nos preguntan si sabemos qué es la felicidad, rápidamente contestaremos que sí con una gran sonrisa. Pero si nos piden que lo describamos, probablemente, esa sonrisa se borre de nuestro rostro y nos demos cuenta de que lo que imaginamos no es más que una serie de imágenes vagas, borrosas e inconexas o ni siquiera eso. El problema es que no lo hemos definido, no sabemos lo que es y, por tanto, no sabemos lo que queremos.
El punto de partida es saber conceptualizar qué es para nosotros la felicidad. No existe una definición para todos, excepto la del diccionario, que en el caso de la RAE, en su próxima edición, la vigésimo tercera, se define con tres acepciones (elijo ésta porque es la que más se podría acercar a la idea que manejamos en nuestra mente):
- 1. f. Estado de grata satisfacción espiritual y física.
- 2. f. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. Mi familia es mi felicidad.
- 3. f. Ausencia de inconvenientes o tropiezos. Viajar con felicidad.
Los problemas son una parte fundamental e inherente a nuestra vida. Durante nuestra existencia nos enfrentamos a gran cantidad de situaciones que requieren una solución o elegir un camino adecuado. Pero esto no significa que el hecho de que existan las dificultades anule la posibilidad de ser feliz. ¿Alguna vez te habías planteado que ése podría ser uno de los caminos para lograr la felicidad? En efecto, enfrentarse a los problemas, esforzarse por buscar soluciones y ponerlas en práctica hasta alcanzar el éxito y sentirnos satisfechos por saber que podemos sobreponernos a las dificultades es uno de los elementos que contribuyen a alcanzar el estado de felicidad.
Por lo general, nos obcecamos en que debe ser algo con connotaciones positivas y con ausencia total de elementos negativos. Somos perfeccionistas porque todo debe ser ideal, sin ningún tipo de acontecimiento que emborrone la posibilidad de sentirnos felices. Además, mantenemos una visión infantil, alejada de la realidad, en la que no soportamos que las cosas vayan mal en ningún momento. Nos mostramos intolerantes a la frustración y ocupamos todo nuestro pensamiento en ese elemento negativo que, también, forma parte de la ansiada felicidad, aunque no lo creamos.
Nos guste o no, nuestros sentimientos, emociones y, en general, todo lo que vivimos lo calificamos en función de la comparación con otras experiencias que hemos tenido en nuestra vida. Sabemos que algo es bueno o que nos satisface porque hemos comprobado que otras cosas son malas. Nos sentimos bien porque en otras ocasiones nos hemos sentido mal. Si todo fuera positivo se convertiría en neutro y no nos generaría ningún tipo de emoción o sentimiento y, por tanto, tampoco nos sentiríamos felices.