¿Quién no ha
dejado para el último momento un trabajo, un informe o cualquier otro encargo
pendiente? Aunque siempre nos decimos que la próxima vez empezaremos antes, lo
cierto es que a la siguiente nos volvemos a encontrar en las mismas
circunstancias.
Nos hemos
acostumbrado a funcionar de esta manera y nos cuesta cambiarlo. Pensamos que al
final es así como nuestra mente funciona mejor y nos resistimos a creer que si
probamos otras alternativas puede que funcionen, incluso, de forma más
eficiente.
En el momento
que se nos encomienda una tarea, siempre pensamos que tenemos otras cosas más
importantes que hacer, que nos sobra tiempo e infinidad de excusas para no
ponernos a ello. A medida que avanzan los días las cosas importantes siguen ahí
pero no hemos hecho nada por resolverlo y se van acumulando sin enterarnos. Hasta
que empieza la cuenta atrás. Entonces es cuando somos conscientes de todo lo
que nos queda por hacer y el poco tiempo que tenemos.
Nos ponemos en
marcha. Una vez que entramos en la dinámica de las prisas es porque tenemos que
terminar obligatoriamente. Necesitamos toda nuestra capacidad de atención y, milagrosamente, ahí la tenemos. No es
algo que sólo consigamos cuando estamos estresados pero nos hemos acostumbrado
a ejercitarla en estas circunstancias.
Tenemos un
foco de atención que regulamos según nos convenga. Si estamos relajados o no
tenemos ninguna preocupación el foco de atención se ensancha y deja pasar
cualquier clase de información. Por ejemplo, cuando estamos de vacaciones,
estamos abiertos a todo tipo de sensaciones, ideas, planes, etc. En cambio, en
el trabajo estaremos mucho más atentos a aspectos relacionados con nuestras
funciones. Es decir, según las circunstancias, abrimos o cerramos el foco de
atención y lo dirigimos hacia aquello que más nos interesa en cada momento.
La atención
también tiene una especie de filtro que puede ser más o menos fino. Este filtro
funciona y se puede regular siempre. Lo que ocurre, es que cuando vamos
contrarreloj no nos quedan más opciones y lo activamos en el modo más
selectivo. Sólo nos centramos en lo imprescindible y ajustamos al límite
nuestra capacidad de atención y de concentración. Por eso nuestro trabajo
parece tan productivo. No permitimos ninguna distracción y parece que sólo nos
llegan buenas ideas a la cabeza.
Existe un
riesgo en esta forma de actuar. Puede que el filtro se estreche tanto que
apenas dejemos pasar información y no seamos capaces de captar, ni siquiera, lo
que necesitamos. También es posible que no nos permita ver opciones o
alternativas válidas para el desarrollo de nuestra tarea. Como consecuencia, lo
que sucederá es que no seremos capaces de pensar en nada y al final nos quedaremos
en blanco.
Por otro lado,
está la motivación, el por qué o para qué hacemos algo. En estos casos, suele
ser porque no queremos comprobar cuáles serán las consecuencias desagradables de
entregar el trabajo tarde. Esto nos hace poner nuestro organismo en un estado
de alerta para mantener un ritmo adecuado en el rendimiento. Nos notamos más
despiertos, más activos, más capaces de enfrentarnos a lo que nos venga de
frente. Inconscientemente, sabemos que si bajamos la guardia, aunque sólo sea un
instante, toda la excitación que sentimos se puede ir al traste y nos
hundiremos. Esta activación la
conseguimos por dos motivos: el tiempo que se va terminando y la afluencia de
ideas que nos llegan sin parar. Al ver que tenemos tantas ideas y tan precisas
nos sentimos más motivados y seguimos orientando la atención en esa misma
dirección. Nuestra activación también sube por la sensación de urgencia y por
la sensación de eficacia que sentimos. Todo esto conforma una especie de
espiral que nos ayuda a continuar hasta finalizar la tarea y sentirnos satisfechos con nuestra labor.
Al igual que
el problema de la atención está el de la activación. Puede que nos
sobreactivemos demasiado y nuestro organismo se paralice. Si esto ocurre, el
foco de atención se cegará, como ya dijimos, y nos sentiremos cansados e
incapaces de ponernos en marcha. Ante esta situación ya podemos ponernos a
pensar excusas para justificar que no hemos acabado nuestra tarea. Pero como
estamos en tal estado de bloqueo tampoco se nos ocurrirá ninguna disculpa
válida.
La solución
pasaría por una buena planificación del trabajo e ir haciendo un poco todos los
días para llegar sin prisas a la entrega. Al tocar el tema con frecuencia y sin
estrés conseguiremos ir ampliando nuestro campo de visión y las ideas que se
nos ocurran puede que sean más acertadas, elaboradas y creativas. Además, así,
no nos arriesgaremos a quedarnos en blanco y tener que ir de vacío a rendir
cuentas. El esfuerzo merece la pena por la tranquilidad y seguridad que nos
aporta.