El dolor es un
mecanismo de alarma que posee nuestro organismo. Aparece para avisarnos de que
algo no va bien en nuestro cuerpo. Es una medida adaptativa. Si no sintiéramos
dolor muchas veces iríamos por la vida de forma temeraria, sin ser conscientes
de los peligros que nos rodean o sin darnos cuenta de que nos hemos hecho daño.
Éste es el
ejemplo de quienes padecen analgesia congénita. Estas personas sufren la
alteración de un gen que afecta al funcionamiento de los nervios encargados de
transmitir la señal de dolor. Aquellos que padecen este síndrome no sienten
ningún tipo de dolor físico. Siempre deben estar pendientes de si se han dado
un golpe por casualidad o, si se caen, deben revisar todo su cuerpo de manera
exhaustiva para saber si tienen golpes, heridas o, incluso, alguna fractura.
Cualquier acontecimiento que suponga dolor físico no será percibido por estas
personas. La ventaja es clara, no existe sufrimiento por esta razón, pero las
desventajas son mucho mayores. El sufrimiento por la preocupación continua y
obligada de recordar si han sufrido algún accidente o se han golpeado. Y lo más
importante, no disponer de un sistema de alarma que les facilite la
supervivencia. ¿Alguien puede imaginar que una persona con una fractura o una
hemorragia siga su vida cotidiana sin ir a un hospital?
Este sistema
de alerta que poseemos es un incordio cuando nos avisa pero gracias a él
sobrevivimos y podemos tomar medidas ante los percances que sufrimos. Cuando es
molesto o muy intenso siempre podemos tomarnos algo que nos ayude a rebajar su
intensidad, si no lo podemos eliminar completamente. En algunos casos
especiales, como en el cáncer, el dolor se va agudizando y las dosis de
analgésicos que se administran cada vez son más altas. El organismo va
desarrollando tolerancia a estas sustancias y cada vez necesita una dosis mayor
para lograr el mismo efecto.
Normalmente,
los dolores tienen un foco definido. Sabemos localizarlo y determinar las
causas para poder actuar sobre él. Podemos explicar qué es lo que nos ocurre y
buscar una solución ya sea más o menos acertada.
Existe también
otro tipo de dolor. Uno que no tiene un origen claro y que su localización es
difusa. ¿Cómo podemos tratar un dolor que no sabemos a qué es debido? Una
contractura, una rotura, un golpe, un tumor, etc., para cada uno de estos hay
un posible tratamiento. ¿Pero para un dolor sin causa aparente? Este es el caso
de la fibromialgia. Este síndrome se
caracteriza por dolor crónico en determinadas partes del cuerpo y suele ir
acompañado, también, de fatiga crónica.
Cuando estamos
bien pero algo nos duele nos sentimos desconcertados. El dolor es nuestro y lo
sentimos aunque los demás no lo puedan ver. Es posible que todo el mundo se
compadezca de nosotros ante un dolor de estómago o de muelas. Todos lo hemos
experimentado en alguna ocasión y sabemos que, antes o después, pasará. Por eso,
es más difícil de entender a las personas que padecen fibromialgia. No les
ocurre nada aparentemente pero “siempre se quejan de que les duele algo”.
Sería mucho
más fácil de entender si pensáramos cómo nos sentimos ante la preocupación que
se enciende en nosotros ante el dolor. ¿Qué me pasará? ¿Me estaré poniendo
enfermo? ¿Me curaré? ¿Hasta cuando va a durar esto? Todas estas preguntas y muchas
más nos asaltan. Si, además, unimos esta experiencia a una colección de visitas
a médicos y especialistas con sus listas de espera y unos resultados no
concluyentes parece que el sufrimiento se acentúa aún más.
Como colofón
final añadamos las dudas que genera en los demás la situación, si será una
simulación, “se lo está inventando”, “en realidad, lo que quiere es la baja para
no ir a trabajar”, etc. Es posible que ante la incomprensión de los demás
nos sintamos frustrados. No tenemos una explicación convincente de lo que nos ocurre
y, además, parece que tenemos que excusarnos ante los otros. ¿No sería como si
a ese dolor le estuviéramos clavando más agujas?
Pues bien,
esto es lo que muchas personas que padecen dolor crónico sienten. Un dolor
propio unido a la incomprensión de los que le rodean, que los “acusan” de inventárselo. (¡Como si fuera
muy divertido estar todo el día hecho polvo!)
A veces, se
agradecen los cuidados que recibimos cuando estamos enfermos. Pero cuando la
situación se alarga y no se vislumbra ninguna solución todos y cada uno de
nosotros cambiaríamos los cuidados y los mimos por una vida absolutamente
normal. Por supuesto, que la fibromialgia se trata con medicación. Lo que
ocurre es que se desarrolla tolerancia a los analgésicos y las dosis que se
toman son muy elevadas. Además, estas personas deben aprender a llevar su vida
diaria como si estuviesen en condiciones normales pero con ese lastre que
arrastran continuamente.
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