Lo general.
Estamos rodeados de información. Cada vez existen más clases de datos. Nos comunicamos con más personas, tenemos que elegir entre más alternativas y los componentes de información sobre cualquier cosa aumentan exponencialmente.
Todo lo que hacemos requiere una toma de decisiones tanto a la hora de saber si actuar o no como a la hora de decidir el cómo. La mayoría de las veces no nos damos cuenta de que tomamos una decisión, simplemente actuamos. Si tenemos que elegir entre más de una opción y nos enfrentamos a una decisión difícil o poco habitual, entonces valoramos las posibilidades. A medida que la decisión es más importante tenemos en cuenta más detalles e intentamos ser lo más minuciosos posible. Pero nunca analizamos toda la información de que disponemos cada vez que debemos escoger. ¡Cada paso nos llevaría una vida!
Para resumir el proceso tomamos atajos. Nuestro cerebro almacena la información en grupos o conjuntos. Cada vez que necesitamos uno de estos grupos utilizamos un método que se llama heurística y que consiste en rescatar la información siguiendo algunas reglas como son la generalización, la analogía, las semejanzas, etc. A cada una de estas reglas las llamamos heurísticos y son estas estrategias las que utilizamos habitualmente en nuestra vida cotidiana.
Muchas veces tenemos tan asimilados estos heurísticos que forman parte de nuestra personalidad. Se convierten en nuestros valores, creencias, ideales y rigen nuestra manera de ser. Existen dos heurísticos importantes que utilizamos a diario, sobre todo, cuando tratamos con otras personas; son los prejuicios y los estereotipos. Estos dos nombres tienen connotaciones negativas y siempre nos defendemos de no ser prejuiciosos y alardeamos de no fiarnos nunca de los estereotipos. Pero, realmente, esto es una mentira a medias. Si no utilizáramos ninguno de estos atajos cada vez que tomáramos una decisión tendríamos que analizar absolutamente todo y necesitaríamos, como ya dije, toda una vida. Por eso, utilizamos nuestras ideas generales o las opiniones que tenemos sobre la situación en la que nos encontramos. Estas opiniones las hemos construido a lo largo de nuestra experiencia o de lo que nos han enseñado desde pequeños.
Es tan fácil como que, por ejemplo, a la hora de comprar un aparato electrónico de un valor elevado lo primero que hacemos es centrarnos sólo en las marcas importantes que conocemos y las que son de segunda las desechamos. Es lógico, ya que nos vamos a gastar el dinero nos vamos a lo seguro y apostamos por lo conocido y que nos da más confianza. Pero, ¿cómo sabemos que es de confianza? ¿Hemos comprobado todos los demás para saber que no son buenos? No hacemos un análisis de cada componente ni de cada función de cada una de las marcas del mercado, nos quedamos con los estereotipos. En este caso, que por ser conocido es mejor.
Seguramente diremos que los prejuicios y los estereotipos se refieren a las personas y que nunca hacemos juicios previos antes de conocer a alguien. ¿Seguro? Cuando vemos por primera vez a una persona lo primero que hacemos es ver su aspecto. Si es hombre o mujer ya tendremos una idea diferente. Viendo la edad que tiene también, pensaremos cosas diferentes y atribuiremos una personalidad distinta según cómo se vista. Con sólo tres características ya tenemos una pequeña idea sobre cómo creemos que es esa persona. Si, además, nos fijamos en su corte de pelo, sus gestos, en los adornos, etc., la idea que tenemos formada se irá ajustando mucho más a cómo creemos que es en realidad.
Son las primeras impresiones que nos formamos cuando vemos o nos relacionamos con alguien por primera vez. Puede que no juzguemos dando un valor positivo o negativo pero sí utilizamos estos atajos para ser más rápidos a la hora de comportarnos frente a quien tenemos delante. Si antes de hablar con una persona tuviéramos que conocerla nunca podríamos iniciar una conversación. Para empezar, no sabríamos si tutearla o tratarla de usted porque ambos tratamientos pueden resultar molestos según a quien nos dirijamos.
Todo esto, junto con la situación en la que nos encontremos, es muy útil para empezar. Por ejemplo, si tenemos un nuevo compañero de trabajo que no conocemos lo que haremos será hablar sobre el trabajo, si estamos en un curso de formación hablaremos sobre la temática del curso, en una exposición de arte nuestra conversación irá enfocada al arte.
Pero la cuestión es no quedarse en esta primera impresión o en este primer contacto.
Lo particular.
Como dijo José Ortega y Gasset "Yo soy yo y mi circunstancia". Lo que en un primer momento resulta muy útil y es una buena ayuda se puede convertir en un lastre si no profundizamos en ello.
Los atajos que utilizamos en nuestro día a día, bajo la forma de prejuicios y estereotipos, nos sirven para acercarnos a las personas. Pero, una vez que establecemos la comunicación, es cuando debemos librarnos de esa opinión prejuiciosa que nos formamos al principio.
No sólo se trata de confirmar o no esa idea inicial que nos formamos. Poco a poco, vamos teniendo acceso a más información. A medida que conocemos a alguien nos damos cuenta de que no es como imaginábamos; para bien o para mal. Conocemos nuevos detalles que puede que no encajen en esa imagen que nos habíamos creado al principio. Esto nos puede confundir un poco y causarnos la sensación de que esa persona no es lo que esperábamos, incluso nos puede poner a la defensiva. Seguramente, a medida que accedamos a su historia personal, nos daremos cuenta de que aquellos detalles que no nos encajaban bien tienen su explicación. Esto significa que no podemos limitarnos a desechar aquello que no nos convence de alguien o que no se ajusta a nuestra idea ingenua sobre esa persona porque no sepamos encasillarla en nuestro esquema. Todo lo contrario, debemos ser conscientes de que quien está equivocado somos nosotros ya que hemos anticipado un juicio sin tener suficientes evidencias. Es más, lo justo sería adentrarnos en su mundo para entender por qué se comporta o piensa así o por qué su vida es como es.
Especialmente, somos más estrictos y conservadores con nuestras propias creencias acerca de los otros cuando nuestra opinión no es positiva. Quizá sea por lo que nos cuesta reconocer que nos hemos equivocado o quizá por el gran trabajo que suponemos nos va a costar reconstruir nuestra imagen mental sobre esa persona, esta vez con más tiento para no volver a errar. En muchas de las ocasiones que dejamos atrás nuestro orgullo, reconocemos que nos hemos equivocado y damos otra oportunidad suele ser a las personas que después más valoramos porque hemos puesto mucho más cuidado y hemos dedicado más esfuerzo a conocerlas.
Pasado el tiempo, al echar la vista atrás, es cuando nos damos cuenta de que aquellos que conocimos aquel día no tienen nada que ver con lo que imaginábamos en ese momento y reiremos contándole a la otra persona nuestras suposiciones acerca de ella (aunque, es posible, que a la otra persona no le haga tanta gracia).
En realidad, los prejuicios no son ni buenos ni malos de por sí y los estereotipos tienen el mismo poder para acercarnos o para alejarnos de alguien. Sólo nos beneficiaremos de ellos si sabemos utilizarlos de manera inteligente como la herramienta social que son.
Así, los estereotipos que tratan de desacreditar a un grupo o dotarlo de connotaciones negativas serían los primeros que deberíamos preocuparnos de verificar. A veces, se les da más importancia que si fueran una información veraz porque se componen de rumores que, supuestamente, se basan en experiencias reales de alguien. Pero, normalmente, estas experiencias o no son ciertas o están muy desvirtuadas por el boca a boca y puede dar lugar a consecuencias no muy agradables para el grupo que se convierte en víctima del prejuicio.
Lo mejor que podemos hacer es acercarnos y comprobar por nosotros mismos si algo es cierto o no para poder opinar y argumentar con evidencias sólidas.