viernes, 11 de mayo de 2012

¿Me duele o me lo invento?


El dolor es un mecanismo de alarma que posee nuestro organismo. Aparece para avisarnos de que algo no va bien en nuestro cuerpo. Es una medida adaptativa. Si no sintiéramos dolor muchas veces iríamos por la vida de forma temeraria, sin ser conscientes de los peligros que nos rodean o sin darnos cuenta de que nos hemos hecho daño.
Éste es el ejemplo de quienes padecen analgesia congénita. Estas personas sufren la alteración de un gen que afecta al funcionamiento de los nervios encargados de transmitir la señal de dolor. Aquellos que padecen este síndrome no sienten ningún tipo de dolor físico. Siempre deben estar pendientes de si se han dado un golpe por casualidad o, si se caen, deben revisar todo su cuerpo de manera exhaustiva para saber si tienen golpes, heridas o, incluso, alguna fractura. Cualquier acontecimiento que suponga dolor físico no será percibido por estas personas. La ventaja es clara, no existe sufrimiento por esta razón, pero las desventajas son mucho mayores. El sufrimiento por la preocupación continua y obligada de recordar si han sufrido algún accidente o se han golpeado. Y lo más importante, no disponer de un sistema de alarma que les facilite la supervivencia. ¿Alguien puede imaginar que una persona con una fractura o una hemorragia siga su vida cotidiana sin ir a un hospital?
Este sistema de alerta que poseemos es un incordio cuando nos avisa pero gracias a él sobrevivimos y podemos tomar medidas ante los percances que sufrimos. Cuando es molesto o muy intenso siempre podemos tomarnos algo que nos ayude a rebajar su intensidad, si no lo podemos eliminar completamente. En algunos casos especiales, como en el cáncer, el dolor se va agudizando y las dosis de analgésicos que se administran cada vez son más altas. El organismo va desarrollando tolerancia a estas sustancias y cada vez necesita una dosis mayor para lograr el mismo efecto.
Normalmente, los dolores tienen un foco definido. Sabemos localizarlo y determinar las causas para poder actuar sobre él. Podemos explicar qué es lo que nos ocurre y buscar una solución ya sea más o menos acertada.
Existe también otro tipo de dolor. Uno que no tiene un origen claro y que su localización es difusa. ¿Cómo podemos tratar un dolor que no sabemos a qué es debido? Una contractura, una rotura, un golpe, un tumor, etc., para cada uno de estos hay un posible tratamiento. ¿Pero para un dolor sin causa aparente? Este es el caso de la fibromialgia. Este síndrome se caracteriza por dolor crónico en determinadas partes del cuerpo y suele ir acompañado, también, de fatiga crónica.
Cuando estamos bien pero algo nos duele nos sentimos desconcertados. El dolor es nuestro y lo sentimos aunque los demás no lo puedan ver. Es posible que todo el mundo se compadezca de nosotros ante un dolor de estómago o de muelas. Todos lo hemos experimentado en alguna ocasión y sabemos que, antes o después, pasará. Por eso, es más difícil de entender a las personas que padecen fibromialgia. No les ocurre nada aparentemente pero “siempre se quejan de que les duele algo”.
Sería mucho más fácil de entender si pensáramos cómo nos sentimos ante la preocupación que se enciende en nosotros ante el dolor. ¿Qué me pasará? ¿Me estaré poniendo enfermo? ¿Me curaré? ¿Hasta cuando va a durar esto? Todas estas preguntas y muchas más nos asaltan. Si, además, unimos esta experiencia a una colección de visitas a médicos y especialistas con sus listas de espera y unos resultados no concluyentes parece que el sufrimiento se acentúa aún más.
Como colofón final añadamos las dudas que genera en los demás la situación, si será una simulación, “se lo está inventando”, “en realidad, lo que quiere es la baja para no ir a trabajar”, etc. Es posible que ante la incomprensión de los demás nos sintamos frustrados. No tenemos una explicación convincente de lo que nos ocurre y, además, parece que tenemos que excusarnos ante los otros. ¿No sería como si a ese dolor le estuviéramos clavando más agujas?
Pues bien, esto es lo que muchas personas que padecen dolor crónico sienten. Un dolor propio unido a la incomprensión de los que le rodean, que los “acusan” de inventárselo. (¡Como si fuera muy divertido estar todo el día hecho polvo!)
A veces, se agradecen los cuidados que recibimos cuando estamos enfermos. Pero cuando la situación se alarga y no se vislumbra ninguna solución todos y cada uno de nosotros cambiaríamos los cuidados y los mimos por una vida absolutamente normal. Por supuesto, que la fibromialgia se trata con medicación. Lo que ocurre es que se desarrolla tolerancia a los analgésicos y las dosis que se toman son muy elevadas. Además, estas personas deben aprender a llevar su vida diaria como si estuviesen en condiciones normales pero con ese lastre que arrastran continuamente.


*NOTA: El día 12 de mayo es el día mundial de la fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica. Propongo una reflexión sobre cómo nos sentiríamos si padeciésemos este síndrome.

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