martes, 10 de julio de 2012

Sobrevivir a las rabietas de un niño


Lloros, lloros y más lloros hasta quedarse casi afónico. Tirarse al suelo y dar patadas o pegar puñetazos y morder al adulto que le acompaña. Correr de un lado para otro dando gritos (a veces desgarradores). Ponerse rígido como una tabla cuando alguien le intenta mover…
Las rabietas no ocurren de un día para otro. Son el final de un largo camino que se empezó a recorrer hace mucho tiempo, probablemente, desde que el niño tenía meses. Así, la rabieta o pataleta es la herramienta de control de adultos más potente que los niños pueden conquistar.
Mientras los adultos nos esforzamos por pensar que son tan pequeños que no se dan cuenta de nada y que no se puede razonar con ellos, paulatinamente, van perfeccionando sus técnicas de toma de control. Aunque parezca una exageración porque no creemos que alguien tan pequeño sea capaz de pensar en ello, no lo es. También es cierto que no son capaces de trazar un plan de acción para conseguirlo. Es mucho más fácil que eso; nosotros mismos les enseñamos.
Un niño pide porque tiene una necesidad o quiere algo. Por ejemplo, cuando es recién nacido llora cuando le toca comer. Tiene hambre y llora, es un mecanismo de supervivencia. A medida que pasa el tiempo aprende a captar la atención con gorgoritos o, si es “importante”, con soniquete quejumbroso. A los pocos meses, siente tantas emociones como cualquiera de nosotros, incluida la frustración. ¿Qué nos ocurre a nosotros cuando nos sentimos frustrados? Nos enfadamos o lloramos. Hasta aquí todo bien pero, ¿cuál es el motivo de la frustración? Para cada uno será distinto, según lo que hayamos aprendido a tolerar.
Volvamos al bebé o al niño pequeño. El niño quiere algo y lo pide llamando la atención. Si no resulta suficiente incrementará sus llamadas y, si aún así no es bastante, empezará a quejarse o a llorar hasta que venga alguien y le haga caso. Habitualmente, como son bebés les solemos conceder todo, por aquello de la poca movilidad y el verles tan desvalidos y/o frágiles.
Poco a poco, con nuestro afán de superprotección, facilitamos lo que sea: alcanzar objetos, dar caramelos, subir o bajar escalones, etc. Con lo que el pequeño se acostumbra a tenerlo todo hecho fácilmente. Si no puede hacer algo, sabe que pidiéndolo llegará alguien que le ayude o lo haga por él. Y si no, llorará. Para que no llore y entendiendo que puede ser “difícil” su tarea (porque nosotros mismos le hemos enseñado que lo es con nuestra excesiva ayuda) corremos en su “auxilio”. Lo que se consigue así, es que cada vez el niño se haga más cómodo y no sepa afrontar la frustración porque nadie le dice que “no” o le obliga a hacerlo por sí mismo.
Lo que nos encontramos es que, con pocos años, se han acostumbrado a que quejándose o llorando consigan lo que quieren. Y, si no les hacemos caso, aumenta el volumen del llanto y de la expresividad encontrándonos con una rabieta.
No es por casualidad que las pataletas ocurran en espacios donde hay gente porque ahí es donde el adulto va a ceder antes ya sea por vergüenza o falta de paciencia. Con lo que la idea del lloro para conseguir lo deseado se consolida.
¿Qué hacer? Justo lo contrario, eliminar todo tipo de atención y mantenerse firmes. Es cierto, que nos puede asustar que cada vez sea más fuerte el llanto y que parezca que “le va a dar algo” pero es la mejor manera. Si aguantamos puede llegar a límites insospechados (aviso a navegantes) pero cuando llegue al punto álgido, casi como por arte de magia, irán disminuyendo los lloros, gritos y el resto de la escena hasta quedar en un mero ronroneo que con un poco de cariño pero mano firme podemos aplacar. Así será como aprenda que no todo se puede obtener o que no puede hacer lo que quiera en todo momento.
El control debe estar siempre en manos de los adultos y no al revés. Si continuamos repitiendo esto con cada rabieta, al final, un día diremos que “no” o pediremos hacer algo y… ¡no habrá ninguna escena! Felicidades. El esfuerzo, la paciencia, los nervios y disgustos habrán merecido la pena y tienen su recompensa.

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