martes, 3 de julio de 2012

¿Quién es el responsable?


Existe un lugar donde colocamos la responsabilidad de lo que nos pasa. Puede estar dentro o fuera de nosotros mismos. Al referirme a la responsabilidad, también me refiero a las causas o a la razón a la que atribuimos todo lo que nos ocurre. Esto recibe el nombre de “locus de control” (lugar de control) y no siempre está en el mismo sitio. Normalmente, todo lo que acontece se debe a un conjunto de causas.
El control que nosotros tenemos se basa en lo que hacemos o no hacemos y en la habilidad o cualidades que poseemos para ello. Por ejemplo, es posible que tengamos muy buena capacidad para algún deporte pero si no nos esforzamos no conseguiremos un buen rendimiento. O bien, alguien que no tenga muy buenas cualidades lo puede compensar con el esfuerzo que dedica.
En la parte externa a nosotros ocurre lo mismo. Está, por un lado, la suerte que a veces nos beneficia y, otras veces, no. Y, también, está el control que ejercen los demás sobre la situación. La lotería no nos toca porque hayamos elegido un número o porque en esa administración sea donde siempre sale el premio, sino que es por azar. Algo en lo que todo cuenta, por ejemplo, son las oposiciones. En ellas, es fundamental que nos preparemos y pongamos todo nuestro esfuerzo. Además, influye la suerte en las preguntas del examen y, también, depende de la nota de corte que se establece con las puntuaciones de todos los opositores.
La atribución que nosotros hacemos varía en cada momento. Depende de la situación pero, también, de nuestra personalidad, nuestro estado de ánimo, nuestra autoestima, etc. Cada uno de nosotros le concede mayor valor a unas circunstancias o a otras. Debemos ser capaces de ajustarnos a la realidad para dar una explicación lo más adaptada y equilibrada posible. Además, es necesario saber asumir las responsabilidades que nos corresponden y ser conscientes de que no podemos controlarlo todo.
Algunas veces, no asumimos que nos hemos equivocado y tratamos de buscar un chivo expiatorio que cargue con nuestras culpas. Si no somos capaces de ver nuestra responsabilidad, tampoco aprenderemos para la siguiente ocasión. Si nos acostumbramos a echar balones fuera jamás asumiremos nuestros actos y nuestra credibilidad irá mermando. Generalmente, nuestras expectativas se van formando según el control que creamos tener sobre la situación. En el caso de conseguirlas, siempre creeremos que fuimos nosotros, y nadie más, quien contribuyó a lograrlo. Nosotros solos sin ayuda. El problema viene cuando no se cumplen nuestros objetivos. Si no asumimos los errores pero la mayor parte dependía de nosotros, ¿qué ocurre? Es cuando buscamos a los demás para culparlos, nos enfadamos y tergiversamos lo sucedido. Pero, ¿realmente nos sirve de algo? Al fin y al cabo, tendremos que volver a intentarlo y luchar por nuestros objetivos y corremos el riesgo de quedarnos sin apoyo cuando lo necesitemos.
En el lado opuesto están  quienes no saben reconocer su valía. Aquellas personas que no creen tener el control sobre su vida. Solamente se culpabilizan de los sucesos negativos. Si algo les sale bien es por casualidad pero ellos no son los merecedores de halagos y felicitaciones. Creen que quizá les hayan ayudado demasiado o que se lo han puesto muy fácil. En cambio, cuando las cosas no salen bien, es por su incompetencia, porque “ya sabía yo que esto iba a salir mal”... Este pensamiento es propio de personas deprimidas y de quienes tienen una baja autoestima. A lo único que ayuda es a seguir manteniendo una pobre autoestima porque no se reconocen los éxitos y la persona se trata a si misma de “desastre”. Al final, dejará de intentar afrontar los nuevos retos que se vaya encontrando a lo largo de su vida.
Tan peligroso es atribuir todos los éxitos y ningún error a uno mismo como hacer todo lo contrario. Por eso, es importante saber ajustarse a las circunstancias. No se puede tener todo bajo control porque es imposible. El azar siempre está ahí para beneficiarnos o ponérnoslo más difícil pero conviene aceptarlo tal y como viene. También, debemos reconocer nuestras cualidades y limitaciones y nuestros éxitos y fracasos. De ello depende que aprendamos y sigamos luchando por nuestras metas en el futuro.

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